jueves, 21 de agosto de 2008

Buenas Noches


El Desbocado Objetivo - Buenas noches
- Buenas noches oyentes. Es madrugada con doble cierre. Si nos hemos sintonizado, no variaremos la rutina. Ustedes escucharan y yo como siempre, acudiré dispuesto a recibir sus odios, recordándoles todo lo que un día desearon ser…pero jamás serán. ¿Todavía no se han desengañado?. Si no desean huyan con el dial, sitúenlo donde les pongan música para imbéciles o noticias sin sustancia. El entretenimiento es una droga tan adictiva como la jeringuilla solo que legal y no venosa. Si por el contrario recapacitan, sepan que son las cinco y media de la madrugada. Cinco y media de la madrugada. ¿No les revela nada?. Si, les revela que han perdido la partida. Ningún ganador se levanta para trabajar a las cinco y media de la madrugada. En este momento, mientras ustedes ahogan el sueño dentro de la cafeína o escuchan el siniestro eco de sus pasos pululando por los pasillos vacíos de la fábrica, alguien, que nunca será usted, mucho más alto, mucho más espabilado, tal vez incluso más guapo y seguro más acaudalado, duerme entre sábanas de raso. Acéptelo. Ha perdido. Su mujer no lo va a extrañar cuando escuche cerrarse la puerta de su miserable apartamento. La consolará tener más manta sobre la cama. Mientras usted se preocupará para que una pandilla de rumanos no entren a desvalijar el almacén del cual no es dueño, su novia esta frente a otro…solo que con las bragas bajadas. No tenga esperanzas en los ciegos que compró cuando bajó en batín a por el pan, ni en un equipo de fútbol que nunca compartirá la gloria del triunfo con un don nadie como lo es usted. Cuando escuche el noticiero que le ofreceremos al punto de todas las horas, no espere oír que el mundo ha cambiado. ¡No cambiará nunca!. En estos momentos el sistema garantiza que cualquier anhelo rebelde de los más revoltosos quedé reducido bajo el peso de la hipoteca. Serénese. Tal vez pueda perder unos kilos. Venden buenos métodos de adelgazamiento. Tan solo tendrá que renunciar a esos bollitos de canela que tanta alegría le provocan. Y al estofado de ternera que todavía le cocina la mami. Puede aprender inglés. Le costará la matrícula, los libros, las clases y el profesor nativo pero cuando consiga después de un mes aprender como se pronuncia “Good Morning”, se acordará de que no tiene amigos ingleses y para aceptar otra derrota, regresará a los bollitos de canela. ¿Y si intenta escribir un libro?. Bueno, no olvídese. Alguien así no tiene nada que contar. No es usted un ser constante. Admitámoslo. ¿Todavía continúa amando a su santa esposa?. ¡Después de veinte años!. Si fuera así avíseme para meterlo en un zoológico. ¿Aun cree que sus hijos no cometerán sus mismos errores?. Cuando vea a su hija pasando códigos en la barra de un supermercado a al pequeño comiendo pastillas como magdalenas…hablamos. ¿Aun tiene esperanzas de recuperar la relación con su madre?. Eso supone admitirle todo. Que su mujer es una víbora, que nadie cocina como ella y que la mierda de los calzoncillos se limpia como nunca entre sus dominantes y posesivas manos. Ha fracaso. Punto. ¡Oh si!...se que ahora estará pensando….pero bueno, ¿de que me habla este gilipollas?...¿por que me viene con esto si el se tiene que comer el micrófono del estudio como desayuno?...error….mientras a ustedes les recuerdo lo que son….yo duermo. Y si no lo hago es que mi última pelirroja me mantiene satisfactoriamente desvelado. Es la diferencia entre el directo….y el grabado.

