miércoles, 30 de abril de 2008

No nos quiere


No nos quiere

No, no nos quiere.
Para el, tan solo somos el germen de sus peores males.
Incluso a quienes lo sienten y acogen, el les niega sentimiento y acogida de iguales.
Por eso, como si fuera caballo indomable, toro bravo dispuesto a morir empitonando, brinca con todas sus tripas, brinca sobre si mismo, incapaz de tolerar, ni un solo segundo, el que le andemos pisando los huertos como los estamos pisando.
No.
El Pirineo no quiere ni vernos.
Al atisbo de la muga, observo la inmensidad de sus lomos, la grandiosidad de aquellas alturas desde las que se extienden, como raíces de haya, sus gargantas y barranqueras, sus abismos, tajos y valles.
Allí siento su aliento de viento, siempre frío, que golpea mi rostro con cristales de hielo gélido.
Son agujas.
Agujas de grito.
Grito de un Pirineo harto y desgajado que ya no soporta más el tumor infecto que se le está ensañando.
“O yo o ellos”.
Eso piensa.
Si, eso piensa cada vez que los ojos podridos de quienes nos decimos civilizados, lo esperan ver cableado, talado, sumiso, mutilado, especulado, forzado, asfixiado bajo el asfalto….siendo de todo menos Pirineo.
Se sabe débil, se sabe frágil y derrotado…pero también se sabe resuelto.
Es el orgullo de quien se siente casi muerto pero para nada dispuesto a que encima le tratemos de cobarde.
Es allí, sobre la muga, donde consigo creerlo aun vivo.
Es allí donde desespero.
Desesperación del amante que no ceja en amar…aun sabiendo que nunca será amado.
Bucardo

Registro Propiedad Intelectu@l

martes, 29 de abril de 2008

Entre Encinas y Hayas....

Media Alma de Dehesa…..


Encinas de tierra extrema
Soberanas de la dehesa
Mana leche de tus bellotas
Regando la yerma extremeña

Encinas de tierra extrema
Perdisteis tan solo una
Caída allí donde al monte
El sol no hace sombra alguna

Encinas de tierra extrema
Llorando por la amargura
Al descubrirse perdidas
De su hija más pura

Hayedos de barranquera
Señores del altozano
Regados por la sombra
Que las forja con cincel helado

Hayedos de barranquera
Sorprendidos por la mañana
En que os echó raíz en el nido
Una que os fue siempre extranjera

Bellota entre las hayas
Semilla de su propio calor
Ese que sobra en dehesas
Y regala donde no reina el sol

Hayedos de barranquera
Gigantes de orgullo herido
El día que les surgió una encina
Calentándoles el frío

….media alma montañesa
Bucardo




Registro Propiedad Intelectu@l

lunes, 28 de abril de 2008

Loco Cuerdo


Loco - Cuerdo
!Bip,Bip,Bip,Bip! – Snooze------!Bip,Bip,Bip,Bip!-Snooze-------!Bip,Bip!.
Son las seis en punto, bueno….las seis y diez.
Bufffff.
Manolo intenta enfocar con los ojos las manecillas del reloj pero sin gafas resulta algo complicado.
Al lograrlo, comprueba que no va a poder dormir cinco minutos más.
Seguramente pillará atasco.
Seguramente llegará con retraso.
Se sienta sobre el colchón, se incorpora, se estira, marcha al baño, echa una meadita desafinada que salpica todo el contorno de la taza…..es demasiado temprano como para andarse con tientos.
“Ya lo limpiara ella” - piensa.
Ella que dormita sobre el colchón, ni tan siquiera se ha despertado. Está acostumbrada al zumbido del despertador, está acostumbrada a sentir como la oronda barriga de su marido se sienta, se incorpora, se estira y marcha al baño a estampar una meadita desafinada que luego ella limpiará.
Ahora Manolo se vestirá, se calzará, ajustará la corbata con el nudo que ella le dejó entrelazado antes de meterse en la cama y se irá a la cocina.
No se despide.
Nunca lo hace.
Treinta y dos años de matrimonio son demasiados como para andarse con arrumacos de tontos enamoradizos.
Desayuna un vaso de zumo reconcentrado al que rebaja con agua y dos galletas dietéticas que le escaquea a la niña. Suficiente para acallar el estómago hasta que llegue el momento del croissant recongelado y el café negro dulzón que le sirven en la tasca de “Los Julianes”.
Coge el ascensor.
A esas horas no hay luces asomadas al patio. La comunidad duerme aunque al salir a la calle, el tráfico y la gente ya atiborran asfalto y aceras……es lo que tiene vivir en Madrid.
Sopla el viento……del norte. Es un viento enrevesado y malcarado, capaz de congelarte todas las neuronas con una sola arremetida.
Mira el reloj. Son y media.
“No llego, no llego”.
Decide pedir un taxi pero pierde más tiempo de lo pensado tratando de topar con uno que tenga la lucecita verde sobre el techo.
Para. Entra.
Ni un buenos días…..”a la Plaza Manuel Becerra”.
El taxista está tan dormido como el.
Ambos ofrecen unas ojeras de laboratorio…..antológicas.
Tardan veinte minutos…….atasco, chispea ligeramente, los semáforos conspiran para ponerse siempre en rojo justo cuando ellos se acercan y la cadera ortopédica de una octogenaria cruza el paso peatones cuando y como no debe.
Por supuesto, hay que pararse para increparla.
Llegan y sale del vehículo…..en la plaza huele a churros, polución y café recién hecho, a dulce de manzana con canela y embutido barato.
Se da la vuelta y pasa junto a un árbol escuálido que suplica porque lo talen antes de agonizar como lo hace, absorbido por la selva de cemento armado……puede que esté tan cansado como Manolo……pero el solo repara en su imperiosa necesidad de cafeína.
Alza el cuello para protegerse mejor y camina perdiéndose entre la multitud.
Nadie lo mira, nadie lo saluda, nadie repara en el.
Manolo es un ser cuerdo un miembro útil, productivo y sensato de la sociedad.

Las nueve en punto
Absolutamente compenetrado con el campanario del Colegio de las Escuelas Pías, el portero del Banco Central abre con puntualidad británica las puertas del establecimiento.
Justo cuando el reloj da la última campanada, el hombre separa las puertas y con un cordial “Buenos días y Bienvenidos”, permite entrar a la clientela.
El primero es un hombre de negocios estresado por el ansia de “más”, que tiene tanta prisa por reverenciar al cajero que ni se molesta en contestar al gentil saludo.
Tras el, una abuelita de paso lento y machacón acude por enésima vez a que le expliquen porque ese mes, Hacienda le retiene 81 euros de los 450 que le corresponden por pensión a la que sigue un barrigón prepotente “catedrático del porque yo lo digo”, quien desea mejorar su autoestima, acusando al pobre estudiante en prácticas de turno, de haberle robado con las comisiones.
Raquel y Roberto…..RR……se sienten desde hace tres años.
Ella tiene veintiocho……el uno menos.
Se compenetran bien y desde hace unos seis meses desean ver de frente su deseo de convivir….necesitan un piso……bueno apartamento…….una buhardilla……vale cualquier cuchitril donde poder mirarse a los ojos en intimidad y aprender lo que es hacer el amor, cocinar, leer, hablar, ver una película o asomarse a la ventana sin verse obligados a tener ojos en la espalda para controlar a padres, madres, abuelos, hermanos, tíos, vecinas marujas o amigos que anden por la retaguardia.
Entran.
El director de la agencia ya los está esperando……traje de 900 euros, gemelos de 350, reloj de 400….zapatos espejo….un apretón falsamente exagerado, sonrisa promocional y los invita a sentarse.
“Tengo lo que andabais buscando – ambos se miran sonrientes – justo lo que necesitáis, creedme (levanta un dedo) no encontraréis nada mejor en el mercado, nada más barato ni acomodado a vuestras posibilidades”.
Mientras el banquero rebusca entre los papeles, RR se aprietan efusivamente la mano.
“Se trata de una pequeña buhardilla a tres horas del centro, autobús directo eso si, de 30 mtrs cuadrados útiles, ¡no espera!, 28 mtrs cuadrados que hay un pilar en medio del salón, con cuarto de baño, cocina, salón guardarropa todo integrado en la habitación principal y un pequeño cuarto con armario empotrado de medio metro cuadrado muy romántico…….!eh!…..(levanta un dedo)…..suelo de parqué no os vayáis a pensar…..todo esto por 280.000 euros…..!eh! (vuelve a levantar el dedo)….una verdadera ganga que os lo financiamos a 35 años en cómodas cuotas de 1.100 euros al mes…..!eh! (cuarta levantada de dedo)……y no os cobramos la comisión por interceptación radial de la amortización progresiva…..¿que os parece?”:
RR no se vuelven a mirar.
La sonrisa ha menguado, las manos ya no se acarician tan intensamente…..el romanticismo….ha dejado paso a la calculadora.
Raquel gana 800 euros mensuales…..Roberto 850.
Raquel tendrá 63 años…..Roberto uno menos.
Vivirán los próximos 35 años con 550 euros al mes……adiós París, adiós cenas semanales en un restaurante decente, adiós conciertos, adiós biblioteca, adiós museos, adiós dos hijos……
Han firmado.
Al salir la única sonrisa era la del “¡eh!” y ninguno de los dos sabe muy bien porque lo han hecho.
Al pasear lo hacen por inercia, sin hablarse, las miradas se han enfriado, los gestos reducidos, el cariño guardado en botes, no sea que tuvieran que venderlo al peso para poder pagar las amortizaciones.
RR caminan al lado pero no juntos.
El viento del norte los sacude con saña pero Roberto ya no protege cariñosamente a Raquel.
Nadie los mira, nadie los saluda, nadie repara en ellos.
RR son seres cuerdos, miembros útiles, productivos y sensatos de la sociedad.

En la parroquia de San Genaro las campanas tocan a misa de doce.
En realidad no hay campanas, sino unos altavoces de última generación con el sonido grabado en alguna iglesia de pueblo.
Pero a Francisca ese detalle le pasa desapercibido.
Como siempre desde que en los sesenta, viniera a Madrid recién casa y en busca de fortuna, Francisca acude a la celebración con el rosario en una mano y la hoja episcopal en la otra.
Si fuera por ella, de tan poco dormir como es, acudiría a la de maitines pero el marido se le despierta con el susurro de una mosca y a las ocho en punto reclama su café templado, su leche desnatada, dos magdalenas de la Bella Easo que otras no le valen y la mermelada de melocotón en porciones pequeñas, nada del poco higiénico tarro.
Luego tiene que preparar el almuerzo; tortilla de patata poco cuajada, pan todavía calentito envuelto en doble capa de papel de aluminio, el termo con leche y dos sobres de descafeinado, nada de azúcar más una botellita de Dyc, diminutas, de las de coleccionista, que le ayudan a templar la sobremesa.
Al salir siente cerrarse de golpe la puerta y su paso descendiendo las escaleras.
No esperaba una despedida, un beso o un lejano “hasta luego”.
Tampoco lo deseaba.
Cuando regrese se la encontrará con la misma bata, los mismos rulos, las mismas zapatillas de andar por casa, seguramente terminando de planchar las camisas con un ojo puesto en las lentejas, pues el no las tolera ni dos segundos socarradas.
De ocurrir, se las tendrá que comer todas ella y eso no le sentará nada bien ni a su hígado ni a sus kilos de más que bien se encarga el de recordárselos todas las noches cuando la ve cambiar bata por camisón.
Pero antes deberá desempolvar el recibidor, darle una fregada al cuarto de invitados, preparar la ropa de invierno, mirar una oferta de abrigos en El Corte Inglés, llamar al técnico para que repare el congelador, limpiar las judías pues a su esposo solo le gustan naturales, escuchar el debate de la Campos sobre el “lifting” que se ha hecho la Pantoja, sacar la colada, ponerla en el tendedor vigilando que no llueva, llamarle para ver que quiere de postre (seguramente helado Contesa en doble capa de Straciatella), vestirse para hacer la compra, saludar a las vecinas en el ascensor, la calle y la entrada del hiper, meter en la cesta guisantes, tomates de untar, tomates de cocer, dos kilos de patatas que las congeladas no le gustan a su marido, ternera de guisar, pollo cortado fino porque el grueso nunca le apetece cuando vuelve del trabajo, suavizante para que no le piquen los jerseys, yogures semidesnatados, chocolate con leche, crema Chantilly y algo de merluza fresca de a 18 euros kilo…..!ah! y el “Hola”, el “Que me Dices”, la “Gala”, el “Diez Minutos” a ver que cometan de lo de la Pantoja.
A las once y media el convoy ya no descarrila.
Todo marcha según lo previsto, según lo acostumbrado, día a día, mes a mes durante los últimos cuarenta años.
No hubo hijos.
Que Dios la perdone por ello.
Es entonces y solo entonces cuando se enjoya, saca del armario un elegante traje marrón claro, los zapatos de hebilla dorada y el bolso de los domingos y marcha a misa casi cuando el altavoz comienza a dar la serenata.
Tiene mucho que hacer allí.
Tiene que rezar, rezar, rezar, todo lo que pueda y más.
Si no jamás le perdonarán.
Nunca le perdonarán que su marido lleve cinco años acostándose con la secretaria, nunca le perdonarán que al anochecer, apenas echa el pistillo de la puerta, la toque tan solo para abofetearla cuando la camisa pierde un botón que ella olvidó zurcir, nunca le perdonarán que la llame “inútil”, “sosa”, “estéril”, “hija de la gran puta”, nunca le perdonarán que un día la tildara de “zorra” en una fiesta de empresa y señalara con gesto de profundo odio, “!!!maricón!!!”, al único que tuvo coraje para salir a defenderla, el único a quien, por no gustarle las mujeres, le daba igual que el pollo fuera o no cortado en fino.
Ante el altar se arrodilla casi se humilla con las manos fuertemente entrelazadas en torno al rosario, temblorosas, dolidas como le duelen las costillas.
Fue de su última patada…….se la dio por no llamar al técnico para que reparara el congelador.
Al salir de la iglesia son ya las doce y media.
Tiene el tiempo justo de llegar a casa y volver a rezar…..para que no se le hayan quemado las lentejas.
El viento del norte le enfría el cuerpo recordándole los moratones acumulados.
Nadie la mira, nadie la saluda, nadie repara en ella.
Francisca es un ser cuerdo, miembro útil, productivo y sensato de la sociedad.

