domingo, 27 de enero de 2008

La Cabina


La Cabina
Te metiste dentro de la cabina, dejando que la puerta quedara sellada, desde dentro, con la memoria en un solo número, cara fura, agria, desapacible y ninguna gana de escuchar a nadie.
No hacía falta.
Allí tan solo tus palabras reinaban.
Te metiste dentro de la cabina y poco a poco, a medida que acomodabas el nuevo universo, los cristales de cada costado, contando eran cuatro, reflejaban tu exclusiva imagen mientras que desde fuera, apenas te llegaba la visión de un todo negro.
Fue así como lo fabricaste: el mundo a la medida propia, al gusto, deseo o capricho, sin fisuras ni ranuras, sin dudas sobre aquella pulcra, metódica, exclusiva y soberanamente egoísta manera, de imponer como deberían ser las cosas.
Tus cosas.
Y la puerta se quedó abierta….para nadie.
Por temor a que alguien encendiera la luz, por pavor a que fastidiaran tu sublime creación, el tiempo logró que nos olvidaras…a todos…salvo a ti misma.
Dejaste de marcar aquel único número.
Pensaste en lo perfecto y creíste, nadie estaba para contrariarte, que solo tu eras la medida de lo insuperable.
Pero afuera quedaba yo, sentado, con la espalda ilusamente pegada a uno de esos negros costados y el teléfono agazapado al oído…esperando….esperando.
En balde.
Sería por ese algo, sería porque aun latía, sería por creer en el cambio…sería porque tal vez aun te quería.
Las cosas no germinan de la noche a la mañana.
Lo hacen trepando pacientemente.
Hasta que llega el momento…hastiado de esperar bajo la ventiscas, de aguantar a la intemperie, la ausencia, las tristezas, los desprecios, desahogos, prepotencias y desaires….ese algo quedó difuminado, nada latía, el cambio fue espera estéril….pero aun te quería.
Si no, jamás me hubiera dolido levantarme.
Miré hacia atrás tantas veces como tuve que aceptarlo.
Cabizbajo, asqueado, desesperanzado, marche acera abajo…alejándome.
Te quedaste en la cabina....tu cabina, feliz y reinante sobre todo lo creado, sin saber, ciega y sorda no se puede, que por primera vez en tu vida…quedaste sin disgustos, completamente sola.
Bucardo


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sábado, 26 de enero de 2008

Solo con el pensamiento


Solo con el Pensamiento
El mundo giraba a una velocidad infernal, incalculable, doblándose en escorzo sobre su propio eje, de este a oeste, entre la primavera y el invierno, enero, febrero, mayo, alternando amanecidas de escándalo, inquietantes atardeceres, crecidas saqueadoras, sequías, agonías, cumbres, glaciares despanzurrándose, mareas, ventiscas agresivas, nacimientos portentosos, espirales huracanadas, olas de arena, seres sobrenaturales, criaturas abisales, mares negros y amenazantes, civilizaciones que no desean ser encontradas, mamíferos con microbios letales, miedos, tierra en lava, tiburones blancos y ballenas azules, el cometa que acabará con todos, los estratocúmulos, fortalezas medievales, una luz y su reflejo, temblores, alguien enamorado, canto en celo, las cenizas, los cerezos, un norte en flor y un sur helado, el ecuador ensangrentado de rodilla para abajo, la tormenta sobre la costa o la costa atormentada, el requiebro de un delfín, una osa amamantando, un pastizal, una telaraña, una fotografía digna, el despertar, el agotamiento, esta somnoliento, un gigantesco maremoto, todo lo ignoto, un grito sin oído, la muerte, la siega, un molino y su harina, el pan recién horneado, Ian me llama “tito”, un orgasmo pletórico, la piedra, el muro asediado por la hiedra, el sonido roto, el abismo blanco, lágrimas de foca, la mentira, esos ojos azules, el deseo más impuro, lo inalcanzable, una calva brillante, la caricia, la hierba mojada, estamos descalzos, el objetivo, la leche caliente, el frío, una vidriera gótica, el morado, la mermelada, una tostada, el agua fresca y una cascada, una pluma, tinta en letra o letra entintada, un verso sin sentido, una nota, el borde del precipicio, tres polvos en una noche, el salto de una jorobada, jadeos, la sierra bucal de un cocodrilo, un lince al acecho, el retorcido tronco de un pino negro, un buen amigo, el padre, el día en que nos besamos, tres palabras para ser recordadas, el buen chiste, un libro, dos libros, una estantería repleta de los mejores y peores libros, el cine, una sirena, un violento momento, la ráfaga de tus pensamientos….
- ¿Y por que no puedo llegar con el coche hasta donde me de la gana? – preguntó la mujer, aire duro, alzado, abrigo de piel sintética y cara camuflada, con evidente ofensa, rencorosa y dolida por no darle consentimiento al capricho.
“Veo que no me ha escuchado”.
Pero solo pudo decirlo…con el pensamiento.
Bucardo

