martes, 28 de agosto de 2007

Las Malas Herencias


Las Malas Herencias

- ¿Cómo puedo saber que algo ha terminado?.
Acostumbrada a las preguntas infantiles de quien se supone debe hacer preguntas infantiles, la maestra, aquella Sonia de botones sugerentes y pechos desabrochados…o de pechos sugerentes tras botones desabrochados....recién horneada en un Magisterio que como toda Facultad, sobrestimaba las teorías escritas sin apreciar las prácticas, no supo que responder.
- ¿Y eso a que viene?.
- Porque sus padres se divorcian….– un día a Valentín, el orondo graciosillo de la clase, le salió un chiste con chispa y a causa de ello o por culpa de ello, parecía sentirse obligado a superar la gracia con cada ocasión que abriera la boca…..confundiendo risa con lágrima o lágrima con risa.
- Cállate Valentín – ordenó la profesora con uno de esos acentos que lo mismo cortan la leche que el carcajeo.
Sonia era tan voluptuosa con la delantera como rápida a la hora de comprender en poca palabras, aunque esa rapidez, no le sirvió de nada a la hora de encontrarle una respuesta a su deprimido alumno.

Si bien los años fueron otorgando un sentido a porque la tez de Enrique se ruborizaba cada vez que la maestra echaba el cuerpo sobre su espalda para explicarle por enésima como se solucionaba una raíz cuadrada, no topó con persona ni libro, ni religión, creencia, filosofía, retiro o ética que le explicara como podía saber que algo, cualquier cosa, ya no podía prolongarse más de lo que daba.
- Te haces demasiadas preguntas chaval – le dijo la Puri – La gente ya anda demasiado descompuesta sabiendo como le va a ir la vida.
Al contrario que su cliente, la Puri, solía ser mucho más pragmática y realista, veraz, innecesariamente elocuente, algo chirriante si bien de cuerpo generoso, en nada gélido y atractivamente sobrado de toda frontera.
Algo de ese pragmatismo se le había pegado a Enrique por culpa de la “desrelación” de sus progenitores, pragmatismo que le había llevado a decidir que sus primeras experiencias con el pubis ajeno, nacieran de la cadera de esa Puri casada y varias veces parida, cuyo marido, demasiado vago hasta para laborar sobre las carnes de la propia, solía mirar a otro lado con las idas y venidas de tantos varones, empalmados ante la puerta de su casa…..pues su casa lo era de putas, sin el plural de la “s”, pues la puta, resultaba ser su esposa.
No era un chulo sino una especie no tan escasa, de cornudo consentido, más no tonto, pues comía langosta casi de diario y nunca se levantaba antes de lo que marcaban las agujas del campanario de San Esteban que solo tañían cuando era mediodía.

- Todo tiene un final hijo mío – hablaba el padre Rosendo – Pero tu eres quien debe marcarlo.
Rosendo era lo que hoy se conocería como un “antipadre”, uno de estos surgidos de los seminarios “progres” de finales de los sesenta que creían en la capacidad de su sotana o mejor explicado en la capacidad de no vestirla para empatizar sin barreras con sus feligreses, alejados ellos de la trasnochada iglesia de verdades incuestionables y Papas infalibles a la que estaban acostumbrados.
El Padre, cuya parroquia era de ladrillo y no de piedra tallada, no confesaba, aconsejaba y en lugar de repartir la insípida y anoréxica hostia, solía impartir la comunión a base de pan rozado por el moscatel, que le ahorraba explicaciones, metiendo dos en uno lo del misterio del cuerpo y la sangre.
En el barrio, tan obrero y apurado a fin de mes como para que lo visitara el palio del obispo, el padre Rosendo era de los que caían como uno más, pues lo mismo se bebía el Soberano hasta dejarlo bien reseco que cantaba las cuarenta en bastos con la humana gana de quien deseaba hacerlo.
- ¿Empezaste el nuevo curso? – pregunto.
- Tercero de Derecho.
- Pues te quedan dos……eso si eres capaz de aprobarlo todo……de ti depende que ni yo ni los que aquí estamos te vamos a sacar los aprobados.
Algo de razón raspaba el Rosendo con sus argumentos pero lo de la Universidad le sonaba demasiado material, mucho más cuando se suponía que con o sin levita, los sacerdotes sabían observar con focos algo más internos.

La Facultad se pasó como se suben las escaleras de un rascacielos con los ascensores embargados…..poco a poco, peldaño a peldaño pero sabiendo que si uno empecinaba, terminaría por quedarse sin pisos que superar.
No tuvo roces con los compañeros ni tampoco con las compañeras por lo que algún mal intencionado, “Valentones” los hay desde la guardería hasta el camposanto, termino por tildarlo de “asexuado”.
Tampoco los tuvo con los profesores más entronados ni con los menos sometidos al régimen que les pagaba el salario, lo cual agradecían sus piernas y la testa, las unas por no tener que fatigarse y la otra que amoratarse por las carreras y porrazos que les regalaban la agrisada policía, tan acostumbrada a montar guardia frente a la Complutense que algún socarrón pensaba que podían pasarles los apuntes que a ellos por irse de cervezas, les faltaban.
Pero ya terminada, con el título bajo el brazo, seguía sin encontrase del todo a gusto con lo que allí había encontrado.
Fue entonces cuando conoció a Emma y a Nuria, a Elisabethz, Sara, Isabel, Clea, Roberta, Renuncia y Fulgencio…..
Algunos nombres de la nueva España, costera, abierta y cambiante, amores estivales con los que el se seguía carteando una vez sacaban los paraguas hasta que ella, le rogaba sin mucha indirecta que se diera cuenta de que aquello, había sido poco más que cuatro polvos y una ducha para limpiarse los pezones de babas y arena de playa.
Las más castellanas padecían el rigor de la onomástica que las viera ser paridas y aunque educadas en la más pura y religiosa abstinencia, al cuerpo le daba por reclamar contra lo que se le obligaba, por lo que siempre terminaban desvirgadas antes de postrarse ante el altar con algún labriego de dedos gruesos donde el anillo encajaba a costa de mucho empuje.
Esas solían ser más miradas y necesitaban tiempo para desvelarle que todo entre ellos se acababa en cuanto salían de las sabanas, lo cual mantenía a Enrique dolido e intrigado, desconocedor de que podría haber hecho mal para no intuir que sencillamente, la cosa para más no daba.

- Nunca, nadie me había hecho tanto daño.
Ana trabajaba como camarera en el “Laberinto”, un bar de tapa al aire y suelo plagado de servilleta y colillas donde los de “Núñez y Hermanos”, el despacho donde Enrique trabajaba como pasante, solían despejarse las mañanas a fuerza de cortados.
Ana no tenía más que sus veintitrés años, una buena colección de Joan Manuel Serrat, varios vaqueros desgastados, el piso mal compartido y unos padres en Ciudad Real a los que solía llamar casi de diario.
- Así me siento menos sola – explicaba – Es que en Madrid hay tanta gente y tan poca boca.
Ana no era ni hermosa ni fea, ni flaca ni sobrada, ni lista ni sosa sino más bien una muchacha de miradas largas y cenas cortas, a las que una minifalda le sentaba muy bien y sabía como dejar a un hombre satisfecho en cuanto se la levantaba.
Aun a pesar de andarse bien curtida en lo que a relaciones se hablara, la manchega cometió un error al perderse en el enamoramiento con una abogado cuyo cinismo, ganaba en cuartos a medida que avanzaba puestos entre juzgados, aprendiendo a sufrir de menos siendo el quien primero diera el palo.
- Ya no deseo más – le dijo a modo de excusa.
Pero si que la deseaba, en realidad incluso la amaba solo que ahogada la confianza bajo el sobresaturado alquitrán urbano, resuelto, dispuesto y a cada grado más cínico, quiso ejercer de médico y prevenirse antes de que fuera el quien se llevara el palo.
Luego le vinieron los cargos de conciencia, ahogados tras los rizados pubis de más “Purís” y los éxitos del pasante, “pasado”, a abogado de divorcios poco renombrados y de allí a presentarse con el cuello tieso, ante jueces y cámaras, en representación de carteras poco escrupulosas pero muy generosas en el pago.
Pintar de teatro la justicia del poderoso no es que fuera oficio que le ayudara a encontrar respuestas, pero pagaba la primera clase en el puente aéreo, las letras del chalet en Marbella y el hotel – balneario con acceso directo a las pistas de esquí de Vaquería.

Tampoco lo ayudó Doña Mercedes Clara de los Santos, hija heredera de los Vizcondes de la Hermosilla, futura dueña de cotos para la cinegenia en los Montes toledanos, de participaciones “Multi” en eléctricas y constructoras así como de propiedades inmobiliarias a cientos, marcadas con chinchetas sobre el mapa que el estrenado suegro exhibía en su despacho y que pinchaba o retiraba como Napoleón en campaña, según adquiriera o hiciera venta especulativa, es decir, abusiva y sobrevalorada.
- Mis antepasados – solía presumir ante la aburrida mirada de un yerno atento al deshacerse desaprovechado del puro habano sobre una mano que no lo fumaba – se labraron nombre abriendo cabezas de moros, luego de gabachos, más tarde de luteranos, austrias, liberales y republicanos hasta que los tiempos se nos hicieron modernos y eso de abrir seseras ya no daba lustre – suspiraba como si le entrara añoranza de no haber nacido antes y haber cargado contra los moros en las Navas de Tolosa – pero esto – señalaba las chinchetas – esto es ahora toda una batalla.
La boda aconteció con el enamoramiento justo, entrando al quiete de un toro ya conocido, picado y bien desangrado, con la componenda de una riqueza que a Enrique ayudaba y una habilidad para legalizar lo “deslegalizado” que a los Vizcondes les venía como el desposorio simbolizaba……… como anillo al dedo.
Y aunque los dos aprendieron a disfrutarse en la cama y solían salir de nocturnas o hacerse reír, cogerse de la mano o consolarse cuando el día salía a oscuras y no se veían las cosas demasiado claras, lo cierto es que el hastío terminó por ganarles la partida e incentivarles la imaginación, buscando excusas vanas con las que evitarse, sacando tiempo para los amigos y amoríos que en realidad ambos se consentían, pues de tontos no tenían gramo y sabían lo mucho que se necesitaban.
- Esto no terminará nunca – le respondió Mercedes una mañana que a ambos se les habían pegado las sábanas.
Y cuando aludo a ambos, ando referido a la futura vizcondesa y su jardinero, que aparte de cortarles el césped, regaba el depilado de la aludida cuando al abogado le tocaba presentar recurso a deshora o irse de putas a esos lupanares que por caros, exigían para entrar cita previa y número de Visa Oro.
- Ni me quieres ni te quiero Enrique – respondía descarada con sus pechos al aire, ocultando la mirada aterrorizada del amante que ya se veía pidiendo padrinos y espada bajo la amanecida de la Casa de Campo – Pero si faltaras….¿sabes?....te lloraría.
Y el a ella…..pero no lo sabía.
Luego les vinieron los hijos que más que unirles, obligaban, a los que se les veía crecer un mes de doce y dormir cuando sabías que la “chacha” ya los había acostado y entonces dejabas el chato porque tocaba llegar a casa, solazarse con la cena, mirarlos encamados y meterse en el sobre para entrar en iguales.