Cuando a las dos en punto el timbre da por concluidas las clases, Oscar lleva ya cinco horas tratando de escabullirse mentalmente de ellas, aguantando como al cabronazo del profesor le ha dado hoy por explicar la Teoría Darviniana de la evolución y a el le han entrado los bostezos y las ganas de darse el piro en cuanto ha empezado con la plasta del Austrolophitecus cinco millones de años atrás.
“¿A quien coño puede interesarle lo que hiciera un puto mono hace tantos años?”.
Oscar está hasta los huevos del instituto, de los horarios, las tareas, las extraescolares, los mierdas de compañeros, los mierdas de maestros, el mierda del director, todos, todos mierdas.
De mañanas su vieja lo ha despertado a grito pelado y el, con los auriculares todavía metidos en la oreja, la ha mandado a tomar por culo…..”!déjame en paz pesada de los cojones!”.
Ella ya no le hace caso.
¿Para que si antes de que el sol se despierte tiene al marido currando y no hay nadie en la puta casa capaz de levantarlo a ostias?.
Al entrar en clase, colleja el empollón, no más que para recordarle que ya puede ir afinando con los apuntes y pasárselos luego.
Saludo a la peña…..“Pasa”…..“Que tal”…..“Anoche de putísima madre ¿no?”.
Miradilla a María…..”que buena esta la muy cerda”…..buenas tetas, culo mirando al frente….siempre dispuesta.
Camina y se sienta atrás del todo.
Sentarse a su manera, con las dos piernas encima de la mesa, la gorra calada sombreando los ojos….aspecto desaliñado, pasivo, desafiante
Entra el profesor.
Lo mira.
Ni caso.
El último que intentó hacérselo terminó ante la APA por gritarle demasiado….¿o lo acusó de darle un bofetón?. Daba igual, a las pocas semanas lo mandaron a otro centro.
Seguramente se alegraría por perderlo de vista.
Durante la primera hora se toca la entrepierna, en parte porque le pica y en parte porque es su manera de decir buenos días al profesorado.
Luego los auriculares a todo trapo….le llaman la atención cuatro veces…..a la quinta baja el volumen sin apagarlo…..no sea que llamen al director y este lo expulse una semana.
Padre no entiende más que de ostias y de las buenas.
Lo del diálogo se le quedó en el camino a los trece, cuando lo expulsaron temporalmente por explicarle a la de química que tipo de relación deseaba entre su lengua y la entrepierna de la aludida.
Cierra los ojos.
Piensa en el carné de conducir que le queda a la vuelta de la esquina, piensa en el primer coche que afane, en como lo tuneará…..de rojo brillante con rayos blancos salidos en finas tiras eléctricas de atrás hacia delante, con los faros halógenos amarillos para putear al personal deslumbrándolos por la noche en plena autopista, las llantas como las del Alonso y el interior de tapizado cuero con un equipo de música de los de cagarse y la guantera llena de máquina por un tubo.
Costar costará un pastón pero el viejo anda forrado y solo hace falta darle un poco de coba, prometerle cambiar, responsabilidad, enchufar el motor y a por la siguiente.
Cuando vuelve a abrir los ojos el mariconazo del profesor todavía no ha terminado con los monos esos.
“!La ostia que pesado!”.
Se aburre.
Desde que comenzara la lección, piensa en utilizar por primera vez el bolígrafo.
Lo desmonta, masca un poco de papel, lo introduce en el canutillo y lanza tres bolas al imbecil del empollón y otras tres a Clara……con lo pelota que es uno y lo fea que es la otra, sobran los aplauden la hombrada con unas risitas.
El maestro sabe lo que ocurre a sus espaldas.
Pero le da igual….todo le da ya igual.
Toca la campana.
Toca trapiñar algo de papeo.
Sale al pasillo.
El viento del norte ha abierto algunas ventas y el frío penetra por las costuras de la piel Pero el no siente nada.
La pastilla que se metió antes de salir le mantiene los nervios en la pura inopia.
Camina por el pasillo en dirección al comedor.
Nadie le mira, nadie le saluda, nadie repara en el.
Oscar es un ser cuerdo, miembro útil, productivo y sensato de la sociedad.

A las cinco y cuarto al inspector Redruejo le entran ganas de echarte otro copazo.
Lleva doce horas en pie y la cosa no tiene pintas de terminar.
A las seis ha interrogado a un hombre que le ha justificado la tremenda paliza propinada a su mujer, excusándose en que “para eso me casé con ella”.
Dos horas más tarde un Latin King presumía desvergonzadamente de haber rajado a un “hijo puta Ñeta” por mirarlo mal en plena calle y cuando se le ha recordado que el muerto tenía padre y madre ha respondido….”bueno, también me los hubiera chingado”.
Luego una madre al borde del colapso nervioso trataba de convencer al comisario, tal vez más a si misma, de que la noche pasada su hijo no se metió de anfetaminas hasta las orejas y terminó por violar a una chiquilla de doce años porque….”es un buen chico, se confunden ustedes de persona, mi niño no hace eso, somos buenos padres….”.
Hace media hora ha levantado el cadáver de una prostituta senegalesa que debía tener dieciocho, a lo sumo veinte años.
Su chulo la rajo para que las demás se sometieran más dócilmente.
Mañana a las ocho ella estará enterrada.
El juez ordenará que su asesino duerma en su casa antes de que terminen de echar la última palada de tierra sobre el ataúd.
Con un poco de negra suerte, incluso podrá llevar un ramo de flores antes de que el cortejo salga del camposanto.
Está harto.
Se levanta, se despide de la brigada y marcha al “Berzas”, el garito de la esquina.
Pide un cogñac, un “revientahígados”, el quinto de la jornada.
Seguramente se tragará otros tres más antes de meterse en el sobre.
El dueño le conoce, se abstiene de decirle nada.
Demasiada mierda como para no buscar consuelo y olvido en algo.
A las nueve saldrá tambaleándose camino del coche.
Conducirá hasta Tres Cantos tratando de no salirse de la derecha, aparcará como buenamente le dejen sus reflejos, echará una postrera cerveza desparramado sobre el sofá, intentará llegar hasta la cama, igual vomita en el pasillo, evitará mirar la mesilla donde aun está la foto de su mujer, de sus hijos…..una se marchó con un crío de veinte años que se la tiraba donde el mismo duerme ahora…..los hijos con la edad fueron huyendo de su malhumor alcoholizado.
Tendrá hambre pero el licor le atenuara la sensación.
En la nevera no hay nada más que algo de fruta, cerveza, piña colada y unos huevos que a veces se fríe con aceite de soja…..es lo único que sabe cocinar….el resto se lo devora de bocadillo en cualquier cuchitril de los que visita….bocadillo de jamón, cogñac….bocadillo de tortilla….carajillo…..bocadillo de lomo…..sol y sombra.
Antes de rendirse se da cuenta de que la ventana está abierta y el viento del norte penetra hasta lo más profundo del apartamento.
Da igual.
El alcohol le calentará los glóbulos.
A la tarde lo despierta el busca. Alguien ha hecho una algarada en la estación de Atocha.
Levantarse, ducharse, afeitarse, ponerse el uniforme y sonreír para evitar le descubran la resaca diaria acumulada.
Y cuando sale a la calle……nadie le mira, nadie le saluda, nadie repara en el.
El inspector Redruejo es un ser cuerdo, miembro útil, productivo y sensato de la sociedad.

Son las seis en punto.
Álvaro tiene que hacer acopio de todas sus buenas maneras y de cuatro cafés bien cargados para conseguir no dormirse en plena conferencia.
Y eso que es el quien, subido al estrado de la sala VIP del Palacio de Congresos, la imparte.
Lleva casi once meses preparando el informe de gestión de balances comerciales, ratios, beneficios y réditos empresariales y dos años lamiendo el culo a los mismos mandamases de Walcon S.A que ahora lo escuchan entre adormilados y apurados por la vejiga.
Apenas dos o tres le prestan atención.
El resto ponen los ojos vidriosos, fingidamente interesados y asienten con la cabeza de manera robótica e impersonal, cuando intuyen que deben hacerlo.
Le da igual.
El presidente está allí y ha sonreído.
Seguro que se siente impresionado con la firmeza de su acento, sus gestos resueltos y a la vez afables, su sonrisa blanqueada, la pulcritud del traje Armani (3.290 euros), el peinado a medio camino entre la formalidad y el ímpetu juvenil y los constantes guiños que hace a la necesidad de empatizar con los deseos de “Nuestros Clientes”.
Walcon S.A fabrica sábanas y almohadas.
Walcon S.A factura el 71% de sus beneficios a familias ajustadas al rol tradicional.
Álvaro incide una y otra vez, con insistencia numantina, en la necesidad de presentar la sociedad como una empresa dispuesta a defender los valores que la familia convencional y honesta representa.
El presidente lleva casi tres décadas casado con una antigua modelo sueca.
Cuatro hijos más uno adoptivo, chalet en la Moraleja, yate en Puerto Banús, jardín privado de 500 mtrs cuadrados, misa los domingos y cocktail en la Convención Anual del PP. En otoño gusta de pasear con sus vástagos bajo los robles y en verano, verlos disfrutar en sus escapadas y chapuzones sobre el Mediterráneo
La cosa huele a ascenso…..6,000 euros al mes, directivo, puede que incluso lo acompañe en la próxima cena con el Ministro de Economía.
Éxito, valoración, apreciación, Ley del más Fuerte.
Y el lo es más que nadie.
Termina la conferencia.
El presidente se levanta para aplaudir.
Los demás esperan a que el lo haga para imitarlo comprobando la intensidad con que lo hace para amoldarse al gusto del patrono.
“Babosos” – piensa Álvaro – “Jodidos babosos”.
- Usted vale – lo saluda el Director General de Marketing, un hombre que al percibir en el cualidades intentó hundirlo desacreditándolo ante los compañeros.
- Buen fichaje a hecho la empresa con usted - halaga el Gestor de Comercialización, quien todos saben gasta medio kilo al mes en crecepelo y putas.
- En su cara se nota – habla el Presidente – que lleva meses sin dormir preparando este Informe. Absolutamente extraordinario. Mañana hablaremos.
Hace medio año que terminó el puñetero informe.
Lo único que tuvo que hacer fue actualizarlo un poco.
Lo que le resta sueño por las noches es Internet.
Solo allí, en la soledad de su apartamento de alquiler (1.110 euros al mes) en Concha Espina, logra la intimidad que necesita para verlas, para saludarlas, a sus conejitas, a sus niñas inocentes, depravadas, que lloran aunque en el fondo les gusta lo que le hacen, si, que jadean pero seguro que de placer, que miran con cara de “quiero irme por favor”, “¿por qué me haces esto?”, “¿y mi mama?” cuando seguro que en el fondo sus púberes cuerpos solo desean lo que les esta pasando.
Si, allí es donde el siente el verdadero Álvaro que estos engominados falsos e hipócritas jamás dejarían traslucir.
“6.000 euros al mes” – piensa.
Al salir por la puerta giratoria del Centro, el viento del norte consigue enfriarle el cuerpo, pero no la lívido.
A dos pasos, el Presidente se introduce en la limusina y marcha hacia su jardín de 500 mtrs cuadrados donde jugará con sus……hijos…..con sus niños.
Álvaro llama a un taxi.
Nadie lo mira, nadie lo saluda, nadie repara en el.
Álvaro es un ser cuerdo, miembro útil, productivo y sensato de la sociedad.