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El Último "Poliu"


El Último "Poliu"

- ¿Ha llegado ya?.

Los ojos hundidos de Lazaré no se separaban de la tenue luz que el atardecer, conseguía colar a través de las cortinas corridas que lo aislaban en su alcoba.
Amparado entre sus hijos y nietos, por la expresión curiosa de sus dos biznietos, ninguno de ellos parecía comprender como a un hombre que había esperado ciento quince años para morir, no se le ocurría otra frase más solemne o ingeniosa ahora, que parecía terminársele el sebo.
Pero Lazaré no estaba en casa.
Ni sobre su cama ni ante sus hijos, ni tan siquiera frente al retrato en blanco y negro de la esposa que llevaba más de treinta y ocho años dejándole viudo.
El estaba parapetado bajo la metálica carcasa en “art-noveau” con nombre de reliquia napoleónica, donde una multitud de uniformes azulados, pugnaban por hacerse un hueco entre los atiborrados trenes que partían rumbo a los nuevos frentes.
Gritos, himnos, orquestas a ritmo patriótico, sonrisas, quepis, botas con la cinta hasta la rodilla, poca marcialidad, entusiasmo, cantimploras destellantes, fusiles Berthier, mochilas de curo negro, banderas tricolores y rostros dominados por el espíritu de la vorágine, felices, sobrados de alarde, incapaces de mostrar ese miedo que sabían dentro, solo que escondido.
Y sobre ellos la humareda inanimada, sincrónica, metálicamente eficaz del sistema ferroviario, rumbo a la batalla, a la guerra, a la matanza.
- ¿Ha llegado ya?.
Lazaré soldado se apretujaba en aquella cabina carente de ergonomía, con los bancos en madera repletos de carne fresca.
Y asomaba la cabeza por la ventana, para que el aire fresco le hiciera efecto, para recibir los saludos de los sin arma desde los campos en movimientos, jaleando con una tricolor, con la gorra o unas simples manos con sus palmas.
Pero el tren no llegaba.
Nunca paraba, nunca repostaba, nunca descansaba.
Era una serpiente repleta de huevos, rostros y nombres bajo el uniforme…Jerome muerto en el Marne….Claude caído en Ypres….Pierre por el tifus…Gustave desaparecido en Verdún….Clement muerto gloriosamente por la patria sin que esta sepa exactamente donde…Regnon dejando una viuda….Antonine por el fuego amigo…Louis fusilado por no soportarlo más….Gabriel quien se suicidó en 1923 acosado por las pesadillas….Rene caído en lucha contra la pulmonía….Dominique, muerto hastiado….
Fue allí, en el vagón, donde a Lazaré le llegó el entendimiento
Aquel no tenía prisa por llegar, sencillamente, porque no tenía hora para el retorno.
El regreso lo haría con las plazas sobradas y los asientos vacíos, descontando nombres, apagando sonrisas, lento hasta parar de nuevo en Austerliz y recoger una nueva partida de carnaza con la que saciar el hambre de la trituradora.
Y Lazaré, el último de los “polius”, dejó abiertos, abiertos muy abiertos los ojos.
Asomándose bajo la luz del cuarto, aguantó la respiración para descubrir a los mismos amigos, inmutables a los años, jóvenes, vigorosos, con una sonrisa tan abierta como felices fueron antes de que el monstruo los devorara…los que murieron, los que se olvidaron, los tragados por el barro, los que hasta su nombre fue borrado….alzados, esperándole sobre el tren, con los uniformes azules bajo el quepis e idéntica ansia por comerse el mundo que se les presentaba aquel agosto de 1914.
- ¿Ha llegado ya? – preguntó uno de los chicos.
- Espera, ahora mismo lo hace – respondió otro que estiraba la mano para arrancarlo de donde estuviera y traerlo con ellos.