Todo ello terminó por obrar de excusa para casarse con el ordenador, los clientes, las comidas de empresa, los recursos, los sobreseimientos, los procuradores, pleitos, sobornos, trámites legales, acuerdos, separaciones de bienes, atestados, investigaciones, desfalcos y toparse cuando aparcaba el Jaguar que la casa de uno se le hacía edificio más extraño que su despacho.
Había alcanzado el éxito.
Si, delante de aquel banquero que lo había invitado a uno de esos restaurantes sin tenedores para calificarlo, que tenían un claustro herreriano por antesala y donde solo se entraba metiendo un billete verde en el bolsillo del propietario, supo que había llegado, que el cinismo resulta inversión indecorosamente rentable cuando se comprueba que ahora era el quien no forzaba la cara, pagaba la cuenta y esperaba nervioso la llamada que verificara a quien se había caído en gracia.
Y así llego a viejo, con una Doña Mercedes que se quedó fijada en el mármol del panteón familiar donde la sepulcraron, soportando a lo Atlas, la soledad de un matrimonio sin hijos sentimentales….!cuan diferentes a los genéticos!, quienes intuyendo que al anciano no le quedaban ya muchos pavos de Nochebuena, sobrevolaban la carroña con mirada aviesa y afilando las garras a lo felino….discreto y de escondidas.
Así fue como llegó al lecho, recordando los senos de la Sonia que ahora ya no le surtían efecto o la grotesca sinceridad de la “Puri”, que nunca llegó a comprender del todo o el modernismo del Padre Rosendo al que las canas terminaron por embutir tras la sotana y la intransigencia que los viejos lucen, temiendo lo que les pueda venir de mañanas…..
Fue así, en la última bocanada, cuando, rodeado de plañideras sin lágrima y necrófagos de cuello encorbatado, comprendió….. y de tal comprensión, le brotó ataque de risa, tan fuerte, tan bruto, que fue sin bromas, quien en realidad acabó de presentarle finiquito a la vida.
- ¡Allí os las compondréis! – exclamaba ante los sorprendidos “viudos”.
Y es que no lo sabían, pero lo sabrían………………nada se terminaba.
Así se viva, a lo cínico o real, hipócrita u honesto, sabio, ignorante, humilde, engreído, pisando o dejando pasar, despotricando, diciendo verdades o falso………todo eso nunca termina……sencillamente………….. se hereda.
Bucardo

Registro Propiedad Intelectu@l







lunes, 27 de agosto de 2007

La Sombra


La Sombra

El Centro Comercial había quedado en la penumbra y Julián el vigilante de noche, salió de su garita camino de la caja de alta tensión. No era la primera vez que una sobracarga echaba abajo el suministro eléctrico de toda la barriada. Normalmente el problema se solucionaba con una corta caminata, una lucecita roja que pasa a verde y vuelta al sillón para dormitar escuchando el "Hablar por Hablar". Pero en aquella ocasión observó a través de los ventanales como el resto de la ciudad disfrutaba del suministro sin padecer apagón alguno. Al llegar a la centralita, abrió la caja y se sorprendió al comprobar que todo estaba en su sitio. Ninguna avería, ningúna anomalía, ninguna bombilla fundida, todos los fusibles en su sitio. En los tres años que llevaba haciendo el turno de noche, nunca se había encontrado en aquella situación. De primeras, pensó en llamar al encargado de mantenimiento pero luego recordó que a esas horas estaría durmiendo a pierna suelta con el móvil metido dentro del zapato. Pensó en llamar a la compañía pero todas las líneas se habían ido al garete con el bajón y en ese instante Julián se dio cuenta de que estaba aislado, solo, completamente solo....¿o no?. Súbitamente desperezado, comenzó una ronda a deshora por los largos y amplios pasillos del supermercado, escuchando como sus pasos resonaban sobre las limpias y pulidas baldosas. Cuando paró frente al estante de la Charcutería se dio la vuelta bruscamente, aterrorizado al descubrir que si bien el ya no caminaba....los pasos seguían rompiendo el silencio vacío del centro comercial. Echó mano a la porra no demasiado convencido de si iba a servirle para algo sobre todo porque ya había visto, al otro lado de la inmensa estancia, bajo el toldo de los quesos manchegos, la sombra de un hombre corriendo directa y decididamente hacia el. Con las piernas paralizadas por el terror, la sombra se aproximó rapidamente y cuando estaba a punto de gritar aterrorizado, esta se paró justo donde sus piernas coincidían con las de Julián....era su sombra, que al llegar el apagón, se había quedado dormida en el despacho, despertándose luego aterrada por su soledad.
Respecto a la luz.....bueno, de vez en cuando hay que pagar las facturas.
Bucardo


Registro Propiedad Intelectu@l

jueves, 23 de agosto de 2007

Los Dos Cañones


Los Dos Cañones

Existe, tan cierto como que tecleo, un centro comercial tan nacional como lo es la rojigualda que en apariencia, no viene a ser más o menos de lo que nos tienen acostumbrados.
Se trata de una inmensa mole, superior a basílica alguna, con cinco pisos despersonalizados, diseñados con líneas de pura inteligencia mercantil, donde su arquitecto, sin duda recibió la orden estricta de que todo aquel que entrata entre aquellas cuatro con techo y dos subterráneos, no tuviera mayor entretenimiento que gastar todo lo ahorrado y, si fuera menester, pedir crédito para hacerlo incluso de más.
Esa es la razón por la que si rebosa metros cuadrados en muro y suelo, ni una sola ventana conecta sus tripas con el exterior sin duda temiendo quien lo pagara, que no le saliera a renta el que sus potenciales clientes, entraran en su propiedad tan solo para disfrutar del paisaje.
Y lo mismo que quien entra no sale.....el que allí entra, por supuesto sale.....pero previa compra de por medio.
Como el chantaje es delito, la cosa debe hacerse por lo sutil, razón por la cual nació esta especialidad perversa que los más profanos llamamos "propaganda" y los inculcados en la materia "psicología del marketing", cosa que no viene a ser más que la creación de necesidades allí donde antaño....solo se deseaba un cafe con leche a ser posible con dos sobrecitos de azúcar.
Por lo general, nuevo como era en la ciudad, Juan prefería establecer nuevos contactos sociales, por lo que acostumbraba a comprar lectura o revistas en una pequeña librería de barrio cuya señora, ya viuda y aun en lozanía, solía acompañar cada venta con una larga explicación de lo que el cliente se llevaba. En las confidencias que pronto suelen surgir entre los que quieren y además pueden, la citada viuda le había confesado a Juan que solía apenas leer la sinopsis de los libros y que todo lo demás, surgía de una imaginación regada por la vida, que no por la cultura, dado que esa no daba de comer a los dos hijos que le dejaron en herencia el día que un infarto se llevó a su joven marido.
- No hay escuela ni Facultad que enseñe lo que yo se - solía decir.
El tiempo puso algunos besos en la trastienda, tocamientos de estos que una desacostumbraba y el otro deseaba pero ambos, por acuerdo mutuo, habían decidido desde el principio que si bien la gana terminaría por poderles, a la kioskera le podían sus hijos y a Juan sus ganas de no comprometerse ni ante un pelotón de ejecución.
Fue su primera amistad....que a la postre suelen ser las que más duran.
Pero aquella tarde, libre de otra ocupación que no fuera la de dormitar buena siesta y tratar de aprovechar hasta la llegada del turno de noche, Juan necesitaba algo de lectura por lo que decidió bajar a la librería, a dos pasos escasos de su piso compartido.
"Cerrado por Causas Familiares".
Sabía que esas causas solían ser alguna cita con el podólogo del menor de sus hijos, un chico despierto en plena pubertad que llevaba muy mal, cosas vulgares de Instituto, eso de andar como Chaplin, solo que sin la genialidad del inolvidable vagabundo.
- Bueno, que le vamos a hacer.
Como la gana le podía más que la faena, decidió acercarse al centro comercial.
Antisistema como se consideraba, Juan era poco amigo de aquellos megalocales atiborrados, de largos y tortuosos pasillos, plagados de mil y un productos en su mayoría inservibles, vendidos bajo el aliento de la oferta barata y la utilidad nula, atendidos por aquellos vendedores desalado, que contemplaban al cliente a la manera numérica con que un esquilador australiano contempla a la próxima oveja.
Pero su mono de letra era mayor que su animadversión hacia los comercios cien por cien luz artificial, por lo que decidió que por un día no pasaba nada y que bastaba con no salir a la calle con la compra debajo del brazo para que la librera no sospechara de infidelidad mucho más allá de lo puramente pecuniario....que en el fondo es lo que más suele jodernos a todos.
Palpó la cartera.
El sueldo no era un huerto de bonanza, pero le permitía gastarse diez euros cada quince días en pequeños caprichos que iban desde un cortado cada dos días, una entrada de cine cada quince, una de teatro al més y una caja de condones....por lo general cada cinco o seis meses, consumo que el consideraba normal para quien hacía ya tres años que no sabía lo que era dormir una semana seguida abrazado a la misma espalda.
Estábamos bajo un julio tórrido que pegaba la suela al alquitrán y las ideas al cerebro.
Pero apenas entró en el centro comercial, sintió como si traspasara una borrasca de aire tropical en apenas un paso sobre las rejillas de ventilación para retrotraerse o avanzar hasta un invernal noviembre, donde el aire acondicionado no se ponía, se disponía y su abuso, lejos de resecar gargastas y retinas, se convertía en un acicate más para aquellos que huyendo de la calorina, decidían comprar lo inverosimil y aguantar hasta que llegara la noche.
Lo primero era sentirse perdido.
Una cámara por pasillo, veinte por piso, cien en todo el establecimiento permitían a un pelotón de psicólogos comerciales....abono de sensaciones banales....observar las reacciones de la clientela y era eso precisamente, la desorientación, lo primero que buscaban.
Los balances anuales, la satisfacción del accionistas, la rentabilidad bursatil no se encuentra tras la barra de pan diaria.....entre esa barra y el monedero que la paga, deben interponerse todas las posibilidades de venta supérflua posible.
Juan echó un vistazo a su izquierda y otro a la diestra.
En la primera, objetos de cosmética y a la derecha, bisutería en avance de menos a más a medida que uno iba profundizando hacia el centro y las señoritas de piel juvenal y contrato basura iban convirtiéndose en maduras linces experimentadas en el ducho de convencer que no hay nada más "coole" que hipotecar hasta las futuras canas de tus cejas adquiriendo un diamante cuya factura.....desde luego...."si es para siempre":
Ni Lord Nelson ni su catalejo hubieran dado con nada parecido a un kiosko.
Y sin embargo estaba.
Por lo menos así lo atestiguaba el hermoso y gigantesco cartel de letra liliputiana que casi nadie se paraba a ver, entre otras cosas porque a alguien le interesaba que nadie se guiara en los laberintos de su imperio comercial.
Echó al aire su moneda mental y optó por la izquierda.
"Si una colonia por mucho diseño que tenga cuesta menos que un engarce de plata.....la cosa irá por este lado" - pensó.
Pero el comerciante ya volvía cuando el iba, por lo que pasillo tras pasillo, fueron abriéndose ante los ojos de Juan la mayor variedad de productos imaginables....ofrecidos, eso si, a la occidental, es decir mediante estantes atiborrados, carteles de enorme tamaño con OFERTA en letra grande y la forma de pago con microscopio atómico....señoritas dispuesta a atiborrarte de aromas a tufo y pruebas de queso cabrales...agradeciendo por lo menos, eso de no estar en pais de mentalidad hebrea, de esos donde aun no atisban un comprador, terminas siendo perdiz corriendo delante de mil podencos.
Sombreros de copa, vinos de marca, after shave, pre shave, super save, ajedreces de mil tipos,recuerditos de la Virgen, pastelería industrial, bombones, jabones relajantes, jabones excitantes, jabones de colorines y perfumados, carteras de cuero, bolígrafos Bic, plumas en grabado, corbatas parisionas, entradas a conciertos, pañuelos de mucho estampado y poco moco, sábanas de raso, lencería erótica, lencería caótica, calzoncillos "fardalotodo", calzoncillos modelo "ya no tengo esperanzas", zapatillas caseras, picardía para jovenzuelas, camisones de señoritas, armaduras medievales para abuelas, foto digital, carretes, revelado en menos de veinticuatro horas, perlas del Pacífico, vacaciones en el Caribe, sesión de peluquería, zona wifi, SPA, crema de baba de caracol, crema de algas, crema bifidus activo, conexión digital terrestre.......
A la hora, Juan sabe que le duelen los tobillos, que los gemelos se le están cargando y la nariz carece de humedad a causa del exceso de acondicionamiento aéreo.
Y sin embargo no puede entenderlo pues cuanto más lo percibe....menos lo siente.
La música desvanece la sensación de atiborramiento, los nervios se relajan y los pasos van poco a poco ralentizándose hasta conseguir que la mirada incremente su atención allí donde antes jamás hubiera tenido la más mínima percepción de existencia.....sabe que lo hace de manera inconsciente, sabe que no lo desea....pero hay algo que le impide superditar su deseo de adquirir lo que sea con su anhelo de salir corriendo.
Hay un sexto piso donde no se accede a través de las escaleras mecánicas sino a través de un exclusivo y bien disimulado ascensor VIP.
Allí hay dos ojos que dominan a todos lo Juanes que a esas horas ya han caído en el hipnótico encanto que poco a poco les ha ido dominando.
Mira a nuestro Juan, al Juan de la segunda plata que solo quería comprarse unos vaqueros y apenas puede con las bolsas que privan de sangre a los dedos de sus manos, en el que miraba tan solo por una fiambrera para la excursión dominical de turno y ha terminado adquiriendo una barbacoa por plazos y altos intereses, en ese que pretendía adquirir unos pinceles para darle cancha a su afición goyesca y se lleva consigo una enciclopedia temática del Cubismo, en el que intentaba gastar con sensatez lo ahorrado para invertirlo en ese libro que tanto anhelaba para terminar pagando, inexplicable primero para el mismo, una vajilla de coleccionista exclusivamente diseñada e igualita a la que una conocida modelo anuncia en las mañanas televisivas.
Todos ellos escapan al embelesamiento en cuanto apenas salgan del edificio, pestañeen una sola vez.
Entonces recuperan el aliento, la conciencia, toda su inteligencia, la capacidad de percepción y lo que es más importante, su volver a ser.
Es entonces cuando les comenzarán a atosigar las preguntas, los arrepentimientos, el atosigamiento de esos números perfectamente cuadrados apenas unos minutos antes y a acordarse de las madre que les trajo a ellos y a todas su tentaciones.....esas puñeteras tentaciones que hasta ese preciso momento, ignoraban.
Juan, el nuestro, no es una excepción.
Bueno en realidad ninguno lo somos.
Cuando se libra del aire acondicionado, descubre sorprendido que sobre su testa luce una boina modelo francés, igualita a la que Eva Green llevaba en "Soñadores".....a ella le daba un aire intelectual, perverso, tan erótico que más de una noche se le había hecho tarde convirtiéndola en el objeto de sus penumbras masturbadoras.
Pero a el le queda tan de culo que apenas vuelve a sentir las venas de la cabeza se la quita avergonzado.
Hace una suma.
Diez euros previstos en un libro de bolsillo.....treinta y ocho para semejante desvarío de la moda....sale perdiendo.
Alza la vista ya definitivamente desencantada y entonces los percibe.
Son dos pequeños cañones si he dicho bien cañones o piezas de artillería, originales de aquella época en la que a un corso diminuto pero con muy mala virgen no se le ocurrió otra cosa que hacer de Iberia campiña para sus ejércitos, convirtiendo la ciudad en ruinas, a sus mujeres en artilleras y a los hombres en difuntos.
Pero estas piezas de bronce se encuentran bastante alejadas de donde doscientos años antes se dispusieron para defenderse del invasor y, lejos de apuntar hacia el lugar por donde avanzaban los gabachos de la tricolor, lo hacen ahora directamente contra todo el gentío que doce horas al día, trescientos diez días al año entra y sale del centro comercial.
En ese instante, con la cordura nuevamente en plenitud, Juan parece no arrepentirse de la compra y, contemplando la boca negra por donde un día se vomitaba mortífera metralla, vuelve lentamente a colocarse a su Eva Green en lo alto de la cabeza.
No sea que ahora, fueran objetivo de tiro, todos aquellos que osaran salir de aquel centro, sin una bolsa en la mano y con algo menos de dinero.