Bucardo

La Compostura de Matías el Encorvado


La Compostura de Matías el Encorvado
Una mañana, el día pilló a Matías encorvado.
En la cama no cayó en la cuenta pero durante el desayuno, descubrió que no era capaz de echar la vista más arriba del tazón de café americano.
Su reflejo flotaba antojadizamente sobre el líquido negro.
- Matías….haz el favor de ponerte recto,
Pero Matías no lo hacía.
Tres semanas más tarde, con la paciencia huyendo ante el acoso de su esposa, acudió al especialista.
- No le encuentro nada – informaba mientras deslizaba habilidosamente las yemas de los dedos entre las fisuras de sus vértebras – Todo recto, todo en orden, todo sano…..y todo un misterio.
Radiografías, aromaterapia, medicina convencional o alternativa, acupuntura, fisioterapia, masajes, quiroprácticos carniceros, amenazas de bisturí y hernias sin reposo…..todo para nada pues con el disgusto en el cuerpo y la cartera más vacía, Matías, continuaba caminando encorvado.
- Dirán por allí que te me has quedado jorobado.
A su señora le importaba la salud del marido tanto como la parte proporcional de hipoteca que se pagaba con su sueldo.
Pero ninguna de esas preocupaciones, se equiparaba al bochorno que padecía cada vez que en el paseo, debía inventar justificación e historia ante una amistad curiosa por saber por que Matías solo sabía mirar al suelo.
- Esto te pasa por casarte con esa desganada que te tiene descuidado. ¿Dónde se ha visto que un hombre friegue o haga la colada?. ¿Cuánto tiempo hace que no te prepara un arroz a la cubana con su banana y todo?.
Madre era el peor de sus posibles rescates.
- No hagas, no pienses, me estás disgustando, come hasta deshacer costuras, viste lo que yo te compro, te traje comida para toda la semana, ¿ya te vas a casa de esa?, no digas, no actúes, piensa en lo que rumoreen sobre ti, tienes a tu madre abandonada, ¿por que no llamas más que una vez al día?....
Llamarla suponía negar la evolución humana, malgastar dos o tres euros para un sin novedad con la conversación idéntica a la anterior o la que estaba por venir.
- Tu y yo tendremos que hablar cara a cara.
La broma se jaleaba con mucha saña.
Lo habitual en la fundición donde se venía a actuar con igualdad al instituto solo que sin curas, un poco más de barba y dos o tres noches de sexo a la semana.
- Matías siempre olvidas dejar las pinzas en el estante de abajo…Matías a estas horas ya debería estar acabado ese andamiaje….Matías te has retrasado otra vez con la mezcla…
Matías nunca olvida las pinzas, jamás deja sin acabar el andamiaje y la mezcla tiene la porosidad y el espesor adecuado.
- Llegas siempre puntual…-acusaron.
Pero sea o no verdad, una acusación en falso cruzada con el camino del patrón, suele tener el efecto negativo buscado.
- Mira este….anda como el campanero de París solo que más feo.
Quien acusa es una vecina, la del quinto, cuya faz se adorna con una verruga coronada por un par de pelos de mosca adoptados.
Escucha otra con tres cuarto de calva, fruto del estrés que produce un marido vago y cuatro hijos hiperactivos.
La jornada para Matías siempre acaba junto a la ermita de San Ciriaco.
Corona el pueblo desde el norte, sobre una pequeña vaguada a la que se accede alumbrado por la luces del barrio alto.
El consistorio restauro el templo respetando su barroco y añadiendo un banco para goce del jubilado.
Estos siempre votan en función al tino del alcalde para proporcionar asiento gratuito en las mejores solanas.
- ¿Qué tal el día? – preguntó su padre a quien no había forma de dejar segundo en la cita.
- Luego quieren que andemos rectos….-suspiró resinado mientras las espaldas de ambos iba recuperando la compostura.
- Ya….será para mirarlos.

