domingo, 30 de noviembre de 2008

La Senda


La Senda
La senda, embarrada y angulosa, ascendía hasta sobrepasar el pinar, sacándole la vista a la pradera para, finalmente ir a morir, allí donde la montaña también lo hacía.
La senda era arteria de cobardes y valientes, de niñatos y bravos los cuales, quisieran o no, estaban obligados a hacerse valer frente a la peña.
Y la peña, fría, cruel y selectiva, era solo eso, una piedra.
Tragados en sus barranqueras, sucumbían los más y sobrevivían tan solo los que ella quería.
Y pocas veces quería.
Sebastián estuvo afortunado.
Al hacer cima, no supo explicar como lo había conseguido.
A cada paso, a cada apuro, olvidó a quien pisó, a quien condenó al abandono, a quien negó agua y a quien arrebató la vida.
Y allí, sobre la cresta, donde pocos llegaban y nadie podía hacerlo más alto, se sintió, sobre todo….inmensamente solo.

Bucardo

sábado, 22 de noviembre de 2008

El Paseo


El Paseo
El hombre paseaba desorientado mientras tráfico, pestes y peatones, lo esquivaban casi por milagro.
No oía, no veía, andaba ensoñado, incapaz de reconocerse en aquel paisaje urbano.
El estaba más allá, quedaba más atrás y aunque la estética fuera de nuevo milenio, prefería creerse todavía niño y agarrado a alguna mano.
Los coches eran carros, las calles empedradas y los caballos, gigantes, dejaban resonar en el aire toda la fuerza de sus cascos.
Las gentes vestían de traje y sombrero, saludaban sin empujar y si tal circunstancia se daba, se disculpaban con franca cortesía.
El río era claro y bravo, las piedras nada negras y era posible, a través de las conversaciones, escuchar las hojas de los plataneros.
Ensartados entre las agujas de la catedral, los nidos de las cigüeñas.
Esqueletos de un pasado que ya no estaba.
En su lugar, aquel cartel, expandido y colorista, donde una señorita poco recata ofrecía las burbujas de una botella que sostenía.
Sonaron las campanas electrónicas.
Y la ciudad recobró ante sus ojos, todas su verdadera vida.
El hombre respiraba ansioso y hundido, perdiendo la vista de todo lo que conocía.
Regresada la conciencia, no reconocía ni calles ni fachadas, ni idiomas ni rostros, ni gritos, ni tan siquiera el aire que respiraba.
Sobrepasado, el cuerpo se le dobló sobre la acera.
Nadie, ni una sola sombra se paró para saber que tal se encontraba.
Miró el asfalto....miró sus manos.
Uno pulido y aseado.
Las otras, hace mucho que dejaron de ser las de aquel niño.
Enormes e infladas, evidencia de lo que ya nada era ni volvería a ser.
Desde la izquierda surgió otra, más viva y decidida que aferró las suyas, temblorosas mientras dejaba sonar su voz, dulce para que no se asustara.
-Padre anduvimos buscándote toda la mañana.
El hombre curioseó aquel rostro sonriente y consolado que en algo se le recordaba si bien un dolor extraño y palpable le impedía encontrar el nombre que le pertenecía.
-No debes escaparte padre. No ahora que nos queda tan poco.
-Claro.....claro.
Respondió dudoso.
No estaba seguro de si era quien sospechaba.
Pero el calor de su mano confortaba.
No podía ser nada malo.

Bucardo

viernes, 14 de noviembre de 2008

Los Falsos Cambios - El Desbocado Objetivo



Los Falsos Cambios – El Desbocado Objetivo
Anoche andaba pensando.
Veía la monoprogramación televisiva.
El cambio presentando ante la masa un futuro entre miel y rosas.
La muchedumbre, los millones que la formaban, coreaban el nuevo Padre Nuestro de tres letras, chillaban, lloraban, se crispaban imaginando que en un par de meses a lo sumo, su hipoteca estaría zanjada, su mujer será alta, firme y multiorgásmica y su negocio saldrá del fondo del pantano.
Reían de felicidad.
Pero no eran ellos quienes más alto lo hacían.
Por mucho que los viera, ustedes queridos oyentes también estarían entre quienes seguirían el recuento con expectativas de Final de Copa de Europa, no podía evitar recordar los despachos altos.
Los imaginaba allá, sentados sobre cuero repujado, con puro y cogñac del caro, vistiendo traje de lujo y ofreciendo ademanes de manicura francesa, carcajeándose por haber logrado colar la mayor estafa de la historia.
Aunque vaya contra mi sueldo les revelaré un secreto.
Los cambios de verdad se hacen rompiendo costillas y sistemas.
Los cambios de verdad tardan en notarse del acostarse al despertar malhumorado.
Pero ahora la masa piensa que la casa es nueva.
Aunque el cimiento sea el mismo.
Lo único que hicieron, fue dejarnos elegir un color nuevo.