Bucardo


Registro Propiedad Intelectu@l

lunes, 20 de agosto de 2007

"Ich Will"


“Ich Will”

Con el edredón hasta las orejas, en posición fetal, Luís no tenía ninguna gana de levantarse.
Conocía perfectamente los rituales de su propia casa.
Sabía que su padre no volvería hasta que la cena estuviera fría y que para que no mermara la autoridad, su madre sustituía el bofetón con sus gritos estridentes y desproporcionados en los que usaba el mismo tono para acariciar que para abroncarles por la excusa más nimia.
Precisamente por eso, sabía que en cuanto sintiera que sus pies se posaban sobre el enmoquetado, entraría en la habitación como una ventisca en terreno ajeno, intentando imponer su “monoconcepto” de orden, recriminándole mecánicamente la hora de llegada, la suciedad de la papelera, la anarquía de su librería, la ropa que vestía, lo sucia que se la traía, las tonterías que leía, los comportamientos, usos y mil rarezas que exhibía pero sobre todo el que no le diera la gana eso de ser un poquito más…..como los demás.
Iba camino de las dos horas despierto, contemplando como el sol atravesaba las estrechas ranuras que ofrecía la persiana, pensando en como avanzaba….de rozar el respaldo de la silla a tocar el asiento y de allí a auparse sobre el estudio, atrapado en una marabunta de tebeos, libros, apuntes, lápices, puntas finas, bocetos y dibujos.
Luís rara vez salía por lo que sus noches solían pasarse entre el ordenador y sus obsesiones en papel que solían adoptar formas de hombres de músculos sobredimensionados acompañados de mujeres con el rostro duro aunque fino, completamente alejadas del concepto femenino que a diario trataban de venderse.
Viéndolas uno sentía que aquellas guerreras, aun levemente vestidas, nunca cambiarían su espada por una fregona y les daba igual vérselas a solas sin el héroe con que las acompañaba…..a rey muerto, rey puesto.
- Estas mujeres parecen transexuales de esos – resumió su padre el único día que lo vio con suficiente humor para enseñárselo.
Luís estiró con parsimonia el brazo, tratando cansinamente de agarrar su block haciendo el menor ruido posible.
En la espiral siempre guardaba un lápiz medio desgastado.
Tras conseguirlo, sin renunciar al colchón, apoyó la espalda contra la pared, puso el papel sobre los muslos y comenzó a dibujar.
Sin embargo pronto volvería a descubrir lo difícil que era concentrarse cuando se tenía una hermana adicta a todo lo que le impusieran desde los “Cuarenta”, dispuesto a igual volumen que la publicidad machacona de cualquier cadena, inundando aquella habitación tan falta de si misma que ella, a diario, se encargaba de perfumar con esencia de a sesenta euros el bote que compraba si quien la anunciaba, era guapa, esbelta y sobre todo estaba de moda.
Ella también quería ser…..pero como todos los demás lo eran.
Pronto mamá comenzaría su habitual monólogo sobre “…nadie me hace caso….” con el que solía regar las mañanas de verano, gritando hasta descoserse aun más los labios entre los setenta metros cuadrados del piso.
Cerró los ojos con tal fuerza, que más que cerrarlos, parecía que se ensañaba.
En ocasiones si ponía ímpetu, al abrirlos del golpe, las retinas, totalmente desenfocadas, tardaban unos segundos en recuperarse.
Mientras tanto, todo lo que veía se veía en un blanco marmóreo y puro, como si consiguiera limpiar su mente con una mágica goma “Milán”, pudiendo volver a escribir de nuevo sobre ella.
Pero en esta ocasión, ante el acoso de Bisbal que ya colaba un rizo por debajo del resquicio de la puerta el truco no le funcionó.
Para agravarle los nervios, la gilipollas de su vecina, una mujer aburrida de todo y de todos pero sobre todo de su vida, hablaba por el móvil como si todo el mundo supiera que alguien de vez en cuando la llamaba.
Luego en los rellanos, cuando alguien le recriminaba la costumbre, argumentaba que era algo sorda.
Pero la muy puta bien que pegaba la oreja a la puerta y se enteraba de con quien andaba la hermana de Luís o a que hora le entraban los queridos a la del quinto C.
Adicto a cualquier rastrillo, Luís se había agenciado en el dominical de la Plaza de Toros, unos auriculares SONY, típicos de los setenta, que rodeaban la cabeza en un arco enorme y poseían unos altavoces gigantes y almohadillados.
Antidiluvianos comparados con los liliputienses modelos de su “era” pero que a el le encantaban por aquella sensación que al ponérselos, sentía de incrustarse en su propia y exclusiva cúpula de cristal ahumado donde tan solo entraba quien el deseaba que entrara.
Y aquella mañana el privilegio le tocaría a “Ramstein”, aporreando un “Ich Will” tan duro y mecánico como lo eran los alemanes…..al fin y al cabo, quien aplastaba mas que tocaba la eléctrica, quien deshacía la batería o el cantante que nunca afinaba, sino que eructaba babeando sobre el micrófono, mostrando su lengua bovina, adoptando caras narcotizadas, agresivas….no eran más que eso, hijos de la teutónica tribu.
Luís trazaba.
Había visto el video hasta casi desgastarlo.
En el, sus protagonistas, vestidos de etiqueta y armados hasta la coronilla, asaltaban un banco ofreciendo una violencia extrema, cruel…..golpeando a ancianos, alzando en brazos a empleadas desfallecidas y morbosas que luego arrojaban al suelo como si solo fueran sacos de nada….provocando que los guardas de seguridad, acojonados con la cara de mala ostia con que les venían, se mearan sobre el uniforme sin acordarse de que ellos también tenían armas.
A mitad del atraco uno de los ladrones, puede que quien toca el bajo, con los ojos tétricamente camuflados tras unas lentillas blancas y agónicas, aprieta la alarma entre el acuerdo complacido de sus correligionarios.
Repetitivamente sonaba un “Ich Will” mientras el banco es rodeado por un ejército de policías ocultos tras pasamontañas, francotiradores buscando un hueco donde poner la bala, coches blindados dispuestos para el asalto……..y periodistas, periodistas por todos lados, cámaras, focos, micrófonos, retrasmisiones en directo, todo radiado, todo sensacional o sensacionalista, marcado al paso de los atracadores que ordenadamente y de uno en uno, van saliendo del edificio siendo antes entrevistados que detenidos, fotografiados que esposados, admirados que juzgados……nueva carnaza de popularidad para la enorme cocina que se enciende cada vez que apretamos el botón del mando.
“Ich Will”…..
- Yo seré – se susurra para si solo mientras le da los últimos retoques al sombreado.
El papel ya no es blanco.
Ahora deja ver un retrato, perfecto, de su hacedor, rostro curtido, belicoso, pelo desgreñado, ropa negra y piel muy blanca, casi vampiresca, con una pistola, una Mágnum aferrada con fuerza, ofreciendo un cañón grueso y siniestro directamente sobre su propia testa.
Alrededor suyo hay cruces y lápidas, dispuestas sobre un césped inmaculado donde solo la tierra removida, indica que quienes se pudren bajo ellas, todavía pueden considerarse como carne fresca.
En todas ellas se inscribe un nombre……el maestro de gimnasia que lo ridiculiza cada vez que tiene ocasión……las putas que lo consideran un extraterrestre por abusar del negro y decir que Tom Cruise no representa nada……los que no encuentran cosa interesante de que hablar y le usan a el para tener un motivo de broma y sarna…..ese que se le burla en la ducha diciendo que ni el agua fría…..la vecina chillona…..su primo, ese cabrón exitosamente engominado al que su vida le merece la pena camuflada bajo todas sus marcas…..y sobre todo y ante todo, una bala, la más potente y destructora, contra la televisión, la de su casa, que nunca de siete en punto hasta la madrugada, deja de estar enchufada.
Luís sonrió tímidamente.
- Si….-se repetía - ….yo seré.

