domingo, 28 de octubre de 2007

Déjame Vivir


"Déjame Vivir....."
Nadie dijo que vivir en el barrio sea cosa sencilla.
Aquí no rige nada ni nadie que sea cuerdo y si por imbecil tratas de serlo, entonces surgen manos a puñados desde el charco donde cada día dormimos, comemos y cagamos para atraparte....para arrastrarte.
Nadie dijo que escapar del barrio fuera cosa sencilla.
No hace ni una semana que al "Griego" se lo llevaron camino del Hospital con un navajazo que le traspasó el hígado.
El agujero se lo hizo el Rafa, un gitanazo tarado desde que lo parieron, que trataba a su mujer a fuerza de mamporro e incluso entre los suyos, era temido y odiado por eso de tratar con lenguas descosidas a sus mayores, cosa grave si resulta que naces gitano.
Es posible que el Rafa sea un auténtico hijo de puta, que mejor sea saludarlo por la calle como si fueras de su misma sangre y que el juez que no tuvo cojones a encarcelarlo le suden los costados solo con imaginar que alguien así pueda esperarlo en el portal de su casa.....pero el "Griego" fue el mayor gilipollas en esta historia.
En un sitio como este, en un barrio sitiado de polígonos y circunvalaciones que nos rodean para garantizar la pureza de los buenos ciudadanos, nadie ofrece un brazo en favor de nadie....no sea que te lo cortaran.
Es la ley de una desconfianza tan insertada en el tuétano de nuestros huesos, que si se diera el caso, renegariamos de nuestra propia madre si sospechábamos que te echa de menos en el plato o que el trozo más jugoso de la chicha se lo lleva siempre tu hermana.
Muerde, muerde como una culebra, muerde hasta dejarte los empastes porque sino, serás tu el que termine con los colmillos en el cuello.
Desconfiamos de la peña, por mucho que sean amigos desde la tetada....si te proponen con demasiada gana una nocturna de juerga....aprieta el bolsillo que seguro que serás tu quien termine pagándola, a buenas o a malas.
Desconfiamos de la novia, esas que procuran quedarse preñadas en vía recta para que las jubiles a los veintiuno, ahorrándoles toda una vida deslomándose por seiscientos mensuales en el Sabeco y andarse, al año, tirándose todo lo que tuviera un palo tieso entre las piernas.
Desconfiamos del cura, de todos los que nos han mandado desde el Obispado, siempre inocentes recién sacados del Seminario....de esos que se piensan que sin sotana y aires de colega, van a conseguir que no le saquen una aguja oxidada por el SIDA para robarles los céntimos del cepillo o hasta el vino de la misa.....por lo general vienen al barrio como los soldados rasos a la guerra, buscando colgarse medallas de santo para olvidarse de nosotros en cuanto le ponen el traje rojo y les tratan de obispos.
Desconfiamos del cartero.....porque todavía quedan imbéciles que le desventran la oficina creyendo que allí se guardan cheques o nóminas, haciendo que el muy cabrón ya no se la juegue repartiendo postalitas.
Y sobre todo desconfiamos del hijo puta del "Chuloberto", un jeta al que cualquier día se lo van a llevar con un tajo de dos palmos en el moflete por eso de hacer negocio echándonos garrafón al cubata o vendiéndonos maruja que parece paja de la que le dan a las cabras. Claro que si no lo hacemos es sencillamente, porque nadie se ha atrevido a montarse negocio con la barra en este barrio y encima, mantenerlo abierto hasta las tres de la mañana.
El "Chuloberto" estuvo en prisión por descalabrar a un idiota que le faltó al respeto delante de la novia.
Por eso le respetamos.
Una cosa es andarte con trapicheos, con algún que otro escarceo o birlarle la barra del pan a una puta vieja y otra bien distinta es haber tenido que ducharte entre rejas después de rebanarle el cuello a un gilipollas.
Eso impone....asi de jodido que era.
Entre estas calles se nace para no salir más que lo justo...tal vez al centro....los unos para escaquearle un CD a los del Corte o averiguar que cliente tiene mayor cara de despitado....los menos para mirar a otro lado cuando nos cruzamos en el mismo Corte, solo que ellos están uniformados y atienden a los que pagan.
Nadie se juega el caer mal en nuestro barrio por asegurarse la mierda de sueldo que cobraban.
Ando ahora pensando.
Hace un mes que en el "Insti" no saben cual es mi sombra y padre comienza a acumular como si fueran cromos, los partes de aviso.
De los amigos, era el único que aun hacía acto de presencia.
Todos los demás se fueron marchando a medida que fueron descubriendo que ninguna letra, ninguna nota, te sacaba de este basurero.
Ya podías saber leer en chino que si en el trabajo se enteraban de donde habías crecido....lo llevabas poco claro.
En el colegio los pupitres estaban tan rajados que se podía seguir la historia de quienes se habían sentado sobre ellos desde antes de que se muriera Franco....las porterías eran cuatro pedruscos en cada lado pues las que mandaron del Ministerio se las llevaron los chatarreros sabiendo que nadie les echaría nada en cuenta....el recreo era tierra, las ventanas rotas o acartonadas y los profesores, como niños abusados, acojonados solo de pensar que tenían que vernos cada mañana, temblando de miedo porque un suspenso, una mala mirada, un mal gesto o una bronca necesaria, les obligara a tener que llamar a la autoridad para que le escoltaran desde la salida hasta el treinta y uno.
- No te olvides del "Grillao" - así solían amenazarles cuando lo que de verdad se quería, era ponerle gotitas de sudor sobre la frente.
Juan Martinez, el "Grillao", rondaba los dieciéis cuando lo mandaron a un reformatio para que pagara por sus muchos follones.
Por decír, de el decían que si hasta le robaba la leche de las tetas de su madre.
Lo malo para el reformatorio, fue que olvidó tener los muros altos y bien gruesos, por lo que el chico les duró las cuatro noches que necesitó para burlar al vigilante y poner distancia entre medio.
Regresó al barrio con toda la mala sangre bien, pero que muy bien acumulada.
El "Grillao" había convertido el llevar la contraria en una manera de afrontar la vida.
Nada sabía del mundo pero le esquilmaba de tal manera la rabia que a poco que se le provocara, sacaba las cosas de quicio y encontraba con facilidad excusa para pelearse por cualquier tontería.
De madrugada, cerca de la Residencia de Ancianos, se topó de bruces con la mujer del de Literatura, una señora de cuarenta y tres o cuarenta y cuatro años que marchaba con el cuelo prieto porque llegaba tarde al horno de pan recongelado de la Calle San Esteban.
No hubo palabra.
Allí mismo le soltó diez o doce bofetones, la arrastró hasta un callejón, la violó hasta que no le quedaron fuerzas y se ensañó de tal manera con ella, que cuando la dejó, pensó de verdad que la había matado.
"Así me respetarán cuando sea yo quien hable".
Pero con todas sus magulladuras, la mujer sobrevivió y al chaval le cayeron dos años de Reformatorio, solo que este, en Canarias, con alambra de espino, un cuartel de maquetos al lado y ninguna vista sobre ninguna playa donde las canarias se le pusieran frente a los ojos, con sus bikinis apretados, con ese acento que le revienta a uno las costuras de la bragueta.
Creo que fue esto lo que más le cabreó.
Aquí nadie viaja si no es al pueblo para enterrar a la abuela por lo que haber estado en Canarias, aun a cuenta del Estado y no poder presumir de pisar arena y ver el mar, le reconcomía las entrañas.
Con su nuevo regreso, el de Literatura perdió el coche, robado y quemado en la rotonda que daba la bienvenida a los autobuses vacíos que entraban en el barrio.
Luego, sabiendo que todos lo esperaban, cogió por costumbre el sentarse a las cinco en punto en la puerta del colegio, entreteniendo la espera con una navaja usada para librar a las uñas de su mucha roña.
Era su manera de recordarle al profesor, que en ese barrio, uno de los dos saldría a malas y ya se sabe cual de esos dos tenía la cabeza más dislocada.
Se marchó.
El literato, está claro.