Son las ocho.
Severino lleva dos horas haciendo cola frente a la taquilla cuando a dos pasos le cuelgan el cartel de “No Hay Billetes”.
Se acuerda de la madre del taquillero.
Busca a un reventa de confianza y soluciona el mal trago.
Otra hora frente a la puerta de entrada y otra media más para encontrar su asiento…..primera fila por supuesto, entre los Ultra Sur y el palco de autoridades quienes miraran el partido, puro en mano y Calvados, haciendo negocios sin prestar mucha atención a lo que hacen los veintidós contra una pelota.
Ellos se lo pierden.
Mañana tendrán que enterarse por “Marca” y el lo habrá visto todo en directo, en primera línea, como lo viene disfrutando desde hace ya ocho años.
Renovación anual del carné de socio…2.200 euros anuales…bufanda oficial…..30 euros……camiseta con el nombre de Zidane a la espalda……90 euros….gorro con el escudo y los colores del equipo……35 euros……entrada de reventa……200 euros…….trompeta plastificada……15 euros…….pipas……2 euros.
A la parienta le entran los mareos cada vez que saca cuentas….”con ese dinero podríamos ir a tal o a cual, que si a comer de restaurante, que si al teatro”…..!bah chorradas!.....si Severino coge un avión es porque el Madrid juega la Copa de Europa, si va a un restaurante es porque sabe que Raul va allí con cierta frecuencia y si tiene que sentarse en un teatro……la sesión es a las ocho y a esas horas siempre retransmiten algún partido en Futbolmanía, Megafutbol, Futbol Hasta En El Water y Fútbol Histórico con Piedras.
¡Es que no lo comprende!.
Sale el equipo acompasado por los demagógicos sones del himno.
- !Bravo! !A por esos mamones!
A los dos minutos aparece el rival.
- !Hijos de puta!, ¡maricones!, ¡perros!, ¡me cago en vuestra puta madre!.
Entre medio un árbitro para el cual no existen adjetivos definibles.
Empieza el show.
A los cinco minutos el delantero zaireño del contrario mete un gol de cabeza.
- ¡Arbitro ha sido fuera de juego, arbitro estás comprado, tu negro de mierda vuélvete al Sudán, negro, negro, asqueroso negro!.
Media hora más tarde su adorado Zidane falla una ocasión de manera extrepistosa.
- ¡Eres un manta, un vago, un mierda, un inútil!
Dos minutos más tarde el mismo Zidane marca un gol de chut fuerte y raso colado al palo derecho del meta rival.
- !Si ya lo decía yo, el mejor, es el mejor, eres oro Zidane, oro!.
Toca descanso.
Saca un bocadillo de sardinas y cerveza.
Mientras los Ultra Sur ofrecen cánticos que hablan de una Europa Blanca y de odio a todo lo que no sean ellos…..Madrid, Madrid, Madrid…..mientras encienden bengalas que casi arrancan la cabeza a algún crío de la gradería superior.
- !Que chavales más majos! – exclama Severino – Mi hijo está allí, con ellos – le espeta a otro seguidor que lo contempla ensimismado con cara de ….”¿y puedo también ir yo?”.
Segunda parte.
Otra vez el zaireño, otra vez a los cinco minutos, deja en ridículo a la defensa madrileña y les endosa el segundo.
Severino pierde la voz al pronunciar ¡eres un animal! e impotente le tira un mechero que termina impactando en la cabeza de una señora de edad.
Alguno alrededor se lo recrimina, pero pronto es acallado por la multitud vociferante.
Pitido final.
El Madrid pierde 2-1.
Severino necesita tres cuartos de hora para dejarse llevar por el rebaño y conseguir salir del Santiago Bernabeu.
Recuerda que mañana tiene que levantarse a las cinco de la mañana para entrar al tajo…..diez horas…..día libre semanal…..900 euros en 13 pagas…..la hipoteca…..los niños gritones…..la suegra insufrible……la avería de la lavadora que no sabe como pagarla…..la tripa cervecera que le está saliendo…..le duele una muela….hace cuatro meses que no copula….!Dios cuando será el próximo partido!.
El viento del norte le hace apresurar la marcha camino de la parada de Lima.
Nadie le mira, nadie le saluda, nadie repara en el.
Severino es un ser cuerdo, miembro útil, productivo y sensato de la sociedad.

- Yo no firmo un solo papel si no cobro de antemano – puñetazo sobre la mesa – de antemano – insiste- ¿comprendido?
Son las nueve en punto de la noche y mientras el zaireño golea al Madrid, Pedro Berzosa alcalde del ayuntamiento de Navalperal, hace horas extras en el mismo sillón que lleva diez años ocupando interrumpidamente.
A comienzos de los 90 ganó el puesto presentándose con los socialistas, luego, en cuanto intentaron echarle de las listas se pasó a los populares para terminar también expulsado y ganando el puesto por el “Partido de los que Si quieren el Progreso de Navalperal y se llevan mal con los que No quieren el Progreso de Navalperal”.
Para abreviar y ahorrar saliva, el siempre lo llama…..ELSUYO, porque ese partido es así, ELSUYO.
Apenas desayunado se ha presentado en el despacho Isabel de Casa Herrero.
La hija se la casa el año que viene y necesita una licencia para obrar en un descampado que tiene en la vaguada de San Andrés.
- Una casa pequeña señor alcalde – adujo – No más para que tenga donde meterse.
Pedro ha abierto su expediente….el mental se sobreentiende….”A ver esta no me ha votado nunca y además, se que va hablando mal de mi por la calle. En un pueblo con 1.000 almas todo se sabe, todo lo se”.
Los papeles están en regla, el terreno es urbano y legalizado, todo está acorde con la ley urbanística que el mismo promulgara apenas se hizo con el consistorio.
- Claro que si Isabel – la despide – Haremos todo lo que esté en nuestra mano.
Apenas siente como taconea escalera abajo llama a su secretaria.
- Piluca, mira a ver como podemos echar abajo esta tontería. Busca cualquier argucia para que no se haga – se sube los pantalones – Vamos a ver quien cojones tiene la correa en este pueblo.
A las nueve de la noche el Ayuntamiento está vacío, pero el tiene cita con Don Edelmiro de la Vega, abogado representante de “Construcciones EIZOSA SA”.
La cita es bajo mano y a horas intempestivas para evitar ojos mal encarados.
El legado trae una carpeta negra enorme, saturada de planos y tramas que el alcalde no llega a comprender……líneas, muros de carga, pesos, medidas, alzados, dos aguas, dinteles, traídas de…, electricidad, zonas ajardinadas, ventanales…..todo ello junto a la vaguada de San Andrés.
- Serán 10.000 viviendas unifamiliares con capacidad para unas 23.000 personas. Calculamos que 350 millones de euros más….- el abogado deja en suspenso el final de su argumentación.
- El 5% por tramitación y aceleración de todos los papeleos – sentencia Berzosa.
- Estamos de acuerdo. Pero nos preocupa el problema del agua. Verá…..Navalperal no se libra de la sequía y como comprenderá usted, 10.000 unifamiliares con los grifos secos son difíciles de vender”.
- ¿Desde cuando eso supone un problema?. Mañana mismo le quito la licencia de aguas a cincuenta agricultores y trazamos el desvío de la torrentera del Alcanadre a donde sus jefes nos digan. Algunos andarán que si las nutrias y los bichos (se acuerda de la madre que parió a los de Adena que lo tienen emplumado a pleitos) pero la cosa se soluciona con una buena campaña en su contra (“enemigos del progreso”, “talibanes de la conservación, “amantes de los bichos”, “hippies”). Se me da bien eso.
- Ya pero resulta que es usted un alcalde digamos……tocado. ¿Cómo vamos a presentar esto?.
- Fácil…..¿no controlan sus jefes los periódicos locales?. Pues a tirar de anuncio y bondades por el tema. Llamaremos a la urbanización “Prados Soleados” y pondremos un cartel a la entrada del pueblo “Futuro, Prosperidad, Verde”.
Se ríe para los adentros.
Desde que ostenta el bastón de mando, verde, lo que es verde en Navalperal cada vez menos, soterrado por un cemento que crece al ritmo que engordan sus bolsillos.
Salen a tomar un café.
El viento del norte les hace ansiar todavía más al calor del bar.
Nadie les mira, nadie les saluda, nadie repara en ellos.
Pedro Berzosa y el abogado son seres cuerdos, miembros útiles, productivos y sensatos de la sociedad.

Esta mañana ni se ha molestado en mirarla.
Regordeta, feucha, simplona, la chica lleva dos horas en pie con las piernas doloridas y la espalda sudorosa, atendiendo a la larga fila de comensales que le piden una, dos, tres, trescientas hamburguesas, uno dos, doscientos batidos, tamaño grande, tamaño mediano, tamaño la leche….con pajita, sin pajita, sin mayonesa, con doble de salsa tomate, sin queso, sin sal en las patatas, señorita le pedí pollo no ternera, está cansada, las manos le fallan, los pies le matan y desea meterse de cabeza en la freidora y derretirse.
Pero Rufino ni tan siquiera se ha dado cuenta.
Anoche no estaba tan ausente, camelándola con palabras tiernas, con promesas adelgazantes…..durante las dos semanas pretéritas anduvo ojeándola, como lobo tras reno, averiguando sus puntos flacos, sus puertas abiertas, la llave del candado que le llevaría directamente a sus bragas o a quitárselas.
El polvo no fue gran cosa.
Pero bastaba para encontrar alivio.
Siete chicas en nómina y ya había fichado con cinco.
“No está nada mal – pensaba – Pero en el anterior trabajo hice pleno”.
Aquí le quedaban la marimacho y la lesbiana, ambas casi imposibles.
El pensamiento se le va hacia las dos rubias que esperan en la fila de la feucha.
Ambas ofrecen un aspecto sugerente, impecablemente provocativas con esos tejanos ajustados, insinuando, ofreciendo, pidiendo a gritos guerras….”A ver me tiro a la primera que mire”.Será la más bajita.
Por el maquillaje intuye que le gusta hacer notar su presencia, por el tanga que le gustaría que se lo viera, el móvil es de los caros, indudablemente ella o sus padres tienen como pagarlo, “suficiente”.
Rufino adopta el royo “viajo mucho” que siempre queda bien.
En realidad lo más lejos que ha llegado fue a Calpe con sus padres, todos los meses de agosto, pero el sueldo da para comprar alguna guía en el FNAC y de allí saca información para camelar.
“Lo malo – piensa – es si me ve la feucha. ¡Como se pondrá!”.
¡Pues coño como todas las que se enteraron en su momento de lo que tocaba!.
Si en el fondo les encanta dar de comer al cuerpo y luego si te he visto no me acuerdo…..”lo que pasa es que yo lo hago en plan aguja……primero toco los puntos sensibles y antes de que se encaprichen……pies para que os quiero”.
Se acerca.
Lo miran sin retirar los ojos.
“Uyyyyy esta noche plan seguro”.
“Uy ahora me mira la de anoche, jo que cara parece que me atraviesa con dardos”.
Pero ya estoy acostumbrado a ello.
Después de…….dos, tres, diez, treinta y ocho, múltiple de dos…..unas ochenta, debería estarlo.
Como la idiota esa a la que dejó preñada en la Feria de Abril……luego le mandaba email desesperadamente pidiendo ayuda, socorro, compañía…..menos mal que no le dejó su dirección.
Los amigos se destornillaban de la risa.
Ella tuvo que abortar y pasar dos meses de depresión.
“Bueno, vamos allá”
- Hola me llamo Rufino pero me puedes llamar Ru…..¿puedo ayudarte en algo?.
Tras el, la cajera pone pies en polvorosa abandonando el turno y a un cliente con la boca abierta en mitad de pedir una de pollo con doble ración de cebolla.
Se escabulle hasta la calle, donde viento del norte le sacude la cara.
Arroja al suelo el ridículo gorrito del uniforme cuando ve asomar por la puerta delantera a Rufino, cogido de la cintura con su nueva conquista.
Nadie le mira, nadie le saluda, nadie repara en el.
Rufino es un ser cuerdo, miembro útil, productivo y sensato de la sociedad.