Bucardo


Registro Propiedad Intelectu@al

domingo, 19 de agosto de 2007

Todos Matamos a Mozart


Todos matamos a Mozart

Aquella mañana Andrés trató de engañar al sol estival, saliendo a dar un paseo antes de que amaneciera.
En cuanto lo hiciera, invadiendolo todo cuan pezuña de Atila, cada rincón de aquel pueblo encalado con raiz gruesa y profunda en lo "todavía" de la dehesa extremeña, se socarraría sudorosamente bajo la asfixia de cada uno de sus habitantes, desde la abuela que buscaría sofocadamente la fresquera de su casa hasta el topo, que sabía bien donde encontrar la poca humedad que le quedaba a la tierra.
Todavía el negro era negro y la luz apenas conseguía dibujar finas y difuminadas líneas atravesándolo lentamente.
La noche todavía merecía tal nombre y paseando, aun cerca de las casas, corría el riesgo de toparse con un jabalí o peor aun, con alguno de los toros bravos que criaba Jerónimo, el "malacostumbrao", que por eso de mimarlos como quien mima a la hija única y llorar incluso cuando los vendía y venían a buscarlos camino de alguna feria con corridas, les abría la verja apenas anochecía para que pastaran tranquilamente bajo las belloteras.
- Jerónimo - le advertía Severo que hacía desde la llegada de Felipe a Moncloa las veces de sereno - mira que algún día de estos tendremos una desgracia y vendrán los guardias a buscarte.
- Pero Severo - respondía - ¿que mal van a hacer si son como mis hijos?.
- Los tuyos si.....pero los demás no les miramos mas que los cuernos.
Al final no es que uno de aquellos morlacos corneara a alguna de las viejecicas que paseaban de tardes por las veredas cercanas al pueblo......al finas, a los casi quinientos kilos del más brioso de todos ellos se le antojaron pasear sus hechuras por las calles de la vecindas y andar sin miramiento y a sus anchas atraído por el olor a agua fresca que manaba de la fuente municipal.
Como a los tricornios no les enseñaban la manera de ponerle las esposas a un bravo como aquel y el Jerónimo les rogaba, casi suplicando, que no desenfundaran, finalmente no quedó otra que dejar al bicho atiborrar su monumental estómago hasta dejar la fuente seca como bacalao recién salado y luego permitir que se volviera de regreso a la finca siguiendo la llamada de su dueño.....así, como el perrito mariconero que se trajo la Trini, la mujer urbana del secretario, tan pequeño y ridículo que las moscas no se posaban sobre el....lo pisaban.
De normales, por el mal rato que les hizo pasar, al Jerónimo lo habría dejado de hablar todo el pueblo.
Pero era un buen hombre que siempre tenía detalle en el trato y no dejaba amigo sin saludar ni casa sin visitar cuando andaban de luto o con algún familiar enfermo. A fin de cuentas, el capricho de querer a los toros como los quería, era casi tierno y no extrañaba entre aquellos aldeanos tan amantes de cada piedra de su paisaje como si les perteneciera a ellos y no a los señoritos que las contaban desde sus despachos de la ciudad.
Desde que la soledad y la depresión se le agarraron a los nervios como las garrapatas a la sangre de un perro, Andrés procuraba forzarse en la costumbre de entregarse a la fresquera matutina, esa que le erizaba los pelos de la espalda haciéndole mayor efecto que una sobredosis de cafeina sin endulzar, esa que bajo las estrellas de la dehesa, daba una tregua a los tórridos calores íberos.
Al pasar junto al cementerio viejo, donde no se enterraba desde poco después de los cincuenta, se hizo el "santiguado" mientras escuchaba los ronquidos agónicos del Benancio.
Lo del "santiguado" le venía por el abuelo.
No era propio de el hacerse la cruz siendo que Dios le pillaba tan alejado, pero por eso de vérselo hacer a todos desde que era chico, pues hacía de Andrés un Vicente y les seguía la corriente.
El Benancio había sido en tiempos el más afamado cartero de la comarca más por ser el único que por su puntualidad a la hora de entregar el correo.
- Benancio hijo - le dijo una vez la difunta Señora Bernarda - que esta carta tiene matasellos de hace casi dos meses.
- Es que en Madrid el correo anda que no vea.
La cosa de la Bernarda se hizo famosa, pues la carta le anunciaba que ya era una más del club de las abuelas, siendo que hacía ya cosa de un mes que había conocido a su nieto en un viaje que por esa misma causa, hiciera a la capital.
Para ejercer su oficio, Correos le había enviado una bicicleta de manillar en "u", sin cambios y frenos a base de suela de zapato. Como las cartas eran pocas y el servicio no rentaba, el invento le tuvo que durar los cuarenta años que ejerció como cartero y eso que al final renqueaba de tal forma, que anunciaba su llegada media hora antes de que hiciera el saludo.
Como suele acontecer, mientras hizo el oficio se mantenía seco y enjuto como un espárrago.
Pero fue dejarlo y aquel cuerpo larguirucho y escuálido comenzó a coger carnes y engordarse como cerdo de Semana Santa a San Martín.
Y lo hizo tanto y tan rápidamente, que ahora el cuello parecía tres en uno, apretándole la garganta de semejante manera, que le obligaba a hacer fuerza de más para respirar apenas se tumbaba sobre la cama lo que mantenía a su mujer desesperada en el desvelo y a los vecinos pensando que cualquier día la casa se les desplomaba.
Metió mano a los bolsillos y sacó su MP3 y los cascos, ambos regalos de su hermana....de cuando andaba preocupada.
Antes, como suele pasar entre las que nacen primerizas, Sofía no solía preocuparse por nada de lo que dijera o hiciera Andrés, salvo que lo que hiciera fuera alguna gamberrada de la que acusarle antes sus padres o lo que dijera alguna barbaridad sobre el cura, una de estas tipo "ostia puta" que hacían revolcarse a la beata de la abuela mientras le cruzaba la cara de izquierda a derecha.
Nunca parecían llevarse bien, siempre se trataban con el grito en el techo y las ganas de arañarse metidas entre medio y a poco que el abuelo impusiera paz, que con el garrote bien cogido vaya si sabía imponerla, sobre la mesa primaban los chillidos y las discusiones porque a el le ha caído más carne sobre el plato o me ha arreado una patada en la espinilla por debajo del mantel.
- No se que he hecho para ser tu hermana - le dijo un día cuando le sorprendió arrancándole la cabeza a las barriguitas que con tanto afán coleccionaba.
Pero aquello eran cosas falsas pues en cuanto se le fue la cabeza a hacer gárgaras, apenas le entró la locura o la "malsana" como los más maliciosos del pueblo la llamaban, ya podía llover o caer el sol a plomo, aunque la combinación fuera poco menos que milgrosa o tuviera que posponer mil y una faenas, de diario, sin que nadie le hubiera dicho nada para que lo hiciera, cogía el autobús a Cáceres y luego se tragaba media hora de caminata hasta la salida de la ciudad en dirección a Trujillo para verlo la escasa hora que les dejaban tratarse en el sanatorio.
Y es que Sofía, como casi todo el pueblo, desacostumbrado como estaba a aquellos espectáculos, se quedó llorando y asustada el día que se lo llevaron.
- Estoy muy cansado - fue lo único que le oyeron decir.
Para chanza y direte de corrillo y partida de mus, todos echaban mil y una conjeturas sobre lo que había llevado al "pobre" Andrés a terminar con la camisa de fuerza por uniforme y dos mocetones bien cebados haciéndole el compás por precaución hacia lo que pudiera hacerse.
Los que menos le conocían, o sea los más ignorantes y atrevidos, hablaban de si andaba en amores tras alguna casada o ennoviada, alguna de estas que por deber o no querer, le hacía tanto caso como las vacas al forraje cuando tienen buena hierba fresca alrededor.
Como ya dije, esos de saber, no sabían nada.
- Pues yo escuché que era porque su padre no le dejaba emigrar a la ciudad.
Quienes de vez en cuando, ayudados por la circunstancia o los tragos de vino....tan rancios como las palabras que se dirigían, conseguían arrancarle algo más que el saludo de rigor, conocían el deseo que Andrés atesoraba por poner las maletas camino de la ciudad.
No a Cáceres, no, tal y como se lo llevaron, envuelto en un sudario para locos.
Cáceres, aplastada bajo el peso de sus murallas, de su concatedral, quedaba demasiado cerca del pueblo como para no sentir su aroma.
Su ciudad era una mucho más grande, anónima, unida como el corazón a sus venas y arterias por los trenes que lo transportarían de una a otra.......observando, captando y sobre todo conociendo, empapándose, abriendo mente y cuerpo a todo aquello que pudiera llegar a ser sentido.
No, el no quería terminar como todos aquellos que, sin perola ni futuro en la dehesa, echaron el candado a la casa y marcharon para encajonarse, nuevamente, bajo las enormes chimeneas de aquellas fábricas de toses que eran las ciudades industriales.
Andrés deseaba encontrar algo más que las dos mil oportunidades, poquito más si se contaban las pedanías, que ofrecía el pueblo....oportunidades para comprender, oportunidades para aprender e incluso, tambien ¿por que no?....oportunidades para volar cuan abejoro, metiendo el pincho de flor en flor, disfrutando de su para luego buscar otras más coloreadas, comprobando sobre la batalla eso que decían de que en la ciudad, a las mozas no les importaba dejarse catar ocho o nueve veces antes de entrar en casorio.
- Oye.....¿y no será por que ha discutido con la madre?.
No hacía falta intimar con el "loco" para saber que Andrés y su madre eran como lobo y oveja, si bien era cuestión de mucho hablar averiguar cual de los dos era el lobo y cual la oveja.
Ya de pequeño, cuando una decía el otro desobedecía y si mandaba cual, al hijo no le entraba en las narices hacer más que tal.
Claro que ahora de mayor ya no era lo mismo y lo que antes se solucionaba con dos sopapos y unos lloriqueos, ahoras era cuestión de comprobar cual de los dos era capaz de gritar más.
No, nadie en la dehesa lo conocía tanto como para poder saber que lo condujo a depender de dos antidepresivos y dos ansiolíticos diarios.
Andrés le fue dando a los botoncitos con los que nunca terminaba de congeniar del todo, para terminar por elegir a aquel sublime Mozart de treinta y cuatro, sabedor....todo los genios lo saben siempre, que apenas le quedaba un años, doce meses, poco más de trescientos días para continuar respirando, amando, contemplando.....creando.
Antes de que se alumbraran las primeras luces de 1793, si, estaba seguro, su cuerpo se pudriría en la fosa de los sin nombre, entre el calvario de huesos anónimos que no pudieron pagarse pompas con ornato y acogían si miramientos a aquel que aun pobre, con su genio daba lustre.
Y mientras las notas, las primeras, se iban desgranando, Mozar se ausentaba de aquel hábitat de descosidos y alquileres mal pagados, de los gritos de su Constance cada vez que debía humillarse ante la beneficiencia para poder suplicar por comida pues lo poco que en la casa se ganaba, debía invertirse en la inmortalidad del genido que para un músico, no viene a ser otra cosa que tinta, pluma, papel y velas.
Estaba profundamente cansado.
- Dios mío, Señor.....dame tiempo - rezaba con sus manos temblorosas tratando de atinar sobre las líneas del pentagrama. Su cabeza sabía sin necesidad de ver donde debían encajar las piezas de su nueva obra, pero sus manos, carcomidas por la fiebre y las carencias, se negaban a obedecerla - Solo unas semanas más....
- Wolfang - lo llamaba su esposa que ya llegaba con la tisana, otro de aquellos remedios inútiles que consumían su poco metal y su más escaso margen para no conseguir solucionar nada - debes descansar o....
- Morire - respondía Amadeus sin interrogantes, seco, convencido, dejando bien a las claras que el y no su médico, que el y no su esposa, por mucho que lo amara, sabía que algo lo estaba descomponiendo por dentro.
Y ese algo era lo que no comprendía.
Entonces volvía a ignorar a su esposa, a la cama desecha y sucia, al suelo que se resquebrajaba y las cucharachas que correteaban sobre el y, conjugando sus nervios bajo la lágrima naciendo de sus ojos, se preguntaba como alguien tan extraordinario que todavía tenía tanto por dar, debía morir cuando aun no sabía lo que era componer con absoluta perfección.
Andrés se decidió por el camino que conducía hacia el Tajal.
Nacido en las cercanas sierras del Montfragüe, el Tajal no solía hacerle demasiado caso a eso de que lo tildaran de mediterráneo, por tanto reseco para la siega y, bien fuera por los acuíferos, bien porque discurría casi siempre encajonado y alejado de las solanas, aun por la Virgen de Agosto era capaz de hacer respetar su corriente y mojar más arriba de las rodillas.
Y es que a quince minutos andando del cementerio, el río se había topado con un terreno yesífero, blando y fácil de oradar, mucho más flojo de durezas de lo que acostumbraba a ser todo lo extremeño, por lo que logró sin mucha dificultad abrir tal grieta que a uno le costaba esfuerzo llegar hasta el fondo para luego maldecir su suerte mientras intentaba jadeando volver a ganar lo salvado.
La profundidad, si esa profundidad era lo que había salvado al río y a todos los bichos que en el criaban.
De escondidas tras algún matojo, si la hora, el viento, la suerte y todos los santos se unían todos a una, todavía podía uno sorprenderse por alguna nutria, encaramada sobre cualquier piedra en mitad de la corriente, un buen oteadero desde donde mantener bien vigilada la despensa. Las garzas no andaban demasiado alejadas, los martines tampoco, los mirlos jugaban al escondite con la corriente e incluso, los más forestales entre los guardas, aseguraban que todavía era posible oler a azmilcle en los recovecos más escondidos y menos frecuentados de la ribera.
- El azmilcle es por el desmán - le aclaraban, haciendo que Andrés, un enamorado ignorante de la naturaleza, se imaginara por el nombre a una bestia capaz de tumbar a los toros del Jerónimo.
Intentó disimular y evitar el desvío que conducía hasta el puente de Alcántara, el único que atravesaba el Tajal en casi treinta kilómetros de río y el que le marcaba su natural final para renacerse algo más "civilizado", represado por los pantanos que alimentaba.
En los pantanos no había nutrias pero si carpas y siluros, que no dejaban sitio a la trucha ni a los cangrejos de río.
- Esto es pan bendito - recordaba haber escuchado decir al abuelo mientras rechupeteaba los dedos con el jugo de un estofado de cangrejo con que le obsequiaron cuando se jubiló. Pero de eso hacía mucho, casi tanto que Andrés creía que era este y no el golpe de Tejero su primer recuerdo de infancia.....que es lo mismo que afirmar de vida.
Temía que si algún vecino desvelado, de estos que se levantan a deshora para recogerle los huevos a las gallinas antes de que estas los picaran o pisarle el sembrado al alcalde por alguna barrabasada que le tuvieran guardada, le faltarían piernas y resuello para andar corriendo al cuartelillo creyendo que Andrés retornaba para buscar lo que antaño deseó y que, de no ser por su padre y ese pálpito que le entró al abrir la puerta de una patada, el, su cuello y la soga habrían logrado.
Padre había sufrido mucho.
- Hijo mío, hijo de mi vida.....-le decía mientras recuperaba el aliento y le iba desapareciendo el amoratado de la cara - ....no me dejes solo, no me dejes solo en esta vida hijo mío.
Apunto estaba ya de atisbar el abismo del río cuando el paso le fue poco a poco menguando, mientras caminaba entre los restos de quejigos y alcornocales, algunos centenarios, que no habían sido talados, sino arrancados de raíz, como si los dedos de Dios los hubieran recolectado sin esfuerzo, sustituyéndolos por aquel hermético y azulado bosque de gruas con contrapeso y el seguro olvidado, bailando como gigantescas veletas al son del viento que a esas horas, recalentado, descendía dese la sierra para endulzar o engañar la amanecida a los parroquianos.