Su último día, cuando sonó el timbre y pareció respirar aliviado cuando vió la chapa roja del treinta y uno asomando por la esquina, los ojos se le hicieron blanco cuando en el costado del bus, vio que alguien había pintado con mayúsculas rojas...."!COMO SE CORRÍA LA PERRA DE TU MUGER!"....que bien mirado, podría haber sido una de las muchas barbaridades que cada día se desfogan ante una pared y con un bote en la mano pero que entre quienes le miraban, no hacía falta andarse con explicaciones banas.
No volvimos a saber de el.
Ahora ya no tenemos porque aguantar al "Grillao".
Fue cosa de un fino chute, chute de pura mierda picado directo en vena.
A saber que sería....¿cal?...¿polvos de talco?....el caso es que lo encontraron tirado, ya muerto, a las puertas de Caritas, no porque anduviera buscando ayuda, sino porque con ese afán de tocarle los huevos a cualquiera que tenía, iba allí a meterse lo que fuera, solo por el regusto de sacar de sus casillas a los de la Iglesia.
De vez en cuando a los picoletos les da por entrar a hacernos una visita.
Los políticos no entran en el barrio mas que con helicóptero y muchos metros del suelo a lo alto por lo que siempre andan prometiendo hacer un cuartelillo cerca de la rotonda.
A los viejos les hace ilusión. Piensan que todo será más seguro y que con esa seguridad, habrá trabajo y ganas de salir a pasear las tardes de los domingos.
Pero ando algo escamado y no tengo muy claro si el cuartelillo será para sacar del sitio toda la mierda que nos atufa o para evitar que salgamos a la ciudad y molestemos a quienes si reciben los abrazos con eso de las elecciones.
Aquí los municipales se nos hacen algo mariquitas....pitufitos a los que les dan una pistola.
Los Nacionales ya no se acercan ni para recordarnos que se debe tener el DNI en la mano si lo que queremos es chupar del paro.
Pero con la Guardia Civil...la cosa cambia y mucho.
Patrullan en "bis" con el antibalas puesto, las gafas de sol que parecen Terminators y la metralleta al cinto, siempre con su gatillo no muy alejado del dedo.
Saben que es el plomo y la cara mala ostia que ponen, mala ostia de la de verdad, la que los hace respetables a nuestros ojos y que si no nos la mostraran, no tardarían en encontrarse con alguna navaja discreta haciéndoles un segundo agujero en el culo.
Pero del respeto les podría decir mucho el "Macho".
Si el "Macho" era un "vendemierdas" que llenaba de pastillas, coca y maruja varia las calles que lindaban con el desguace.
Una mañana, llaman a la puerta y el muy subnormal, con los canzoncillos al aire, va, abre sin mirar quien tiene al otro lado y le aparece el teniente con dos números.
El teniente, un tal Maldonado al que llamábamos el "Sevillano", se había enterado que ahora el "Macho" intentaba ampliar mercados, vendiendo a las criaturas del Colegio.
Si, era verdad que lo hacía en el Instituto y delante de cualquier garito, pero hacerlo a críos a los que les habían quitado el biberón hacía nada.....hasta los más curtidos le echaban en cara que se había pasado.
Cuando marcharon camino del cuartelillo, dejaron al chaval con las dos costillas que no tenía rotas y el cuerpo más morado que blanco.
Aprendió.
Hizo las maletas, encontró trabajo en una eléctrica y hasta dicen que hasta se ha casado y anda esperando un churrumble.
Sigo pensando.
Estoy aquí, volvado sobre la cama, sucia y deshecha....deshecha como lo esta este jodido sitio.
En el Compac, a volumen bajo....he puesto a la Mari.
La Mari, su puta voz de dardos bien lanzados, calma mejor que una noche con suerte.
Si, una noche con suerte en que se consiguen un par de cubatas sin echar mano al bolsillo, cuatro caladas sin rogar demasiado y meterle mano a alguna tía de estas que por ser del barrio...se dejan hacer todo lo que tu quieras.
Mereció la pena desgastar las zapatillas sobre la acera, corriendo con el gordo que hacía de securata en el FNAC por mangonear el disco.
Ahora la Mari es mía, solo mía y por ello, para mi, desgrana su voz como las granadas van deshaciéndose sobre una ensalada invernal.
Pena de Donés que le da Jarabe de Palo a mis tímpanos con esa voz tan baja, tan insulsa.
Esta jodida malagueña me saca las fieras que llevo dentro, encauza mi mirada hacia el techo, abstrae, doblega, encauza...."déjame vivir....libre...a mi manera".....!Dios!...¿por que coño no se callara el puto Pau de los cojones?.
La canción es de las que nunca termina, por mucho que el CD enmudezca y se quede dándo vueltas como un imbecil, la retiene la memoria, la sujetan mis ganas de traspasar el techo e imaginar....
No quiero ser un "Griego".
No deseo ser un héroe de los que terminan con el hígado agujereado, arrepintiéndose tarde de haber intentado hacer de samaritano con quien no deseaba ninguna ayuda.
Aunque se que hay algo más halla al otro lado del treinta y uno, ya no me tratan como un mocoso y ando demasiado metido en la mierda como para hacerme a la idea de escapar de ella sin que se me quede prendado algo de su olor.....quien quiera levantarse, que lo haga solo.
De mi....ni agua.
Tambo veo en ninguna parte al "Grillao". Por mucho que algunos lo recuerden con cierto respeto, por mucho que vivo o muerto todavía lo teman.
No, no deseo ignorar cual será el siguiente de mis actos, no me da la gana ser objeto de referencia para todos los críos que sin duda terminarán como el....con el culo ancho de cualquier ducha carcelera, con una biblioteca en fichas policiales y el brazo sin un solo centímetro de piel sin estar pinchado....muerto...solo.
Es una lotería demasiado arriesgada, tan chamuscada como el aceite con que se refríen los churros del bar de Gabriel "el Hacendado".
Al "Macho" le hacen de menos con el apodo y ya no se deja ver por estos lugares.
Suele ocurrir.
Cuando a los niñatos de este sitio les da por ponerte bajo palio, pensando que la dureza se contabia cuanto más se alaba, les irrita descubrir luego, que esa misma dureza, no es más que un escudo, una defensa frente a la mierda que te rodea....en el fondo, deseas salir del barrio tanto como esos admiradores lo desean.
Por eso, si tienes arrestos para volver, les recordarás que ellos no han sido capaces de pasar al otro lado y por ello, te odiarán...saldrás con las ruedas del coche reventadas, la puerta de casa quemada...puede incluso que con alguna ostia lanzada de canto.
"Déjame vivir.....libre.....pero a mi manera...".
Cierro los ojos, lo hago con fuerza, para que no se escape la inspiración del buen momento.
Veo a mis padres enterrándome antes de los treinta, con mi cuerpo cosido a navajazos por esos rumanos, esos que no se andan con chiquitas a la hora de disputar las fronteras invisibles en que se divide el barrio....veo mi cuerpo pudriéndose en las colmenas del cementerio de las Cecilias....en lo alto del otero desde el que se divisa la entrada desde la ciudad....viendo como todo crece....no más que en sentido contrario....la urbe alejándose y el barrio, cargando toda la mierda que en las tiendas caras no quieren.
"....a mi manera...."
A mi manera me levanto, a mi manera calzo los pies, a mi manera salgo de casa como siempre, sin despedirme, a mi manera evito a los colgados que andan tramando algún atraco que les provea del chute diario, a mi manera camino por una acera en estado de sitio, sin rectas, plagada de socavones, huntada en mierda de perro, punteada por las jeringuillas jeringuilla, falta de escoba, a mi manera aguanto la respiración cuando paso al lado de los contenedores, hace tiempo repletos y ahora sitiados por la mugre, a mi manera traspaso las calles donde nadie hace caso de unos semáforos arrancados de cuajo por los chatarreros, a mi manera entro en el Instituto sin miedo ya a que me vean haciéndolo a deshora de lo obligado, a mi manera recorro el pasillo, a mi manera golpeo levemente con el puño la puerta del Director, a mi manera lo tranquilizo mientras saludo, usando para ello la mirada, esa que no es la que nadie pone cuando va en plan de atraco, a mi manera me siento en el sofá de cuero rajado, del que asoman retazos de gomaespuma por todos sus costados, a mi manera hablo....
- Vera....- es normal que dude, no estoy acostumbrado - .....¿todavía existe la FP?.
El sonríe.
Creo que nunca lo había visto así.
- Déjame vivir - le justifico.


