domingo, 27 de febrero de 2011

El Recién "Llegau"


El Recién "Llegau"
Ramón nunca pensó que era mala persona.
Y sin embargo, aquella miserable tarde, hundido entre sus brazos, con los dedos encrespados, entrelazados en sus cabellos, el ánima inquieta y los ojos soldados, estaba convencido de que en aquel mundo de dioses injustos, era el peor de los seres humanos.
La borrasca arreciaba con fiereza haciendo retumbar los ventanales.
A través de ellos, sin el día cenizo ni el ánimo nublado, hubiera podido ver todo el valle y su gigantesca montería….pueblo ridículo y cobarde, apenas sostenido con hilos entre un monte inmenso y casi abandonado…..de no ser por el pino y su bicherío.
La aldea, enquistada y envejecida, temblaba de puro recelo.
Miedo a que la criatura se le cabreara, expulsándolo de ella como un perro se sacude los piojos en cuanto estos arrecian sobre su lomera.
La montaña es la dueña….del cuerpo, del alma, de las retinas y conciencias.
Pero sobre todo…ante todo, lo es de la ignorancia de quienes la moran.
Y eso que Ramón, Ramón el malo, lo había intentado.
- El recién “llegaú”….
Recién si, pero no nuevo.
Recién por salir al estudio en esa edad aun tierna en la que quienes, contra el, optaban por arrojar el pupitre, coger el callado…por temor a asomar la vista al otro lado del puerto…atrincherados.
Ramón era malo.
Malo por tenerlo todo demasiado claro.
Por eso regreso, con la cabeza repleta y la voluntad inflexible de hacerles encender la luz antes de caer al barranco.
Pero el barranco no tenía que plantar batalla.
No hacía falta.
La batalla estaba ganada.
Afuera, en la cantina, en las cuadras, entre las piedras milenarias, sobre los callejones, en el único bancal de la única plaza, lloviera o helara, niebla, solera o tormenta, el corrillo jamás se refugiaba. Si, a la intemperie, no necesitaba verlos.
Estaban allí.
Siempre habían estado.
A la intemperie, cayera lo que cayera, del cielo o infierno, ellos solo ellos, ellos brindándose temples, certificándose para encorajinarse y pensar que la normalidad eran sus miserables incapacidades.
Ramón, el peor de los seres humanos, sabía que no cejarían, apretando su asedio imaginario donde, sin barbacanas ni catapultas, se sobraban en sus miradas de pétrea muralla….esa que levantan ante quienes superan su omnipresente ignorancia.
No.
Ramón no lo sabía.
No podía saberlo.
Nadie en aquel cerco, iba a decirle lo contrario.
Las entrañas del puñetero pueblo…..si, en ellas, no le odiaban por raro, no le odiaban por malo.
Lo hacían por ser mejor… y seguir vivo para recordarlo.
Bucardo

jueves, 17 de febrero de 2011

En la cápsula....


En la cápsula

En la cápsula, el Andrés ausente pasaba de la cuatragésimo séptima a la cuadragésimo octava.

Llevaba ya un rato largo, allí, entre vigésimas y cuadragésimas, diluido, concentrado, dando señales de aliento con el gesto rítmico y decaido de llevar la mano de la página al cortado.

En la cápsula no había dardos.

Ni dardos ni parroquianos.

No había bromas gritonas, como siempre lo son las pocas graciosas, de nula chispa pero que a grito se pregonan.

Tampoco atendía al guiñote de jubilados, el que canta cuarenta con golpe seco sobre el tapete verde y sin dejar de aferrar el "matahigados".

Nadie quería su mesa.

Nadie por el sol vespertino que se colaba directamente hasta ella y que a el, extraño entre extrañados, agradecía como vitamina de palúdico.

La novela corta se le acortaba de buena, de franca y directa, de no sobrepasar las palabras justas para sobrepasar lo que con ellas se significa.

La camarera rió con risa alcohólica, la que exagera para intentar atolondrar su infelicidad a base de carcajadas grotescas.

En la cápsula no se oía.

Ni a ella ni a las bravuconadas del "antitodo", ni al exagerador de proezas futbolísticas, ni el ruido de la cadena, el volumen de la tele, la musiquilla estridente del tragaperras, el chirrido del suelo engomado o el zumbido de las moscas tras la tortilla poco fresca.

Se oyó, eso si, acallándolos a todos, como un atronador artillero, el sonido de la cuadragésimo octava, haciendose novena.

domingo, 13 de febrero de 2011

El Efebo


El Efebo

El efebo,un ser discípulo y pueril, imberbe y delicioso, contemplaba al maestro mientras impartía sus adoctrinamientos.

Este, observado por decenas pero atento solo a uno, aparentaba ausencia, sosteniendo una teatral postura con la que pretendía ser y permanecer un peldaño por encima de su inmoral amante.

Sobre ellos no imperaban musas ni morales dictaduras.

No más que la discreta pose de quienes se aman, uno por no olvidar sus lozanías y el otro por no llevarse a la boca escudillas vacías.

El efebo bostezó.

Lo hizo reventando el monólogo, sin protocolo, disculpa ni recato.

Un bostezo largo y ruidoso que incordió a algun alumno, a los que escuchaban convencidos de que la canosa barba del adoctrinador, ocultaba una verdad incuestionable que el muchacho, hacía mucho descubrió endeble y poco firme.

El maestro tenía miedo.

El maestro se acobardaba.

Acobardaba de morir, acobardaba del sufrimiento, acobardaba de sus crecidos achaques y surcos y sobre todo, acobardaba de reconocer lo que tras el silencio sabía; que lo que manda, más que la razón y el imperio sensato, era, "primo tutis", el irrenunciable tirano del estómago.

sábado, 12 de febrero de 2011

La Axfisia


La Axfisia
- Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero....

Y su abrazo, atenazándose entre la fusión de las costillas, comprimía células y alveolos, esternones, núdolos nerviosos y pulmonares, obligados a expulsar el vital aire, conformándose con aguantar la respiración, incapaz de cumplimentarla aun cuando fuera, más allá de los 60 metros cuadrados, se deslizaba una calle y al morir esta, una senda, y junto a ella un río azul encabritado que descendía desde la antigua morrera de un glaciar al que se llegaba finiquitando un laberíntico hayedo.

Pero el estaba allí, sentado e involuntariamente inmovil mientras ella trataba de encontrarle el alma a base de estrujarse las carnes entre sus férreos candados.

- No te separes de mi, no te alejes de mi, no te vayas sin mi, no hagas nada sin mi...

De haber podido, hubiera respirado hondo y marchado, lejos, donde el aire sin nicotina estuviera menos viciado, en busca de esa senda que sabía de su existencia, que sostenía cartografiada entre sus neuronas, que lo perdería, que lo liberaría.

- No se que hacer sin ti, no se donde ir sin ti, no se que sería de mi sin ti.

"Yo si que lo se" - pensó.

Pero lo hizo como los cobardes...bien callado.