Bajo su capa artificial crecía el esqueleto, los miles de esqueletos que se anunciaban en un cartel tan grande como el retablo barroco de la iglesia, donde una pareja sonriente, con aspecto de sobrada autosuficiencia e higiénicamente abrazados, se miraban entre ellos mientras entre los dos, para hipotecarse no hay machismo que valga, sostenían una pluma de diseñor y punta en oro de esas de a dos mil sin carga, mientras firmaban la compra de uno de aquellos chalets.
Cáceres, como toda España, empezaba a sonar cara y sobraban los que veían en el pueblo una oportunidad para criar aun a fuerza de meterse a diario un par de horas entre pecho y espalda.
El día que el constructor aparcó su Mercedes frente a las ruinas del viejo castillo gótico, justo al lado de la fuente donde al toro del Jerónimo le dio por beberse toda el agua, Ángelon el Milenium, que aun centenario no había quien le quitara un plato de pochas que se tomaba tan reverencialmente como reverencialmente se iba a misa, sabía que nada bueno podía traerse entre manos.
- Este trae poca ganancia - dijo antes de que preguntara.
Pero el constructor, con esa pinta tan "costosamente barata" que se traen los buitres de poca pluma, era perro más viejo que la "Fresa", la perdicera canela claro de el Tirilla, que se murió con casi treinta años después de ahorrarle el plato vacío de la posguerra a su amo gracias a ese olfato de seis en uno que tiraba de las perdices aun antes de que su amo tuviera tiempo de cargar las postas.
- Buenos días - saludó el estirado, obteniendo algún cabeceo entre los que presumían de ser algo más educados - ¿La casa del alcalde?.
No necesitaba más.
Para los que como el llevaban a la práctica de que muerde más fuerte el que primero muerde, sabía que la ley no resulta ser tanta ante un alcalde con poca vocación, menos cultura y ningún sueldo......mucho menos si un maletín con poco papel y mucho billete invitaba a algo más que carajillos.
Todo lo demás se lo fueron allanando las amistades, los contactos, los que deben favores.....resumiendo, todos esos que viviendo lejos e importándoles bien poco que las garzas se echaran al sur o las nutrias ya no encontraran donde encogerse, le robaron a los paisanos las vistas a su Tajal a precio de doscientos mil euros los noventa metros cuadrados.
Doscientos treinta mil con garage.
La orquesta fue allanando el terreno, hasta que un entristecido clarinete, aquel instrumento hasta entonces casi incomprendido y que tuvo que esperar al de Salzburgo para que se le otorgara rango y gloria, le dio la entrada a la soprano.
Mozart, exhausto, con las manos aun sucias por la tinta fresca de haber permanecido entre la vela y el frío hasta que este le hizo tiritar tanto que le era imposible incrustar la nota con su escala, se retiró a la cama donde el calor de Constance y el de las mantas le ayudarían a reconciliarse con la temperatura y luego retornar a crear con las prisas de una muerte cercana.
No había brasero. Lo vendieron haría tres o cuatro meses cuando el frío no era intenso y pensaban que para cuando este llegara, ya habrían podido comprar uno nuevo.
Pero no pudieron.
- Tendré que mandar recado a madre Wolfang - le dijo ella mientras le acercaba los pies - Tal vez si nos manda algo de dinero podamos comprar leña y algo de comida, medicinas incluso para aguantar hasta que te compren tu nueva obra.
Que desilusionada debía encontrarse su suegra, pensando que la genialidad de aquel monstruo les llenaría el nombre de lustre y las arcas de oro para encontrarse ahora con que le suplicaban limosna con la que no fenecer de hambre.
Por suerte, su esposo no la escuchaba.
Aunque tenía los ojos cerrados, no dormía y su mente, navegaba entre blancas y corcheas, entre negras y sublimes saltos en juego musical enrevesado, imposibles para cualquiera que intentara tocarlos, incluso los violinistas más aplicados, incapaces de dejarse los dedos, los ojos incluso en aquellas partituras que para el eran como un simple libro abierto, libro escrito en idioma de siete tonos, los que el escuchaba, los que el comprendía mucho más lejos de lo que en tiempos pasados comprendieron Vivaldi, Luli o el gran Bach.
Bach.....
Todo por la "vendetta".
Amadeus podía ser un niño adulto criado en la inocencia, bajo la teta de la mirada considerada y la admiración hacia su genio pero no pecaba de iluso o de tonto.
Tras muchas de las patadas que tanto daño le hicieron, tras la supuesta ignorancia de palacio, la soberbia de los nobles, la bolsa vacía de los que encargaban y el desprecio público, andaban otros buenos músicos.
Buenos eso pensaba, pero no como el, alejado de los dogmas y escuelas, creador ausente de envidias, de mirada abierta y no cejijunta.....oooooo Salieri.
A el poco le importaban los menosprecios o que a nadie le importara que sus sueños de componer para la corte se esfumaran por las puñaladas cristalinas de aquel maldito italiano estirado y mediocre.....que tanto lo admiraba.
Ahora solo su Requiem importaba y para ello debía ganar calor, aceptar los pies de Constance, extraerle jugo a la flaqueza y no contarle nada.....pues aun tiránico, malhumorado y genido, por encima de todo la amaba.
Desde el Tajal, girando a la derecha, se necesitaban veinte minutos a paso reposado hasta atisbar la dehesa de Don Cipriano.
Antes de la guerra, a la dehesa se la conocía como del Santo, sin onomástica detrás de la intención.
Pero cuando entraron los nacionales, después de izar la bandera y echar cuatro vivas a los cuatro de turno, al primero que se llevaron de paseo fue al alcalde de la FAI, un tal Cipriano, un joven abogado, por lo que cuenta cultísimo que se había negado a abandonar el pueblo cuando le ofrecieron un puesto de pasante en Badajoz al poco de terminarse los estudios.
Por lo visto y oído, el tal Cipriano debía ser hombre tan bueno como alto.....
- Como los pinos - lo retrataba el Milenium - alto como ellos y bueno como ellos también o...¿es que acaso no has visto parte de un pino que no se pueda aprovechar?.
A pesar de su altura, desde luego muy recordada entre quienes se habían criado a base de queso y escudilla, era persona muy cercana, nada estirado, que lo mismo le daba comer con cuchara que hacerse unas migas a corrillo y comiendo con la mano sucia de recoger la oliva.
Al parecer entre el Golpe y la llegada de los de Franco, sobraron los jornaleros que en el pueblo, escopeta en mano, no tuvieron otra idea peor que la de ir a buscar a los más ricos, al cura y a aquellos tan indiscretos como para ir pregonando en reino de anarquistas, su voto Cedista para cuando las de febrero.
Como Cipriano amen de alto era previsor y buen conocedor de lo que se andaba cociendo entre quienes lo votaron, el alcalde había ido casa por casa recogiendo a todos aquellos nombres que se querían ver escopeteados y, para evitar venganzas sangrientas, con ellos a todas sus familias, a las que tuvo a buen recaudo en su propia casa, alimentados de su propia bodega hasta que la tricolor se desgajó a tiros de la balconada de la Consistorial.
Cuando los jornaleros lo supieron, les faltaron piernas para acudir con las cananas repletas de postas en busca de la presa, pero se toparon con el Cipriano y con su propia escopeta, solo que apuntando allí donde ellos creían que nunca haría.
- Matadme me vais a matar eso seguro - les dijo sin un atisbo de miedo en la mirada - ahora que antes de caer me llevo a dos por delante como que soy el alcalde de este pueblo - añadió - ¿Quieres ser tu Severino? - y Severino bajaba la cabeza avergonzado - ....¿o tu Luisa? . ...- y Luisa se escudaba tras los pantalones de alguno de los hombres.
Por suerte, al final todos encontraron en el hecho de que sin Cipriano no habría luz, ni agua corriente ni escuela una excusa para no forzar más la cosa y dejar el asunto por concluido.
La noches que se lo llevaron nadie, menos los que respiraron durante años gracias a que el se la había jugado por todo ellos, movió un solo dedo......
- !No hay justicia! - cuentan que gritaba mientras lo conducían a ostias junto al olivar milenario donde lo despacharon con cuatro tiros.
- !No hay justicia! - dicen que gritó Don Alberto, el más cacique de los caciques del pueblo y por tanto el más salvado por Cipriano cuando con casi noventa años le dio el pasmo definitivo y entregó el alma.
A la dehesa se accedía por una pista descuidada y polvorienta donde o bien el coche era todoterreno o la suspensión era más hidraúlica que la de un pantano.
Si se cruzaba de noche o incluso en amanecidas, lo mejor era poner segunda y hacerlo con más tiento en el freno que en el acelerador, más no por los baches, sino porque no se hacía raro cruzarse con algún ciervo, con una manada de gamos encelados con su propia lengua, algún zorro con el conejo recién cobrado, jabalís deslumbrados e incluso, si bien aseguraban que hacía mucho que no se había visto uno, con alguo de esos linces de orejas puntiagudas que te atravesaban con esa mirada tan suya de retina partida en dos.
- Una vez andaba tras la choca - presumía el abuelo Moralina - y me salió una que me hizo el arrullo. Ya por entonces te jodían si te pillaban cazándolos así que como lo sabía y si arrullaba era que la cría andaba cerca, hice marcha atrás sin perderle la vista hasta que se sintió segura y tiro cada uno por su lado.
Mentía. O al menos se guardaba lo que no le convenía contar.
Todos sabían que cuando el abuelo Moralina se murió, de un sofoco repentino e imprevisto mientras disfrutaba sentado en la banqueta del sopor de la noche, le encontraron en la bodega las pieles de todos los linces, las cuernas de todos los ciervos y corzos, las águilas disecadas e incluso dicen que el pellejo del último lobo de la comarca, que había abatido en toda una vida dedicada al furtiveo.
- Ese era de los que se le ponía dura pensando en si le pillaban o no.
Así lo calificaba Luisma, el guarda forestal, que le tenía tanta rasmia al Moralina como el Moralina se la tenía a el.
Y es que eso de venirse de Madrid a un pueblo con el título y un montón de ideas raras bajo el brazo, solían mantenerlo aparte de la comunidad, hundido bajo la fama de "hippie" o "verderón" que le pusieron por el empeño que le metía a eso de defender a los bichos.
Andrés y Luisma solían cocinar buenas migas.
Uno y otro compartían afición por el clarinete, los ateismos sufridos de Unamuno, las depresiones estoicas de Buero Ballejo o Pio Baroja.....la soledad de quien nunca se encuentra por mucho que ande buscando.
Una noche, previa promesa de secreto eterno, lo llevó cerca de las colinas de la Ahorcada, entre los robledales añejos donde según aseguró, todavía le criaban dos o tres hembras e incluso en un momento de despiste, le pareció ver, una tarde que andaba recontando imperiales cerca de una hondonada, el cuerpo de un macho bien tallado.
Nunca llegaron a verlos pero desde entonces, el secreto y sobre todo el hecho de que ambos lo mantuvieron, les unió en la desesperación que ambos sentían, Andrés por la cúpula que lo rodeaba y Luisma angustiado porque algún día se supiera y los dos o tres del pueblo que bien se conocían, le hicieran la "emplomada" a sus linces fulminando la especie a cambio de nada.
No hacía falta aproximarse hasta la misma linde para escuchar desde lejos, el estruendo pesado de la maquinaria, chirriante amarillo, restroescavadoras, camiones, buldozer, palas que se oteaban sobre el mismo altozano de la dehesa, allí donde de lejos se distinguía el límite fundido entre la braña y el clareante cielo.
Estas orugas, de las que no tejen sino cortan, de las que no hilan sino arrancan, iban moviéndose con lentitud y eficacia allí donde se les indicaba desde el trípode del topógrafo, tratando de apurar las pocas horas que trabajando casi de nocturnas, palpando con la mano antes de hincar el pico, les librarían de la calorina que por saliente ya se avecinaba.
Esas orugas eran el chillido del "interes nacional" que se apilaba en aquellos montones monstruosos de dehesa arrancada, amontonada sobre los márgenes de donde unos días antes estaba y que ahora, en lugar de eso, dehesa, soportaba ver una herida desangrada, pero no por ello menos profunda y dolorosa.......aun mucho alquitrán con que la decoraran.
- Si queréis turismo.....- era para cuando se les sacaba brillo a las urnas autonómicas y los políticos se dejaban empolvar el lustre de los zapatos bajando del atril para hacer mitín de mucha asistencia con una sola boca abierta-.....si queréis que el progreso llegue a vuestras casas, el pan a vuestro hijos y el futuro al pueblo.....que no os cueste nada ir a tomar café a Cáceres o ver a vuestros hijos a Madrid - mientras hablaba Andrés lo miraba atento a los dos metros por encima que necesitan para orar aquellos de igual calaña......como si su verdad no lo fuera tanta y necesitaran pensar que mirando desde arriba, tal vez se encuentre una razón de más sobre las calmas sumisas que lo escuchaban - ....tenemos que sacar adelante esta autopista.
Ya por entonces, quiza antes, Andrés y Luisma sabían que la obra atravesaría de lado a lado la dehesa, que las grullas tendrían que compartir su invernada con los radares y el asfalto, con las motos infladas y los camiones portugueses, que el tajo arrancaría a la Ahorcada de la faz como si esta nunca hubiera existido y que con la Ahorcada se morirían los últimos "grandes gatos" que le quedaban a Extremadura.
Ya por entonces, quiza antes, Andrés y Luisma sabían que tras muchos nombres y coartadas, estaban los buenos provechos que quienes hacen la ley, sacan a dicha premisa, convirtiendo como por arte de magia, lo público en privado allí donde ponen la firma y que si bien se podría ir de visita hasta la capital para ver a los hijos emigrados y los nietos que no sabían quien era ese viejo tan extraño que olía a boñiga de oveja y trucha ahumada, no serviría para que esos mismos hijos volvieran o los pocos que quedaban no se animaran a marcharse antes porque el trabajo seguiría siendo el mismo y encima ahora emigrar les salía mucho más cerca.
El político sacó mayoría.
No les dolió el gato ni la grulla.....aunque les escoció de mala manera el que luego se supiera, cuando ya tenía los cuatro años de licencia bajo el bolsillo, que en el proyecto no iban ni a molestarse en hacer un desvío que comunicara autopista con pueblo y que este sacrificaría lo mejor de su dehesa y con ella el turismo que la hubiera deseado ver, a cambio de la misma carretera de siempre, tan parcheada como el pantalón de Carpanta, donde era costumbre rezar antes de tomarla para que no se te cruzara un coche de frente y tuvieras que meter medio morro en el campo para no comértelo de cara.
Entregado al delirio, con la frente salpicada de sudor y los ojos, lentamente, hundiéndose sobre su cara, recorridos por venillas rojizas y azuladas pregonando que el final se acercaba, cuando ya no había tinta sencillamente porque no quedaba con que pagarla, con sus postreras fuerzas extinguidas, ahogadas en la humedad de las sábanas sudadas, Mozart canturreaba su Requiem con la fe puesta sobre unos pentragramas inexistentes donde nada se había anotara.
- Amor reposa - rogaba su esposa.
- Debe usted hacer caso a su esposa - recomendaba el médico - Si no....
- No hay un si no.....- interrumpió Amadeus-.....no hay esperanza.