Bucardo



viernes, 11 de enero de 2008

Muerte de una Dama



Muerte de una Dama
La Dama se arrinconó sobre la tarima del despacho, con las rodillas encogidas y el rostro encajado entre ellas, tratando avergonzada de ocultar lo que su desgarrado vestido ya no cubría.
La Dama, vejada, escondía bajo los jirones, el moratón inmenso de su humillación, los dolores de tanto golpe, una mirada espantada y el alma profundamente malherida.
Hasta el aire le dolía cuando le entraba.
Pero no se quejaba.
Le podía mucho más el miedo a que la escucharan.
Al otro lado, tras la puerta, entreveía sus sombras pululando nerviosas bajo la rendija iluminada.
Lentamente, se iba colando el olor del habano, esencia que cubre la prepotente victoria.
Y la Dama permaneció allí tan silenciosa y acurrucada que con los años le pusieron delante un armario librero, sin darse cuenta que la dejaban tras el, casi emparedada.
Y ya sin luz, tan solo sus oídos la mantenían conectada con el mundo exterior que todavía latía, aunque ya no la escuchaban.
Allí le llegaron las palabras fuleras, las disputas de tribuna, las falsas promesas, el grito de la sinrazón y el imperio creciente de una mentira contra la que ella misma….tiempo atrás…se despellejara.
En ocasiones, cada vez menos, sentía la tentación de alzar su propia voz.
Luego recordaba el dolor de la postrera vez que lo intentara.
Y callaba.
La Verdad, hecha Dama, permanecía así, acojonada, esperando que la muerte le viniera por olvido, por el hambre que la mata.



Bucardo
Críticas, durezas y halagos a...



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Ya lo Se



Ya lo Se

Ya lo se, no me mires.
Es lo que tiene quererse aun en la súplica muda por algo más.
Las miradas no mienten y la ausencia de palabras, no hace más que desviar tu confesión hacia las retinas.
Si mi boca hablara, tal vez tú serías la sorprendida.
¡Hace tanto que lo se!.
Cosas como esta, no se averiguan a la bárbara sino despacio, deslizándose como culebra tras una presa….poco a poco….de la curiosidad al interrogante…..del interrogante a la sospecha….luego surge una primera idea…..y cuando esta se confirma, brota la rabia mezclada con culpabilidad, unas migas de tonto y la aceptación de que aun gritando, todo es ya inevitable.
Eres humana.
Tanto como yo lo he sido.
Por eso te ruego que no me mires porque ya lo se.
Se de tu amor aun a pesar del otro.
Dejemos que siga sin nombre.
Entre nosotros….al menos citando el tuyo…se que me quieres.



Bucardo
Críticas, durezas y halagos....