Bucardo

miércoles, 20 de agosto de 2008

Vivir Jodiendo


Vivir Jodiendo
- ¿Tiene usted una habitación doble?.
Modales exquisitos para el primer paso.
Pueden resultar algo forzados….pero son más creíbles y levantan menos sospechas.
Aceptable para ser un cuatro estrellas.
Calurosa, decoración esquemática, algo costosa para ser que la tarima es de baja calidad y el cuarto de baño es demasiado pequeño carece de bidé.
Nunca uso bidé.
Pero si no lo encuentro….lo extraño.
- ¿Te apetece un ron?.
- ¿Hay coca cola?.
- Botellines pequeños, sin hielo pero frescos.
- Creía que no tenías más que telarañas – bromea mientras saca la cartera del bolsillo y de paso aprovecha para catar la calidad del paquete.
- Aquí nadie va a pagar nada.
- Pero…¿cuándo te convertiste en un cabrón? – pregunta al tiempo que alza los pies para iniciarlo todo con un beso.
No sabría decirlo.
Intento descubrirlo mientras follamos.
Evoco recorriendo su espalda, pienso ceñudamente con sus pies alzados sobre mis hombros, le practico un cunilinguis con la cabeza alejada del coño, provoco sus irascibles orgasmos intentando encontrar el niño que se convirtió en hijo de puta.
En los escolapios la religión entraba por insistencia más que por convencimiento.
Solo que a los siete años mis notas eran tan buenas como afiladas mis preguntas.
Cuando demandé algo más de información, el padre Bernardo estampo un tortazo con el que selló su respuesta.
No hice pucheros.
Tampoco es que fuera la primera vez que le veía arrear una ostia no consagrada a un crío que apenas levantaba unos palmos al suelo pero su efecto sobre mi fue demasiado extraño.
Siete días más tarde su Biblia olía a todo menos a santo.
Cuando la abrió y encontró papel de water entre el Génesis y el Éxodo, supo sin mucho pensar quien era el dueño de aquellos excrementos.
Nunca pudo probarlo.
Pero su reacción, que yo temía irascible y vengativa, logró dejarme obnubilado.
No hizo nada.
Aprobé el catolicismo sin apenas saber porque Dios era nuestro padre y María la más bendita entre todas las mujeres.
Cuando los mofletes me escocieron por el coscorrón del padre Bernardo, hacía mucho que vivía en el pequeño apartamento de mi tía.
Ella era la custodia legal a la que me forzaron desde que encontraron a mi madre con los ojos en blanco y una aguja pinchada en el brazo.
Sobrevivió a la sobredosis pero entre las cosas que esa mierda le borró del cerebelo, estaba el hecho de que un día tuvo que empujar lo suyo para traerme a este mundo.
Su hermana era una beata falsificada que de mañanas hacía la coba a las monjas mientras al atardecer, se levantaba la falda delante del vecino.
Luis era un hombre casado y chulesco al que le gustaba amoratar los ojos a la mujer tanto como empujarle el culo a la tía.
Por alguna rareza, a ella le excitaba que mientras follaban, los observara la cotorra vieja y medio desplumada que tenía por mascota.
El animal era un chillón insufrible que sin embargo, se callaba como el mudo de los Marx en cuanto comenzaba a bajarse las bragas.
