jueves, 30 de octubre de 2008

La Gabacha


La Gabacha
La gabacha ya no nos trae olores sobre el lomo.
Anda desalada, perdida y huérfana.
Antaño, siendo yo muy crío, contemplaba ensimismado las enormes fosas nasales del abuelo.
Inflándose velludas, aspirando y expirando, parecían ser capaces, con cada bocanada, de averiguar todas las cosas que la gabacha traía consigo.
La gabacha nunca se veía.
Solo podía sentirse.
Era un viento tan helador como el norte donde lo parían y con el, portaba fiel el recuerdo de todo aquello que hubiera rozado.
Desde los Gaves franceses hasta las llanuras del Somontano.
Si mecía los pastizales, olía a hierba.
Si provocaba el crujido de los hayedos, olía a níscalo y a húmedo.
Si jugaba con el pelaje del oso...olía a oso.
Para destriparlo, el abuelo lo encaraba impasible, mudo y serio, terriblemente serio.
Como si fuera juez supremo de un juicio supremo.
Esta tarde lluvia.... – sentenciaba –....y jabalís bien gordos por la barranquera de Lomenás.
Desde su seriedad supe robarle aquella extraña enseñanza.
Tras muchos años, a base de paciencia y fallos, aprendí a descifrar el jeroglífico diario que la gabacha portaba hasta el llano.
De mañanas, apenas amanecía, cuando el día era limpio y el calor naciente animaba, me solazaba con largos paseos que duraban casi hasta el almuerzo y en los que procuraba aguzar las orejas por donde mejor les llegara el viento.
Es así como puedo llegar a saber que la lluvia arrecia gorda sobre el Soaso, que la nieve será espesa la próxima ocasión que se presente, que los rebaños anduvieron inquietos la pasada noche por culpa de unos ladridos, que los sarrios se persiguen encelados o que el águila, llora por una mala crianza.
Todo lo que la gabacha rozaba era chisme...pero solo a mi me lo contaba.
Antaño ya es mucho antaño y ahora, con los nietos renegando desde el asfalto, quedo viudo y descuidado, recordando aquellas narices grotescas que abultaban la cara del abuelo.
No ando solo.
Al menos cuando charlo con el viento.
Solo así puedo saber antes que nadie.
Saber que desde que subieron las máquinas, no soy capaz de oler la frondosidad del hayedo.
Saber que desde que llegaron los del maletín, el monte que roza es menos tierra y más asfalto.
Saber que desde la cabañera, llega más olor a hombre que a cordero, a todoterreno que a cayado.
Una mañana, desmigando el pan sobre la leche caliente, la gabacha vino enrabieta, abriendo las ventanas e inundándome la casa.
La noche pasada, los hombres, encorajinados por tener una escopeta cruzada, habían salido al monte para vengar en otro sus frustraciones.
Y el viento me dijo que lo habían conseguido.
Desde entonces, jamás volví a oler un oso.
Durante semanas, a mis espaldas algunos insensatos anduvieron presumiendo sin vergüenza...sin miedo.
Apenas me dejaban sentirlo con mi silencio.
“Solo el tonto puede llegar a querer... – pensé –....levantarse un día siendo más pobre que ayer”.
Bucardo

miércoles, 29 de octubre de 2008


El Veneno
- Nadie me explicó que esto fuera así.
Madre no escuchaba.
Era tarde.
A esas alturas ya debía de estar envenenada.
Frente a la familia, el plasma, los había succionado hasta impedirles incluso el habla.
En la programación prometieron, dos homicidios, una violación, la receta de una comida milagrosa que no engorda, una mujer llorando, unos hombres que gritan, la cacería de una bestia salvaje, un toro lanceado, la histeria del colectivo y un especial informativo sobre la vida sexual de cierta marquesa.
Al chico, la queja le fue perdiendo fuerza, la expresión se le tornó hueca, la conciencia, perdiéndose de toda lectura y el libro, desolado, acabó resbalando hasta caer sobre el entarimado.
No hagas ruido – se quejó la hermana mientras agarraba el mando imponer más volumen.
Y así fue como el, tu, todos, quedamos envenenados.
Bucardo