Bucardo


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martes, 23 de octubre de 2007

La Depredadora


La Depredadora
La Condesa caminaba erguida, con el aire ausente ceñido bajo su traje traje negro, asida la figura tras la tela, tras esa línea escalarta que parecía deleitarse esbozando su cintura, ascendiendo hasta dibujar una perfecta "V " justo a mitad de la espalda para retornar luego hacia su cintura.
La Condesa no parecía estar alegra, ni atemorizada, ni triste, ni temerosa por su suerte.
La Condesa, sencillamente, estaba tan fría y ausente como siempre, alejada de todo y de todos y si en algún lugar su percepción yacía, desde luego no lo hacía en el castillo de Csejeht.
Entre las góticas y aun gruesas bóvedas de la fortaleza, resonaba el mamporreo violento e insistente de las manos acorazadas, de los pomos de picas y espadas desenvainada ante la puerta principal.
Yo sabía, pues de allí venían mis pasos, que nadie calentaba aceite, ajustaba los correajes de las armaduras o tensaba las cuerdas de las balletas.
Yo sabía que en Csejeht solo había criados y sirvientes, arremolinados en el centro del patio, tan aterrados como indefensos, preguntándose en silencio que iba a ser de ellos una vez el vetusto portalón cediera.
Ellos no eran mercenarios en armas....ellos solo segaban la mies, lavaban pucheros, cocinaban habas, parían o tal vez, si el temple se atinaba, entre muchos hombres y horcas de por medio, eran capaces de defender a su señora, de algún ladronzuelo desarmado.
No iban a ser ellos, eso desde luego, quienes ofrecieran la cara antes los rudos germanos que el rey pagaba para que su justicia extendieran.
Tenía nueve años.
La mañana era más que fría, gélida, descorazonadora, mañana gris en la que los soldados del monarca, acudieron a uña de caballo, casi a la carga, para echar los grilletes sobre mi señora, la condesa Erzebeth Bathory y hacerlo con toda la premura, rezando porque desventrar los caballos les mereciera, con el fin de poder soprenderla antes de que pudiera esconder las pruebas de sus terribles crímenes.
Mi señora todo lo tenía pero para ella, para su mente enferma, ese todo....no era más que nada.
Ante ella, contemplando mi pasado con los ojos abiertos, rendidos ante el pecho velludo de mi marido, veinte años pasados desde aquellos porrazos en la puerta, nada ni nadie podía estar seguro de que hubiera algo cierto.....salvo que por muy Bathory que fuera, por muchos lujos, riquezas, poder y privilegios que disfrutara desde la cuna, a la condesa, esas prebendas, no le bastaron nunca.
Ella siempre anheló dar ese paso que los demás atisbaban, pero no osaban dar.....su diferencia fue que aun hembra...tuvo valor sobrado para buscarlo.
Solo que al hacerlo cometió tales pecados e inquinas, convirtió su alma en cosa tan negra, que pasó más que a la historia a la leyenda...si esa leyenda que he oido cultivar de generación en generación, contemplando como mujeres, niños o viejos han aprendido a santiguarse tres veces o a musitar una breve oración cuando el nombre maldito de la condesa salía a la luz de cualquier conversación.
Incluso en el mercado de Santa Cristina, pude ver a una madre, propinando un tremendo bofetón a su propio hijo, de apenas seis o siete años, solo porque el pobre, inocente, se le ocurrió gritar su nombre como si su nombre fuera uno cualquiera.
Ante ella, bajar la voz, bajar la mirada.
El niño lloró...pero sin duda ha aprendido.
Nadie en el Barrio de Pescadores conoce mi pasado.
Budapest es grande y aquí todos los pecados se diluyen como la ponzoña que al río, de diario, arrojamos.
De saber quien fui, muy probablemente, evitarían mi sombra, evitarían mi palabra, evitarían todo aquello que hubiera tocado...y puede incluso que mi marido, pobre hombre, llegara a repudiarme para buscar consuelo entre las prostitutas del Castillo, bajo los muros de Pest.
Todos ellos creerían que tan solo por haberla contemplado, estaba yo tan infecta por el mal supremo como ella lo estaba.
- No te quedes allí - me dijo antes de que su fiel lacayo jorobado le abriera la puertezuela que le daba acceso a sus estancias - Hace mucho frío.
Durante un tiempo, mi memoria y sobre todo el miedo, me hizo creer que aquello fue lo último que le escuché decir.
En realidad, lo último que nadie le escuchó decir nunca.
Durante el juicio, permaneció callada, muda, en actitud desaparecida ante todo lo que la rodeaba, como si ella se supiera ya con su alma allí donde tantas condenas se ganara.
Su cuerpo respiraba, si, pero Ersebeth se sentía muerta.
Ni tan siquiera abrió sus finos labios, para defender a los fieles que por servirla, condenado tanto su alma ante Dios como sus nombres ante los hombres.
Todos fueron decapitados salvo las mujeres, entregadas al pasto de la hoguera.
Pero ella se salvó.
Es posible que los Bathory fueran detestados desde hacía décadas por su innegable crueldad y el estirado aire con el que caminaban por toda Hungría.
Temidos por los protestantes, acosados por los turcos, los Bathory sin embargo, todavía eran poderosos como para evitar que una de sus hijas tuviera que postrar el cuello y humillarlo ante el filo del verdugo.
Fue emparedada.
Para ella, aquello no le produjo daño ni dolor, ni ansia, ni siquiera el más leve de los disgustos.
Vivió hasta que la encontraron muerta, en silencio, apenas caminando, apenas viviendo.
No hubo cementerio donde enterrarla.
Nadie quería condenar el reposo de sus muertos, dando tierra junto a ellos a aquella condesa maldita.
Durante el proceso, padre me llevó fiel, todos los días con el fin de que aprendiera.
Dijeron, pregonaron que asesinó a más de seiscientas niñas, que las hechizaba, que las engañaba y drogaba, que las torturaba lentamente, para sacarles lo que aquellas miserables poseían y ella ansiaba más que las riquezas que la saturaban....su sangre, su sangre que ella bebía, que la embadurnaba, que la dominaba como un nectar dulce y cruel que la llevó a dejar sin jovenes vírgenes toda la región que dominaba desde los altozanos de Csejeht.
Al escuchar aquello, mire a padre.
Su rostro, aquel rostro infinito, prematuramente envejecido, enviudado, que negó a casarse de nuevo para centrar en mi todas las fuerzas que le quedaran, aquel rostro cosido a esfuerzos, cincelado por la gelidez bajo la que atareaba sobre los campos, templado por el calor negro del verano, las heridas de los malos tajos, la tensión de defender al rebaño de las alimañas que lo acosaba.
Fiel a sus principios, el no giró su cuello para devolverme la mirada.
Y sin embargo ese día lo amé más que nunca, intimamente, desgranados el uno en el otro.
A veces, cuando la memoria traicina mis deseos, retorno a la sala de aquel juicio, donde nosotros, miserables aldeanos, estábamos condenados al silencio de la última fila.
La lágrimas asoman a mi rostro y no puedo evitar el musitar una oración sincera por el alma del hombre a quien debo la vida entera.
Porque ese mismo día en el que todo el mundo se sobresaltó aterrorizado al descubrir el mal que engendraba aquella bestia, ese mismo día, supe de mi verdadera naturaleza.
Yo era niña...viva gracias a un milagro.
Nacía en el mismo castillo donde se encamaba la criatura.
Apenas comenzaba el año 1600.
Nunca pude saber la fecha exacta.
Ya en aquel entonces, con la Condesa a punto de enviudar, corrían rumores.
Por aquel entonces corrían rumores.
Padre, a la par que vasallo, era en ocasiones enviado a reforzar algún muro desventrado o a restaurar los interiores de la fortaleza.
El sabía de aquellos viejos lavaderos que fueron recubiertos para que los ojos no deseados, jamás osaron mirar en sus adentros.
Aunque a madre nunca pude conocerla, luego supe que ejercía como sirvienta de la Condesa y que esta solía llamarla a deshora, inoportunamente arrancada al lecho, para realizar algún servicio del cual, decían, retornaba medio muerta y con la tez mortecinamente blanca.
Padre y madre debieron hablar.....acordaron callar.
Sin duda, se debieron mirar con rostro profundamente preocupado el día que intuyeron el embarazo mutuo.
Desde que lo supo, padre, iletrado pero fiel, acudía a diaria a la capilla del castillo, excusado en el reasentamiento de algunas lápidas, para rogar, rogar con todas sus fuerzas que no naciera hembra.
Nunca fue de aquellos que parecen creer que el varón vale más porque menos cuesta....pero si rogaba, no le faltaban razones para hacerlo.
El miedo fue anidando en ambos de tal forma que decidieron parirme discretamente y sobre todo....a solas.
La suerte quiso por una vez hacerles luz en la sombra e hizo morir a la comadrona del castillo antes de que madre saliera de cuentas.
Fueron entonces solo dos las bocas que supieron de mi secreto, menguadas pronto a una, porque madre no superó los cinco meses desde mi nacimiento.
Sangüinolentamente sostenida entre los brazos de mi padre, con madre agotada por el esfuerzo, con el palo de madera que acalló sus gritos de dolor, quebrado en el suelo, acordaron no darme la oportunidad de ser lo que era....al menos hasta que los rumores murieran con la Condesa.
Padre me bautizó en secreto, llamándome María.
El confesor de los Bathory era un hombre poco fiable a pesar de ser clérigo...dado a callar los excesos y abusos de sus pagadores con tal de que satisfaciaran la gula de su papada y las ansias de sus carnes sobre alguna que otra doncella.
Era tan maligno como indigno de aquellos ignorantes que viéndole a el dentro de aquel lupanar del mal, profesaban todavía alguna esperanza.
Fue de esta manera con que pasé mis primeros diez años de vida, siendo conocida como José.
El empeño, por extraordinario, jamás se hubiera podido pensar que saliera adelante.
Pero salió.
Aprendí a escupir, a tirar la piedra sobre la testa de cualquier crio que osara llevarme la contraria, a no desnudarme jamás en el río, a ensuciarme cuerpo y cara con barro, con excrementos para que jamás se perfilara en mi belleza alguna, a andar despeinada y con aires desafiantes, a vestir ropajes anchos, a demacrarme en público, a no orinar sin asegurar que nadie estaba delante, a mirar las armas con devoción y las telas con asqueo, a rebozarme en la mugre, a admirar el físico antes que el espíritu...a negarme.
Aprendí a ver y callar.
Nunca hablaba más que lo imprescindible....monosilabos, dos palabras seguidas, puede que una frase, siempre en tono cerrado y triste.
A nadie se le hizo raro mi comportamiento.
Per una mañana, salí bajo la helada para intentar romper el hielo del pozo.
Cuando ya el esfuerzo me vencía, cuando ya tenía en mis manos azuladas el cubo y regresaba al jergón donde padre dormitaba en soledad....miré al balcón que asomaba fuera de sus aposentos.
Y allí estaba ella.
Contemplé aterrado, que ofrecía su desnudez al viento, a la luna que ya se retiraba, al saludo del incipiente sol que por aquella época del año, solo era débil y flácido.
Sin embargo, aun desnuda, su piel estaba muy alejada de ser blanca.
Toda, entera, desde su pelo negro y largo hasta la cintura donde era capaz de ver, aparecía teñida por incontables hilillos rojos, rojos de sangre que le conferían un aspecto inhumano....congelador.
Acobardado, ausente, dejé caer el cubo y su ruido, consiguió atraer hacia mi su mirada.
Parecía encrespada, como si le hubiera ofendido en medio de su ofrenda al mal que sin duda veneraba.
Aquellas retinas no eran humanas, aquellos ojos eran extractos del más insano bestiario, amarillos, capaces de atravesar piedras, muros, maderos gruesos...¿por que no las miserables telas que recubrían mi cuerpo?....mis pechos todavía innatos, mis caderas aun ocultas, las formas que no debía ser nunca jamás vistas.
Al igual que ella, tal vez incluso más, me sentí más que desnuda, desnudada.
Durante unos minutos nos miramos.
Luego, unas briznas de humanida retornaron a sus ojos y con ese aspecto, perennemente altiva, sonrió levemente y desapareció de la vista.
Lo hizo como si me hubiera otorgado algo.
Al contárselo a padre, este robó un cuchillo de la cocina, atrancó la puerta y se puso tras ella, dispuesto a degollar a todo bicho viviente, aldeano, miserable o incluso Bathory humano o demonio, si osaban aparecer para prenderme y llevarme ante los lavaderos.
Así era padre.
Pero no hizo falta.
Al día siguiente nadie vino....salvo los germanos.
Allí estaba yo....otra vez....en mitad de aquel largo pasillo, con la puerta al fondo, puerta abierta a sus estancias.
Y ella bajo la arcada, a escasos veinte pasos, apenas iluminada por un ténue hilo que penetraba por los escuálidos ventanales de saliente.
Recuerdo el traje negro, recuerdo que por aquel entonces, Erzebeth, aun tenida por vieja, ofrecía un cuerpo demasiado expléndido como para que de por medio no lidiara un tratado con Satán.
Así fue, lo juro, girada hacia mi su cabeza, torno mirada, mirada que parecía de gatita traviesa, contenida en sus instintos depredadores...
- Que hermosa te me haces María - dijo antes de que el ruido de fondo, las armaduras entrechocando, ascendiendo por las escaleras, hiceran que cerrara la puerta, sin que sus pasos escuchar pudiera.
Quedé aun más fría, pavorosamente dominada por el miedo, con los ojos puestos en el portón ya atrancado mientras los soldados sobrepasaban mi pequeño cuerpo y los veía avanzar hacia donde sabían que la Condesa estaba.
Uno de ellos me cogió en brazos.
Se que mientras me llevaba de vuelta al patio, dijo algo cariñoso sobre mi oído.
Pero nunca he podido recordar que era.


Erzebeth Bathory (1550-1614) fue la mayor asesina en serie de la Historia. En apenas diez años, torturó y asesinó a unas 620 niñas húngaras de las que extraía la sangre para beberla y darse baños con ella. Condenada a ser emparedada de por vida, nunca habló durante su cautiverio. Al morir, nadie quiso ofrecerle sitio a su cuerpo para ser enterrad0.