Embutido tras su perenne capa negra, con el sombrero de tres picos bien calado y el rostro oculto bajo los varios cuellos de su camisa, la cuarta persona permanecía tan oculta a los ojos de Constance y el doctor como Wolfang podía verlo......sabiendo entonces sin duda alguna.....que esa misma tarde moriría.
Su padre descubrió demasiado pronto el genio con que su hijo nació dotado.
Y dio gracias al Dios severo al que a diario se entregaba.
Aquella cualidad impropia, convirtió al hijo en negocio, transportado de corte en corte para que se exhibiera ante los bolsillos de aquellos nobles engreidos y sus damas de caras blanquecinas y pelucas erizadas, salpicada la cara por alguna peca caprichosa que un día la ponían en el moflete otro burlonamente sobre la punta de su nariz y, en caso de desear con discrección citarse con su amante presente, sobre el labio....si deseaban ser besadas.
Todos admiraban y se reían viendo al pequeño vestido como un adulto, tratando de llegar a la altura de un clavicornio que finalmente, tuvieron que fabricarle a medida.
Pero los rumores se apagaban, las risitas tornaban serias, cuando los ocho años de Mozart se depositaban sobre las teclas, descomponiendo las notas que para ellos eran imposibles como si el más goloso comensal, disfrutara del banquete más generoso.
Si, Wolfang nació para asombrar y de paso, para llenar el arca de un padre frustrado por no haber logrado nunca perfeccionar dos notas hiladas al son, por no gozar de la magia y la facilidad con que lo hacía su hijo.
Aun esperándole para acompañarlo ante la Parca, su cara seguía siendo orgulloso, ausente, estirada.
Y el genio lo quería, lo quería tanto.....tanto como lo odiaba.
- ¿Comerás hoy Wolfang?- Constanza insistía en amarle aun a consta de sus desprecios.
- No.....hoy moriré - respondió alzando la mano en alto, con los dedos de bendecir bien señalados, como si estuviera por fin dirigiendo el Requiem ante una orquesta, con la viuda en primera fila, enlutada y los pocos amigos que aun le visitaban salpicándose por la iglesia, tratando de simular que no se había dejado solo a su féretro.
Andrés se puso a caminar hacia el oeste, sintiendo ya sobre su espalda comenzaba a arder, alcanzada por los primeros rayos.
Aquella era la mejor de las horas para escuchar el piar de las perdices, advirtiéndose del sentir de sus pasos, llamando a agazaparse todavía más, en confiar en el camuflaje y rezar para que el hombre que presentían fuera sin perro bajo su falda.
El calor bien pronto se les echaría encima, pero ellas, mucho más espabiladas, sabían como doblegarlo o al menos solazarse sin necesidad de aires acondicionados o escondiéndose bajo tierra en alguna habitación abovedada.
Al límite de la vereda donde la hierba todavía era alta, podía atisbarse alguna avutarda.
La más grande, que aun con su tamaño, tal vez a causa de el, se sabía bien de memoria todas las artes que le ofrecía la dehesa para permanecer disfrazada, quieta, disuelta sobre la tierra hasta que el miedo o un mal paso terminara por asustarla y descubrirla.
Quienes la cazaban, esos que no se acostumbraban a que la ley se lo prohibiera, incapaces de comprender su mundo más allá de los cuatro palmos de yeguadas que atisbaran, incrédulos cuando se les aseguraba que avutardas y linces, aguiluchos y nutrias se morían siendo que en aquellos dominios todavía abundaban, conocían aquel defecto y solían pasearse discretamente, cuando sabían que los del SEPRONA estaban en la otra punta del municipio, con la posta cargada y el perro, incoscientemente obediente, indicándoles a fuerza de posturas que la presa andaba cerca, solo que acurrucada.
Desde la braña había un pequeño descenso a lo largo del cual se disfrutaba de la Gloria, la laguneta de la que apenas le quedaba algo mayor que un charco donde el agua apenas era capaz de salpicar más arriba de la planta de los pies.
Eran escasas aquellas islas de agua en pleno agosto.
Beber, bebían de las lluvias de otoño, generosas y finas, esas puñeteras calabobos que le hacían a uno sentirse en confianza pensando que cuando escapara apenas te habría salpicado el pelo y cuando se daba uno cuenta, hasta los calzones andaban más mojados que las escamas de una trucha.
En esos noviembre de agua, aupada por los acuíferos y porque el campo ya no se regaba, la laguneta tendía a olvidarse del diminutivo y ganarle unos trechos a la tierra, aislando nuevamente las solitarias isletas de hierba que en verano, solo podían desputar sobre el barro reseco y resquebrajado.
Con las nubes llegaban luego los patos.
- Hoy he visto por lo menos doscientos rojos y no se cuantos blancos - solía decir Javier, el Tontainas, cuando en enero se tomaba un vaso de agua en la cantina de Tomás el Chapado. Nadie le dejaba tomarse ni gota de vino porque la única vez que lo hizo, medio embromado por los más graciosos de la cantina, terminó en el cuartelillo por haberle roto los dientes a uno de Hinojal con el que su abuelo se tenía bastante tirria.
A Javier no se le acusaba de Tontainas por despectivo, sino porque en verdad no tenía los cables muy bien conectados.
Por eso le disculpaban esas rarezas que tenía de andarse cada mañana hasta la Gloria para ver como retornaba el averío a pasar la jornada después de buscarse alimento por los campos de las cercanías.
Si Javier mentaba a los rojos, es que hablaba de tarros y si decía blancos es que entonces eran espátulas, que el apreciaba mucho pues el Luisma le dijo una vez que eran raras, muy raras de ver y el Tontainas pensaba que el ave le tenía cariño por eso de que no se escondiera cuando lo viera asomar cerca de la laguneta.
- Mira a ver si mañana en vez de esperarlas en la braña - increpaba Benito - vuelas con ellas a averiguar por donde andan dando tanto mal.
Benito tenía tierras a las afueras del pueblo, en la Peña Mora, cerca de las colinas y más de una vez se quejaba de que las grullas se lo dejaba trillado en cuanto se despistaba.
Aun con retraso palaciego, la Administración soltaba unos buenos dineros para que dejara a los bichos en paz cosa que hacía sabiendo que el pan de Benito no dependía del arado, sino de la casa rural que regentaba, con un bar al lado que en realidad era de donde más duros sacaba.
Pero como ya se sabe que allá donde metes dos duros mas tarde o mas temprano quieres tener cuatro, Benito quería cobrar las indemnizaciones y de paso arrearle cuatro tiros a un bicho que bien mirado, poco mal hacía y era majo de contemplarlo.
- Eso tendrás que ganártelo tu - le respondía Javier, que Tontainas o no, sabía de las ganas que tenía el Benito a la posta y de las malas lenguas que hablaban de la cara rancia e insatisfecha de su mujer, mucho más joven y por tanto con más gana que el cantinero, lo cual provocaba que Benito le hiciera pagar a los bichos, la poca talla que demostraba entre sábanas.
- !Anda marcha de aquí Tontainas, mas que Tontainas!.
Y Javier, el Tontainas, ancho, grande, magro y bruto....docilmente se marchaba.
Solo que al minuto era el Benito quien se quedaba a solas, con la cantía más vacía que una iglesia sin entierro.
El Tontainas era tan grueso de brazada que para la romería de Sta Lucía, queriendo subirse a un burro, mando al animal largo y desplomado al suelo, con el dueño brazos en alto pensando que el pobre animal tenía quebrado el espinazo.
Pero allí todos eran tan o más brutos y nadie en el pueblo consentía que se le llamara Tontainas con el retintín de considerarlo retrasado.......y ni aunque Benito tuviera la cuenta cebada, ni aunque en el bar de la casa rural te negara vino, tapa o entrada.....nadie consentía que se le faltara al respeto....menos a alguien que no hacía ningún mal a nadie.
Sin embargo, para disgusto de Andrés y del Tontainas, la Gloria se menguaba cada vez más en verano y no le dejaban tiempo para respirar cuando le llegaban las aguas.
Con la laguneta agonizando, le contrastaba cada vez más su aridez, con la esbeltez verderona y primaveral de los campos que la rodeaban.
Aquello era cuestión de echar el dedo sobre los poceros, que buen negocio hicieron al convencer a los labriegos que con suerte y doscientos metros de tubo, se podía llegar al acuífero y poder regar los doce meses que tiene el año.
La Gloria no lo era tanto y rara, tan rara era la ocasión en que se salía de cauce llegando al reborde de las cuadras de Vicente, que aun estando a doscientos pasos del pueblo se las consideraba ya parte de el, que las madres animaban a sus hijos para que marcharan a verla, sabiendo que la laguneta se moría y nada, ningún argumento o desespero se podía echar en cara a los que tenían los dientes largos viendo que podían cosechar hasta tres veces lo de antes, aunque el agua se les agotara en diez años, las tierras se les murieran resecas como pecho de vieja y el Tontainas se quedara sin grullas a las que escuchar cada madrugada.
- Cuando se acabe ya traerán el agua de las presas - solían decir los más ufanos.
Presas que ellos nunca habían visto más que de oídas, cantando las cuarenta en el bar por todo lo alto para cuando en agosto, las noticias anunciaban que esos mismos pantanos, andaban tan resecos que apenas se garantizaba el que unos cuantos bebieran y entre esos cuantos, no andaba ningún campo.
No querían escuchar....
- Andrés ¿me besas? - le preguntó Natalia para el baile de San Miguel.
Los dos tenían dieciseis años y aunque se decía que ella ya llevaba algo corrido, lo cierto es que ninguno de los dos sabía lo que era sentir lo ajeno sobre el labio propio.
Ante la muchedumbre, bailando con torpeza, no les hubiera gustado pues aun siendo tiempos muy diferentes, los dos habrían terminado ennoviados por ajenos y luego, de saberse que era solo eso, curiosidad, los sus padres habrían terminado por dejar de hablarse.
Eligieron la Gloria porque a los dos les gustaba escuchar el sonido de las aves mientras se besaban.
- Andrés tu eres el primero, aunque no lo digan por el pueblo - le decía ella.
- No se Nati.....¿eso importa?.
Y ella le sonrió mientras probaban un poco más atreviadamente, dejando asomar la lengua entre sus bocas y algún gemido, aunque la torpeza de ambos le restara cierto placer al asunto.
Mozar miraba al techo.
Y lo hacía con la vista cada vez más fija, menos viva e inquieta, con sus retinas, que antes parecían dislocadas por el deseo de querer abarcarlo todo, ahora cada vez más vidriosas.
Poco a poco sus manos dejaron de bailotear al ritmo del Requiem que compuso en su mente hasta que llegó el momento y que se guardaría para el mismo porque la imaginación, siempre resistente, se negaba a morirse tan rápido como lo estaba haciendo su cuerpo.
- Wolfang - llamo Constance sabiendo que ya no quedaba esperanza aunque sintiera que todavía, cada vez más espaciadamente, respiraba.
- Padre - susurró el.
Constance comenzó a llorar desconsoladamente aun sabiendo porque el médico así se lo aseguraba, que todavía quedaba pulso en el cuerpo del genio compositor.
- Mi suegro murió hace años - le aclaró ella - El ya lo tiene cerca.
- No se preocupe maestro - le consoló Frank su fiel discípulo - El Requiem sonará, algún día sonará.....yo me encargaré de terminarlo.
Y aunque Mozart todavía vivía, no encontró fuerzas para rogarle....ordenarle que no lo hiciera.
Nadie debía tocar su obra por inconclusa que apareciera porque nadie, aun su fiel Frank, comprendía todo lo que en ella había. Era su Requiem, solo suyo y Frank no era quien se moría para comprenderlo.
Al principio, atrapado en su ciudad natal, triste y aburrido, pensó que nadie lo entendía, que lo ataban en una jaula de oro como a los monos de feria para soltarlo de vez en cuando y exhibirlo.
Por eso huyó por Europa, regresó a las cortes pero ya no niño sino hombre, ya no atracción sino compositor pleno.....espectacular.
Pero en las cortes también se sintió apresado por mil conveniencias y al final terminó por quedarse solo.
Ahora lo entendía.
Todos sabían.....todos le temían....todos en el fondo deseaban alejarlo de ellos porque con su genio, con su saber, les recordaba cada día que los demás tan solo eran un nombre con o sin fortuna pero sin nada que aportar al mundo mientras que el, Wolfang Amadeus Mozart, era la criatura perfecta cuando una pluma se gestaba entre sus manos y esta desarrollaba sus obras sobre el pentagrama.
Y al comprenderlo......agradeció expirar.
Era diciembre, un cinco, de 1791.
El Requiem, que Frank había terminado no por protagonismo sino porque jamás intuyó los deseos moribundos del maestro al que tanto amaba, terminó de escucharse en los oídos de Andrés cuando ya alcanzaba el evitado puente de Alcántara.
Andrés sabía que apenas tendría tiempo.
Ruben el de Alcorisa, lo había visto cuando la senda ganaba la carretera y esta descendía al Tajal.
Vendría de ver a la novia, una que se había sacado en Almendralejo y que según decían era regordeta y bien avenida con la cocina, lo que aun siendo los tiempos que eran, se consideraban dos cualidades a tener en cuenta en la Extremadura de las dehesas y las siegas, de los caciques y las cacerías de señoritos urbanos con caras botas de cuero.
Ruben se lo quedó mirando.
Aun siendo casi de la misma edad, ambos siempre se habían evitado, el uno por gustarle esa música rara y lenta y el otro por preferir las discotecas de Cáceres y el coleccionismo de moza encamada aun incluso teniendo aquella novia que no tardaría en llevar al altar.
Al alcanzar el puente miró hacia abajo.
La caída le borraba a uno los arrestos.
Dicen que en los malos tiempos, cuando por escasear escaseaban hasta las balas con las que se mataban, si cogían a un maqui en la sierra lo traían hasta Alcántara para echarlo al río y que luego este hiciera su oficio.
También dicen que río abajo, había un molinero cuya esposa, incluso jugándose la vida y el negocio, se encargaba de recoger los cuerpos y enterrarlos en un campo oculto cerca de una vieja ermita abandonada, pensando que aun casi ruinosa, seguía siendo terreno sagrado y las almas de aquellos desgracias a quienes no conocía, igual descansaban.
Cuando un cacicón lo supo de oídas, acudió con los que le hacían la coba porque les pagaba la peonada y le hizo desenterrar lo enterrado para que los huesos se los terminaran de comer los zorros o los jabalíes.
La mujer vomitaba mientras lo hacía, cuando una cabeza se le quedaba en la pala mientras los demás se reían...
- !Puta roja!. !Así andarás con piedades con estos hijos de puta!.
La molinera no era roja sino inculta y piadosa.
Piedad fue lo que les faltó y más de uno lo agradeció en el pueblo, a los maquis que tres dias después esperaron al cacique cerca del mismo olivo donde habían fusilado al alcalde y lo colgaron como a los cerdos, boca abajo para luego arrearle dos tiros un el estómago y no ahorrarle con uno en la cabeza el dolor del desangrado.
Andrés perdió el miedo cuando cerró los ojos y puso los brazos en cruz.
De lejos, imponiéndose sobre esos últimos y forzados coros del Requiem, escuchaba la sirena de la Guardia Civil.
Viendo que no llegaban, el sargento desesperado, trató de entretenerlo tocando el claxon.
Pero Andrés ya no estaba.
Murió antes de que su cuerpo se estampara contra la corriente, antes de que contemplara los restos hormigonados de la dehesa, el Tajal represado o la sed de su laguneta. Murió antes de despertar aquella mañana, antes incluso de que lo parieran.....murió cuando alguien ordenó mientras se formaba, que saliera con la lágrima suelta y el corazón demasiado cerca de la piel.
El se negaba a verlos morir, el se negaba a expulsarlos y aunque tan solo padecía por padre.....en el fondo sentía que se libraba de muchos tragos amargos.
Si, tal vez no fuera ningún Mozart.....pero no pasaría por ser uno más de los que le estaban apuñalando.