El Error de Frances
Con los años y el desastre, también le vino a Frances el arrepentimiento.
Frances amigo, el monte es para siempre, el monte es para toda la vida. El cemento es cosa de unos cuantos con poco tiempo.
Paseaba cansino y algo cheposo, aunque la edad solo le acorbataba cincuenta y ocho años.
Entre las moles, las agujas que pinchaban malhiriendo el paisaje del valle, se escuchaban pasos, los suyos, resonando en aquel vacío que en tiempos se llenaba quince días por año y ahora solo era gris...gris mudo y cementero.
Giró para coger la senda que bajaba hasta la ribera, donde de chico trataba de coger truchas a manos o alcanzar la carrera de alguno de sus perros.
Ahora la presa retenía la corriente y el zumbido insano de la electricidad se alejaba por gruesos cables hacia el sur, donde le sacarían el provecho que a ellos les birlaron.
Frances amigo, ¿no te duele?, ¿no lo sientes tuyo?, ¿no vas a hacer algo?.
En verano, cuando retumbaba la tormenta, parecía escucharse el grito del río, enrabietado mientras trataba de librarse de aquel bozal con que lo habían amordazado.
Cruzó el puente.
Era ancho y blanquecino, con la lengua alquitranada perfectamente marcada, arañando la tierra hasta llegar al campo de golf que lo justificaba...al otro lado de la vaguada.
Antes que el campo hubo pueblo, con tres familias y una veintena de paisanos.
Pero al puente solo lo trajeron con la excusa de los 18 hoyos...cuando las casas ya había cerrado.
Frances retuvo la mala conciencia y miró al cielo.
Volaba sin pájaros.
Miró al monte.
Se alzaba en silencio.
Y a cada paso, se arrepintió por no haberles hecho caso.
Pero era ya demasiado tarde como para reconocerlo

Por un Pirineo con Osos......

Bucardo

viernes, 24 de octubre de 2008

La Negativa


La Negativa
La gangrena del silencio nos estaba amputando.
Era un virus sordo y mudo que nos cosía la boca y cercenaba el sentimiento.
Por desesperados que estuviéramos, aun dolidos y agonizantes, lo cierto, es que ya no teníamos nada que decirnos.
Salvo el reproche.
La soledad es una mala suegra que se impuso entre nosotros a pesar de la mutua compañía....en el comedor, en la cocina, bajo el teléfono de la ducha, mirando el techo tumbados sobre la cama.
Siempre juntos....siempre solos.
Estaba cansando de sentirme piedra, obstáculo, barrera en su destino.
Y todo por una banalidad surgida en el mejor de los días.
Caminábamos cogidos de la mano, nos comimos bajo la sorprendida mirada de los camareros, regresamos al hogar e hicimos el amor con menos de cuerpo que de cardíaco.
Desnudos y satisfechos ella me miró.
¿Si? - preguntó.
No – di la respuesta.
Y no hubo más.
Así de sencillo.
Pero sin saberlo, ni yo ni ella, plantamos la semilla de una diminuta frustración que con los años, se nos convirtió en cosecha amarga.
Sin darnos cuenta, comenzamos un lento proceso en el que se nos separaron las manos, pusimos los ojos sobre el plato y recurríamos al desfogue tan solo cuando nuestros cuerpos ya desbordaban más allá de lo irrazonable, con los párpados cerrados e imaginándonos en otro lado.
Me hice extraño.
Se hizo extraña.
Nos amargamos.
Cada mañana cogíamos un autobús diferente que por la noche, volvía a dejarnos en la misma parada para el aseo, la comida y el descanso.
- Hasta luego – se despidió ella.
- Hasta luego – me di la vuelta en la cama.
Bucardo

miércoles, 22 de octubre de 2008

El Buen Hijo
¿Lo mataste?.
Si madre.
Bien – asintió orgullosa- Ahora siéntate.
Sucio y exhausto, el hijo se sentó apoyando los codos sobre las rodillas y aliviando su cabeza del peso de la boina.
El entendimiento apenas se le resistió unos segundos a la magia hipnótica del fuego.
La madre cogió un plato de madera, lo rellenó con gruesa cucharada de cocido y se lo puso en el regazo.
Andaba seria y conformada.
No lo miró, no le hizo gesto...tan siquiera le regaló un mimo o alguna insulsa caricia.
Se quedó, eso si, ensimismada mirando aquellas dos manos, animalescas, velludas y ensangrentadas...aquella navaja cerrada y dormitando entre la camisa y el fajo....y aquellos ojos impropios, inconscientes del mal que habían causado.
Ella le dijo !hazlo!.
Y el lo hizo.
Afuera el viento soplaba.
Con el, llegaban claros el sonido de los cascos, golpeando el camino que traía hasta la pardina.
Aun les quedaba trecho.
Eran los somatenes, sus rifles, sus horcas y su ley sin presos.
Madre e hijo no perdieron tiempo en despedidas.
Mientras todavía escuchaba los tragos del vástago dando cuenta del guiso, madre esparció la brasa del hogar sobre el suelo de la casa.
La madera reseca y el viento, hicieron el resto.
Ella se lo quedó mirando y el, por no contrariarla, no salió corriendo.
Cuando la partida paró, frente a ellos, solo había fuego.
Bucardo