Hoy Loca Pintas se siente profundamente feliz.
El despertador se ha quedado tan dormido como ella.
Bueno la verdad es que ni siquiera lo ha conectado.
Son las diez y todavía ha tardado un buen rato en desperezarse sobre la cama.
Estirar un brazo a la izquierda, estirar el otro a la derecha, abrir un ojo, estirar los dos hacia delante, arquear la espalda, abrir el otro, dejar que la luz radiante le acaricie los mofletes, suspirar hondo, mirar el techo, imaginar que esa mancha de humedad es en realidad un dragón alado, fiero, de fuego en boca y homosexual…….
Fuera escucha a sus compañeras de piso desayunando.
Le entra más pereza.
Sonríe.
¡Venga en pie!.
Leandra y Virginia comparten aquellos 80 mtrs cuadrados con ella desde hace dos años.
Ambas llevan cuatro como pareja.
Entre las tres y a una se pueden permitir pagar el alquiler de aquella buhardilla desvencijada pero sobresaturada de carácter e historia en pleno centro de la capital.
Loca Pintas agradece su compañía que le posibilita para poder sobrevivir en la ciudad más cara de España con sus 500 euros mensuales que se saca preparando sandwiches en el “Bocatas” más esos picotazos que va ganando con una exposición, una galerista con mente abierta, un trabajito ideando un nuevo personaje, desarrollando una tira, echando un cable en alguna revista.
No ahorra pero la nevera no se angustia, no tiene plan de jubilación pero sus estanterías en X andan repletas de libros a quienes ella llama “la fe escrita de que estoy viviendo”, no tiene hipoteca pero jamás ha dormido al raso ni le ha faltado para darse un capricho de vez en cuando…….un te con chocolate, una entrada el Reina Sofía y si hay suerte……un viaje a Roma para ver la Sixtina.
Por fin consigue abandonar una cama que la deja marchar como una amante abandonada, larga en el suelo cogiéndole la mano suplicante hasta el final.
“Ummmm huele a tostadas”.
Unta el pan con tomate, se sirve zumo de naranja que gentilmente le han exprimido las “compis” y se dedica con absoluta tranquilidad, a ver como, mientras alivia los gruñidos de su estómago, va discurriendo la vida bajo el balcón.
El día es maravilloso y no hay prisa.
Podría ganar un buen sobresueldo trabajando en el turno de noche hasta las 3 de la madrugada o levantándose a las siete para ser ella quien levante la reja de la bocatería.
Pero con quinientos más lo que voy picando, me llega.
“No necesito porque no deseo”.
Con la tostada en la boca vuelve a estirarse.
Al hacerlo gira la cabeza a su izquierda y los ve, allí, amontonados.
Una docena de pequeños botecitos de pintura y tres pinceles de tres tamaños diferentes.
Entonces se acuerda.
Se había gastado unos buenos dineros pero merecía la pena.
De repente le entra una sobrecarga de “prisina” es decir de “adrenalina hiperactiva”.
Se viste…..pantalón ancho, color oscuro, desgastado o descosido por debajo “algo tendré que hacer con ellos”….una camiseta interior bien ceñida, también oscura, otra por encima de manga larga, oscura, un jersey fino y oscuro, otro más grueso….¿adivinan?...oscuro y el abrigo……por supuesto…oscuro.
Al salir coge los botes que se mecen metálicamente y al compás dentro de una caja de madera usada para llevar frutas y salvada “in extremis” del contenedor una semana antes….¿Como puede haber gente que se desprenda tan alegremente de estas maravillas?.
Abre y camina hacia el ascensor.
El aparato es uno de esos viejos, modelo Concha Piquer, que se abre con rejas extensibles forjadas en mil y una volutas y revueltas inimaginables, ascendiendo los pisos con chirridos y quejidos prueba de sus muchos años en el oficio.
La vecina asoma la cara fuera de la puerta.
La mira con cara de “buffff. Ya esta aquí otra vez”
Loca Pintas le contesta con una sonrisa.
Baja.
Sale a la calle y camina.
“¡Que sol! ¡Pero si es que me calienta las baterías!”.
Saluda a un desconocido.
Este la mira con cara de “y a que coño me saluda esta”.
Daba igual lo sintió necesitado de candor y se lo dio.
Impulso…ji,ji.
Camina hacia el parque público, lo atraviesa a paso ligero.
Casi nadie está allí en horario laboral.
Los niños en el colegio, sus padres pagando facturas….solo los abuelos que la contemplan….“donde irá esta con estas pintas”….con ojos de no saber muy bien que hay debajo de ropas tan anchas….“en mis tiempos se vestía decentemente”.
Sale del parque…..ya escucha el silbido del tren.
En la acera hay tantas prisas como cuadraditos en el diseño de sus baldosas.
Un hombre la adelanta por la izquierda, empujándola sin ni siquiera soltar el móvil para disculparse, una mujer con carrito cuyo hijo apenas de dos años se aferra al asiento espantado por la velocidad que coge su madre, un joven que corretea con el uniforme del Eroski puesto, una pija que con faldas fashion, medias fashion, gafas de sol fashion, maquillaje fashion y pelo la ostia de fashion…..pasa por su lado y le dice visualmente….“tía, ¿dónde vas con esas trazas?”….da igual.
Atraviesa el semáforo cuando el señor de verde parpadea, sobran los cláxones que se lo recriminan porque ya aceleraban estruendosamente sus motores anunciando que no respetarán nada humano o animal que atravesara la calle en cuanto el semáforo se lo permita.
Daba igual.
Por fin llega al sitio elegido.
Una valla, en un callejón olvidado, nadie la mira, hay un agujero…solo necesita un segundo y dos movimientos ensayados.
Se cuela.
La pared está muy bien elegida.
Es un muro compacto y sin fisuras de cemento armado, seleccionado porque ofrece un buen soporte…..y porque ante el, cada quince minutos, pasan todos los cercanías que comunican Alcalá de Henares con la mayor estación ferroviaria de la ciudad; Atocha.
Usará doce minutos para pintar y tres para esconderse, a ritmo y sin descanso hasta terminar.
“Nadie me verá” – se convence a si mismo.
Comienza.
A las cuatro y media de la tarde ya casi ha terminado.
Recula dos pasos para ver de lejos su obra cuando siente que alguien la está observando desde atrás.
Como en una película de suspense se da la vuelta y respira tensa…..es un Securata.
- ¡Hola! - saluda con su mejor sonrisa.
Media hora después el Securata la pone ante las ojeras del inspector Redruejo quien exhibe cara de mala leche y una foto digital……..es un mar de petróleo negro, espeso y viscoso, con trazos brillantes allí donde la escasa luz de un sol metalizado le ha tocado.
De semejante mole, sale una flor…..es un lirio blanco….casi todos son azules….los blancos son albinos, raros, excepcionales, de un esplendor infinito, casi divino, atrae la mirada hasta conseguir que te olvides del pozo negro del cual surge……y germina usando como base unas letras escritas en con reflejo verde semejando textura de hierba…..“CREA”.
- A ver – dice el inspector mostrándole la fotografía - ¿Qué pretendías con esto?.
- Pues cada día, según mis cálculos, unas 36.288 personas pasan por delante de esa pared gris…a ritmo lento porque el tren está ya entrando en Atocha y con todas las prisas del mundo por bajar y empujarse. Están dormidas, están tristes, robotizadas, abducidas…..solo quería que pensaran en la esperanza, en la belleza que pueden encontrar en los sitios más insospechados, incluso en una mole de cemento o en el asfalto de una carretera.
- Niña – aduce Redruejo con gesto de infinito cansancio - ¿Pero es que tu estás loca o que?.
- ¿Yo?.....yo no – responde con convicción - ….¿y usted?.
Bucardo


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sábado, 19 de abril de 2008

Leo


Leo
Al abuelo le disgusta llevar mascarilla y a mi padre le disgusta el abuelo. Mira al cielo, suspira alto pero no apaga la tele. Hay partido. Madre fríe con la campana puesta y a mi hermana le incordia el ruido. Tiene el ordenador encendido. Los vecinos discuten, se calientan y el techo retumba con ellos. El perro ladra. Reclama su paseo. Afuera resuena una sirena. El ocupante de la ambulancia, debe de estar en las últimas. Sube el volumen, sube la campana y su potencia, sube la música, la vecina taconea y otra sirena le hace coros a la primera.
- ¿Y tu que haces?.
Se que mama habla.
Pero no la escucho.
Me limito a pasar página.
Bucardo


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viernes, 18 de abril de 2008