Los dos eran unos impresentables.
Fue por eso que una mañana, mientras bajó a por el pan, un fino alfiler ayudó a rebajarle la fiabilidad del 98% al sus preservativos.
La preñez obligó a Luis a cambiar de barrio y a tía a buscarme un orfanato donde evitar que le limara los ochocientos asquerosos euros al mes que cobraba por fregar rellanos.
La decisión fue toda una putada.
Por eso añadí matarratas al alpiste del pajarraco.
Dado que nunca me vino a visitar, deduzco que el veneno hizo efecto y ella supo averiguarlo.
Las primeras noches en el centro, las dormí bajo el agua fría de las duchas o encerrado en un baño donde antes hubieran cagado dos o tres sin tirar de la cadena.
- Si mañana esa mierda no está donde la dejamos…te la comes.
Quien amenazaba era Jaime.
Con quince no era huérfano.
Pero sus padres, desesperados porque a su niño no había ya por donde cogerlo, lo metieron en aquel lugar para poder respirar algo.
Jaime solo respetaba la fuerza que yo no tenía.
Pero me sobraba la chispa.
La chispa con la que prendí fuego a su cama, asegurándome de que después de su paja nocturna, se quedaba como un tronco.
Salió vivo pero con un brazo socarrado.
Nadie supo pero todos supieron y los abusones que le siguieron, no tuvieron huevos para devolverme bajo el corro de ducha fría.
Acabé como barrendero.
Si le ahorramos los madrugones, la escoba era oficio cómodo.
Hasta que surgieron dos veteranos y muchas ganas de joderme.
Joderme suponía obligarme a las peores rutas, aquellas que incluían jardines plagados de mierda de perro o zonas de pubs en matinales de fina de semana.
Acababa con la espalda desencajada mientras los muy cabrones se agenciaban los barrios ricos o los edificios oficiales, donde las cámaras de vigilancia y los modales obligaban a los dueños, a recoger las caquitas de sus perros.
Decidí modificar el objetivo del oficio.
Seguí barriendo pero en lugar de recoger ponzoña…la trasladaba.
Trasladaba de mi sector al suyo, asegurándome antes que ellos ya habían terminado su jornada.
Juraron primero, suplicaron por sus hijos pero al final, pude lanzarles un beso a través de la ventanilla mientras los veía salir con el finiquito en el bolsillo.
Si.
Vivir jodiendo es otra forma de vivir.
Jodo cuando no pago en un restaurante.
El camarero será despedido pero el, de poder, también me hubiera jodido.
Jodo cuando juro enamoramiento para follar con el regusto que les da imaginarse queridas y luego les doy un teléfono falso que me ahorrará inventar excusas.
Sufrirá pero ella, de poder, también me hubiera jodido.
Jodo a cualquier compañero “desapareciendo” sus informes o exagerando la incompetencia de sus fallos.
Lo pondrán de patitas en la calle pero el, de poder, también me hubiera jodido.
Mañana, si sale con suerte, el recepcionista se llevará solo un rapapolvo.
Pero si lo desahucian me dará igual.
De poder, el también me hubiera jodido.
Bucardo