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jueves, 10 de enero de 2008

La Mala Estrella



La Mala Estrella

A Lucas le dolía el pecho.
Jamás había padecido a causa de su salud pero tras casi dos mil días bajo el cielo, apechugando cayera lo que cayera, comenzaba a sentir que cinco años son demasiado tiempo sobre todo, cuando se había envejecido en ellos mucho más que los cuarenta y siete que los precedieran.
Llevaba tanto insertado a la fuerza dentro de aquella jungla que su aspecto, su comportamiento y sobre todo su pestilente olor, lo delataban como una de sus criaturas, tan diurno, tan nocturno, como el ciclo de la ciudad y los ciudadanos que bajo ella gozaban del privilegio de tener un techo.
Pues Lucas no había sido así siempre y hubo un momento durante su existencia en el que incluso….llego a tener vida.
- Puta suerte – se quejaba delante de la “guardiesa”
La “guardiesa” una municipal adscrita a la nocturna por las calles que conducían al jardín donde Lucas tenía banco y pertenencias, se llamaba Rosa.
Era una fémina cuestionable, marimacho de espaldas hercúleas y ojos hundidos en la calavera, frontón vascuence y manos de labriego castellano.
Aun a pesar de lo físico, tan desagraciado, a la pobreza del barrio le caía bien por su costumbre de olvidarse las lentillas cuando los veía dormitando por algún rincón y su empecinamiento en mantener a las pandillas de juvenales, alejadas del parque.
- Deberías buscar a tu familia Lucas – decía dejando escapar por las comisuras del uniforme invernal el vaho de su consejo - Este lugar cada vez está peor y tu no podrás afrontarlo. ¿Te queda algo?.
Y ante la pregunta, Lucas se miraba las manos y en ellas, ese pulgar ancho de uña amoratada, recortada como las mismas manos, el mismo pulgar y la misma uña que le asiera a padre durante su infancia.
- Tan solo me dejaron las manos – bromeaba.
Durante un patrullaje compartido, Rosa anduvo generosa y le dio algo de café, pese a que estaba de ron achispado y no le hacía gracia acercarle una cerilla al combustible.
A cambio, Lucas le dejó algo entreabierto el rincón del recuerdo, lo justo para dejarse atisbar sin que se le viera del todo.
La desconfianza como la suciedad, es algo muy propio de los hijos de la calle.
- ¿Y como terminaste aquí teniendo todo lo que tenías?.
- La mala sombra, la mala suerte y sobre todo las malas migas.
- Comprendo.
- Cuando la cuenta bancaria revienta, reviven primos hasta salidos del cementerio….eso si, cuando empecé a ser yo quien necesitó una ayuda……
Se quedó con la soledad y el sabor agrio.
No hacía falta finiquitar la frase.
Ahora Lucas disfruta callejeando, de mañanas, mientras Rosa seguramente ronca a mandíbula desencajada, el cansancio de la nocturna.
A punto de acabar maitines, gusta de visitar a los churreros que hay tras la iglesia de San Ginés.
Allí, si no venden, antes de mal meterlos, se los regalan con algo de chocolate caliente que suele compartir con el dueño, un hombre tan correoso y resbaladizo como el aceite que lo perfuma.
- Te tengo más confianza que a la parienta Lucas.
- No será para tanto.
- ¡Bufffff!....se nota que no te has casado.
Al churrero no le tiene confianza.
Es un ser verdulero, aficionado a salpicar la docena con azúcar y demasiadas confidencias.
Es verdad.
Nunca estuvo casado.
Al menos con anillo de por medio.
Cuando ella supo lo de su ruina, al regresar del despacho, se encontró la parte de su armario vacía…sin ninguna nota de despedida.