domingo, 19 de octubre de 2008

Volver


Volver
- Nunca te dije que pudieras volver.
- Nunca te lo pedí.
Max permanecía humillado ante a Tere, con los ojos postrados sobre aquellas horrendas zapatillas de andar por casa.
Estaban raídas, en tiempo fueron azules y ahora decoloradas por el uso y las lágrimas, parecían echarle tantas cosas a la cara como las que le echaba el rostro fruncido de su ex esposa..
Se las había regalado el, en uno de esos aniversarios desinteresados, esos en los que después de tantos años, se pone tan poca ilusión en el regalo como en celebrarlo.
Max todavía tenía esperanzas de ser readmitido en el seno de todo lo renunciado.
Tere no mantenía la puerta a medio abrir, con una cadenita dorada como frugal pero firme impedimento.
Su brazo frente al dintel hacía las veces de parapeto pero…¿acaso aquellas extremidades no servían también para abrazar o redimir al arrepentido?.
Lentamente encontró valor para izar la mirada.
Su despechada compañera se cubría con una bata fina de satén blanco.
La prenda le caía a plomo, firme, no sin antes dibujarle unas formas que así, de sopetón, después de tantas noches solo, se sorprendió de reencontrar apetecibles.
Un lustro antes le había dejado de hacer el amor no porque sus pechos decayeran, sino porque sintió en ella a un hacer más propio de una máquina que de un cuerpo imaginativo.
Y ahora, parecía añorar aquella manera tan autómata de conseguir arrancarle placer, mostrándole al tiempo, que lo amaba como nunca y que nadie sabría jamás sacarle como ella todo lo que le gusta.
- Tere….- susurró pensando que con ello derrumbaría definitivamente el último ladrillo.
- ¿Quién es? – preguntó una voz masculina desde el fondo.
- Es Max – se giró para contestar.
Cuando su atención retornó al descansillo, este se encontraba vacío.
Extrañamente Teresa lamentó verlo así….tan frío.
Cerró la puerta lentamente, como si todavía se esperanzara por verlo escondido en el rellano, sentado sobre las escaleras.
Pero no lo estaba.
Al poner la cadenita ahogó una lágrima.
Bajo el frío, Max, no era capaz de contenerlas.
Bucardo

miércoles, 15 de octubre de 2008

Juan el Templado


Juan el Templado
- Andamos tiesos Juan.
- Tiesos solo cuando muertos.
Juan andaba de optimista a la viceversa que su cartera de perras gordas.
Al menos eso juraban por la calle de los Geranios.
Si el Juan se queja...entonces será que la cosa es bien seria.
Por eso en la Crucería, andaban algo más tranquilos que en otros barrios.
El cierre de la cementera había dejado a demasiados con los bolsillos vacíos y las alacenas criando telarañas.
Y ya se sabe que cuando el túnel es oscuro y encima le roban las bombillas, la desesperación lleva a dar golpes sin ton ni son, sin mirar quien los está recibiendo, solo por desahogo, solo por aplacar el miedo.
Cuando los primeros campanarios comenzaron a soltar chorretones espesos de humo negro, en la Crucería, el Juan andaba rumiando, pasivamente sentado en un banco frente a la fuente del Santo Cristo.
Por toda la ciudad empezaban a sonar gritos, sirenas y carreras.
A media tarde, los de Asalto soltaron algunos tiros.
Pronto se escucharían lágrimas, lutos y lamentos.
Pero el Juan, impasible, rodeado por su cohorte, parecía soportar sobre sus espaldas el peso de todo aquel nervio contenido que se acumulaba en la calle de los Geranios.
Si hubiera sido por Pepe el ladrillero, de seguras que al mosen lo estarían ahora castrando.
De medrar las malas artes de Manuel el anarquista, andarían apedreando los cristales del Gobierno Civil rezando en su ateísmo, porque la más afilada de ellas se estampara en el engordado cogote de algún cacique.
En caso de que en aquel lugar mandara Lucanor el tarado, las mujeres andarían manifestándose con la bandera roja al frente y los hombres sosteniéndoles las espaldas mientras le arrancaban las muelas al empedrado.
Pero aquello era la Crucería y Juan, el templado, al que nada ni nadie le quita el ánimo, estaba quieto, con el rostro sereno y la expresión sometida.
Y cuando desde afuera comenzaban a llegar oleadas de desesperados, huyendo de los altercados, de la rebeldía y los fuegos, las palmas de Juan comenzaron a sonar al unísono y su voz a elevarse sobre los tiros y las campanadas, sobre los rezos y las locuras de un mundo que se les desbocaba.
- Sol de la Andalucía, riego de los geranios, ilumina la cara de esa mora, que nos tiene a todos enamorados.....
Lentamente, la cara de quienes le rodeaban, la de todos, incluso la del acobardado mosen o el enfurecido anarquista, la de aquella beata que desgastaba el brazo santiguándose o la madre de cinco hijos encrespada porque todos le lloraban por el hambre, parecieron iluminarse a una y acompañarle la saeta con sus palmas y las mecidas de sus caderas.
- Agua del Guadalquivir, calma la sed de la España mía, que no sabe de medias ni ceros sino de sangrarse a si misma....
Bucardo