lunes, 18 de agosto de 2008

El Escape


El Escape
Cristina me quiere por interés o lo que es lo mismo…no me quiere.
Una de mis muchas cruces dentro de la Politécnica del Rosario.
- Félix ¿querés pasarme los apuntes de matemática?.
- Claro.
No se si me han enseñado a responder otra cosa.
Aunque sepa de largo que luego será el Eduardo quien le avance bajo la concha.
En dos días la pillaré sacándome la mueca en los descansos o inflando las pinchadas que sufro de diario.
Tiernos labios para una mente tan puñetera.
“Será hija puta”.
Puedo pensarlo.
Pero el pensamiento siempre se me pierde entre la lengua y el cerebelo.
Luego de las clases, agarraré el diecisiete que en un cuarto de hora me parará a una cuadra de casa.
Prefiero bajarme al menos a tres, para pasearlas y aprovechar esos pasos para limarme los malos ratos.
En el distrito, las basuras ya no se recogen de diario.
A menos que haya visita presidencial, si los camiones se acercan una vez a la semana, andamos contentos.
En el antaño, cuando no llegaba a diez y a la Argentina no le habían dado todavía el batacazo, los depósitos andaban inmaculados, sin que las bolsas se acumularan hasta la boquilla, sin que el olor a putrefacto hubiera brincado a patadas al de la comida que freían las vecinas.
Pero ahora, la Argentina real, resulta que es más pobre que la África y los portales de cada bloque, presentan unos desconchados que parece recién acabamos de andarnos a tortas con los chilenos por la Usuaia.
- ¿Se terminaron ya las clases Félix?.
Lina sabe que si.
Pero aun con todo lo pregunta, esperanzada por ver si le añado algo con lo que andar trasteando la lengua por el rellano.
Lina no tiene oficio y sin embargo nadie le reconoce el suyo, ese que ejerce con ahínco y por el que no cobra.
Si le pagaran por todos los secretos que sonsaca, exagera o directamente inventa, a la estirada culona que limpia el sillón de la Rosada, le entrarían dos musculazos para sacarla por la ventana y poner en su lugar a Lina.
- ¿Sabés que tus padres andan otra vez con la misma?.
- No es novedad – respondo – Bruja de mierda.
El añadido lo hago bajando el tono aunque en ocasiones temo, pues creo que aun con dos pisos entre su cara y la mía, la muy puta sabe leer labios.
El ascensor anda oxidado.
Si de adulto tengo buena memoria, puede que sea capaz de recordar los días que funcionaba.
Con el corralito, al que podrían haberle ahorrado el indebido diminutivo, la mayor parte del avecindad dejó de cumplir con el recibo comunitario.
El portero, ya sin sueldo, tuvo que buscarse la alubia y en cuanto el ascensor se quebró por ausencia de mantenimiento, nadie fue capaz de reunir los pesos que presupuestaron para repararlo.
- Os venís a vivir al primero – bromeaba Adrián el judío.
Al judío nadie le tiene gana, nadie le tiene caso y nadie tendría la ocurrencia de guardarle los respetos.
De hebreo no tiene nada.
Pero como la nariz le asoma por la cocina media hora antes de comenzar el desayuno y se rumorea que guarda “Jeffersons” americanos en el falso techo de su salita, el mote se le cayó encima sin mucho pensarlo.
A Adrián no le gusta que le quiten el nombre.
El muy cabronazo cree ser más argentino que el gaucho y siempre que le dan pie, repite la historia de cuando en un partido del Boca, Maradona chutó alto y el balón le atizó de lleno en la cara.
- Así eres de feo – le contesta Reme cuando ya no aguanta más la anécdota – Parecés mi viejo cuando nos hablaba a todos de la Potota.
Reme es la roba vírgenes de la cuadra.
Le quedó yo y, si no cayó durante la jornada, Joselito el Santo.
- Joselito ya me lo hizo – intentó quitar las costuras de mi postrera resistencia.
- Joselito va para chupar cirios – aduje – Y yo no gasto lo mejor mío contigo.
Todos los conocidos presumen de lo que les hizo con la boca y las manos.