Ismael ante el Isuela


Ismael ante el Isuela

Ismael se las ingeniaba como fuera con tal de no verle la estampa al Isuela.
Los amigos no le abundaban hacia la carretera de Barbastro, pero si estos le reclamaban algún café adeudado, apañados estaban si esperaban bebérselo alejados del centro.
Ismael no soltaba palabra sobre aquella extraña repulsión.
Entre esas y sus setenta y muchos, temía que lo tuvieran por loco y acabar con la boina aparcada entre ladrillos rojos.
¡Las tornas cambian tanto cuando uno es mozo!.
Entonces los muros parecen menos gruesos y si no pueden saltarse, entonces se agacha el tozuelo para traspasarlo.
En la Lusera de su natalicio no había médico, ni asfalto y la luz fue de sebo y vela hasta que el capricho del gobernador trajo la eléctrica.
No marchó de allí por no gustarle.
Esa libertad, ese cuando yo quiera, fue algo que se quedó tan atrasado, como sus buenos recuerdos.
El pueblo todo lo exigía pero a la vez todo lo daba.
A la mañana salía a ordeñar la cabra, alimentar el conejar, contar huevos o seguirle la huella a algún tocino que hubiera malmetido la huerta.
Luego marchaba al ojeo de la perdiz, que por aquel entonces no se cazaba a cartucho sino montando loseta y zanja, para evitar el estampido que siempre terminaban atrayendo a los del tricornio.
De tardes arreaba para echar mano al campo, disfrutando del sudor, esperanzado porque la faena se animara al descubrir una culebra entre la yerba o un milano haciendo círculo, desembuchando donde campaba algún topo más despistado que ciego.
Y luego estaba el Isuela, repleto de ratos y excusas.
Excusas para bajar a verlo, bravo o reseco, para escucharle las ranas, para perseguir el correteo de sus renacuajos, para cebarle las trampas al cangrejo e incluso, hubo una, aseguran fue última, en la que el pueblo entero bajó a donde Severo, el guarda, juraba por el mismo Dios, que se le había aparecido la nutria.
Todos lo intentaron verla pero si la había, permaneció bien oculta.
Ismael se quedó con las ganas y Severo como rey del mentidero.
Si.
En Lusera hubiera podido ser feliz.
Feliz si supiera vivir solo.
Los que no quisieron seguirle, se encontraban ahora de tiones y solitarios, añorando las mujeres que nunca les llegarían, pues estas no gustan de vivir donde la ropa todavía se restriega a mano.
La capital, sin embargo, sonaba a oportunidad, a nuevo, atractivo y extraño.
Cuando a uno no le cuentan veinte, ninguna de esas cosas consigue inquietarlo.
Eran tiempos fieles.
Allí donde se entrara a trabajar, allí se salía con canas y jubilado.
La muchacha con la que se dieran los primeros paseos, era la que luego te ponía firme mientras la veías acercándose al altar.
Los que un día saludas en el bar, resultaban luego los que, calentando el gaznate con coñac, te contaban paso a paso, todas las desgracias y hartazgos de una vida que era la misma.
La primera vez que se quiso acercar al Isuela, fue una noche de cansancios.
Cansado por la faena, cansado del incordio de una mujer que no se daba cuenta, cansado porque los críos no comprendían otra que no fuera la suya, cansado por las añoranzas….cansado, cansado, cansado.
Antes que la paciencia se le acabara delante de que menos debiera, prefirió inventar excusa y salir a despejar la cabeza.
Los pasos le llevaron al mismo borde del río, como si por primera vez algo quisiera reconciliar lo que era, con lo que había sido.
Pero en lugar de cauce lo que topó fue hilillo, carente de olor a fresco.
Hasta la nariz le ascendía un tufo nauseabundo, surgido de la poca agua, casi toda verdosa, estancada y sucia, donde no era necesario buscar un pez que de haberlo, hacía mucho que andaría convertido en espina.
Acongojado por la urbe, el Isuela menguado por los ataques de la basura y el cemento que lentamente, lo estaban royendo.
Apoyado en la barandilla, Ismael miraba sus propias manos, encallecidas, de dedos gruesos, tensos, sanguíneos, cruzados por arrugas crecientes y profundas.
Los sentía debilitándose, atemorizados e incluso en ocasiones, con el deseo de ausentarse.
Dio la espalda al río para continuar caminando.
A medida que le fueron pasando las nóminas, se encontró de aprendiz a maestro, de mandado a estar mandando, de tratar al patrón gorro en mano a tomarse carajillos con el escalón ausente.
A medida que escaseaban los besos, que la mujer y amante se le hizo amiga y compañera, las discusiones en cuestión de diario y los hijos, padres de sus nietos.
Una mañana, acatando al despertar, la espalda le dio crujido, la tos se le hizo crónica y el reuma comenzó a perseguirlo como si fuera sombra.
El día que lo jubilaron, no quiso admitirlo.
Regresó al Isuela al que encontró todavía menos río.
El agua ya se le había acobardado, oculta bajo dos palmos de suelo, allí donde crecía una hierba alta, poco espesa y de aspecto desangelado.
Le quedaba tan escasa gota que esta ni se atrevía a mostrarse y allí donde debería haber corriente, le quedaba una estampa saturada de hierros retorcidos, cartones, plásticos, papeles, colchones, basura, mierda y aparatos de aire acondicionado.
Una urraca pululaba entre los desechos.
No fuera que hubiera algo brillante entre ellos.
Los riñones le tiraban cosa mala.
Había algo desconocido que le inquietaba.
Llegó el día en que marchando los dos al cementerio, regresó solo y sin ella.
Llegó otro en que se dio cuenta de que eran sus nietos quienes lo paseaban a el y no el a ellos.
Al tercero se descubrió a si mismo, marchando al ambulatorio aun cuando estaba de buenas, tan solo para pasar el rato.
Aquellas navidades sus hijos se las gastaron sacándole fotos.
Es lo que tiene llegar a viejo.
Un lunes se esta vivo y el viernes…eres solo recuerdo.
Cuando, achuchando su sacrosanto cortado abrió el diario, se encontró con que la Consistorial, harta o avergonzada, deseaba ahora soterrar para taparle los olores al Isuela.
- Nos entierran juntos – dijo – Nos entierran juntos.
Bucardo

Registro Propiedad Intelectu@l

miércoles, 16 de abril de 2008

Espero que tengan razón


Espero que tengan razón.
Los Jardines de San Braulio eran un buen lugar para el retiro.
Braulio sin embargo, no podía explicar de donde le sacaron el nombre.
El parque se inauguró después de ser bautizado y con los ochenta tan de cerca, ya no le quedaba nada de santo.
Pero el lugar agradaba y apenas jubilado, encontró aquel banco, pegado al kiosco oxidado, junto a la fuente reseca, detrás del estanque donde no nadaban patos.
En la elección pesaba y mucho, el hecho de que el sitio, anduviera bien provisto de sol durante toda la jornada.
Prudentemente, calló el descubrimiento si bien, al poco, comenzaron a surgirle los novios, esos que con su misma añada, se sienten tan fascinados por el calor como los lagartos por las paredes rugosas.
Allí se fueron reuniendo los viejos del barrio, los que nacieron de idéntica comadrona, los que gozaron o padecieron de una existencia de disgustos y experiencias que bien podría haberles parecido la misma.
Enero tras enero, sin que a los huecos carecieran de candidato, permanecían impasibles y mudos, los unos aferrados al bastón, otros sordos como la piedra, todos con los comunes achaques y los menos presumiendo por padecer dolencias más extrañas.
Y entre medio, lo único que les abundaba, era el silencio.
Al banco se venía para juzgar la brisa o caldear el hueso, a dar malas nuevas o recordar lo que en su un día fueron.
Al que ya nada obliga, se le descubren delicias que en otros tiempos se les hacían alejadas e impropias…..los arrullos empecinados del palomo, las disputas del gorrión tras la miga, la mecida del platanero a poco que el viento soplara más fuerte de lo acostumbrado….
Lenta, constante e irremediablemente.
Así pasaba el tiempo en los jardines de San Braulio.
Pero con los meses, el “sin novedad en el frente”, les fue poco a poco mutando.
Cuando al Colegio de San Carlos le cerraron el recreo para reformarlo, la chiquillería se negó en rotundo a renunciar al su derbi de las cinco.
A falta de alternativas, a la vorágine de chillidos, no le quedó otro remedio que invadir los jardines para aprovechar aquel césped de poco llano y repleto de calvas grises.
Allí organizaban aquel anárquico frenesí de desvaríos, donde la defensa era ataque y el ataque eran todos, donde se celebraban los goles a gritos, las faltas a empentones y se desacralizaba sin remedio, el hasta entonces sacrosanto silencio.
- Pesaditos andan los críos – solía quejarse alguno cuando, todavía resonando el tañido de las campanas de San Ginés, se les escuchaba llegar desde el otro lado del seto.
A Braulio, como a otros que preferían callarlo, aquella cantinela no le disgustaba tanto.
En su mocedad pateó balones mejor incluso de cómo ahora los pateaban ellos y con el guirigay le llegaba el entretenimiento de sufrir por una mala entrada o aplaudir con las palmas separadas ante un buen regateo.
- Míralos – incordiaba otro, reciente de la nómina fija, quien parecía querer escalar puestos a costa de roñar con más pecho contra todo lo que oliera a nuevo – Cada día más mezcladitos.
La vista que no el intelecto, le funcionaba.
Cada curso, los que antaño eran equipos de inmaculada tez y acento, habían poco a poco girado hacia una combinación foránea de morenos y diferentes formas de festejar la victoria.
Los había morenitos a la andaluza, tostados como el café molido, oscuros como noche sin bombilla, de tono aflautado como canalla de telenovela, de pelo corto y rizadito como “Barriguitas” o de morros rojos y exagerados, como mujer sin tino con el pintalabios.
En ello se distraía cuando la pelota hizo un extraño contra una torpeza del terreno y con el impulso, terminó por llegar, apaciguada, justo donde se parapetaban los viejos.
Persiguiéndola llegó un muchacho de ojos apenados y tan oscuros como su cuerpo lo era.
- Perdonen – se disculpó, recogiendo el balón y correteando de vuelta el improvisado terreno.
Al alejarse, se giró y Braulio, a pesar de las dioptrías, pudo ver como entre la tristeza que bajo la piel del chico supuraba, este le regalaba una sonrisa.
“Hace mucho que nadie me sonríe” – descubrió intrigado.
- Si es que no nos están invadiendo – bravuconeó el nuevo – A estas alturas nos van a quitar hasta los bancos del parque.
Braulio no lo soportó más.
Levantándose, salió de los jardines sin hacer caso a los “hasta luego” que lo despedían.
El anciano vivía en la calle Rosales, a diez minutos si no andaba tropezado.
Aunque la urbe se había desbocado, plantando urbanizaciones sin orden ni talento, el barrio permanecía firme e inmutable, con escasos cambios frente a lo que el descubriera siendo un niño.
Los mismos ultramarinos, la botica de estanterías rojas y letras oro, el hijo del carnicero, el ABC de cada día en la librería de toda la vida, iguales vecinos o descendientes y la misma marca, en el dintel del número trece.
La hizo el a punta de navaja, henchido por la felicidad que le dio Higinia con aquel primer beso y la promesa de muchos más durante el tiempo que la vida les diera.
Inexplicablemente, no se había borrado.
Resistía, como lo hacía Braulio y el barrio.
Un par de portales y llegó al quince.
Luego tres pisos sin ascensor y el piso que le olía a limpio.
De casado, aquella manía mujeril de limar suelos y cristales a base de fregona y paño, le resultaba desquiciante.
De viudo, se empecinó en no ceder ante lo sucio, tan solo fuera porque al entrar, el olor, le hiciera creer que aun estaba junto a ella.
Paró ante una estantería carcomida por los libros, donde se amontonaban marcos con fotos, frutos del recuerdo que ya se finiquitaba….los padres, los amigos de infancia, esa moza que no pudo ser, el taxi, la boda, el primer bautizo de cuatro, los viajes a Benidorm, pantalones y gafas de otra época, cambios, el balcón de Europa, la última que les sacaron….
En la cartera se reservaba dos.
Un retrato coloreado de la Higinia y otra que contemplaba a diario, aunque las caricias la estaban borrando.
Creía como que hay sol, que cuando la figuras fueran ya blanco, no le quedarían razones para continuarle a la vida.
Era el y sus nueve años, con el abrigo en la nariz y el sombrero en la ceja, mostrando aun en lo poco, un semblante acobardado, cenizo y agotado.
Padre le cogía la mano mientras en torno suyo, un “mare mágnum” de rostros estoicos y aborrecidos, corrían huyendo del gris casi negro, que se les levantaba al fondo.
A la derecha, enhiesto sobre una piedra gris, un gendarme contemplaba mezclando impotencia y alejamiento.
Ya no se emocionaba.
Como los viajes largos, uno sufre por el tiempo y las distancias.
Pero ahora la distancia era por fin corta.
Miró al Cristo doliente que presidía la salita pero no le rezó.
Hacía mucho que se le olvidaron los Padres Nuestros.
- Espero que tengas razón – le dijo conformado.
Mientras Braulio abandonaba su privilegiado asiento, Moses, devuelta la pelota, se despedía de los amigos.
- ¿No te quedas un rato más? – le preguntó Yasim.
- Tengo muchos deberes.
Moses vivía cerca pero aun con todo, no le hacía ninguna gracia retrasarse hasta que a la tarde no le quedara luz.
En verano todo le reconfortaba.
Sin frío ni colegio, arañaba horas para disfrutar de la calle, sin temor a aquellos inviernos donde el frío mordía y la oscuridad lograba hacerle sentir un profundo e inexplicable miedo.
Subió por la calle de Roque hasta la esquina de Rosales, cruzando frente al bar donde servía cafés su padre.
Al dueño no le complacían los saludos en horario de tapa y barra.
En su lugar, acordaron que al pasar, canturrearía un “djembe”, suficientemente bajo como para no incordiar a la clientela, sobradamente alto para que el supiera.
Llegó al trece y acarició el corazón de la puerta.
Sin el ni su punzón, haría mucho que la mugre lo habría soterrado.
Cada mañana, al salir, lo tocaba para ver si le prestaba algo de la suerte que tenía oculta.
Con el regreso, volvía a hacerlo como agradecimiento.
Nunca supo quien lo hizo pero tampoco se lo preguntaba.
El que se molestara en grabarlo, tendría dentro algo bueno.
La mala gente no pierde el tiento de estas trazas.
Subió al sexto saludando a la portera, una mujer sufrida y oronda, siempre acompañada por el olor agrio del sudor reseco y que sin embargo, mantenía la higiene tan asida al bloque, como ausente de su propio cuerpo.
Al entrar se descubrió solo.
Madre y los hermanos mayores, aun andarían trabajando.
Tendría una hora por delante para regalarle al estudio.
Marchó a su tercio de habitación y, antes de abrir el libro, lo hizo con una diminuta carpeta azul de las de medio euro en los chinos.
La carpeta andaría vacía de no ser por una fotografía en color.
Era el, levantando seis años escasos, lloroso y aterrorizado, sostenido en alto por los brazos de su padre.
Juntos y deshumanizados, lograron salvar la pasarela del muelle al barco.
De fondo, la ciudad vomitaba aquella masa de desesperados, suplicando porque aun les quedara una última esperanza a bordo del último barco.
Aunque lo sabía, todavía se dejaba los ojos, tratando de identificar algún rostro que le recordara como eran sus parientes o amigos, cuando aun estaban vivos.
Pegada a la cabecera, la diminuta estampita de un Cristo ario, al que sus hermanos imploraban devotamente antes de rendirse al sueño.
Por mucho que le insistieran, cada día le costaba más encontrar una excusa para el rezo.
Peor aun con todo lo finge.
- Espero que tengas razón.
Pero lo dice sin mucho convencimiento.