Las Añoranzas de Rufina


Las Añoranzas de Rufina
Aplastada bajo el sol de agosto, Rufina no hacía otra cosa que añorar aquel calor endeble y acobardado de su infancia montañesa.
!Hijo que bien se estaba en la solana!.
En el “Haren”, el bar de media vida, dejaba que el aire acondicionado la adormeciera mientras hordas de sonrosados turistas entraban con el sofoco en la lengua y cara de súplica.
Water, agua, eau, waser, please, si vouz plait, bitte....!porfavor!.
En el local, Rufina no era dueña...sino vieja.
Vieja como mujer, vieja como clienta.
Por eso los camareros la dejaban tranquila, sentada en su esquina bajo el retrato de un Bienvenida dándole cabriola al toro mientras daba cuenta de un cortado sin azúcar que le duraba hasta que tocaba cena y retirada.
Rufina...¿te acompaño?.
Siempre se ofrecían y siempre se lo negaba.
Le jodía que la vieran ya achacosa y de paso lento pero aunque Rufina sabía que era poca resistencia para cualquier raterillo que pretendiera sisarle el bolso, lo cierto es que el orgullo la cegaba y no consentía acompañamiento.
No voy a malgastar ni un segundo perdido en miedos.
Bajo la nocturna, la piel se refrescaba y con el pase podía ordenar su mayor riqueza, la única que, a menos que no escribiera, tan solo la muerte lograría robarle.
Entonces regresaba bajo las encinas que salpicaban como pecas de viruela la sierra de Andujar y se reencontraba consigo misma, correteando desnuda entre el pueblo y la vaguada para llevarle el almuerzo a su padre cuando aun tenía bríos para sacarle jugo a la tierra del señorito.
Aquí moriré yo hija – le explicaba mientras masticaba el tocino – Mis huesos darán alimento a las encinas. Si eliges a una.....esa misma – señalaba con la navaja - ...será como si al verla, volvieras a verme a mi.
Y así hizo.
Cuando el corazón dijo basta y tuvieron que hacer colecta y pedir un ataúd prestado, Rufina escogió la encina que crecía cerca del camino de la ermita y que por su porte y sombra, le era la más favorita.
Pero de aquella sombra no se callaba el estómago.
Para hacerlo tendría que bajar al llano.
Y el llano era algo que entre las gentes de la sierra, sonaba como la Argentina a un madrileño o México a un valenciano.
Quien baja ya no sube – le advertía el maestro – Y quien sube – añadía, recordando que el no era oriundo del lugar – no hace otra cosa que pensar en bajar.
A la abuela Cándida, la bondad le surgía tan incrustada en su propia alma, como las arrugas a los bordes cansinos de su mirada.
Buena, buena, casi tonta, llegó incluso a hospedar al falangista que se llevó preso a su marido.
Mirará usted por el ¿verdad? - rogó.
Lo poco que yo mande – hizo promesa – se pondrá a faenar en ello.
Al abuelo lo devolvieron, si bien entre el paredón y su salvación, debió dejarse la mitad de loco y la mitad de cuerdo.
En ocasiones le entraba la razón y servía como hombre útil.
Pero las más, tenían que pararlo para que no se tirara por el puente de Santa Ana.
Cuando Rufina preguntó a su abuela sobre si debía marcharse y en caso de afirmación hacia donde debía hacerlo, esta solo supo responder con una copla.
“Entre Andújar y Sevilla, de la sierra al paraíso, queda perdida Écija, en la tierra el peor de los infiernos”.
Si marchas hija – daba consejo – hazlo bien lejos. A Sevilla. No lo hagas a Granada, que se te quedaran las rodillas frías ni a Málaga. Allí solo hay moros y mucho ratero. A Sevilla hija, donde hay catedral y tren. Seguro que allí te puedes casar con un hombre que gane jornal fijo en las fábricas.
Y le hizo honor al consejo.
Cuando el autobús hizo reposo en Écija, el marzo, que en el monte era ventoso, allí resultaba bochorno inhumano que vaciaba las despensas de gaseosa y mareaba el aire a fuerza de abanicos.
Rufina mastico sus dudas y tiro adelante.
A pesar del miedo y de aquella ciudad enorme que le privaba de la visión del campo.
Mujer – la calmaba su marido en una de estas, una de tantas, en la que pudo pillarla con lágrimas silenciosas sobra la cara - ¿Donde vas a estar mejor que aquí?. Si en el monte solo hay bichos y mala yerba.
El no comprendía.
Mucho antes de que se amaran ella amó a otro.
Y ese amor no llevaba el cuerpo forrado con carne y hueso.
Su amor era hacia aquella tierra inmensa y alzada sobre las marismas, de donde brotaban todas las aguas y todavía resonaban entre sus huecos, los aullidos de un lobo o las huellas del lince.
Su amor era aquella Andujar que, de no ser obligado el comer de diario, ella jamás hubiera abandonado, condenándose feliz a aquella extraña castidad de casada.
Rufina vieja gustaba del Guadalquivir y su paseo.
Aunque el río bajara lechoso y canela, todavía era capaz de proteger algo de vida.
Algo de vida y un recado.
- Cándida hija....muérete ya....aquí arriba te estamos esperando.
Bucardo