Cuando entran en detalles, saco excusa y alejo con paso largo.
No soy mariposa.
Pero cuando llegue le día de dejar que alguien me la mame, prefiero elegir alguna con la que luego entren ganas de dormida y no de salir a escape.
Reme no es mala.
Pero es que todos necesitamos de un escape.
Siento los gritos apenas pongo un pie en el tercero.
Quedan dos pisos, sumados treinta y dos peldaños y parece que los tengo al lado.
Al abrir la puerta, lo hago con miramiento.
El hermano chico gatea y lleva costumbre de acercar la cabeza donde mejor pueden sangrársela.
- ¡Sos un vago, un crío, un consentido!. ¿Qué soy yo Fermín?. ¿Tu madre?. ¿Es que creés que voy a andar toda la vida detrás de vos cambiándote el babero?.
- ¡No seás exagerada boluda!. ¡Solo le pedí una cerveza!.
- ¡Si, luego de sentaros con los pies sobre la mesa apestando todo el apartamento!.
- Hola.
- ¡Llego cansado del trabajo!. ¡Querés encima que ande fregoteando!.
- ¿Y yo no trabajo?.
- Lo que vos hacés no está reconocido.
- ¡Por que con tres hijos no encuentro quien me cotice!. ¡Acaso no creés que quiero algo mejor que andar limpiando portales por cuatro pesos de mierda!.
- ¡Pues mientras gane más que vos entonces pondré los pies donde me salga de la pollera!.
- ¡A mi no me hablés así que solo me queda el respeto!.
Recojo al bebé.
Me mira con ojos tristes y acelerados, como si su derecho a la inocencia se lo estuvieran diluyendo como el azucarillo en el agua.
- Yo también ando harto enano – le confieso.
Sobre la cama anda sentado el abuelo.
Está como siempre….en lo suyo.
Zapatillas escocesas, pantalón empanado, chaqueta raída y esa boina oscura con rabito que no se de donde sacó pero que no le recuerdo otra cosa y lleva toda la vida impidiendo que le vea la calva.
Habla casi nada y lleva expresión de quien no entiende.
Pero este como esté, no veo excusa para negarle un beso.
Papa insiste en llevarlo a una residencia.
Mama se resiste….aunque cada vez menos.
- ¿Ya anda majareta otra vez el viejo?.
El mediano empieza a mostrar genes de padre.
Todo lo que somos, lo copiamos.
Sobre todo lo peor, por ser más fácil y menos comprometido.
- Calláte pelotudo – le ordeno – Si no querés que te meta las sandeces por la boca del culo.
Por el momento calla.
Pero será hasta que en dos años le venga el crecimiento y entonces empecemos a entendernos con el puño cerrado.
El abuelo no está ido.
Lo se porque el mismo me lo confesó durante el paseo.
Yo le cogía del brazo bueno, el que no le arrancaron cuando la guerra.
Como suele ser, se paró y sus ojos se pusieron algo opacos y perdidos, respirando a bocanadas gustosas y anchas, como si de repente, no hubiera nervio ni ruido y su espíritu se sintiera mucho más tranquilo.
- ¿Estás bien abuelo?.
- Ando por Linás…. – dijo-….en el robledal que ahora estará verde de rabiar.
El viejo no es argentino.
Es gallego aragonés, venido acá cuando apenas era chico porque en la España de sus años, no daban trabajo si solo tenías una mano.
Sobre como se dejó la otra en el camino, solo nos contó que los morrales hay que atarlos bien…
- …..para que no se le caigan granadas a los soldados.
Desde la avenida se sienten las caceroladas.
En esta Argentina de Rosadas que nos tienen a todos negros, los fabricantes de perolas hacen el agosto cuando nadie tiene nada.
De no continuar fundiendo, entre quejas y golpeteos, no quedaría una sartén sana con la que guisar entre el Iguazú y la Pampa.
Subo la persiana solo para no ver nada.
Solo se ve una vecina colgando la colada.
En la calle un taxista discute con el cliente que no parece tener plata con la que abonarle la carrera.
El cliente se harta de la plática y con dos puñetazos lo tumba largo.
La razón es lo de menos.
Aca, mandan los forzudos.
Sentado junto al abuelo, lo abrazo.
Aspiro hondo y lo beso.
- ¡Ay abuelo!....yo también quiero un robledal verde de rabiar.