Bucardo


Registro Propiedad Intelectu@l

viernes, 17 de agosto de 2007

El Falso Púlpito


El Falso Púlpito

Fiel a la misa de diez, devota de la iglesia de Santo Tomás el Desamparado, Doña Conchita le hacía discretas señas a la sirvienta para que se fuera adelantando y así templarles los asientos que por costumbre más que obligación, les estaban reservados justo bajo el púlpito.
El paseo hasta el templo era rito casi tan ceremonial como la propia liturgia, desarrollado a ritmo pausado por las calles que componían los diez minutos escasos que eran precisos para salvar distancias entre la casa propia y la divina.
Lo hacía cogida del brazo de su marido, el capitán Escobar, a quien previamente había abrillantado los botones y condecoraciones usando aceite de oliva, procurando no manchar la guerrera de un azul marino intenso, mangas rojo sangre y cinturón blanco con enganche de oro imitación, propio del arma de artillería a la que aseguraba pertenecer.
Por el camino, la pareja era objeto de saludo y reverencia….caballeros con el sombrero en mano y leve inclinación de cabeza……damas girando levemente el cuello y permitiendo, si así daba la confianza, que se le besara la mano previamente enguantada.
- Felicidades tenga Don Escobar.
- Gracias, es usted muy amable.
Las felicidades se justificaban porque apenas desembarcado de Ultramar, le habían llegado los ascensos, explicados por aquello de haberse comido tres de los diez años de la “zanjonada” que era como en los corrillos capitalinos se llamaba a la que organizaron los azucareros cuando les dio por pedir a gritos la independencia cubana.
En el barrio, que por castizo se prendaba de haber inventado hasta el chotis más encastado, presumía de galón y medalla, no aclarando en el invento si ambos los ganara matando “mapiches” a golpe de espada o soportando los asedios del enemigo en desventaja de cinco a uno……..la verdad, callaba porque los casi treinta y seis meses que se relacionara con la isla, los "padeció" haciendo de secretario para los generales que ordenaban y “contraordenaban” desde los cuarteles de Santiago, a donde no llegaban ni por desvío, el tiro de los cañones con que sus soldados mataban.
Además de los treinta y seis se pasó casi medio año preso de las fiebres sobre el catre de un hospital militar, un lugar infecto, casi un cementerio, donde de cada dos que entraban, salían muertos dos y medio.
Pero la cosa era callar y aparentar, sobre todo eso, aparentar.........aparentar que bajo el nuevo rango y los metales al valor colgando de la casaca
, no llegaban ni las pagas ni los retrasos que el Ministerio de Guerra le adeudaba y bajo la guerrera, no sobrevivía mayor rastrojo de bonanza que la medallita que le legara su madre, una de esas protectoras que, sin embargo, no supo ejercer contra la pobreza ocultada bajo su "envidiable" capitania.
Doña Conchita se había comprado o más bien dejado por pagar, un elegante vestido en azul claro con encajes negros muy bien bordados que asomaban sobre las mangas y por la cintura, extendiéndose hacia los ribetes bajos y haciéndole juego con unos zapatos valencianos, de tacón plano y algo alto, que costaban demasiados reales pero que apuntado por debido, encajaba bien sobre cualquier pie.
Al capitán se le hizo la piel un solo blanco cuando el modisto les dijo lo que costaba el invento, pero la cuestión, el honor y sobre todo el decoro, le impedían exhalar mayor lamento, pues ahora era oficial, encima condecorado y al ejército no se le hacía el feo de hacerlo pasar por mal pagador aunque tuviera a sus soldados comiendo arroz con chinches o combatiendo a pedradas con los enemigos patrios.
Al llegar al reservado, justo debajo de donde el mosen sermoneaba, saludaron a los demás parroquianos, en su mayoría oficiales y en su mayoría en la reserva, que es lo mismo que decir "reservados", pues aunque las canas los habían jubilado, bastaba con que hubiera guerra y faltara sangre, para que se les estuviera llamando de nuevo a filas como si de mozos en sorteo se tratara.
Y mientras ellos se sentaban, con los demás levantados y saludando, Doña Conchita presumió de abanico, uno de estos filipinos, que por filipinos y por tanto escasos eran entre los más caros pues eso, los más caros, dandose cinco o seis volteadas frente a la cara más no por sentirse acalorada, sino porque las esposas de los demás oficiales andaban siempre atentas por si le encontraban a las demás novedad o defecto.
Así que eligiendo, mejor elegir lo primero.
La misa como siempre corta y el sermón como siempre eterno.
Mosén Severo hacía de su nombre bandera, hablando de lo malo que era el infierno y lo bueno que a todos nos esperaba en el cielo a poco que no fornicáramos con derroche, evitáramos la carne en Cuaresma y le fuéramos pagando diezmo.
Era tan fiel a idéntica cantinela que los más abuelos, por eso de andar demasiado curtidos y breados no se andaban con miramientos, soportando el discurso mientras cabeceaban la ausencia de sueño.
Sin embargo, el capitán y su Conchita, escuchaban con aire atento, como si estuvieran incluso por encima del púlpito, dando lecciones de docencia, de decoro y presencia ante el ajeno.
Como ya hemos dicho, la cosa era callar y aparentar pues las barras en el ejército no solían ganarse entre libros y estudio, sino o bien pegando tiros o haciendo adecuado uso del nombre y las amistades mientras que a la Doña, cuando solo era Conchita, le enseñaron como se cosían los botones o se planchaban las camisas para luego llevarla al altar sin que apenas supiera escribir su nombre sobre la partida del desposorio.
Pero claro, tampoco es que el mosen bajo la sotana, fuera cosa de doctorados, pues tenía la costumbre de orar siempre sobre lo mismo, amenazando con mil pecados y solo una forma de evitarlos….que solía recaer, fíjense las casualidades, por donde el decía.
De domingo a domingo el discurso apenas le variaba en dos o tres palabras, alguna expresión ratificaba con el índice en alto y, si había podido leer El Intransigente y retener en la memoria alguna oratoria fuera de la ortodoxía, incorporarla al vocablo sin que importara que poco o nada tuviera que ver con el tema de su homilía….ya saben….el pecado.
En las filas más atrasadas, donde las puertas vivientes no hacían otra cosa que dejar entrar la fresca al ritmo que entraban o salían los fieles, la sirvienta se apretujaba tras algún orante tan pobre como ella pero de tamaño mucho más abultado, tratando con ello de conjugar la beatitud de sus amos con eso de tener que acompañarlos allí donde el calor del Todopoderoso no proveía ni en su propia casa.
Entre todos los sirvientes, Elvira, que así se la nombraba, era tenida como de las más afortunadas, por eso de andar trabajando para un héroe de guerra y su señora, Doña Conchita, que por la apariencia de lo que la vestía debía ser mujer de rica herencia y por tanto generosa con el pago a aquellos que la servían.
Elvira callaba.
Callaba porque no se quería volver al pueblo despedida y lo que es peor, con fama de deshonrada, por eso de tener la lengua demasiado suelta cuando suelta se tiene si hay algo con la que alimentarla.
Si pudiera hablaría de sus noches con un corrusco de pan por cena…..comiendo un plato de nada…..para desayunarse un vaso de agua y en la merienda.....pues toca paseo, para rebajar el hartazgo y evitar las insanas gorduras.
También podría hablar de cómo su ama la obligaba a vestir con doble camisa incluso aunque se asara en verano, no por decencia, sino para que abultara más que lo que sus costillas revelaban……porque las costillas no tienen boca pero a poco que un ignorante se las mirara, descubría sin mucha sesera lo que Elvira callaba.
El órgano indicó que ya se estaba a buenas con Dios y previo saludo con laudatoria al sermón, la pareja se dirigió hacia la salida, donde la sirvienta los esperaba con el rostro cabizbajo y la puerta abierta, para que Doña Conchita no pusiera en peligro los guantes de cuero tintado en blanco que le pidiera prestados a su hermana…..de eso hace ya tantos años que una ya los tenía por suyos y la otra pues eso….mal prestados.
Justo antes de abandonar el pórtico del templo, que era refugio de todo menesteroso, pobre o pedigüeño que viviera de la misa de diez y la misericordia que esta inculcara sobre el corazón de los feligreses, el capitán echó la mano al bolsillo, de donde colgaba una cadena en apariencia evitando que el reloj se le fuera al suelo, en la práctica huérfana puesto que el mismo, estaba tan empeñado como empeñados estaban sus dueños…..para sacar una moneda de real, de estas que le sacan a uno de muchos apuros para depositarla en manos de la mas miserable que encontrara…..en este caso una mujer enlutada, flaca como vara de pastor y extremadamente ojerosa, fruto de ser madre, viuda y no tener otro recurso que extender la mano y rogar para que hubiera algo sobre ella cuando la cerrara.
- Tome usted.
- Dios se lo pague señor general – le respondió pues la mujer no sabía que eran eso de los galones y mucho menos su significado. Para la pobre hasta un recluta de veinte años era, si así se lo decían, mariscal de campo.
Y Doña Conchita, cogida del brazo de su Escobar, afrontaron las cuestas que les conducirían a su casa, paseando entre saludos y sombreros en la mano, recibiendo respetos y afectos esperando que por un día más, disfrutaran del grado antes de que las facturas, los impagos, las excusas y los malos embarazos les fueran inevitablemente llegando.
Ya sabemos....mientras tanto, todo era una simple cuestión de aparentarlo.