Bucardo

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domingo, 13 de abril de 2008

La Muerte del Rey


La Muerte del Rey

Aunque vencido, Rodrigo mantenía el empeño en no rendirse si antes no estaba muerto.
Con el filo mellado pero sostenido, mantenía la cabeza hundida en el tronco, protegida tras un escudo despedazado, semejando a un jabalí malherido a punto de arrancarse contra sus asesinos.
Horas antes era rey.
Horas después porfiaba por morir sin dejar de serlo.
Sorprendentemente, sus enemigos, invasores de tez aceitunada que luchaban descalzos, con lanza y sin mayor protección que una túnica y su velo, lo rodeaban sin incordiarlo.
En torno al rey, un puñado de fieles, todos malheridos, todos maldiciendo, decidieron, sin mucho convencimiento, que no les quedaba otro remedio que morir junto a su soberano.
Formaron un círculo enjuto y entorpecido por los cadáveres amontonados.
Parapetados tras el polvo y los infantes sarracenos, se erguían, a salvo de todo peligro, las figuras de los nobles traidores, los mismos que en pleno arranque, cuando el rey ordeno cargar, torcieron las armas contra sus propios hermanos.
Hoy sobre los campos del Guadalete, quedarían más visigodos vivos y traidores que muertos en batalla.
- ¡Dios os condenará! – gritó impotente - ¡Dios os condenará!.
Pero ni tan siquiera el mismo se convencía.
Dios es el último recurso de la impotencia y la cara del conde Don Julián se lo confirmaba.
Satisfecho en todo su ego, bajo el casco ofrecía un rostro victorioso de quien sabe que los dioses son para los que creen y que la historia no suele juzgar a mal a quienes la escriben.
Y para escribirla, hacía falta estar vivo.
- ¡Esta noche dormiré caliente Rodrigo! – increpó - ¿Dónde dormirás tu?.
El último de los reyes visigodos asió con mayor brío la empuñadura y sin retirarle la vista al traidor, cargó con la ceguera y el odio que poseen los que se saben irremediablemente derrotados.
Antes de morir todavía pudo llevarse a tres o cuatro de aquellos harapientos.
Pero al expirar, tuvo que dar la razón a quienes aseguran que el valor no es algo que suela reconocerse…ni aun después de muerto.
Bucardo


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miércoles, 9 de abril de 2008

El Diario de mi Hermano


El Diario de mi Hermano
Cuando mi hermanó desapareció, lo hizo convencido de que no podía esperarle nada peor.
Mientras buscamos, la policía, los amigos, sus amantes e incluso los compañeros de trabajo, se encogían de hombros cuando les preguntaban por que creían que se había marchado.
Luego, cuando nos conformamos, terminamos por acostumbrarnos a su ausencia, a que su sitio sobre la mesa nunca terminara de ocuparse o a que nuestros padres, suspiraran melancólicos cada vez que en la televisión, echaban uno de sus programas favoritos.
No supimos de ninguna respuesta hasta que cinco años más tarde, reunimos valor para entrar en su habitación y retirar la ropa del armario.
Entre los calcetines de invierno, esos de lana blanca que tanto le gustaban, encontramos un cuaderno de espiral, sucio y emborronado, que a primera vista no parecía nada pero que en realidad, al abrirlo, resultó ser un Diario.
Fue así como conocimos de sus penas, de su inmensa decepción y del desconsuelo que para el suponía, no encontrar remedio.
Nunca los sospechamos.
Las apariencias venden en falso sobre todo porque el, a diario, estuviera donde estuviera, no parecía sentir mayor desasosiego que lo cotidiano, las preocupaciones superfluas de quienes pocas cosas se toman en serio.
Y sin embargo, el alma no le concedía tregua y se le iba desgranando, confesando sus pesadillas de Diario que nos descubrieron a un hermano, muy diferente de cómo lo habíamos concebido.
Parecía como si con cada hoja, se nos apoderara la desapacible sensación de haber convivido, tantos años, con alguien que ahora nos resultaba desconocido.
Supongo que nunca nos tuvimos demasiadas confianzas.
Crecimos juntos más nunca unidos y eso puede llegar separar mucho más que las distancias.
Pero mi hermano nunca fue tonto.
De haberlo sido, jamás habría llorado tan hondo sobre aquella desilusión que lo obligó, un día, a abrir la puerta sin equipaje y dejarnos sin saber donde se le busca.
Por eso lo sabía con vida.
Los que voluntariamente se la quitan, es porque ya no encuentran manera de forzar un cambio.
Y aunque su decisión se tomó a la desesperada, como desesperados nos había dejado, cada día agradecí que en algún lugar del mundo, anduviera detrás de sus propias sonrisas…mucho mejor que llevarle flores al cementerio.
A veces duermo con su diario sobre la mesilla.
Y pienso que en algún sitio estará el con un boli en la mano.
Tal vez se acuerde de nosotros aunque preferiría que en su nuevo diario, le sobrara la dicha que nunca le dimos y la faltaran espacios en blanco.
Bucardo

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martes, 8 de abril de 2008

La Nota Amarilla


La Nota Amarilla
Sentado sobre el borde de la cama, Román examinaba la foto.
Era la de un muchacho todavía joven, algo flaco, algo apuesto, de ojos azules y tristes aunque en su tímida sonrisa se dejara entrever un alma grande y una profunda inteligencia.
Pegada en el borde del marco, una notita minúscula de color amarillo, tenía escrito “MI HIJO” con letras rojas y grandes.
Román retiró los ojos con el rostro mustio y confundido, las manos entrelazadas entre las piernas y aquella postura tan suya, a medio camino entre lo temeroso y lo sumiso.
Aquella cara le sonaba a propia, solo que algo menos arrugada, con las cejas más ligeras y separadas, la calva todavía incipiente y ni rastro de papada bajo la barbilla.
Durante cinco minutos se palpó a si mismo, comparándose con la imagen que veía en la fotografía.
Mirando de frente, hacia el espejo insertado en la hoja central del armario ropero, descubrió otra nota con idéntica letra roja rezando un “ERES TU” visible desde la cama.
Y sin embargo no se encajaba, no terminaba de sentirse el.
Alrededor suyo, tuvo conciencia de que la habitación estaba punteada por docenas de aquellas misteriosas y amarillas anotaciones, que brillaban con la tenue oscuridad como si se tratara de pequeñas estrellas atrapadas.
Estrellas a modo de farolillos que parecían quererle indicar un camino que Román no terminaba de hallar en ningún mapa.
Se miró las manos que le temblaban como si fueran las de un recién nacido.
Fue entonces cuando la puerta se abrió, iluminando repentinamente la estancia y al pobre, acobardado, no se le ocurrió otra cosa que bajar la cabeza al suelo como si al hacerlo, negando la vista a lo que entrara, ningún peligro existiera.
Poco a poco, a medida que pasaban los segundos y nada malo le ocurría, cogió valor para levantar los ojos y contemplar la figura que parecía esperarlo a medio camino entre el interrogante tenso y la ternura.
Román lo miró primero y luego hizo lo mismo con el retrato de la mesilla.
- ¿Hijo?.
Y el hijo ya sin el interrogante, se acercó para acuclillarse ante el y abrazarlo.
Román, aunque dubitativo, se sintió reconfortado.
Un abrazo era cosa importante, un abrazo no se lo lleva cualquiera y aunque le costaba esfuerzo reconocerlo, sin duda quien se lo daba, debía de ser su hijo.
Bucardo