Bucardo


Registro Propiedad Intelectu@l

lunes, 22 de octubre de 2007

Surgida Gota


Surgida Gota
Mientras deletreaba, ella andaba canturreando mansamente, bajo la ducha.
Lo hacía a malas, siempre a malas, con ese tono desafinado que provocaba oleadas de gratitud hacia el ritmo recio con que el agua caía....el mismo que aislaba mi mente, mi últimamente inestable mente, para conseguir que esta se mantuviera concentrada allí donde pretendía.
Estaba cansada.
Cansada si, pero aun con todo, sacaba arrestos para teclear....una vez más.
Tecleaba imaginando el líquido elemento, dividido con un afilado e inexistente cuter en gotas diminutas y translucidas que una poderosa bomba de fabricación teutona, succionaba al río para embutirla en aquel tubo tremebundo, de cemento, de plástico duro que, soterrados cuatro, cinco o veinte metros bajo tierra, faenaba ausente del atasco cripado y los semáforoso que ni en rojo o verde son capace de ponerse deacuerdo.
Imaginaba, si, como esa gota era filtrada, mareada, analizada, diseccionada, clorificada, purificada, higienizada para luego, al punto del vómito, devolverla a la red, maquillada para dermis humana, esa que genera por toneladas mucha caca, caca que luego no gusta de tocarla.
Imaginaba, no le costaba nada hacerlo, como la gota, cabreada hasta el extremo, era otra vez transportada a fuerza de bomba china, renqueante, barata y al punto del estropicio, a través de la caótica maraña de tuberías y apaños, sorteando las fugas, las ratas, lo vetusto de algunos tramos hasta empujarla hacia el horno, el socarrante horno que la enrojecía, como si la dispusieran sobre rojas brasas, hasta casi evaporarla y luebo devolverla al circuito, ascendiendo, más y más hasta que, cuando ya no podía soportarlo, cuando ya no se podía sentir más humillada, veía una, decenas, cientos de escuálidas salidas por donde la luz y el sonido tenua de una canción, horriblemente tarareada, era lo único que se intuía.
Cayó.
Cayó sobre aquel rostro desmaquillado, sobre el pómulo enrojecido, sobre su calor ténue y apaciguante.
Resbaló, primero levemente, luego, siempre despacio, sin detenerse hasta introducirse en la coqueta comisura de sus labios.
La besó, la paladeó, gozó de aquella sensualidad hasta que la puntita de su lengua la desplazó hacia la barbilla, que dibujó hasta alcanzar el cuello tenso, al que relajó dejándose frotar, su propio cuerpo contra aquel otro, masaje de agua, ambos hirviendo.
Luego, cogida la vencida gracias a ese pequeño triangulito que dibuja la intersección del cuello y los hombros, se mecía, para tornar a la caricia que ahora regalaba ante la arremetida de sus pechos.....endulzada lentitud de quien tanto goza haciendo, discreta, tierna, irresistible paciencia, sentirse morir cuando una al pezón llega, cuando una lo corona....supuerante, hermosura, salvajismo de la gota que sin embargo, sabe hacerlo como a las dos gusta....a mano lenta....sabiendo pero reteniendo.
Desciende luego...una, dos, tres y hasta cuatro pecas, un ombligo que parece tensarse, nervio, y luego, en un salto ávido, llega hasta el rizo húmedo que parece palpitar a través del aire....susurra junto a la boca del templo, se retiene apenas uno o dos minutos que a ella se le hacen de lo breve, lo más corto....es lo que suele acontecer cuanto se esta a gusto.
Cree sentir un gemido, se lo trae la piel, el mapa de los sentidos.
Sin poder esperar más, sin ser capaz de retener el turno de sus hermanas, la gota se cae, mirando a sus espaldas, más todavía aguzando el tacto entre la cara interna de los muslos, que recorre, aun pequeños, deleitantes, carne prieta, carne motor de todo lo que generarse se pueda.
Cuando la gota torna al tubo, nuevamente succionada, el que la bambolee el PVC, es cosa que ya no le inquieta.
Es lo jugoso de poder soportar lo malo cuando antes se ha disfrutado de lo mejor.
Ella ha dejado de cantar.
Aun con la ducha en alto, abrió lo ojos y se sintió...extrañamente inquieta.
Creía regresar agotada a casa, derrotada por ocho horas entre telefonos, ordenes y clientes desaforados.
Pensó en cenar, pensó en llamar a su madre, pensó en media hora de sofá y luego a rendir cuentas al siempre olvidado sueño.
Pero ahora, las cuentas ya no le salen y comienza a convencerse de cual sería el mejor colofón para el peor de sus días.
- !Cariño! - grita para que de la ducha no le nazcan sordos - ¿No querrías ducharte?.


Bucardo


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sábado, 20 de octubre de 2007

La Luz Verde


La Luz Verde
Las armadas fueron, poco a poco, concentrándose a uno y otro lado del futuro campo de batalla.
Entre medio, aquel ruido estridente, chirriante, mecánico, contaminante que se elevaba sobre la agresividad facial de los contendientes.
Fieros y preparados, experimentados, como el cuero viejo, bien breados en el combate, la tropa fue encrespando a la contraria, mostrando sus mejores alardes a fin de afeminarla, antes del encontronazo.
Sonó un prolongado claxon.
A la zurda, una señora de carnes ajadas, cincuentona y mala madura, observaba con rostro serio y ojos a punto de dislocarse a otra muy semejante, de temple y postura dura que la observaba con aire engreido a diez pasos que era lo que las separaba.
Un chaval, más chavalín que otra cosa, con la cartera a la espalda y un chandal sudado de los Marianistas puesto, frotaba nerviosamente sus manos sin retirarle la vista, de cobardes hubiera sido, a otro algo mayor, algo más estirado, que sin embargo lo contemplada a la diestra con menos compostura, con la falta de confianza que dibujan en los ojos esos que se sienten más acobardados.
A dos cabezas de la cincuentona, un hombre de piel Armani y aroma a Hubo Boss, tras la protección de su armadura en corbata de doscientos euros, armado con maletón de piel de cordero que apretaba con la mano tensa, elegía desde la otra orilla quien estaba en condiciones de plantarle cara.
Tal vez fuera aquel juvenal, veintipocos, que con la carpeta plagada de ídolos y el brazo que la sujetaba tatuado con símbolos desconocidos, rascaba las suelas de sus Adidas contra la acera, a modo de Miura cabreado, dispuesto a presentarle las respetos a un torero novato....novato y acojonado.
Y ese puñetero y encrespante ruido, que nadie hacía por detener, acompasado por el paso fugaz de colores difuminados, un rojo que apenas se intuye, un apagado grisáceo, un verde difuminado, un petardeo....
Un anciano de espalda jorobada y bastón medio quebrado, aguzaba la vista para atinar a otra tan octogenaria como el lo era, pero que aunque fémina y de pelo tipo estropajo metálico,parecía tener suficientes arrestos tras su fragilidad, como para tenerla como rival a temer.
A su vera, la lozanía de un mozo parecía darle bríos. Semejante a un tiarrón "cuasibilbaino", que aun sin chapela ni pacharán en mano, el grosor de sus biceps, los apretado de sus cejas y lo duro de su semblante, parecían ser ariete con el que destrozar sin esfuerzo las defensas enemigas.
Una madre con su hija, una congoleña de pelo rasposo y rizado, una criatura apenas babeante, un grupito de amigas quinceañeras histéricas y chillona, un basurero en cambio de turno, una aguerrida abogada con teñido a trescientos euros y costosos zapatos de tacón alto, un inmigrante marroquí que todavía no dominaba demasiado el escenario, un sorprendido turista, una parejita entrelazada, una discreta casada camino de los brazos de su amante, un sacerdote de paisano, dos jovenzuelos haciendo picadas, un carterista buscando objetivo.......todos mirando a todos, de frente, buscando flaquezas entre las murallas del contrario, apretando dientes, sintiendo el sudor corroyendo la aridez de su espalda...y mientras el ruido menguaba.
Lentamente, los colores fueron deteniéndose y a medida que lo hacían, los músculos se recarbaban de testosterona, los nervios sacaban filo a punta de navaja.....
Finalmente....el ruido cesó.
Y las miradas siniestras se tornaron en movimiento puro, apresurado, firme, recto, calculadamente efectivo, todos en un empentón hacia delante, de izquierda a derecha y derecha a izquierda, hasta que se mezclaron, tratando a empujones de entrelazar cincuenta, donde no podían hacerlo más que veintitantos.
La cincuentona empujó al juvenal, el juvenal se hizo a un lado para ganarle sitio a la madre, la madre uso a su hija para ganar hueco por entre los brazos del bilbaino, el bilbaino atisbaba su prepotencia desde lo alto, la casada intentaba no perder el peinado, la abogada usaba el estilete de sus tacones contra los del Marianista, el Marianista chillaba en alto acordándose de la madre de quien le hiciera un nuevo agujero en los zapatos, el sacerdote usaba despiadadamente sus hombros contra los parroquianos, la parejita olvidaba el enamoramiento para mostrarse agresivos contra quienes querían pasarles por enmedio separándolos y el "yuppie" de piel artificialmente bronceada y aroma en Hugo Boss, sonríe al superar la barrera de rositas y sin un solo rasguño.....pero con la Visa Oro ausente, en manos del carterista.
Cuando el ruido retornó, los contendientes, ya andaban bien alejados.
Pero daba igual.
A ambos lados, con el ruido de fondo "in crescendo", ya se estaban desplegando bandera, nuevos ejércitos.