- Es que no eres suficiente hombre para ella.
Eso lo dijo un su suegro, si, ese suegro que seis meses antes, de Navidades, presumía con brindis alto, de tener el mejor yerno o su mejor banco como compañero de su hija.
Su hija que medía amor, gusto y orgasmos según la generosidad que los fueran premiando.
Desde San Ginés descendía hasta el río.
El río siempre emponzoñado, con la mierda supurando plásticos por los costados.
Pero agua al fin y al cabo.
Cuando llegaron las sequías, los ediles cortaron el grifo a las fuentes y se olvidaron de los que dependían de ellas para refrescar el gaznate o sacarle la mugre a las apuradas manos.
No lo hicieron con el césped, claro.
Ese si está verde, tiene a la masa contenta y con ello a sus votos.
Ahora gracias al señor alcalde, los pobres, por eso de ser cuatro, se despiojan los unos a los otros y se habían olvidado de cómo es el verdadero color de la carne bajo el harapo.
Tras acicalarse, gusta de sentarse en la ribera…esperando.
A veces se lleva uno sorpresas, como el día en que, entre los cañaverales, le salió el cadáver de un hombre.
- ¡Ayuda! – gritó - ¡Ayuda por favor!.
Cuando lo sacaron, resulto ser un “bussinesman” apurado, que esa misma mañana se descubrió arruinado y buscó como solución, el tirarse al río con la corbata puesta y los gemelos de oro en sus correspondientes ojales.
Era un muerto impecable, elegante que aun vistiendo tres mil euros de mortaja, no pudo evitar el que la cara se le quedara mustia, como arrepentida en el ahogo por que la mataran antes de hora.
- Debí hacer lo mismo – le contaba al “Mahoma”- En su momento.
El “Mahoma” llevaba poco en España.
Puede que en su tierra fuera pobre pero seguro que con el parentesco al lado, nunca le hubiera faltado casa donde hospedarse.
Pero en esta ciudad, su única sangre era la que conservaba en las venas y su único techo…el aire. El “Mahoma” no comprendía gota de español.
Por eso no le desanimaba.
Cuando Lucas le hablaba, el asentía como un idiota, pero un idiota que sonriente….las únicas sonrisas que se le iban desgranando a lo largo del día.
- Estoy cansado.
Cuando llegaba la tarde y con ella el concierto de su estómago, se encaminaba hacia la “Atlética”, donde se adormecía sobre el césped que cumplía como graderío mientras escuchaba a los entrenadores echando gritos a sus pupilos por eso de que no les cumplían.
Allí los incordios eran pocos y si se topaba con cualquier problema…sobraba los ojos.
Nadie defendía a un desarrapado pero si alguien quisiera clavarle la navaja, no es lo mismo estar solo que tener unos cuantos testigos para el juicio.
- Tengo una aquí – le señalaba a la “Ávara” debajo del glúteo – recuerdo de un cabeza rapada.
- A mi me rompieron dos muelas y la ceja – presumía.
La “Ávara” no podía serlo.
No, porque su única pertenencia era la nada.
Aunque a nadie había dicho su nombre, un día Lucas escuchó que la trataban como María y que al oírlo, esta se volvió al hombre que así la llamaba para amenazarle.
- Vuelvo al barrio y te rebano – susurraba como un capo napolitano– Mira que en la calle se aprenden muchas cosas raras.
Por curiosidad, un día de casuales que volvieron a cruzarse, Lucas le preguntó al amenazado porque la “Ávara” se había puesto de semejantes maneras.
- María era novia mía…aunque solo para lo que usted ya sabe. Era ejecutiva con mucho sueldo y mucho nervio. Pero en un mal día ese mismo nervio le falló y acabó despedida y deprimida. Era una pena mirarla mientras caminaba del brazo de su madre que la cuidaba como si fuera una niña chica. Luego la madre murió y ya se sabe como es la vida…