domingo, 12 de octubre de 2008

A Oscuras


A Oscuras
Sentado sobre el borde…siempre sobre el borde, contemplas el suelo.
Aun queda demasiada noche, demasiada ausencia y un impropio silencio.
Solo miras el suelo.
A esas horas, tan solo es un inmenso vacío….y encima negro.
La nuca bajo el chorro.
El mando gira al rojo pero el agua brota fría.
Helador.
Hielo sobre la cara, sobre la nuca, más hielo, como cuchillas sobre tu cabello.
Y no despiertas.
Porque siempre estás dormido.
El baño a oscuras.
Ni siquiera te diste cuenta de si pulsabas o no el interruptor cuando entrabas.
Ahora lo haces.
Pero la oscuridad manda.
Insistes.
Pero nada ocurre.
Extrañado, sales al pasillo y apenas andas dos pasos, la luz, extrañamente, retorna al baño.
Te acercas.
A medida que lo haces, la iluminación se debilita hasta que todo vuelve otra vez a quedarse en penumbra.
Te alejas y la luz recobra fuerzas.
Empiezas a asustarte.
Miras al espejo.
Estas al fondo, estas de frente, pero nada se refleja.
Lo hace el marco de la ventana, el pomo de la puerta, la grifería, el embaldosado azul y blanco e incluso la pared rosácea tras tu espalda.
Pero tu eres transparente, estás vacío y te sientes roto.
Estés donde estés, continuarás a oscuras.

Bucardo

viernes, 10 de octubre de 2008

La Radio


La radio
Un día, la radio dejó de sonar.
No era cuestión de tecnología.
Sencillamente una mañana, fiel a sus costumbres, padre la encendió para que lo entretuviera el desayuno y esta, sencillamente, le respondió con una callada.
Padre se enfurruñó lo suyo.
No le gustaba que lo contradijeran.
- !Que ostias le pasará!. !Si es casi nueva!.
Invirtió la noche en destriparla, en revisarle las soldaduras, el cableado, los chips, el diminuto altavoz o inclusa la correcta longitud de la antena receptora.
Pero de nada sirvió.
Al día siguiente, ya sin paciencia, padre la llevó al especialista.
Este, que del asunto sabía un rato largo, cobró ocho horas por una faena inútil.
- Mira que llevo tiempo en esto y que dispongo de medios - explicaba mientras sobre la mesa se extendían cuidadosamente ordenados, todos los mecanismos que daba forma a sus entrañas - Y no le encuentro remedio.
Finalmente, padre la dejó por imposible, abandonándola en un rincón del trastero.
"Por fin - pensó - Ya era hora de que me dejaran sola".