Bucardo


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miércoles, 17 de octubre de 2007

Kant Tenía Razón


Kant tenía Razón
Ignorar que sabía era, desde hacía demasiados años, su opción de cobarde, su único recurso para afrontarlo.
Si, era extraño.
Otros obraban a la brava, haciendo honores a la hispana sangre, esa misma que a el parecía que se le había congelado.
Es una opereta en variados actos, más o menos largos, más o menos ignotos, pero todo con un final harto conocido.
Portazo, sorpresa, grito, honra chamuscada, vecinos asustados, humillación, de pelea algún conato, policía, abogado, juez, divorcio....adulterio.
Lo escuchó de Clemente, antiguo compañero de Salesianos de quien, desde entonces, tan solo sabía que vivía justo enfrente del Parque de Bomberos de Manuel Becerra.
El chaval y luego hombre, siempre había sido algo...tieso y excesivo en el trato.
Demasiado presuntuoso, demasiado boquiabierto, su modelo de varón semejaba demasiado al concepto que sobre el mismo, imperaba entre los españoles de cuando Franco agonizaba.
No era de extrañar pues que su mujer le respondiera callando, devolviendo con intereses tantos años de abandono y soledad marital al liarse con un conocido del barrio.
El asunto terminó como en la mejor de las comedias del XVI....una hembra tapándose las verguenzas con las sábanas revueltas del lecho, un marido rasgándose la camisa y un amante, acojonado, remitido al hospital tras serle resquebrajada cierta silla sobre la cocorota.
Ella terminó con los cueros de la piel presentándole los respetos a la calle, avergonzada ante el aturdido vecindario y frente a unos hijos que, recién llegados del colegio, se encontraron que su familia se había deshecho por culpa de que a su padre se le ocurrió regresar a casa buscando ciertos papeles del banco.
Luis lo tuvo mucho peor.
El era el taxista del 1080, con doce años tras el volante y otros tantos sin fortuna, encamado con uno de esos amores, que aun llamándose María, parecía de lo vulgar alejado de tanto que no terminaba de puro que en público se quería.
No era raro que con la voz baja y el etilismo en todo lo alto, Luis se acercara a los oídos confiados de Carlos para confesarle que entre sábanas, su mujer lo hacía derretirse como la mantequilla al fuego, con el mismo ardor que la primera vez que se cataron, bajo los pinos y los muchos muertos mal enterrados que se ocultan en la Casa de Campo.
Al pobre todo se le vino abajo cuando una mañana griposa, medio desfallecido por la fiebre, esta le subió hasta desfallecerlo, al encontrarse con su María, dejándose deleitar por la lengua de la kiosquera, la misma cuyos coleccionables había reunido domingo tras domingo y le rellenaba el bonobus o le vendía goma de mascar en fresa con la que no espantar a los clientes.
Luis pensó que deshonra de cornudo, si ya dura, peor lo es cuando las circunstancias eran las que eran por lo que decidió el discreto divorcio y la licencia en otra provincia, donde intentar levantar el ánimo y la cabeza, lejos de las gentes que con sus miradas le recordarían lo padecido.
Carlos sin embargo, creyó que la ignorancia, aun sabida, era la mejor bandera posible.
No, el no necesitó birlarle horas a la oficina para confirmar una sutil sospecha encontrándose a su esposa con las piernas aferradas sobre una cintura ajena.
Tampoco precisaba coger con la punta de los dedos unos slips de talla desconocida que el no recordara haber puesto jamás en la colada y que ella excusara, afirmando tajante que se le cayó la última vez que menos dormir, hicieron de todo en la cama.
Fue un insípido domingo de cafe y churros en "El Tostado", el bar de Gregorio, el Bigotes, una institución tan propia de Vallecas, como lo era el foso aseptico de la M30 o el Pirulí, enquistado como torreón desde el lado de los salamanqueñs.
El sitio les gustaba porque sus anchos ventanales daban al parque....y el parque gustaba a sus hijos por el arenal y la hierba, por los columpios que les dejaban ser monos o arriesgar en una gran aventura, en un gran salto.
- Esta bueno este café - dijo Carlos, echando un sorbo nada más terminar de decirlo.
- Si - respondió Mamen con evidente signo de estar en cualquier otro lado.
No hubo más.
Tan sencillo como cruel, tan real como esperado, tan austero, tan desamparado, tan alejado del rito, del estereotipo.....tan desangelado.
Quince años desayunando bajo los prominentes bigotes del "Tostado", ochocientos diez domingos insertados entre tres mil doscientos cuarenta churros mojados en mil seiscientos veinte cafés....buenos cafés respondidos en idénticos asentimientos.
Mismo hábito tan solo levemente transformado, de domingo en domingo, por una mirada cuya fuerza, cuya retina desdibujada de su poderoso marrón claro, iba dejándose ensimismar por su propio mundo....un mundo alejado de lo cotidiano.
Ni amores despechados, ni novelas teñidas en rosa, ni lenguaje edulcorado, ni duelos al amanecer con pistola de bocacarga y diez pasos, ni padrinos o espadas, ni teatro, ni rabia.....dolor.
Por eso no hubo puños cerrados tras aquella mañana de mapas equivocados y dotes confundidas entre ignotas callejuelas.
Un cliente nuevo, una calle innombrable y aquel semáforo en rojo entre la calle Gibraltar y Condes de Soto, con un paso de cebra medio desdibujado y aquella pareja de enamorados.
Llovía.
Llovía tanto que durante unos segundos, los miró con envidia de quien hace mucho no hace....percibiendo algo familiar en el abrigo verde oscuro y el paraguas de pastor extremeño que utilizaban tanto para protegerles de la que caía, como para incentivar la intimidad del beso.
Al retirarse la tela, el, que intuía, no encontró ninguna sorpresa.
Mamen miraba a aquel rostro, hasta ese día menos que nada, menos que la misma mierda y ese rostro le respondía.
Esa misma noche, buscó escusa en el trabajo para llegar tarde y en el insomnio para justificarle porque buscaba refugió en los sofás del salón.
Mientras contaba los cristales de la lámpara telaraña, imaginaba que entraba en la alcoba, con el cordel de los zapatos firmemente sujeto entre sus temblorosas manos....se abalanzaba sobre su cuello, apretaba hasta casi arrancarle el gaznate, a oscuras, para no sentir piedad, atenazándole las manos bajo los pies para que no le arañara, hasta vengarse, privarle de la vida, de toda la esencia que le había robado....de los años.
Pero no hubiera sido justo.
De serlo, el también tendría que ser asesinado....tantos años robó ella, como el le había robado.
Y luego estaba los hijos...demasiado hijos para poder comprender que era de una madre bajo losa y un padre vigilando la integridad bajo las duchas de Ocaña.
Bajo la ducha, mientras sentía el aroma dulzón de la leche calentándose, mezclada con el químico gel y el cloro acuoso, dejó que la ducha le hiciera hervir la testa, limpiando las lagrimas nunca soltadas, arramblando con la desazón por todo lo que un café con churros y un enorme paraguas le habian destartalado.
Al salir de ella no se secó, no se peinó, no buscó de sus verguenzas amparo tras una toalla endurecida por el uso.
Así, desnudo, llegó a la cocina y besó dulcemente su cuello.
- Los niños - adujó ella.
Pero se les hizo tarde. Fundidos. Ambos.
- Hacía mucho - dijo ella, consciente de que en media hora, los horarios se les habían apretado y los niños, definitivamente, estaban bien despertados.
Carlos no dijo nada.
En lugar de eso, se limitó a incorporarse, vestirse, todo con lentitud, como si hubiera ovlidado que los jueves hay trabajo y el comulgaba con el suyo tras diez minutos escasos.
Mamen supo.
Algo no marchaba bien.
Pero cuando quiso preguntarlo....ya había desayunado.
Esa misma mañana fue la que trajo a Carlos la decisión de ignorar.
Y así llevaban otros diez años.
Aunque pensarlo lo pensara, el decidió mantenerse fiel.
Ella tuvo unos cuantos.
El jovencito universitario del 9ºC que estudiaba económicas y al que le impuso la distancia tras comprobar que ella no había nacido con vocación de maestra.
Luego estuvo ese basurero que barría por la calle Castaños....General Castaños....y que por eso de la tez morena y el acento de dramón venezonalo, le hizo las alegrías de congraciarla con el morbo del extranjero.
Pero los casorios extranjeros son tan válidos ante Dios, como ante el Dios patrio y por lo visto, las mujeres de esas dehesas, la sangre se les hierve apenas presienten que algo más puntiagudo que el pelo, les crece sobre la testa.
El tercero resultó ser un hombre ya demasiado cano.
Se llamaba Sebastián y de el, Carlos tan solo sabía de su cara, pues era tan ávaro en el trato como castellano de origen y en todos los años que llevaban cruzando idénticos rincones, apenas se saludaban con más miradas que palabra.
Indudablemente ante ella, cumplieron con algo más que un protocolario saludo lo cual llevó a Mamen, a olvidarse pronto de su "Salsón" sudamericano y apostarse entre los brazos de la cosecha autóctona.
Aunque evidentemente jamás se lo preguntara, Carlos siempre sospechó que fue el soriano quien le dejara una impronta más profunda.
Lo sabía porque un sábado de sexo hastiado, la notó algo más humedecida que de costumbre y en el ardor, casi, porque se mordió los labios cuando tomó cuenta del error, se le fue el nombre que no debiera jamás surgir, enmedio de un traidor orgasmo.
Lo sabía porque fue el único por quien lo apostó todo, metiéndolo en la cama propia, sabiendo que de ser sorprendida, todo el comedimiento se vendría abajo y ningún juez de aquel entonces, le daría ni custodia de hijos ni derecho al mantenimiento.
Lo sabía porque cuando le llegó el retiro y regresó a su pueblo, surgió de la nada un fin de semana entre amigas, un fin de semana soriano, que regresó con los ojos inyectados en venilla roja y la tez tibia, mortecina, de esos que muestran aquellos a los que las entrañas se les descomponen y la vida ya no les entra.
Carlos se limitó a besarla levemente y pasear junto a ella...cogidos de la mano.
Ella ya no estaba.
Siguió sin estarlo durante otros dos años.
Sería una tarde, también de domingo, con muchos cafés y churros, con muchos "sies" lanzados al viento casi en un susurro, como quien no sabe muy bien lo que anda diciendo.
Mamen se paró...en seco...y se lo quedó mirando.
Por un momento, breve y frío, Carlos temió la escena en confesión que el mismo había conseguido ahorrarse durante todos aquellos años.
- ¿Por que? - le preguntó - ¿Por que?.
- Bueno - lo cierto es que se esperaba muchas cosas....pero no eso - .....será porque te amo.
Durante unos segundos, Mamen levó las anclas de los ojos, cerro con fuerzas los párpados, no dejó que una sola lágrima se le escapara por la comisura.
Tras un solo minuto, !que poco cuesta!, levantó de nuevo la cabeza.
Y lo hizo para mirarlo.
Era una visión casi olvidada, una mirada que sus retinas marrones, oscurecidas por eso del hábito consumado, reflejaban en un resplandor de nuevo brillante y claro, con la ilusión de quien descubre que en ocasiones, se tiene demasiado cerca lo que durante toda una vida se ha ido buscando.
Le apretó la mano y juntos....continuaron paseando.