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domingo, 6 de abril de 2008

El Hombre que no quería robar Oxígeno


El Hombre que no quería robar Oxígeno
Allí bajo el inmenso arco del puente, la lluvia se hacía un poco más llevadera.
Allí hasta se deleitaba contemplando como las gotas de lluvia se fundían con la corriente, provocando que brotaran diminutas e incontables hondas del agua, de vida breve si, aunque durante aquellas ridículas milésimas de segundo, consiguieran sosegar el insaciable espíritu de Michel.
Michel, sentado, con su flacucho cuerpo hecho un ovillo sobre si mismo, apretando sus dedos entrelazados, intentaba retener el calor, contener la rabia, ambas robadas o encrespadas por la tormenta hasta que el viejo puente medieval, como buen pedazo de piedra que era, le ofreció su protección pero no su abrigo.
Allí podría recuperarse, allí podría pensar, allí podría encontrar la manera más rápida e indolora de suicidarse.
Escoger el momento exacto de la muerte había sido, durante generaciones, un privilegio exclusivo para su familia.
Podría incluso decirse que se trataba de una herencia genética, que si bien les privaba del derecho al responso y camposanto, les permitía no obstante, sentirse con el derecho a la autosuficiencia que los de la mitra habían acaparado por cuestiones…….indescifrables.
A comienzos de siglo, la tía bisabuela Germana había escogido el veneno. Cuando lo bebió era una veinteañera pueril y cargada de un romanticismo utópico y poco práctico que la llevó derechita ante San Pedro por cierta relación despechada con un hombre casado.
Al abuelo le dio por tomar idéntica resolución en el frente, hundido hasta la cintura en el fango de Verdún, cuando decidió que mejor muerto por mano propia que soportar la lotería diaria de no saber si te iban a matar a tiros, a la bayoneta, de un cañonazo que te borrara de la faz de la tierra o agónicamente gaseado.
Quince años atrás, madre escogió el gas.
A Michel aquel método le parecía excesivamente peligroso.
Nadie debía seguir sus mismos pasos por obligación de la onda expansiva y si el etéreo elemento se acumulaba y alguien desprevenido e inocente encendía un cigarro, una barbacoa o una hoguera en las cercanías, ese terminaría por ser su inesperado destino.
Madre era buena y precisamente por eso, a causa de su inagotable bondad, terminó por ver desaparecer todas las razones que la llevaban a continuar respirando.
Dejó de hacerlo el mismo día en el que la señora Doumetrau atropelló a “Dixie”.
Aquel viejo y desdentado pastor alemán, cuya vejiga apenas tenía fuerzas para marcar el territorio más próximo al jardín, había sido el compañero fiel de madre durante casi veinte años.
Las mismas dos décadas en las que la señora Doumetrau, una mujer oronda y malcarada, había ejercido de vecina cotilla e indiscreta, descontenta con su propia existencia, al que un marido alcoholizado, un hijo desconocedor del significado de la palabra cariño y una suegra candidata perpetua a ser víctima de un homicidio, habían amargado la existencia.
¡Cuantas oportunidades había tenido a lo largo de tanto tiempo de encontrar refugio en casa cuando su marido confundía el agua de grifo con el vino rancio y la caricia tierna con el bofetón!.
Sin embargo, no pareció acordarse de los paños fríos que madre solía colocar sobre su ojo amoratado cuando aquella mañana la vio regalando al cartero una rosa recién podada.
El correo apareció acompasado por un bufido cansino de “Dixie”, en el mismo instante en que ella faenaba en el jardín, y a la pobre, como a los demás vecinos que lo contemplaron, le pareció un gesto atiborrado de agradecimiento, olvidado por toda mala intención.
Sin embargo, la señora Doumetrau pareció encontrar cierto alivio en su peculiar forma de ver el regalo y al, convertirse en el centro de atención de toda peluquería por donde apareciera, en aquella semana terminó por hacerse dos permanentes, unas mechas y un teñido, tomarse dos docenas de cafés con dos docenas de tertulianas y acudir de mañanas a un bautizo, de tardes a un entierro, donde muerto y neonato, terminaban por convertirse en secundarios frente a su acelerada lengua.
Y entre rulos y sacarinas, sus “visitas” a casa de madre se transformaban en alocadas confesiones al calor del te, los maltratos de su marido, en efusividad amorosa y la generosidad de su vecina en abierto coqueteo, insinuación perversa u oferta de puerta y cama abierta.
Madre aguantó un mes la tormenta provocada por el aspirador gigante que la señora Doumetrau había conectado.
Al final, metiendo la cabeza en el mismo horno donde tantas tartas tomaran el punto, puso el gas al máximo y cerró los ojos.
Michel tuvo que aceptar la pérdida, comprar un ataúd sin cruz y soportar fríamente el hipócrita pésame con que la señora Doumetrau puso la guinda al pastel.
Padre apenas la sobrevivió tres años.
La convivencia que todo lo corroe, terminó por desgastar la pasión carnal entre ambos pero no consiguió jamás extinguir su desesperada necesidad mutua, su absoluta compenetración en el día a día que afrontaban.
El tiempo es sabio, pero también cruel y la ausencia terminó por poner sus dedos en el gatillo de aquel Colt corto de 35 mm y ha desgajar para siempre el desgajado edificio de su vida.
Los hombres somos menos delicados, menos mirados, más viscerales que las mujeres.
Tal vez por eso Michel no se sorprendió cuando, al entrar en casa, sus zapatos pisaron la caramelizada sangre de su padre, cuyo cadáver lo miraba derrumbado sobre el sofá del salón.
Todo el pueblo acudió al funeral…...el señor Menier, el panadero, quien treinta años antes había jurado amistad eterna al finado cuando este le prestó 10.000 francos con los que poder comprar una furgoneta y que terminó pagándole con la moneda del desagradecido cuando lo denunció por cuatro palmos de tierra…..la señorita Lucient, su secretaria, ahora secándose las lágrimas, a quien nunca puso en la cola del paro a pesar de sus repetidos y garrafales errores mecanográficos pues cada vez que pensaba en hacerlo se acordaba de su reciente matrimonio con hipoteca, favor que ella devolvería años más tarde, voceando de bar en bar que su caro tren de vida lo había pagado arrodillándose bajo la mesa de su jefe…..el señor Oreste compañero de pupitre y primeros amores quien siempre sentía una especial e irresistible atracción por acostarse con las mujeres que su amigo amaba y vivía obsesionado con madre hasta que esta decidió poner fin a sus constantes insinuaciones con una bombona de butano……
A Michel le venció todo el pueblo, a una, sin mayores ni menores culpables, extendiéndose sobre su alma como una fuerza negruzca, espesa y pestilente que todo lo ahoga, sobre todo aquello que intuyen diferente a ellos, de lágrima viva y sincera.
Unas horas antes, bajo el pesado cielo gris que retumbaba sobre su cabeza, ante la tumba de madre, pensaba en las razones que lo iban a llevar hasta el camposanto, en quien asistiría a su entierro, quien lloraría, quien diría “…con lo joven que era….” o quien acudiría tan solo para ver si había quedado bien maquillado y adecentado dentro de la caja.
Pensó en Luc Desant y en el comienzo de su fin, en el día que anunciaron la …..”reestructuración interna de personal en alas a mejorar el servicio y eficacia hacia nuestros usuarios”, vulgarmente, la regulación de empleo que se les venía encima y la decisión que tomó de renunciar a su sueldo fijo como cartero por hacerle un favor a los cuarenta y cinco años de su amigo…...los cuarenta y cinco, algo de reuma, su pedaleo lento y poco productivo, sus cuatro hijos exigentes desde una matrícula universitaria hasta los últimos trapos de moda cara y fútil, una mujer asmática y recluida y la residencia de ancianos donde comían puré bien pasadito sus progenitores.
Ellos jamás lo comprendieron.
Eran incapaces de hacerlo.
El egoísmo y la desconfianza habían momificado de tal manera su corazón que se creían realmente felices con la desdicha ajena, con el acaparamiento…..tener, tener, tener…..desconfiando de todo aquel que diera sin esperar nada a cambio.
Michel el raro hacía cosas raras, como regalar su empleo a Luc, quien ya fuera hoy o mañana terminaría por encontrar un motivo para no agradecerlo, o escribir poemas cerca de la ribera con la esperanza de ver al martín pescador zambulléndose tras alguna captura, o pasear por las calles del casco antiguo deseando encontrarse una nueva inscripción desapercibida ante sus despistados ojos…….el raro que rehuía fiestas y verbenas, el raro que no gustaba del contacto humano, el raro que no bebía, el raro que pescaba sin anzuelo tan solo por encontrar una excusa con la que acercarse al río, el raro que tarareaba sin timidez las primeras canciones que le acudieran a la mente, fueran las que fueran, estuviera donde estuviera, el raro que saludaba con una inclinación respetuosa a las señoras maduras y un beso en la mano a las mujeres en edad de despertar anhelos, el raro que buscaban cien mil veces en la biblioteca municipal un ejemplar jamás descubierto y se alegraba como niño tras caramelo si conseguía hacerlo, el raro que se disgustaba escuchando los ladridos ávidos de los perros cuando se cazaba en los bosques cercanos a su casa, el raro que se emocionaba leyendo a Neruda porque lo que contaba era su sentimiento y no su pensamiento, el raro que no votaba, el raro que no gustaba de balones, el raro cuya mirada era expresión viva y constante de sus sentimientos…….
Si, Michel era generoso y odiado porque con su presencia, cada día, les recordaba que ellos jamás podrían serlo.
Por eso había que destruirlo, amargarlo, arrastrarlo por voluntad o a viva fuerza hacia su repleta acera.
El tratamiento apenas duró unas semanas.
Comenzó el lunes, cuando la señora Doufleu olvidó cuantas veces había sido socorrida por el solicito Michel cuando al hombrecillo verde del semáforo le entraban las prisas y sus raquíticas piernas no daban más de si.
Por la tarde el señor Robert no parecía acordarse de quien arremetía contra las malas hierbas de su jardín durante los meses que su tibia estuvo escayolada y el martes a la memoria de la señorita Rodel le entró pereza, pues no parecía recordar la docena de veces que el hombro y algo más de Michel le había servido de consuelo y alivio cada vez que pillaba a su novio meciéndose entre los brazos de una rubia de pechos más generosos que los suyos.
El miércoles la señora Petain no quiso recordar cuantas de sus tardes solitarias lo habían sido menos gracias a las cortas visitas que Michel le hacía y que conseguían mitigar su viudedad y el olvido al que sus hijos la tenían postergada y el jueves a los niños de la escuela ni se les pasaba por la cabeza los euros que Michel se gastaba comprándoles caramelos de azúcar quemada cuando al cruzarse con el a la salida de la escuela le llamaron “engendro” y le tiraron piedras.
El viernes comenzó a llover y el señor Lextar, el constructor, con su enorme todoterreno lo empapó mientras se dirigía al río para retomar fuerzas cuando cruzó sobre un charco que podía perfectamente haber evitado, el sábado los mozos del pueblo fueron a jugar al fútbol en el campo que queda junto a la casa, donde jamás lo hacían porque no era muy grande y no había piedras con las que marcar las porterías, pero donde bien sabían donde molestarían más sus gritos, improperios, miradas soberbias y pelotazos al portón de entrada.
El domingo decidió que ya no le quedaban mejillas. Había sido diana saturada de dardos.
Nadie lo molestó.
Se levantó bajo la tormenta a las seis de la mañana y estuvo todo el día encontrando fuerzas y pensando como dolía menos arrancarse la vida.
Sentado bajo el puente medieval, en aquella tarde tan otoñal, tan brusca y arisca, Michel no encontraba fácilmente una solución a su dilema.
No deseaba provocar arcadas de disgusto en aquellos que tuvieran la mala suerte de tener que limpiar sus sesos desparramados en caso de volver a sacar brillo a la pistola de papa.
Tampoco le parecía bien provocar la alarma en todo el pueblo cuando empezara a oler a gas y todos se acordaran de encender el cigarrillo al mismo tiempo.
Le asqueaba mearse y eyacular sobre sus pantalones como había oído que hacían los ahorcados en cuanto sentían la soga apretándose mortalmente sobre el gaznate y tampoco le convencía precipitarse ante la crecida del río sabedor de que una mano invisible lo arrastraría obligándolo a perecer con una larga y desesperada agonía.
Si, la muerte podía ser todo lo deseada que fuera, pero por lo menos debería recibirse con una sonrisa y no con el rostro contraído por el dolor y la desesperación.
“Estoy cansado” – pensó – “Muy cansado”.
Y así, con la cabeza entre las piernas, confundiendo sus lágrimas con las gotas de lluvia que le resbalaban por la cabeza hacia el cuello, encontró una solución……la más dolorosa y larga.
Alzando sus pesados y ojerosos ojos negros, los posó durante unos minutos en el discurrir rápido y encrespado de las marrones aguas del río, sobre la que flotaban ramas de gran tamaño, cúmulos de hojas o incluso ocasionalmente, alguna ave muerta.
Retornó la lluvia y camino como si de un agradable paseo primaveral se tratara, sin prisa y saboreando cada bocanada de aire camino del vecindario.
Con cada paso que daba, acercándose hacia la silueta empapada del pueblo, su sonrisa se hacía más abierta y su corazón más cerrado hasta que al toparse con la Sra Dilian, quien unos días antes había jurado haberle visto contemplando con ojos degenerados a las niñas de la escuela, la saludó con un gesto de la cabeza y, alzando la mano….
- Buenas tardes Sra Dilian ¿Cómo esta usted?
- Bien, bien – respondió algo sorprendida.
- Resguárdese mujer, que va a arreciar más fuerte – aconsejó.
- Gracias, gracias.
Y justo en ese momento Michel fue fiel a la tradición familiar y dejó de existir para siempre.
No lo hizo de un disparo, ni con el gas del horno, ni en el río ni ahorcado en un árbol tétrico y solitario.
Lo hizo entregándose a la riada que sus propios vecinos habían generado…..por eso a partir de entonces sería conocido como el Señor Michel.
Bucardo