Bucardo

Así mataron a Antuán


Así mataron a Antuán
Antuán palidecía tendido sobre el asfalto.
No se daba cuenta que haciendo círculo, sus asesinos, con las escopetas alzadas, se acercaban para contemplar su agonía.
De las heridas manaba vida y su dueño, consciente, trataba de no darles el gusto de mostrar el pánico que sentía.
El más alto de ellos, el que tenía la voz más aflautada, apuntó al pecho.
Aunque el pasamontañas lo escondía, en el cruce, ojos de muerto y asesino se reconocieron.
- Pepe Luis cabrón....tu ignorancia no se muere conmigo.
Al cabrón, sabido y descubierto, los dedos le temblaron bordeando el gatillo.
Antuán miró al cielo ya conformado.
No hubo tiro de gracia.
En su lugar uno tuvo tiempo para perder del miedo y los otros para ganarlo.
- Vamos – ordenó el cheposo – !Al pueblo!. Allí sabrán ocultarnos.

Bucardo

jueves, 6 de noviembre de 2008


El Monaguillo
- ¿Crees en Dios?.
Uno suele esperar este tipo de compromisos en un ambiente algo más relajado que la sacristía.
Pero la pregunta me la hicieron allí, con ocho años escasos y frente a mosen León, aquel cura sacrosanto y temido que lo mismo impartía bendiciones que arreaba sufridos coscorrones cada vez que le rompíamos la cuerda del badajo.
A la abuela, mujer beata hasta el extremo, parecía ilusionarle aquello de verme meneando la campanilla cada vez que el sacerdote alzaba la forma sacra.
Pero para mi aquello era un suplicio mitigado cada vez que el mosen no daba la espalda y nos comíamos las ostias por docenas, estuvieran o no bendecidas.
Solo pensaba en acabar lo antes posible con Dios y correr hacia la plaza, para ver si todavía estaba a tiempo de echar unos pelotazos antes de atender a la merendola.
- No lo se – respondí.
- Si – acató sorprendentemente sumiso- A tu edad todavía no te lo ha dicho.
Mosen León se quedó mirando a través del enjuto ventanuco que asomaba a la montaña.
Era un gesto muy suyo.
Me refiero a eso de quedarse callado y oculto, contemplando un paisaje que en realidad, dudo que alguna vez llegara a mirarlo con detalle.
- Algún día lo sabrás. Solo espero que no me pierdas el respeto por ello.
Bucardo

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El Cambio


El Cambio
Al hombre del puro, los cambios le daban miedo.
Su puro era cubano puro, hilado a mano por cinco centavos, importado por un dólar y fumado a seis la bocanada.
Y cada una de aquellas bocanadas, era un recordatorio de cuanto poseía y cuanto, por tanto, podía llegar a perder si lo aceptaba.
Pero afuera resonaban los gritos y por mucho oro e influencia que tuviera, por mucho que le incordiara, el asunto era tan nefasto, que ya ni siquiera acataban su deseo de silencio.
- !Callaos os lo ordeno!. !Callaos!. ¿Acaso no sabéis quien soy yo?.
Si, si que lo sabían.
Por eso precisamente querían el cambio.
Al hombre del puro le entró el acobardamiento.
Pero era entonces, cuando temía perder aquel privilegio, cuando lograba sacar la mejor punta de su ingenio.
Cogió un vote de pintura, un pincel sin uso y adoptó el nuevo aspecto.
Y al presentarse ante la masa, esta dejó de gritar, engañada por el cambio.
El hombre del puro se sentó en el sofá y con la chimenea encendida y la copa de Calvados flotando en la mano, continuó saboreando aquel pedazo de Habano.

Bucardo