martes, 2 de septiembre de 2008

El Animal más bello del mundo


El animal más bello del mundo
Estaba perdido, agotado, rendido entre sus piernas.
Más allá de ellas, de su abrazo hundido y húmedo, no veía otra cosa que la oscuridad de un día que parecía concentrar toda su energía sobre ella.
Mortalmente atraído, como una luciérnaga estival rondando consciente la mortalidad de la bombilla, aquella luminosidad me obligaba al sacrificio, a morir como macho de amantis, decapitado por un solo segundo de placer, feneciendo feliz…pero entre sus piernas.
Ava era mala, si, mala, pero no conozco a nadie que no la adorara.
Ella era tan perpetua como yo mortal, ella era el todo de sus caderas, de sus mordiscos en el lóbulo, de su inglés soez e incomprensible y de sus orgasmos, encadenados uno detrás de otro.
Insaciable y reina.
Suerte de mi mañana gris, suerte de mi monotonía, del beso frío a una esposa con rulos y batín, de la caricia a los niños de azul con cartera de cuero, del paseo en quince minutos hasta el bar que le hacía escolta y servicio a los empleados de la correduría.
Un café largo y el ABC, anunciando el inicio de un nuevo rodaje donde el Cid de cruz y hierro, se reconvertía en vaquero con cincuenta y cinco días por delante para conocer Pekín.
Primera portada.
Algo de luz en mi España sobrada de porras y rejas, donde el pan era menos harina que agua con paja.
En páginas interiores, para aminorar escándalos y desmayos de beata, estaba Ava con su mirada felina, vistiendo un escote imperial sobre el que su cuello se deslizaba desde aquella raíz de senos menos intuidos que mostrados.
Aun en el blanco y negro, nadie que subiera la cremallera, podía evitar el derroche de tiempo que suponía soñar con el imposible deseo.
Pestañeé para cambiar de hoja.
Y entonces pude verla.
Sentada tras sus gafas de sol, bajo un peinado perfecto, ausente de la bronca matinal entre quienes no llegan a fichar y los que desean no llegar nunca, la tez le era traicioneramente blanquecina, alejada del moreno aceitunero que en Madrid, reinaba entre tanta emigrante de provincias.
Supe que era ella.
Supe que era Ava.
Y el café se enfrió mientras mareaba la cuchara.
Y Ava que era menos humana que gata, puso los ojos sobre la presa, descubrió su camuflaje, camino sin ruido entre camareros agobiados y cortinas de nicotina para sentarse a mi vera de acojonado con expresión de niña caprichosa pero sobrada.
- Your coffee is cold – dijo mientras sacaba una pitillera y yo maldecía haber abandonado el vicio apenas un mes antes – Maybe could we make anything about it?.

Bucardo

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