Bucardo

domingo, 17 de agosto de 2008

La Huída




La Huída
- ¿Dónde para el muchacho madre?.
- El muchacho marchó – respondió.
Tras confesarlo, rió como lo hacen las locas, con la boca abierta, las encías al hueso, sin soltar nada más que gorgoteos.
- Padre…¿cree usted que la abuela chochea?.
- La abuela chochea desde que la dejaron viuda – contestó al tiempo que intentaba atinarle al gato con un escupitajo de tabaco.
Podrían reventársele las tripas antes de reconocerlo, pero la vieja llevaba todas las razones de su lado.
Dejó que la escopeta se cayera al suelo y en un arrebato, con todas sus fuerzas, exhalando un grito rabioso y deshumanizado, aventó a la oscuridad las perdices que durante el crepúsculo había posteado.
- ¡Vamos tras el padre! – animó el primogénito - ¡Lo agarraremos antes de que alcance la interestatal!. ¡Lo traeremos de regreso atado a un palo como los corzos cuando los cazamos!.
- ¡Calla idiota!.
O si.
¡Menudo idiota!.
John Candeline podría ser temido y desalmado pero sabía cuando un esfuerzo iba a ser invertido en vano.
John Candeline no rabiaba por su derrota ni por el hijo que ya nunca vería a menos que se hiciera famoso y lo viera saludando en la televisión de la estación de servicio.
A John Candeline lo que le disgustaba, era que Peter hubiera logrado escapar de la jaula.
Su grito jamás llegó a oídos de Peter Candeline quien a esas horas, escuchaba los esfuerzos del conductor por conseguir que la cuarta marcha, entrara sin renquear en la caja de cambios.
Miró hacia el ventanal trasero y se deleitó contemplando las últimas luces de Sempelton.
Llevaba casi tres cuartos de hora soportando el traqueteo de aquel autobús de cueros rojos desgastados, donde los negros todavía “preferían” sentarse en los asientos más retrasados y las ancianas lo hacían desconfiadas, con el bolso aferrado sobre las piernas con dos nervudas manos.
En Sempelton, como en cualquier mierda de las que asoman en Iowa, las carreteras no son más que interminables rectas.
Estaba seguro de que en ese instante, John estaría recargando la escopeta mientras su hermano mayor trataba de arrancar la camioneta con que lo perseguirían.
Durante unos instantes creyó que las dos luces que se acercaban a toda velocidad eran ellos, dispuestos a cruzar el vehículo en mitad de la carretera, asaltar el autobús de línea y arrancarlo de su asiento.
Pero resultó ser Ted el hijo de los Murray quien a esas horas iría a cortejar a la cerda de Rachel Watson.
Rachel ponía cara de virgen en éxtasis cuando rezaba pero entre susurros, se murmuraba que la misma cara ponía cuando se le venía encima uno de sus sonoros orgasmos.
Peter se tranquilizó.
Aun con su miedo, vivo o estirado, debía ganar su libertad.
La libertad que comenzaba en el panel de vuelos del aeropuerto de Des Moines.
Lo descubrió cinco meses antes durante otra de sus palizas.
El puñetazo de John lo tumbó de bruces pero en lugar de dar la espalda y hacerse un ovillo para encajar mejor los golpes, lo hizo con la cara echada al cielo, sin sentir apenas dolor mientras observaba aquel diminuto avión que sin embargo dejaba un surco blanquecino tan ancho y claro.
- ¡Te he dicho que no quiero volver a verte leyendo estas mierdas de maricones! – lo insultó mientras arrojaba a los cerdos un Capote con sangre fría.
El destino era lo de menos.
Cerraba los ojos y soñaba que con ellos bien abiertos, en pleno vuelo, contemplaría las inmensas parcelas del estado, tan cuadriculadas como sus entendederas.
Iowa y su profusión de cárceles heptagonales, de tienduchas polvorientas y campos de tiro intoxicados por la sobredosis de plomo.
Iowa y sus oratorios de brazos alzados y gritos de ¡Lo he visto!, donde el reverendo no esperaba que se cuestionara su divina palabra ni tan siquiera cuando hablaba de piedad cristiana hacia quien baleaba a un judío, un hispano o un mono negro.
Iowa y sus institutos de libro trucado, donde se enseñaba a protegerse de los rojos y turbantes antes que a poner un condón entre el esperma y la chica que se quedaría preñada cuando aun era más niña que hembra.
- Tienes los mismos ojos que tu difunta madre – lo amenazaba con su aliento a alcohol mientras, con ayuda de su Mágnum de cañón largo, hacía puntería sobre las botellas de whisky bebidas – ¡Y a fe que te los voy a quitar como conseguí quitárselos a ella!.
John Candeline no bromeaba nunca.
Por eso mismo era respetado.
Por su poca palabra y buena puntería, por salir de Vietnam con dos esquirlas de metralla en una pierna y ni un gramo de marihuana en la pleura, por exhibir su evangelismo diario, por las estrellas y barras que coronaban el tejado de su casi choza y sobre todo, por haberse despachado en el setenta y seis, a dos melenudos hippies que se resistieron a cortarse el pelo y a los que el sheriff local no se molestó demasiado en andar buscando.
Peter le mantuvo el miedo entre la primera vez que se hizo preguntas y la primera que descubrió que en Sempelton…nunca las encontraría.
Su madre también lo supo.
Pero las madres lo sacrifican todo, primero la vida, en cuanto perciben esperanza entre los ojos ilusos de uno solo de sus hijos.
- ¿Adonde vas chico? – le preguntó un hombre con sombrero de cowboy y espiga de cereal ensalivándose entre los labios.
- Lo más lejos.
- ¿Será que no te gusta nuestro estado?.
Peter conocía el tono.
Era el que tantas veces le usaron cuando cuestionó una verdad suprema y en lugar de explicaciones, obtuvo amenazas como respuesta.
- Lo amo – suspiró mintiendo – No hay nada mejor que Iowa.
Casi no se creyó que aquel imbecil, no se asfixiara con tanta ironía.
Bucardo