Bucardo


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miércoles, 10 de octubre de 2007

Siempre de Frente


Siempre de Frente
Al cerrar la puerta, tuvo un pálpito extraño.
No atinaba a comprender.
Hasta esa precisa intuición, todo le había parecido tercamente monótono.
El mismo bloque, la misma cicatriz zorruna dibujada sobre el pómulo del portero, idéntico buzón con cuatro facturas y propaganda atiborrante de un restaurante asiático, el mismo ascensor estrecho, el mismo octavo...y entre el bajo y su destino....pues eso, el mismo tiempo.
Luego las llaves, sacándo la precisa a fuerza de simple tacto, introducirla en la cerradura, girar, sentir el click final y respirar hondo....dejar atras las presiones, las prisas, la mirada interesada de los compañeros, el nervio de un atasco.
Abrir, entrar y entonces si....algo....algo extraño.
Dejó a la corriente cerrando la puerta en solitario y avanzó hacia los adentros.
Lo hizo confiado en la oscuridad, con dos pasos y girando a la izquierda para dar al pasillo y siete más de frente para hacerlo al salón, dejando a la diestra la cocina con la corredera, por eso de los olores, permanentemente entornada.
Desde el salón, otros seis pasos hasta ganar la alcoba, frente a otra más pequeña, que por ausencia de hijos, lo mismo hacía de despacho que de despensa, del recurso al desahogo hasta cuarto de invitados a quienes obligaban a dormir entre los albaranes, las declaraciones de renta y los botes de garbanzos.
Volvió cansado a la salita.
Allí todo estaba como siempre....metódicamente ordenado.
Frente al televisor en pantalla plana, un sofá en azul lirio y entre ambos, la mesa expositor, con las fotos en esos viejos recuerdos, más en negro que blanco....negro pues eran los abuelos, esos padres, ese hermano imprudente, ese amigo desde la infancia enfermo....todos ellos estampa en maché de todo lo que le era ausente.
Atiborrando la estantería, la abundacia de libros, numerados del alto al chapado, del grueso al delgado, del más chillón al más claro, de esa Divina Comedia en edición lujosa hasta esa preciosidad barata que se agenciara entre las baratijas y las monedas falsas del Rastro.
"Nada" - pensó.
Puso música.
Beethoven y su alegreto de la séptima...esa pequeña maravilla, golosa delicia que como los buenos orgamos, poco a poco se va preparando, desgranándose anunciado el buen jugo, nota tras nota, sin elevar el tono demasiado, sin apresuramientos, sin exhibiciones de lo innecesario, inundando el comedor, acariciando esos falsos de Kandinsky, la mirada felica del Durero de treinta euros surgido de la tienda del Prado, introduciéndose entre los yogures desnatados, los manteles, la vitrocerámica y la crema de calabaza que le haría las veces de tardía cena.
Retornó al lecho sintiendo como se le obturaban las venas de los pies con los zapatos.
Estos de tacón grueso, estos que bruscamente juntos, parecían el marcial taconeo de una pelotón de agerridos infantes ante el sargento, estos mutantes que pasaban de la comodidad matinal a la tortura de las cuatro, obligándole a caminar en pequeños trechos, siempre con una asiento cercano, anhelando poder dejar la huella húmeda de los pies sobre la tarima de haya, dejando los dedos a la querencia del aire fresco.
Fue al sentarse sobre la colcha cuando los pelos de la espalda se le erizaron como dicen que le ocurre al rebeco cuando siente que el lobo y su muerte andan cerca y no sabe como descubrir su paradero.
Miró a la mesita y no estaba.
Encendió la luz, alzó las persianas, deslizó la cortina.
El reloj de noche, el despertador digital con la numeración en tonos claro para que no le incordiara las retinas a las tantas de la mañana.
"Se le habrá estropeado" - pensó.
Si, se le habrá estropeado pues el jamás había necesitado de ayuda mecánica para levantarse, fuera a la obligación que fuera.
Bastaba con imaginar el entrecejo del cliente, su nómina en manos del jefe o la hipoteca de cada veinticinco del mes corriente para que el sueño se tornara en fragil hijo, siempre atento a romperse ante cualquier empentón ligero.
Abrió el cajón como quien lo hace por simple aburrimiento.
"Tal vez lo halla dejado dentro".
No estaba.
En su lugar había un total vacío que lo dejó allí, con la mirada queda y el rostro al punto de perder lo sereno.
No estaba su novela de noche, ni la funda de las gafas, ni la cartera, el bonobús o las llaves, ni el cuaderno de notas, ni la agenda, ni los preservativos o las tijeras de uñas....solo un papel, el poema, el último que le había escrito y que, tan de costumbres como eran, solía guardar junto a la cabecera hasta que uno más nuevo, actualizado a los sentimientos, lo jubilara....
"He despertado de madrugada
extendiendo la mano hacia donde se que estabas
y aun a oscuras palpé tu brazo para encontrarme
con que eras tu y no yo quien nos velaba".
El papel, que ya temblaba, se desprendió de la mano y cayó flotando al suelo.
Giró el rostro ya enrojecido y contempló el armario que abrió con un gesto firme, nada contenido, chirriando las bisabras de un mueblo ya algo envejecido.
Ni sus camisas negras, ni las estampadas, ni esa que le marcaba el pectoral provocando que se perdieran las composturas a medida que ganaba sitio el tamaño de la entrepierna, ni uno solo de sus buenos vaqueros, ni las corbatas del Sabeco, ni los calcetines de oficina, ni los gruesos de invierno, ni los calzoncillos, ni los chaquetos, ni las deportivas, las bufandas o esos guantes de cuero....cuando le gustaban....trescientos florines en aquel puesto de la Plaza de San Paul de Praga.
Sacó el móvil sin atinar a cogerlo, recogiéndolo del suelo, encendiéndolo....las teclas que se hacía una, marcando un dos donde debería haber puesto un ocho, y el ocho por la almohadilla y luego la llamaba, tornándose de desesperada....a perdida.
Perdida.
Sonó una, dos, veinte veces en diez, quince, cincuenta llamadas.
Todas con un buzón, un mensaje en voz automática, incapaz de comprenderle la prisa, de encontrar un hueco en el recado, por hacer mil preguntas, por ansiar, rogar que solo fuera una pesadilla, una urgencia que luego el le explicaría, para retornar luego al lecho y leerse todos los poemes que en su ausencia, le escribiría.
"El número marcado está apagado o fuera de cobertura....por favor, dejé su mensaje o marque después de unos minutos....si lo desea puede apuntarse a nuestra promoci...."
Corrió a la cocina....no estaba su taza, esa escocesa con la bandera azul oscura y esa cruz de San Andrés tachándola de lado a lado.
Fue al baño y no encontró su champú de melocotón, sus pinzas para las cejas, las cremas para la tersura de su epidermis, los pontigues, su cepillo.....su cepillo.
Y allí cayó al suelo como lo hace un trapo....una mano sosteniendo la cara, otra, extendida con el brazo sobre la taza, negando tercamente con la cabeza.
Se le vino aquel día, seis meses pasado, en que las dos manos se fundieron, apretando entre medio un cepillo complice de lo mucho que lo habían deseado.
Lo depositaron en el tarro con dos agujeros y todo terminó en más que abrazos....matrimonio formal, ausentes quienes se lo hubieran negado, con las toallas por testigos y el bidé breando por agenciarse el ramo.
No quería, !no!...no quería llorar pero terminó claudicando..
No quería gritar pero tampoco pudo evitarlo.
Se alzó en un salto, rabioso y desbocado, avanzando en dos pasos lo que al entrar siete fueron, acercándose a la ventana del salón, asomando la testa hacia la calle, urbana y siempre iluminada, gritando, gritando, gritando como si pretendiera deshacer las cuerdas vocales, como si un amargo gusano lo estuviera por dentro devorando.
- !Calla loco! - fue el único consuelo que recibió, del único vecino que a esas horas no dormía.
Entró nuevamente al hogar pero esta vez lo hizo con las mangas arrugadas, los botones desabrochados, el pantalón sucio, los calcetines pegados con sudor al pie, el pelo desgreñado, la mirada aterrada y el gesto...el gesto de esos que ofrecen los desmoronados, los que no encuentran quien pueda darles una sola respuesta....por mucho que tengas a miles incertidumbres.
Cayó sobre la tarima, una mano y sus dedos extendida, la otra en puño, golpeando.
- Traidor...-susurró-....traidor- en tono más alto-....traidor, traidor, traidor....!!!!!traidor, traidor, traidor, traidor, traidor!!!!!!!!!
Quedó así, agotado, en postura fetal, con la primera ansia, la peor, ya exprimida.
Aun muy espaciados, dejaba escapar, entre la baba y las lágrimas otro traidor ligero, ya calmado.
Cerró los ojos.
Y entonces aconteció.
Primero fue una tímida palmada.
Luego le sobrevino otra mucho más seria, acompañada por dos o tres más junto al sonido de alguien que se levanta.
Envalentonadas, sonaron por decenas y luego incluso uno o dos cientos hasta hacer que retornara la luz a sus ojos y contemplara la sala.
Toda en pie, toda enardecida, toda entregada.
Incluso, no quiso reconocerlo, creyó escuchar un !bravo! pero no de esos ligeros...un !BRAVO! con todas y cada una de sus letras.
Se alzó con ansia contenida y así, aun sintiéndose despedazado, con la camisa de puro diseño hecha jirones y la cara dolorida, vió aquel maravilloso teatro, teatro de pura vida, en pie, limpiándole todos sus daños con el nectar más apreciado por aquellos que como el, llevan por honra eso de tener venas para los escenarios....el aplauso.
A Freddy....para lo bueno o lo malo....siempre nos quedará nuestro teatro.