Puta, muy puta si, aunque bastante menos que aquellas que se vendían en la plaza de Las Bernardas.
Enfrente, a las cinco y media puntuales, las monjas hacían la divina serenata al tiempo que sus antagónicas, afilaban la garra, apuraban hacia arriba la pechera y se abrían de piernas ante la lujuria de su católica clientela.
- Hasta los he visto que se metían a misa después de hacerles la mamada – contaba alguna.
En la plazoleta era posible encontrar a Pedro, quien en realidad se hacía llamar Lucrecia.
Era ella una puta con pene, con culo firme de macho y lengua femeninamente viperina.
- Te aseguro que cuando los tíos andan de celo, lo mismo les da culo que nabo.
- A veces creo que me exageras Lucrecia.
- Te lo juro Lucas – aseguraba con alguno de sus amanerados gestos – Si hasta una vez uno que no se dio cuenta, en mitad de la faena vio que la tenía más grande que el y le dio igual…pidió que le siguiera.
Las Bernardas tenían fama entre el mundillo por la variedad de chicas o chicos que como Pedro, hacían allí el cortejo de la calle.
Todo frente al convento sonaba a puterío barato, chabacano y cruel, lo cual no alejaba alguno de esos Jaguares tintados que, como alcalde en elecciones visitando suburbios, abría lo justo la ventanilla trasera para elegir una, pagarle cien en lugar de cincuenta y llevársela al chalet para montarla a conveniencia.
Lucrecia era de las baratas la más de todas.
- Y aun con todo me saco en una noche más de lo que mi hermana en un mes reponiendo para el Carrefú.
No le faltaba razón, aunque olvidaba que esa hermana lo visitaba cada día para traerle algo de comida y se despedía con el lagrimón por cara, sabiendo que cada minuto era un descuento sin retorno y que la cara de Lucrecia ofrecía un nuevo lunar, su piel una nueva cicatriz y su cuerpo señales cada vez más evidentes del mal que la estaba matando.
- Tengo unos ahorrillos – confesaba – Poca cosa...cuatro o cinco mil euros. Se los guardo a ella. Cuando palme quiero que se vaya a ver París con ese tiarrón que tiene por novio y que se lleve una foto mía para que la ponga mirando a la "Ifel" esa. Así la veremos los tres juntos que era lo que ella más ilusión le hacía.
Lucas no sentía pena.
Pedro era una más de todas las que le sobraban a aquella ciudad de suelas desgastadas.
Hoy no le apetecía dormir en el jardín.
Rosa libraba y nadie podía garantizarle que la mala suerte no lo visitara en forma de criajos con ganas de hacerle pagar todas sus insatisfacciones.
En esas, siempre le quedaban las ruinas de San Lázaro.
Cuando quisieron hacerle un parking a la ribera a poco de excavar, les salió monasterio.
Aunque terminaron restaurándolas, ahora nadie las visita y Lucas presume de ser quien más puede contar sobre el monumento.
Son muchas horas vacías y demasiado tiempo para leer y releer los carteles que lo explican.
Su sitio favorito, junto al claustro, levanta dos metros de muro que lo cobijan del frío norteño, ese jodido viento que si te pilla mal orientado, termina por dejarte los huesos podridos.
Agazapándose, va contando las luces de la ciudad.
Cada minuto que pasa, le salen menos.
El sabe que por delante también va contado de menos los días que le quedan de calle y frío seco.
Cuando se olvida siente un pinchazo dolido en el pecho que se recuerda de nuevo.
- Queda poco – se anima.
Poco para liberarse.
Bucardo