Bucardo
Registro Propiedad Intelectu@l

domingo, 12 de agosto de 2007

Que Impropio



Que Impropio

- Que impropio – susurraba.
Paula Salobreña era alta.
Para los cánones de su provinciana vida, sin tacones semejaba ser una estilizada aguja gótica entre columnas dóricas, bajitas y algo chatas, más hechas a ese estilo castellano, propio de mujeres acostumbradas a agachar el pescuezo cada vez que labran o el marido habla.
Paula Salobreña paseaba como si acudiera de invitada, siempre con algún trapito de hilo fino y etiqueta cara, de estos que por recogidos o novedosos, desde luego que en aquella ciudad no se encontraban o cuando se podía, resulta que estaban pasados de toda moda y no hacían el lustre que su esbeltez le exigía.
Paula Salobreña andaba cogida con discreción del brazo de su marido, un hombre tieso y flaco como cayado pastoril que no obstante se coronaba con una generosa mata de pelo engominado y trajeaba corbata de uso diario que luego guardaba en el armario hasta que estaba seguro que nadie le recordaría habérsela visto puesta en otras anudada del cuello.
Lo hacía por la abulense Plaza de la Victoria, no pregunte cual pues España está acostumbrada a demasiadas derrotas o peor aun a vencerse a si misma en guerra fraticidas. Al lugar parecían haberle querido darle más lustre con la cartelería de forja y las yemas teresianas, como si le faltara poco brillo a la ciudad con el que le otorgaba su catedral de ochocientos años y sus murallas, firmes y dispuestas vete a saber desde hace cuanto.
Solía evitar los jueves, por ser día de mercado, cuando al lucimiento del lugar se le hacía falta de respeto con aquello de vender tomates e incorporar a la piedra con pedigrí el olor a apio, perejil y boñiga de huerto abonado a lo natural. El lenguaje le parecía soez, los pregoneros chabacanos y las mujeres de compra bolsa o carrito en mano, le semejaban vociferantes avaros por todo racaneando.
También evitaba las fiestas de no guardar….de no guardar decoro alguno, cuando el gentío invadía a lo bárbaro, ofreciéndose a una bacanal de alcohol en diferentes grados, demostrando que sobre piedra de diez siglos o cemento recién obrado, toda esquina es buen depósito para devolver a la luz la cena mal condimentada y el exceso de alcohol que les satura el hígado.
Había elegido la ruta pensando en no topar con semejante espectáculo….un grupo de hippies desarrapados, con greñas en lugar de pelo y sobre la piel casi desnuda, dos o tres trapos, algunos pies sucios y descalzos, otros con zapatos sin hilo o hilo a modo de zapatos, ganándose unas monedas ofreciendo malabarismo con aros, tocando diminutas flautas de sones medievales o “artesaneando” con algún madero reseco del que luego saben sacar una runa celta, la cruz de Atón, la hoja de una marihuana y todo bueno, bonito y muy barato.
- Que impropio – susurraba.
Afrontaron la calle Reyes Católicos por donde se acortaba a la hora de alcanzar la catedral, esperando que su Museo no echara el piquete ahora que escuchaban los sones del campanario, imponiéndose sobre los ajetreos del lunes para llamar a los rezos de la media.
Para los abulenses aquello era un día de trabajo pero el verano era como todos, vacacional, y la ciudad amurallada se dejaba saquear a puerta abierta por todo guiri armado de digital y cartera llena.
A punto de doblar esquina y toparse con los dos gigantes que le hacían saludo al parroquiano, efectos que surgieron de la ignorancia de un tallista que nunca vio un indiano ni en carne ni en grabado, vieron a una pareja que caminaba con los ojos atentos en las vidrieras sin percibir nada raro en que los dos fueran cogidos de la mano.
Desde luego que habría pasado por más, ellos mismos iban brazo con brazo, pero aquellos que lo hacían tan público, tenían dos barbas y no parecían avergonzarse de lo que ambos buscaban de noches entre los sábanas y más cuando el más bajito, que por cuestión de estatura lo tenía más al alcance, le puso los cinco sobre la trasera dejando que los feligreses se santiguaran para fuera o adentro, imaginando lo que podía surgir cada vez que apretaba con muy buena gana sobre lo que tenía bien agarrado.
- Que impropio – susurraba.
Al pasar bajo los gigantes, traspasando los dinteles de la Seo para dejarse aliviar por la fresquera que los antiguos sabían crear para aliviar el tórrido de agosto a aquel creyente que acudía con fe ciega a escuchar misales, rogando para que se inventara el aire acondicionado, torcieron a la diestra en dirección al claustro, donde hacía tiempo deseaban, visitar la exposición de talla barroca religiosa cuyos carteles lo anunciaban hasta en los restaurantes de comida rápida de la ciudad.
Pidieron dos entradas para empadronados y no fueron precisamente manos blancas los que les devolvieron el cambio de cien sino unas algo más aceitunadas con acento alejado del castizo, tirando más por allá de donde fueron los de la Católica majestad buscando oro para los Tercios, conquista para los reinos y fama para ellos…..por supuesto evangelizando si antes, entre sífilis y aceros, no acababan con todos ellos. Era una monjita menuda de rostro sonriente y mofletes sanotes, de manos callosas puesto que antes de que la trajera a una España que ya no fabricaba curas y mucho menos santos, hacia de misionera “multifuncional”, lo mismo echando al campo abono o sea mierda, que previniendo sobre lo que trae y contrae el SIDA….regalando condones cuando el obispo miraba con su evangelio hacia otro lado.
- Que impropio – susurraba.
Atravesaron las almenas allí donde muralla y altar eran las dos una y no se sabía si la una defendía la otra o la otra rezaba por la una, para girar por San Segundo que sube hasta donde una pequeña tienda hace esquina ofreciendo helados con cartel de marca, bien publicitados a través de los calores emergidos desde los pechos de quien parecía prometerlos si se compraban, sosteniendo un cucurucho entre sus senos desbordados……hielo con colorante anunciado por una de estas actrices que mal actúan pero saben dejarse ver ajustando la cintura y poniendo morritos en lugar de cara.
Y frente a ella, unos imberbes con la testosterona dopada, cuyos pantalones cortos luchaban por ocultar todo lo que se iza ante una hembra de semejante porte, aun con diez bajo cero en toda la cara, no paraban de loar lo bien que sabrían sus “helados”, si fueran ellos los que se derritieran ante tal jeta, olvidando por desconocedores, que ignorar hasta ignoraban como funcionaba eso de descorchar la cerradura codificada de semejante sujetador.
- Que impropio – susurraba.
Al llegar a la plaza de la santa, donde el románico de Santo Tomás más que violar se sodomizaba por aquel Moneo cúbico e impopular, impuesto a base de pelotas por uno de esos alcaldes dispuesto a recibirlas en sus anales con maletines de por medio, observaron a la Teresa en pleno extasiada, mirando al cielo como si estuviera a punto de alzarse en levitación aun siendo piedra de varias toneladas, soportando como en torno suyo una turista “made in americanada” se santiguaba por todo sin saber si lo hacía por rezarle u orando para que se convirtiera a lo suyo, otra al modelo francés, con la ropa mas que corta…recortada, se subía para abrazarla por la espalda mientras su novio tomaba foto de estas contrastadas, la sugerencia erótica de aquella gabacha contra la castidad por teología de la castellana y todo acompasado por el acento madrileño de los que en una jornada, cruzan en tropel la sierra, aparcan donde no halla azul, pasean bajo bóveda donde no halla que abonar entrada y rebuscan la sombra para dar buena cuenta de la tortilla y de la San Miguel que de tanto aguantar en el coche parece pis en lugar de aquello que en su día fue embotellado.
- Que impropio – susurraba
Dejándose llevar por el leve descenso de la Estrada, camino de la Plaza Italia, se topan con un viejo, sentado ante la puerta de una antigua iglesia, reconvertida en presente museo de restos añejos, de pectorales sin cabeza, mosaicos a media traza, vasijas medio rotas y esculturas góticas huérfanas.
El abuelo, que le puede la vergüenza más que los calores, se oculta la cara tras un espeso abrigo que hace mucho no conoce el agua, con la postura en cuclillas apenas deja asomar una mano huesuda y alargada que suplica por unas monedas, haciéndolo a la contraria de la frase hecha y la rutina de quien ruegan sin necesitar nada, pues a el lo mata el hambre y el hambre, esa puta, nunca engaña.
En Italia ambos se separan con beso frío, lívido, que se dan esos que hablan mucho pero hace tiempo que no se dicen nada….no hay lengua, no quedan babas.
Mientras el toma vía Candelera ella lo hace rumbo a Gabriel y Galán.
En Candelera no hay nada.
Es una vía que por no tener no tiene más que un sentido y dos aceras escuálidas donde uno no se sube, se encarama a poco que un coche haga ademán de querer traspasarla. No hay tiendas ni amistades, no hay negocio y la calle está mal asfaltada pero lo que si hay es un tendedero del treinta y cuatro, donde se cuelgan dos, tres o cuatro trapos de diario, indicando con discreción cuantas de sus chicas trabajan y ninguna si toca descanso dejando con las ganas a quienes pagan sus cuerpos a doscientos euros la hora más cincuenta de propina si entre medio cuelga alguna mamada.
Paula Salobreña excusaba su Gabriel y Galán tras la amiga cuyo asentimiento daba amparo a la su coartada. Aligerando el paso toma el desvió hacia Fontíberos donde en el once queda una casa de las que por fuera semeja estar algo destartalada pero que no aparentan los suelos de parqué, las paredes en azul veneciano, los muebles tapizados, las tripas recién reformadas…..
Allí con una ligera ayuda vive el tal Luciano, conocido de cuando el chalecito de las afueras andaba con los andamios puestos y el vino nadándose el océano para, poniendo ladrillos, ganarse los cuartos.
El promotor a ritmo de predicador evangelista casi les obligaba a alabar la buena suerte que les correspondería con aquella nueva iglesia a la prosperidad del Dios con cruz de cemento armado y mientras el le explicaba cuando iba a estar acabado, a la Salobreña miraba con ojos desviados los cuartos traseros y ese pecho moreno, esculpido a la contra de la piel blanquecina y los empujoncitos desangelados a los que su marido la tenía acostumbrada.
Ya lo sentía brotando como un surtidor en pleno arrebato, extendiéndose por cada rincón de su piel hasta inundarla entera, rogándole que le hablara con ese acento goloso y lascivo que tienen los sudamericanos que la hacía correrse con mayor gana y alegría, sin apagar el grito, mordiéndose la lengua sin miedo al sangrado……o si….aquello tenía poco de teatro y el sudor de sus caderas, el mecer enloquecido de sus pechos, los pezones erectos, las piernas aferradas…..!no te salgas o te mato!.....suplicando que si se alejaba fuera un tanto para luego volver con ansia a reventarla…..ummm…..!si!....aquella tarde culminaría con buena guinda aunque luego tuviera que inventarse alguna excusa que justificara el moratón, las carrera de una media o el deshilado de la falda. Y mientras el orgasmo la galopaba, mientras el cuerpo entraba en tensión hasta fundir su coño en una y una en su coño concentrada, gritaba, gritaba, gritaba…….!QUE IMPROPIO!........hasta quedarse tendida con su amante jadeando, ella satisfecha……y completamente agotada.




Bucardo




Registro Propiedad Intelectu@l