miércoles, 28 de julio de 2010

Ojala hubiera sabido


Ojala hubiera sabido…

No supe mirarla bien.

Y cuando quise recordarla, supe que demasiado tarde, pasaría la vida, añorándola.

Bucardo

martes, 27 de julio de 2010

La Gutíerrez


La Gutiérrez La Gutiérrez era una de esas, despuntando entre la pelea, que ni consintiendo se hubiera cercenado con el injusto bisturí del olvido. La Gutiérrez estaba con la creación a buenas, no por el inexistente bamboleo de sus caderas de chicazo, ni por ese aparato ferroviario que le parapetaba la mandíbula de molar izquierdo a derecho. El poderío de la Gutiérrez, paraba tras las cervecitas limonadas, siempre breves y escasas, donde conseguía, a base de buen consejo que todos sus defectos, se hicieran bola de plastilina, para reinventarse en la virtud que más exhibía; la de ser fiel a todos los que la querían. Un día, la Gutiérrez desapareció de la vida. Fue el mapa o el crono o que sencillamente, ella se quedó en un sitio y yo, nunca había terminado de moverme del mío. Pero entre las ascuas y desgracias del incendio, surgió de nuevo la Gutiérrez, con las mismas cadera, la misma virtud y sin el aparato, con la sonrisa siempre tan abierta como dispuesta. La Gutiérrez podía hacerse odiosa. A base de bondad, demostraba lo capullo que uno era. Bucardo

jueves, 15 de julio de 2010

El Silencio de Verónica


El Silencio de Verónica

Verónica desnuda, se dejaba tomar por el sol con la fresca de saber que la zagalería, desgastaba de más la cuota de playa donde ella paraba.

Verónica acogía la luz, reflectando el exceso de calor, rozando la negrura moruna propia de una melanina privilegiada.

Tras las Rayban amplias, extensas sobre mitad de la cara, parapetaba sus sibilinos y verdosos ojos, poemario sin letra de todo el potencial de una hembra grata.

Verónica calculaba los cuartos de frente, espalda o perfil, gozando de la maravillosa brisa, y de la sensación de sentirla, escabullida tras cada poro sin el incordio de las telas haciéndole de puñetero parapeto.

A veces se le acercaba un moscón de los que no se llaman insectos y lo espantaba con su silencio que de cortas parecía incentivarlos y a la larga, los hacía retroceder con el ceño fruncido y el retorcimiento de la imposible revancha.

Los hombres infantiles y su patetismo cuando descubren que jamás lamerían sus pezones rosados.

Ella los dejaba sin haber estado nunca y continuaba expuesta hasta que cerca de las cuatro, el mar le rozaba los pies recordándole la retirada.

Se levantaba y sus fluidas formas, sus caderas de potencial hembra, sus piernas dispuestas, su pubis meticuloso y la perfecta proporción de los senos, hacían de más entre la excesiva testosterona playera.

Caminaba hacia la salida, arenosa pues la cala era de las que no se urbanizaban y comenzaba el ascenso hacia su plaza de camping, preguntándose si sería igualmente deseada, de confesarse abiertamente muda.

Bucardo