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sábado, 5 de enero de 2008

Desde la Cima



Desde la Cima

- Desde la cima, siempre lo verás todo.
Los recuerdos son virus caprichosos y malencarados.
Rencorosos como dolor de hembra, asaltan con mayor saña cuanto más se ha intentado postergarlos en el olvido.
Ian se estremecía.
No era cosa del viento que le cortaba los labios como un cuter lo hace con el papel biblia, sino porque allá arriba, donde el agua se hace hielo y el hielo cielo, le acometía con tal viveza la voz de su padre, que aun en frío, sentía la fuerza de su abrazo.
- Aunque cierres los ojos hijo….allí arriba, todo se ve más claro.
Y a fe que se veía.
Padre siempre había gozado del buen sentido que tienen aquellos capaces de anticipar el paso.
Por eso, desde chiquito, lo fue acostumbrando a eso que llamaban Pirineo y que resulta ser primo hermano del veneno, metiéndose poco a poco, expandiendo la ponzoña de vena en vena, por los capilares, hasta llegar al corazón y dominarlo.
- Disfruta Ian – aconsejaba mientras con el grueso dedo, con el tino de la costumbre y la certeza de la buena memoria, le iba señalando el nombre de cada pico y tras cada nombre su leyenda – Todo tiene un fin y este nos queda bien cerca.
Tuvo razón el viejo aunque su propio final le llegara antes de que al Pirineo se le echara el suyo encima.
El final no lo sentía cualquiera.
Para hacerlo, se debía tener un alma envenenada y la conciencia de quien se sabe dueño de su nombre pero esclavo del Pirineo.
Sacó un pie al exterior, fuera del habitáculo artificiosamente cálido de la furgoneta.
Aquel reencuentro con el aire fresco, con la sensación húmeda del hayedo, el alma retorcida del pino negro, los murallones anaranjados del Mondarruego, el inagotable quejido del Ara, cabriolas, su mala virgen, sus cascadas…aquel momento era el resumen, el objetivo, la culminación, el mayor deseo.
La primera vez, esas que se recuerdan, Ian lo disfrutó con el inapreciado tesoro de la soledad.
Con su respiración acobardada, rebotada entre peñascos como si en lugar de inspirar, estuviera gritando y el sonido partido de un cuervo volando tan encima como para contarle las canas al plumaje.
- Te invita – le dijo padre señalando al desconfiado córvido.
La última se hizo anhelando la sordera frente al petardeo, los motores acelerados, el aluminio de diseño, el olor a tortilla, los quejidos de una abuela, los estúpidos, la urbanidad, la comodidad adaptando natura, el asfalto hecho salvaje y esos mismos murallones que ahora le parecían menos Mondarruego…más acojonados.
- Allí abajo, donde se abre en abanico, justo detrás – padre contaba como si en verdad el mismo se lo creyera – vive un hada anciana pero inmortal que le da color al agua usando la luz. Y lo hace a capricho, a voluntad, por la noche, para que nadie la descubra.
Ian, crío, ágil aunque gordezuelo, no sabía si mirar con sus ojos esponja que todo lo abarcan y absorben, si a la boca que cuenta la historia o a la cascada de donde todo surge.
Ahora, al pasar de nuevo frente al agua, descubre que para ella ya no existen las noches. Dos enormes focos la “hacen bonita” como si por si sola no lo fuera, tan solo para que quienes desean ser ciegos, la vieran o quienes decían no serlo, pudieran justificar su belleza, afeando a quien en verdad la poseía.
Del hada vieja no quedaba más que el agujero.
Allí debe estar ella, en el fondo, aterrorizada.
- Desde la cima, siempre lo verás todo.
Para hacerlo tuvo que guardar turno de carnicería, tras guías de chancleta y amantes de la aventura con seguro de uña desgastada, esperando a la foto de familia, a la cara de idiotas, a que los zapatos de tacón relucieran y le posaran por el lado bueno del maquillaje….todo para comprar sus propios segundos sobre la cima.
Y lo vio claro.
El Pirineo no mutaba, agonizaba corroído por el cáncer importado que ascendía del llano, río arriba, mutando el valle en pantano y los pueblos en dormidas ciudades llenas de comida y mierda, carentes del rito y la costumbre, del cuento y la magia del pasado, de las piedras centenarias y los nombres esculpidos de quienes quisieron ser recordados…..todo liso, todo vulgar, todo igual para que los urbanos no añoraran el calefactor….a cinco horas de todoterreno sin dejar de pisar asfalto.
El Pirineo, como un yogurt, había caducado.
E Ian, aun cincelado en espantos, tragó la saliva valiente de quien toma conciencia y lee las verdades que otros tratan de ocultar, mirando a otro lado.
“Ahora si que te han matado”.
Su lágrima era negra…negra por su padre.
- Perdone – le interrumpió una señora con el reloj en el cerebro en lugar de la muñeca – Es que tenemos prisa.

Bucardo

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