lunes, 30 de noviembre de 2009

Se derrite


Se derrite
El monte se abraza a la nieve como una amante celosa al borde del abandono.
Al monte le tiemblan los brazos, le palpita el pecho, se le suben los calores y la nieve, cada día más rasa, cada día menos abundante, comienza a ganar altura, hasta que un día, el monte y sus criaturas, se queden a solas, tumbados sobre su propio lecho, desnudo y sin cobertura. Agarro la nieve en el puño. Aprieto desesperado por no perderla. Cada poro, cada glóbulo lo desea, lo anhela hasta bullir como la tormenta, como el río rabioso o la olla del cocido. Pero esta se escabulle entre los dedos, cae al suelo, se desparrama. Se acabó. No hay nieve en el monte. Y los ciegos continúan dichosos. Hay imbéciles a quienes les conviene…seguir creyéndolo. Bucardo

jueves, 26 de noviembre de 2009

¿Tambien?


¿También?

No hace falta cerrar los ojos para sentirse solo.

A veces, solo hace falta escuchar, para descubrirte en ello.

Escuchar como la gente se deja llevar y la corriente los va alejando de ti y todo lo que eres y sientes.

Quedas con la mirada atravesando el espesor del techo mientras en torno tuyo, todos duermen.

Pero tu no puedes, pues aunque te rodee carne y respiración, aquí solo quedas tu, sin nadie que pregunte por que o como.

Basta mirar al pasado para creerte traicionado.

Por ti, por ella, por el y ellos…por todos.

O que tal vez no lo has hecho y por eso, ahora quedas a solas, aunque sobre la mesa todo sean risas, chanzas y vino de tetra brik barato.

Hasta esa tarde que con el teléfono en la mano, pulsas un número de agenda vieja y perdida, pero que nunca has olvidado.

- ¿Hola?.

- ¿También a ti te pasa?.

Hay un segundo de silencio que no son años sin voz ni dudas por la llamada y sus ocultos misterios.

- También.

Y entonces, en algo respiras.

No, no resulta ser una vida tan a solas.

Bucardo

domingo, 8 de noviembre de 2009

Los Copos Negros


Los Copos Negros - ¡Llegará el día en que hasta las nieve nos caerá negra!. El abuelo era un ser achacoso y quejica, al que todo le parecía malo o peor y a quien le resultaba incapaz descubrir hierba fresca entre la maleza. Imagino que no siempre fue así y que el ácido de sus palabras, se fue reverberando a medida que se alejaba del propio natalicio. Yo lo apreciaba aunque, cuando el entendimiento se le desgajó del cuerpo, se tornó en un ser todavía más arisco, incluso hostil y desconfiado, al que era imposible sacarle una sonrisa o un gesto que lo evidenciara. Callado y distante, encendía una tele que no veía y quedaba así, revolviéndose los adentros, ahogado en el recuerdo. Al abuelo lo enterramos e hicimos como que sentíamos pena. Alguno se calló para dentro cierto alivio. Ahora ya no soy tan niño, ni tan iluso y aunque queda mucho para los ochenta y tantos que finiquitaron al yayo, comienzo a pensar en el, dando a su agresividad un toque menos áspero. A diferencia de el, yo si que escucho la tele, aun en el padecimiento estúpido y masoca de hacerlo. Miraba y miraba contemplando sus caros trajes y sonrisas de bote, estiradas y falsas. Miraba como tragaban con gula, más, más, más y como se defendían, su honor, su honra, su buen nombre, como gato echado a tigre, acusando, mordiendo o amenazando a aquellos que les reclamaban lo que no tenían; cordura. Y mientras, seres con el rostro agotado, desconocedores e ignorantes, sin saber lo que les quedaría, a ellos y sus familias, suplicaban las migajas que escapaban de la gula de quienes debían ahorrarles preocupaciones y pancartas. Era diciembre y giré para contemplar los copos que nos traía la cercana invernada. Me acerque para asomar una mano a través de la balconada. El copo todavía era blanco…..todavía. Bucardo