Bucardo


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martes, 9 de octubre de 2007

La Sabiduría del Yayo y Arasanz el Licenciado


La Sabiduría del Yayo y Arasanz el Licenciado
Al abuelo Ramón le gustaban a rabiar las obras.
Bueno, es cierto que es costumbre de viejos eso de atosigar con miradas de reproche el ritmo, para ellos siempre vago de los obreros, pero con la vida que llevaba entre sus achacosos huesos, eso de ver hacer, crear, levantar, idear, brotar de la nada...era algo que le provocaba un placer extremo.
Eran en definitiva, una de esas pequeñas e inofensivas alegrías que tienen quienes que ya nada esperan.
Fiel al estoicismo de tantos años, en cuanto sentía al hijo desperazándose, el sacaba el pie fuera de la cama, se vestía aun solo, calaba boina sobre la calva, aferraba la trinca y bajaba a la cocina para prepararle el desayuno....unas sopas de cafe con leche, en tazón egregio relleno de migas.
- Padre usted ya no está para levantarse tan de amanecidas.
- Cuando me entierres podrás decírlo sin que te conteste. !Toda la vida he desayunado contigo y lo haré hasta que de mañanas no me encuentres!. Y ese día, ya sabrás a quien tienes que llamar sin necesidad de subir al cuarto para verme.
La miga poco alimenta pero se infla al contacto con la leche, duplicando el tamaño y acallando el buche hasta la hora de la almorzada.
Es truco de pobre.
Ahora no lo era pero no comprendía porque la mocedad, marchaba a la faena con una cafe corto o como mucho un zumo de naranja que no les engordara los huesos.
Luego, con paso medido, lento, sintiendo que lo que a los treinta le ocupaba cuatro pasos, ahora se le representaba en oficio serio, se iba acercando como el caracol pero sin babas, hasta donde hubiera un montón de grava, arena, un motor petardeando de hormigonera, o el olor del papel de plata desenvuelto, tentenpie de los destemplados obreros.
Antes de que el sol lo bañara, como si de tan pueril competición encontrara algún alivio para las humillaciones de ser tan octogenario, llegaba a la solana antes que los demás abuelos, esos que habían convertido la edad en excusa para sumarle minuteros al sueño y que luego lamentaban sobre su tardanza, ironizando sobre si Ramón pagaba más impuestos que ellos, por eso de ser el primero en aposentar la rabadilla sobre los públicos bancos.
El abuelo Ramón reía pero en el fondo, se mantenía tenso.
En dos meses llegaría a los noventa y no presumía de ello por desconocer como se coceaba en el pueblo....siempre por debajo y sin ofrecer la cara en el intento.
Para el, ver la piedra izada por las gruas al vuelo, elevándose a cada pasada más alto, moldeadas a capricho con ayuda del cemento, era algo que por parecerle, sobre todo le parecía eterno.
Era su infancia lo que más la ayudaba a encontrar placer viéndolo.
No le costaba demasiado cerrar los ojos y rebuscar entre las dos orejas, que si las rodillas le fallaban, la memoria siempre lo había mantenido fresco.
Era mucha crueldad la retenida...tanta....que los ojos del puro miedo, se le fueron acobardándo entre las cuencas hasta esconderse tras ellas, dejando un escaso punto negro a través del cual contemplaba.
Y era la atardecida del 2 de abril la que le sacudía...cuando en el treinta y ocho ardió el pueblo, de un costado al otro, aupado por las teas encendidas, por las chispas del odio puro de los padres de esos mismos que ahora le rebatían el asiento.
Todo por aprovecharse de dos bandera en esencia tan parecidas, que se usaron para lavar la honra, los odios y resquemores, las humillaciones almacenadas en la memoria propia, recibidas de las del padre, del mismo abuelo, de toda la rama de la genealogía...esa misma que o regalaba sangre....o daba de tetar la mala leche del rencor.
Apenas se salvaron dos o tres casos y un par de pardinas, esas que por alejadas, los más enrabietados se olvidaron de acosar, pues la derrota les llamaba a ellos y temían despertar para sentir el dolor punzante de lo que habían hecho.
Habían pasado tantos años como su vida daba, y a poco que el tiro de la hoguera le daba por cerrarse, envolviendo de humo la cocia, el olor le recordaba aquel terror, aquel mar negro, ruina de piedras amontonadas, calle obturadas, viviendas y bordas en esqueleto, el crucifijo de la escuela socarrado, los tejados caídos, los cuerpos socarrados de gallinas y gorrinos y la madre de Casa Sampietro, sorda e impedida, que nadie puedo avisar de que se le quemaban las carnes por debajo del vestido.
Cuando la movieron, los pocos hombres que tuvieron arrestos a verlo, el cuerpo de la infeliz crepitó como la panceta reseca en cuanto se le hecha un mueso.
!Que mal sabor le traía desde entonces la cecina!
Después de pasar los setenta, a punto de morirse Franco, cuando el bastón le ayudaba con la espalda y el desánimo de enterrar primero a Antonia, para ella paz y gloria, empezó a sentirse vivo en su decrepitud, contemplando como con esfuerzo, lo que el una mañana de abril viera negro, ahora le iba ganando sitio a sus malos recuerdos.
- Ese muro anda en mal sitio hecho.
Al Arquitecto, acostumbrado a que allí donde el señalara se la admirara primero la belleza de su dedo, no le pareció digno de atención el comentario.
Metido entre línea y trazo, rodeado de cálculo y matemánica, de proyecto y maquinaria, todo lo el tocara, le parecía, como mínimo, superando lo perfecto.
Pero al abuelo Ramón había visto sin Rayban de trescientos euros, que algo no funcionaba en la tapia que se levantaba.
Llevaba contando casi dos semanas desde que las excavadoras horadaran para izar un espeso muro de pedrusco enorme, grueso y basto, que ayudaría a nivelar los campos en descenso de Saturnino y convertirlo en parking.....en refugio para la vorágine metálica y multicolor que afeaba el monte, les llenaba el pueblo de humo, traía prosperidad y renta y les pagaba los todoterrenos a alguno.
- Mire que este no es buena época para hacerlo.
Don Javier Arasanz Ascaso había ingresado entre el prestigo de su universidad de pago previa visita de la chequera paterna, abiendo que de sus ceros a la derecha, dependería la continuiddad de la noble tradición familiar. Los Arasanz llevaban desde que enviudara Alfonso XII haciendo de arquitectos para la pública, promotores inmobiliarios, apegados a todos los buenos nombres, cercanos a los que con una firma, hacían de lo conveniente objetivo prioritario.
Para el, poner un toque próspero donde antaños solo las vacas regalaban sus boñigas, era alto tan secundario que apenas le prestaba atención en el estudio.
Lo importante fue lograrlo, mover los hilos, pelotear a los políticos, recordarles quien en campaña, les pagaba cenas y discursos, les hacía sentirse importantes.
Solía llegar a la faena a eso de las diez bien pasadas, para firmar el trabajo de sus asalariados sin mirarlos, ni al trabajo ni a los asalariados....luego se tomaba cortado con el asesor urbanístico de turno, ese que se encarga de recomendar como público, el interés privado...comía con sus abogados, echaba copa y puro, buscaba el casino, solazaba la bragueta con la querida, retornaba al negocio de la firma y tornaba tarde a la cama, para no tener que escuchar las quejas de su señora por eso de tenerla abandonada y a su prole tan mal atendida.
Pero al abuelo Ramón, si bien la vista ya no le hacía demasiado caso, le parecía que tenía razón en el intento....para algo llevaba plantado ante idéntico paisaje, conociendo sus achaques y favores, sufriendo ese puñetero lado ingrato, sabiendo que barranquera era fría, que árboles morirían por la procesionaria, que días de agosto había que tenerle más respeto a la chispa o si la invernada iba o no a ser de las de ajustarse el sayo.
Y conocía como nadie el campo de Saturnino.
A fin de cuentas Saturnino, al que llamaban el "Tonto" pero que se lo hacía para que nadie le hiciera la vida imposible en el valle, le había enseñado a capzar topillo para cuando la plaga, allí en el cuarenta y uno....primero tapándoles todas las salidas de la madriguera con redes o sacos, luego echándoles agua con alguna manguera para obligarlos a salir....y luego claro está, rompiéndoles el cuello con un sencillo y decidido tirón.
Ay Saturnino, que bien podían tenerlo por poco espabilado, pero que no pasó hambres para cuando se acabó la guerra, por eso de saber cazar de topillo el justo, dejar que tuviera crianza y asegurarse el plato.
Lo demás, tan listos, los cazaron hasta que ya no les quedaban y al año, vuelta a rascarse la tripa cuando esta les daba calambres.
Ahora se reía Ramón pensando que los topillos del pueblo, eran en su mayoría, nietos de los que Saturnino respetara para cuando la pasa.
Cuando en abril comenzaron las obras, arrancaron primero las moras, luego los nogales más prestos, que convirtieron el leña y sin decirlo llevaron a vender a los mercados de Huesca.
Al abuelo le dio pena.
Aquella nueces no eran las más sabrosas pero si las que crecían cerca del pueblo....lo suficientemente cerca como para que aun tuviera fuerzas para ir a recogerlas.
Si lo intentaba en otro lado, el tiempo se le echaba encima y tendría que escuchar los gritos del nieto llamándolo.
Al nieto, un tiarrón que aun con dieciocho parecía ya criado, en cuanto terminaba la tarea con la vaca, lo buscaba con hambre por acompañarlo.
Era un buen mozo, sin maldad en su enorme cuerpo, si bien algo cortito con las mozas....sin embargo, sacando cuentas....¿quien alguna vez no lo ha sido?.....¿quien no se arrepiente de no haberse metido entre las piernas de una zagala por eso de ser pecado el solazarse sin antes verla casada?.
- Allí la piedra no le aguanta.
Don Javier Arasan Ascaso, sintio los dedos encrepándose y la cabeza rumiando, deseosas ambas de acabar con el trámite y alejarse de aquel olor a hierba para sentirse en su único hábitat reconocible, ese que convierte el nogal en despacho y la mora en perfume.
- Ande abuelo, vayase a molestar a otro lado.
Al humilde peon que le tenía los planos, se le seco la sangre de las venas.
Portugués como era, llegado de una Coimbra con un solo suelo y tres hijas, llevaba seis meses conviviendo entre la cerrazón de aquellas gentes frías, pero justas en el trato.
Y en ese tiempo tan justo, aprendió que para a bien tenerlas, jamás se les debía faltar en tres grandes verdades.....que no se le afearan sus montes, que no se les tratara de cambiar en algo y que por mucho que tiente, ni se te pase de la cabeza el faltarle al respeto a uno solo de sus yayos.
Para los montañeses, lo que se les hacía en el llano a los más canos, era peor que meterse en un convento de novicias y levantarlas a todas el refajo.
En la CASA en mayúsculas que para esas gentes lo era todo y por ese todo hasta se moría, el abuelo era patriarca desde que lo fuera hasta que lo sacaran tieso, entre cuatro maderos y bajo tapa.
Faltarles al respeto equivalía a hacerlo con la abuela, con la madre, el padre, los tíos y las hermanas....con los perros, las vacas, las losas del suelo, el escudo del portón y los muertos del cementerio...algo que de hacerlo, se debía estar muy seguro de estar con las espaldas bien cubierto.
- Mire señor Arquitecto - trató el portugués de evitar males mayores sobre todo viendo que al nieto, le comenzaban a alflorar los puños y juntar el entrecejo, señal de que lo de arriba estaba dejando de perder respeto y lo de abajo a ganar arrestos - que el buen hombre solo desea ayudar.
- Que no moleste ya es bastante.
El abuelo Ramón cogió al nieto, haciendo como que necesitaba apoyo, en realidad sabiendo que de no hacerlo, pronto iría a reconocer de cerca la mandíbula del titulado.
Pero antes de girarse, de retornar al calor del hogar, miró firme a los acomodados ojos del Arasanz....
- "Lluvia de siembra, si no hay buena mata, remueve la tierra"....-así se lo enseñó su abuelo, ese que en las Guerras Carlistas se dejara un brazo y muchos malos recuerdos.
A los tres días, cuando la nube atravesó con rapidez la muga, enseguida se vió que no era una de esas flacas y escuálidas que mandan del Somontano, que se disipan acobardadas en cuanto ven las primeras peñas del Mondarruego.
A los tres días, esa boria estaba tan gorda y repleta como solo saben mandarlas los gabachos que parece que lo hacen con mala saña.
Era una de estas puñeteras que descargaba con la mira puesta, a mala idea, a la diana bien atinada, cayendo sobre el pueblo hasta recordarles a algunos las goteras y sacarles los colores al Ayuntamiento, por todos esos parches en el pavimento que tan solo se arreblan cada cuatro años.
La lluvia penetró en cada segmento como si de una esponja se tratara, saturando todos los huescos dejados por la piedra hasta que esta cedió y a eso de las cuatro de la madrugada, sin que el abuelo Ramón se despertara....¿para que si ya sabía lo que era aquello?.....el muro se vino abajo y al parking le salió un boquete bien feo en plena cara.
Por primera vez temprano, estaba el arquitecto, gritando a todos los peones, a todos los ayundates que trajo consigo, maldiciendo a los que no sabían nada pero debían soportarlo...ese es el derecho de quien paga catorce malos sueldos.
Luego que hubo "arreglado" el mal trago, tuvo que volverse a la capital, donde a las cuatro tenía que arreglar lo mismo, solo que en algún despacho.
Debería pagar los gastos cobrando de más a lo público para que no le saliera peor el desaguisado. Pero eso le daba menos miedo....que para algo su primo era consejero.
Pero al llegar al coche, abriéndolo con el mando de lejos, para que todos supieran que era un Mercedes 4, se lo encontró cosido a rayas, cien en cien direcciones diferentes, con la carrocería en cara chapa echa un cisco y los parabrisas arrancados de cuajo....
- Nieto eso es demasiado - le dijo mirándo desde la solana como maldecía el licenciado.
- Lo siento yayo....no pude evitarlo.