Registro Propiedad Intelectu@l

sábado, 5 de abril de 2008

El Reparador de Estrellas


El Reparador de Estrellas
¿Qué como llegué hasta donde estoy ahora?
La verdad es que si bien mi historia no es ni mucho menos de lo más convencional, empezó como lo hacen muchas de ellas……con una mujer.
Una mujer que en su día, preocupada por ver como los adultos consumían vida, paciencia y felicidad solucionando cuestiones insípidas, se paró en seco, trenzó con fuerza sus diminutas coletas, se vistió con ropas anchas y decidió con firmeza que desde entonces y para los restos, se negaba tajantemente a continuar creciendo.
Ni que decir tiene que ante tamaño arrebato, sus padres, sus primos, sus amigos, parientes y vecinos zanjaron el dilema archivándola en la sección “locuras y manías varias” de su biblioteca social pero cuando la conocí….y de esto mis canas prueban que hace ya unos cuantos años…..conocí a la criatura más sensata, cuerda y sensible de cuantas habían sido paridas en el seno de la humanidad, la más tierna, dulce y sincera que cruzara faz, besos y mil miradas junto a mi.
Una madrugada, una de esas raras ocasiones en la que nuestros ojos no se entrelazaban sino que lo hacían con el cielo nocturno, tumbados sobre la alfombra verde de un prado montañés, acompañados por el gorgojeo de las perdices pardas, ofendidas por ocupar sus territorios sin su permiso, intentábamos contar estrellas, un mar amplio e inmenso de estrellas que se extendían en mil tamaños y agrupaciones diversas, unas frioleras y apelotonadas, otras valientes y solitarias, algunas ariscas, otras brillantes, todas hiladas según como la imaginación ofreciera…..un piruleta, un gnomo, una boca con lengua ancha y burlona, un caballo ¿o era un burro grande?....
Y su luz, extinta allí donde brotara millones de años antes de que nosotros nos cogiéramos de la mano, iluminaba nuestras miradas, sobre todo la suya, salpicada por lágrimas silenciosas, como si de repente, su memoria hubiera recordado que tanta belleza nos quedaba demasiado alejada como para poder palparla y una expresión melancólica probara su necesidad de contemplarla de cerca.
Lamí su tristeza que descendía por sus mofletes……
- Ojalá fuera un reparador de estrellas – dijo.
- ¿Reparador de qué?
- Déjalo, solo es una de mis tonterías. Una más
Pero…..¿por que algo que la apenaba de semejante manera iba a ser una tontería?.
¿Acaso era una tontería el negarse a caminar por la vida comprando, meando, comiendo, comprando un poco más, llegando a la jubilación y muriéndose para terminar con San Pedro o Satanás pero siempre pagando el alquiler del hueco donde se pudren nuestros huesos?. ¿Acaso resultaba ser una tontería que en lugar de encender el televisor y languidecer física y mentalmente ante una pantalla de 24 pulgadas que piensa, hace, dice y oye por ti, hubiera gente como ella, dispuesta a obligarnos a pensar con unos trazos de color, con un audiovisual o con un “libro feo”?.
Mi curiosidad, su felicidad me obligaban a saber más.
Por eso corrí en busca del muy noble y excelso Diccionario de la Real Academia y traté de hallar la palabra reparador…..”el que soluciona o arregla algo que se ha roto”. Funcional si, pero ¡leches que poco imaginativo!.
Intenté hallar la solución en la Larousse pero allí solo me dijeron que podría “reparar” mis ansias por saber más, comprando a plazos su nueva enciclopedia actualizada gracias a la cual podría obtener la tarjeta “Cliente Chachi Que Ha Llegado” donde su principal ventaja radicaba en que ocupaba poco espacio en mi cartera, estaría en una lista de receptores de correo basura y podría pagar lo mismo solo que en mensualidades todavía más incómodas.
¡Por Dios que efectividad comercial! pero…..¿y lo mío?.
Acudí raudo a la Biblioteca, la Municipal, la que aparecía tan de vez en cuando en el Presupuesto Anual que sus libros enmohecían y envejecían deshojándose a medida que pasaban los años. Incluso llegué a toparme con uno llamado “Dios, Patria y Rey”, el cual aseguraba que sin estos tres conceptos, el país caería en una bacanal de orgías carnales y concupiscencia visceral…….!ya ves y yo deseándolo!.
Como aquello no solucionaba nada, retorné a tecnologías más actuales y tras comprobar que existen 38.967.998 páginas con la palabra sexo inscrita en algún lugar de ellas…..desde “Sexo a Tope” hasta “Sexo Tántrico” pasando por “Sexo sin Sexo” o “Sexo es pecado con dos mujeres o con una mano” no logré hallar indicio alguno que me ayudara a averiguar algo más sobre los “reparadores de estrellas”.
Ni los abuelos más abuelos, ni las abuelas más cotillas, ni los astrólogos más estrafalarios, ni videntes, sabios, astronautas, viajeros, expertos, científicos o prestigiosos estudiosos supieron darme tan siquiera una sola pista sobre ello.
Agotado, como mis fuentes, retorné varias semanas más tarde al mismo prado, tratando de encontrar su estela bordada sobre la hierba……la noche era mucho más fría, heladora, mi aliento se disipaba apenas salía de la boca y ella no estaba junto a mi para cogerme de la mano.....la añoré, LA AÑORÉ más intensamente que nunca y entonces……!pum!......!ostias!.
Sobresaltado, abrí los ojos justo para ver como se precipitaba lo que yo creía era estrella fugaz…..pero cuando iba a pedir un deseo, justo donde había contemplado el último estertor del astro, se abrió ¡una puerta! y de ella surgió una diminuta cabeza y una mano que recogía algo del panel nocturno y retornaba a la oscuridad para cerrar la portezuela……..sin embargo, antes de echar el cerrojo, me miró, si, estoy seguro de que lo hizo.
- ¡Eh, eh, eh!, ¡Espera por favor!, ¡Espera!
No pareció oírme.
Regresé al mismo lugar la noche siguiente, y la siguiente, y todas las siguientes durante más de un mes.
Y lo hice con tal persistencia que la cama tenía celos de la hierba y las ojeras se extendían más halla de mi cara…..incluso creí distinguir que una perdiz hembra, tan acostumbrada a verme como ya estaba, guiñó uno de sus ojos en la creencia de que yo no era hombre, sino macho de su especie con pretensiones de formar familia.
Pero a la trigésimo tercera noche, entristecido, decidí creer en lo fácil e imaginar espejismo lo que un mes antes me pareció casi tocar con las yemas.
Volví a casa decidido a reconciliarme con las sábanas.
Apenas llegué la llamé.
Su voz sonaba profundamente abatida……decía sentirse fea……decía amar la belleza….y desesperar buscándola.
Por una vez me olvidé del despertador pero ni tan siquiera así conciliaba el sueño.
Su voz, sus afligidos ojos intuidos al otro lado del cable, su……
- ¡Quien coño es usted!.
Mi mente estaba tan atareada que ni tan siquiera me había dado cuenta del hombre que, sentado en una esquina de la habitación, contemplaba mi insomnio con su rostro maduro aunque todavía no anciano.
De bigote generoso, prominente diría yo, nariz chata, cejas con serio problema de superpoblación y cuerpo bajito aunque fortachón, limpiaba sus gafas con una gamuza tan sucia, que uno no sabía muy bien si era la gamuza quien limpiaba las gafas o viceversa.
- No grites zagal….que tus vecinos son de los que duermen.
- Pero….
- El otro día me llamaste ¿te acuerdas?....-estaba demasiado estupefacto para responder- Ya sabes, cuando se rompió la estrella.
- ¿La estrella?.....¿las estrellas se rompen?
- Pues buena me ha caído – lamentó cogiéndose con dos dedos la nariz y meneando la cabeza de lado a lado – Vamos a ver ignorante, que te creía listo y me sales corto de entendederas……la estrella se rompió y tuve que repararla ¿te acuerdas?.
- Si…..- la cosa me sonaba a 28 de diciembre pero allí, en calzoncillos sobre la cama y ante un desconocido…..mejor era no llevarle la contraria.
- Venga levántate que tenemos faena en abundancia.
- ¿Aprender? Perdone pero no le conozco y así….en ropa interior…..por lo menos podría…...
- Yo soy Paúl…..cincuenta y dos años, soltero, perpetuamente enamorado, vivo en un apartamento modesto pero coqueto en Vilanova y la Geltrú, pago hipoteca hasta por la cortinilla del baño, de día trabajo como reponedor en una tienda de electrodomésticos y de noche….soy “reparador de estrellas”.

Han pasado seis años desde que conocí al bigote de Paul……siete desde que ella me cogió de la mano.
Con el tiempo y mucha paciencia fui descubriendo los secretos de este oficio secreto.
Tal y como le sucediera a su predecesor, y al predecesor de su predecesor desde que las estrellas eran estrellas y fue necesario repararlas, a medida que lo hacía el iba olvidando lo que yo aprendía hasta que una mañana me lo crucé por la calle y no supo reconocerme. Sigue como reponedor y sigue pagando hipoteca y sigue enamorado.
Ahora cuento con una mano los pelos lozanos que todavía me quedan y con dos los que sobreviven a mi calvicie.
Pero cada noche, apenas termino de recoger el comedor y pasar los vales, el cansancio que he arrastrado durante toda la jornada desaparece, busco el mono azul con un cometa blanco fosforito correteando constantemente sobre la tela y me voy a trabajar.
¿Sabían ustedes que las estrellas fugaces no existen?.
No se desanimen por favor.
Lo que en realidad sucede es que las fugaces no son otra cosa que estrellas apenadas que ya no se sienten capaces de soportar la infelicidad que iluminan cada noche y padecen viendo lo que ven hacer a la gente.
Por eso decaen, se agostan como un río en verano, como lo hace el sol por la noche o la hoja del hayedo en octubre.
Las estrellas son seres mimosos y sensibles, con un rostro mofletudo y unos ojos pequeños, negros, redondos, muy vivos…..por eso cuando una se viene abajo, atento como estoy, abro la puerta muy rápidamente y la cojo antes de que toque el suelo.
La llevo al taller sin herramientas y allí la escucho, le hablo, trato de recordarle que por fuerte que sople la tempestad siempre hay un momento de calma, algo hermoso por lo que merece la pena seguir brillando, no se, un búho ululando, la sombra de una estatua, el quejido de las ramas de un árbol, de mil árboles, de cien bosques…..y con cada razón que le regalo, la estrella caída parece brillar más y más, un poco más, un poquito más hasta que tengo que buscar las gafas de soldar para aguantar tanto fulgor y es entonces, solo entonces cuando la vuelvo a colocar en su sitio.
Recuerdo el día en que a la Osa Mayor le salieron mal los cálculos y se dispuso allí donde la escenografía le mandaba estar dos pasos más a la derecha.
Una de las estrellas de Dragón chocó con ella astillándose la punta……y, créanme, reparar la punta de una estrella no es cosa fácil.
Esto no se arregla encofrando y cementando, ladrillo, tornillo, paleta y vuelta a empezar no……esto se solventa con una “lista de deseos incumplidos”.
Cada vez que tengo que remendar a una estrella, cojo un saco y recorro medio mundo recogiendo todos los deseos que puedo…..Paz para los iraquíes, equilibro para los Nepalíes, una oportunidad para los africanos, pan para Somalia….selecciono y mando a tomar viento fresco aquellos que siempre algún listillo me intenta colar……mejor balanza de pago para los europeos, índice bursátil en claro ascenso para los norteamericanos, un bolso de diseño que no entiende de apuros a final de mes para una niñata de Móstoles que me tiene frito con sus tonterías…..
Luego regreso y se los voy enseñando a la enferma que poco a poco se va inflando, inflando, inflando hasta que de repente, pura magia, brota nuevamente la puntita perdida y puedo volver a colgarla del cielo.
Pero una noche, mi estrella favorita, Nereida, no quería brillar.
Como hacía desde hacía años, abría las puertas del corral cuando ya el sol se recostaba por poniente y todas salían en tropel y alborotadas……pero ella, ni tan siquiera alzó la mirada.
A diferencia de las demás, Nereida no tenía los ojos negros y diminutos sino amplios, inmensos, de un claro desconcertante, capaces por tanto de ver más y mejor, propensos a sufrir con mayor hábito, las tristezas ocasionales que toda estrella padece.
- ¿Hoy no puedes? – pregunté.
Ella afirmó con la cabeza.
- ¿Hoy no deseas?
Volvió a afirmar.
- ¿Es por el dolor, es por la indiferencia de quienes no lo padecen?
Afirmó nuevamente.
- Entonces sígueme.

Hay un lugar en el cielo del que raramente hablo.
Es un recoveco tan escondido, tan bien camuflado que ni los telescopios más potentes e ingeniosos han sido capaces de descubrirlo…….es el “balcón de los buenos deseos”, el lugar que siempre elijo cuando pretendo acercarme a ella, susurrarle en la distancia.
- Mira – le dije señalando con el dedo.
Ella permanecía acuclillada en el borde del abismo.
No contemplaba el paisaje.
Con su cabeza, con sus pelos alborotados embutidos entre sus piernas, sollozaba.
De haberla abrazado, de saber que en secreto la miraba, jamás habría llorado.
Ella se creía fuerte pero en realidad, bien sabía yo que la muerte de una hoja la entristecía, la de un árbol la deprimía, la de un bosque la clausuraba y la de un monte le quitaba las ansias de seguir adelante.
- Todas las noches Nereida, deseo abrazarla, todas las noches deseo con todo mi corazón que sonría, que sienta lo especial que es para mi….todas las noches la amo, pero no puedo entorpecerla, no puedo exigir nada…….por eso te necesito, por eso ella te necesita. Ambos necesitamos que nos mires….dile a ella “te quiero” y a mi “te añoro”…..dinos a ambos “nos vemos pronto”.
Y es que todo lo que ha sido creado, desde el microbio más infecto hasta la ballena azul, tiene un objeto, una razón para estar allí…..las estrellas son mensajeros…..dos personas al tiempo, mirándolas, por lejos que estén pueden hablar entre ellos.
Lo se muy bien, nadie las conoce mejor que yo…….por mucho que ustedes no crean en mi cordura, existimos, si, nosotros……los “reparadores de estrellas”.

Bucardo

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