Bucardo

jueves, 9 de octubre de 2008

El Hombre Poderoso


El Hombre Poderoso
Soy un hombre poderoso.
No tengo armas, ni tierras, ni mansiones, ni cartera.
Mi cuenta pasa de negro a rojo, carezco de musculación y el intelecto me va de más a menos.
No soy alto, ni grato, ni tan siquiera bello.
No visto con tela cara, no colecciono divorcios o amantes, los amigos me escasean y mi rostro no promociona el aroma de moda.
Pero soy un hombre poderoso.
Tengo boli, papel y una idea.
Alguien debería saberlo.

Bucardo

miércoles, 1 de octubre de 2008

Cuando le llegaron los cuarenta


Cuando le llegaron los cuarenta
Cuando Patricia pasó de los cuarenta se preguntó por que seguía junto a Jorge.
En sus ocho años de relación, habían superado numerosos altibajos, si bien sobreponiéndose, continuaban siendo, cara a la galería, una pareja de buenos entendidos.
Sin embargo, en cuanto comienzan a sobrepasarte las edades, resulta inevitable el que, enquistadas en la rutina, vayan surgiendo eternas dudas.
Así, entre el “sobao” del desayuno y la musiquilla del Windows, se preguntaba si había acertado a la hora de elegir aquella forma de ganarse la vida.
Ella siempre se consideró algo más creativa y alejada de aquellas cuatro paredes de prefabricado gris donde durante ocho horas al día, trataba de presupuestar reformas de baño.
En los vestuarios del gimnasio, ocultaba sus curvas crecidas bajo capas de ropa sobredimensionada, mientras lamentaba tener cada vez menos tiempo o cada vez más vagancia para contraatacar a aquella flacidez velocista.
Mientras comía, de precongelado y sola, suspiraba por aquel cursillo de cocina oriental que dejó escapar por culpa de la inapetencia de su pareja ante al shushi o el basmathi con curry
Nunca le fue fiel a Jorge.
Y nunca sintió culpabilidad por ello.
Su sexo le pertenecía a ella en exclusiva y no se sentía atada a la castidad monógama por el sencillo hecho de haberse tropezado con la piedra del enamoramiento.
Pero la soledad le aterrorizaba, mucho más ahora, que entraba en el quinquenio de los “sin remedio”….de los cuarenta a cuarenta y cinco, cuando descubres que el margen se acorta y ya no se tiene espacio para maniobrar y rectificar errores.
- Te veo triste.
Noelia siempre veía en triste.
Noelia era pesimista por ADN.
Pero también sabía como prolongar los cortados, como dar consejos insulsos o como escuchar cuando sentía que alguien, necesitaba más de sus oídos que de su lengua.
- ¿Es Jorge?.
- Es todo – contestó descubriendo que el café se le había quedado frío.
- Entonces amiga mía…es que ha llegado a los cuarenta.
- ¿Y que hay luego?. Tu con cuarenta y tres sabrás alguna cosa de ello.
- ¿Luego?. Luego solo viene el tiempo; el que se agotó y el que aun te queda.
No fue buen condimento aquel consejo.
Cuando llegó a casa, hubo un momento, tres o cuatro segundos, en los que tuvo que templar nervios cuando vio a Jorge adormilado sobre el sofá, saludándole con un gruñido mientras mostraba la dejadez vistiendo unos calcetines sudados.
Durante la cena, pasta recalentada pues no tuvo ganas de marear fogones, no se le escapó una sola palabra.
Esa noche tocaba partido y el, después de rumiar con aire animalesco, se levantó sin dar un gracias y marchó a postrarse frente al altar televisivo.
Ella tomó lágrimas de postre, fregó la vajilla, libró de rimel su cara y, rodeada por el griterío de un gol y de aquella inmensa e intraspasable soledad, se metió en la cama, aun en insomnio, contemplando el reflejo de su rostro en el espejo del armario.
Jorge se acostó apenas pasó de la medianoche.
Tumbando junto a ella, antes de dormirse, la rodeo con su aroma, besó tiernamente su nuca y se sumió en el sueño.
Y entonces, impensablemente, sintió como la ira se le diluía, como un sopor dulce la dominaba y como, lentamente, se quedaba profundamente dormida.
Un segundo antes de hacerlo, agradeció descubrir la respuesta a por que continuaba junto a un hombre, al que casi ya no amaba.
Bucardo