Bucardo


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lunes, 8 de octubre de 2007

Antes de que sea tarde....


Antes de que sea tarde.....
Roberto desmadejado sobre el sofa, había embutido un Mozart en la tetera o un te en la disquetera.
Siempre poco atento, demasiado ensimismado....no tenía más que sus dos tímpanos para beber de la nota que brotaba.....¿no brota el agua fresca?...¿no brota de mayo una primavera?.....¿por que no podía brotar de la misma briosa forma la música, siendo que la música, se compone siempre eterna?.
Cerró los ojos con tibieza y se quedó así, descalzo, pensando en la madre....en la madre muerta.
El telegrama, siempre tan cinéfilo, se le echó encima en pleno trabajo.
Los compañeros, extrañados, no por la deshora, sino porque venir con esas en la era en que dos letras hiladas, por insulsas que estas fueran, eran capaces de dar figura al mundo, a poco que se dispusiera de tarifa contrato y un Spucnik sobre la testa.
Pero en el pueblo el paso era casi siempre de cangrejo y seguían creyendo más que nada, en la letra, incluso por encima de todos los dioses con sus obispos y su Santa Madre Iglesia.
De ello vino el cartero, camisa amarilla y cara de olvidar el ritual de la firma y entrega, con el sobrecito azul en papel fino y el boli pidiendo que le aconsejaran, como se hacían esas liturgias, olvidadas bajo el reino de la tecla.
A Mozart en todas sus locuras, se le olvidaron citar la de inventor.
Ni locos ni creadores consiguieron idear una máquina del tiempo y en su esteril búsqueda, olvidaron que a fin de cuentas, ese viaje no viene a ser otra cosa, que ausentarse del tiempo presente y volar hasta donde uno quisiera....una playa virgen de esas que ya no existen....ese gemido innato de la primera mujer que ante sus armas tus banderas rindieras.....el sabor amargo del desprecio....la pisada desnuda sobre la nieve fresca....el dolor de un "NO"....la perpetua despedida.....
Pensar en su madre venía casi siempre a ser eso...una constante despedida entre dos seres que se amaban, pero que siempre se mostraron hostiles....por diferentes....incapaces el uno al otro de comprenderse.
Era la cizaña de la hormiga avispa, sembrada con cautela y paciencia, que día tras día germinaba entre las entrañas de la víctima hasta que un día estalla.....y en el estallido, en la confusión....algo va y se pierde.
Al tercer pentagrama, el oboe ejerce de escalera en corchea doble y culmina en una blanca imposible que sulfura la piel del artista y le derrite todas las fibras sensibles a quien lo disfruta.....y por el agujero se cuela un violín con tres negras algo cortas pero siempre justas, como deseando acariciar al oboe complice.....apareándose ante quien escucha sin temor al cuchicheo.
Y Roberto olvida los consuelos de la mujer, los niños y su regreso de clase de inglés, las confesiones, el preparativo del negro viaje, los miedos a enfrentarse al recelo y las recriminaciones, al recuerdo de la útlima disputa....última de tantas...de muchas...esa que le sirvió a el para acatar que no podían estar junto y a la otra el que jamás pudiera perdonarle que la dejara en el pueblo rodeada de nadie, pues el pueblo era un nadie que pretendía cortar de tajo a cualquiera que sobre la tabla rasa, pretendiera resaltarle.
Todo comenzó con una broma de doce navidades, una de esas que se dicen con los labios pensando que carecen de importancia pero que terminan obsesionando a ambos por lo que uno quiere y el otro no desea.
- ¿Es que no sales con los amigos?...¿es que no vas de cena con ellos?....¿es que no rondas a ninguna chica?....¿es que no vas de discoteca los sábados?...¿es que no comprendes que se murmura a nuestro costado?.
Ella, como todas las que hacían de la permanente, su único reto diario, basaban la vida propia....en el "es que" contrario, imponiendo la idea de la felicadad propia, sobre el ajeno cuchicheo, alzándose en protagonista absoluta de su propio fotograma, donde el maquillaje era perfecto y la sonrisa de bote, donde cogia por mil alambres, se sustentaba sobre la mirada triste de todos aquellos que de diario, había pisoteado.
- ¿Sabes lo que hacen los sábados? - respondía cuando aun era capaz de pensar en la compresión de ambos.
Pero a ella, si bien lo sabía, no le importaba.
La ceguera, siempre por voluntaria, interesada, era la única arma....así no veía que pretendiera moldear a su vástago en el ideal moldeado en puro ordinario, ese que peregrinaba con la cartera llena entre copas y alcoholes, ese que suicidaba las neuronas y pensaban que todo aquello que de pie no meara, de acercarse, era para montería y alivio, no para solazarse con una conversación a la que no se animaban, ni metiendo entre medio, muchos litros en pocos tragos.
No soportaba el latigueo de la lengua envenenada, esa que le rezaban al hijo de extraño.....pues para ellas era pecado el que prefiriera revolcarse en la letra que otros escribieron y que lo alejaban de la enjuta frontera, ese que no se ceñía al canón de lo poco trazado y prefería cerrar los ojos y volar, antes que quedarse con el hambre de lo poco que en aquel páramo le ofrecieran.
Por eso marchó.
Y ella, jamás llegó a asumirlo.
Pero el lo sabía.....lo sabía mucho antes de que el telegrama le amargara el trabajo.
Ella que era todos y todos ella, en un cesto mismo, a uno amargados.
Amargados por las oportunidades que sus carnes frescas perdieron, no osaban ver más allá de sus propios fracasos y era obligación de madre....madre de aquellas estepas.....como lo hizo su abuela y de su abuela los propios yayos.....el asegurarse que los hijos le siguieran el rito de limitarse y comerse para ellos, la rabia interna que deja el mal sabor de lo nunca realizado.
No lo hacía por maldad....las madres no son malas por mucho que a los hijos más díscolos les guste presumir de tal desamparo.....las madres siempre imponen lo que ellas son con lo que antaño anhelaron....no conciben que allá, pueda existir alguien, menos de la misma sangre, capaz de concebirse...un poquito más lejos.
¿Y ahora que?.
Había viajado, había conocido, su mente era pura letra, tocaba tres instrumentos, hacía el amor como nadie y sentía el orgullo de sus hijos moldeados según como ellos mismos sintieran......pero le faltaba algo que ya no tendría.
La aventura del regreso, del niño, otrora triste que un día, ya hombre, se sentara a la vera y, cogidos entre cuatro manos......ambos........haberse pedido perdón por el mucho daño.

Bucardo


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