sábado, 16 de agosto de 2008

La Virgen de los Sicarios


La Virgen de los Sicarios
La gloria es una estatua que cagan las palomas.
No lo digo yo sino la Virgen de los sicarios.
Sicarios con conciencia que hasta para matar, antes ruegan a su Señora que les interceda, para que así les perdonen algo que no saben muy a seguras si es o no pecado.
Pero si les llega para comprender que está mal.
Al menos ellos lo saben.
Y por saberlo, no esperan que les anden fundiendo bronces.
A quienes se los funden para que luego los pajarracos los caguen en las plazas, les falta cuello para tanta corbata y andan sobrados le plata con la que comprar leyes y tintas que les transformen los crímenes en progreso.
Esos mal paridos marchan lejos de mi hierro.
Al cinto con el y con sus doce hijas, espero sin agazaparme.
Todos saben lo que miro y hago.
Pero nadie canta pues los asesinos como yo, andamos por la colmena como las ratas en el aliviadero…anchos, gordos y bien cebados.
Toca salida de misa en la Virgen de la Colina.
Acá acuden los de Cresta Alta cuando le tienen confesiones al Altísimo.
Nosotros obramos ante la Dolorosa que pone la misma cara de alguno al que vi, mal baleado, moribundo y con las tripas hechas plomo sobre el asfalto de alguna calleja apestosa.
Hoy respiro con encargo pero hace mucho que no me ando con sufrimientos por ello.
A lo mucho pienso en si al tumbado le tendrán cobertura contra tipejos que le anden con ganas.
Pero no lo pienso por temor sino por saber si voy a tener que despacharme con uno o con dos.
El precio no cambia pero si la rapidez del compromiso.
No cuento jamás.
A lo peor, si de noches ando con la dormida insomne, miro la pistolera que descansa junto a la almohada e intento hacer recuerdo.
Pero en cuanto llego al octavo, me largo en sueños, olvidando quien le hizo los honores a la novena.
El de ahora es un cura santurrón, panzudo y putero, al que los monaguillos le hacen más tentación que el pegamento a un mocoso callejero.
El que alguno ande petado por el barrio no es más que llover sobre mojado.
Los hay que se dejan por gusto, los hay que soportan culeada buscando escapar de algo y también los que aguantan la arcada para ganarle la vencida al hambre.
A ninguno de los tres se les dice nada.
Pero si las cuatro patitas se ponen para que el chulo les agarre los antojos, entonces se le saluda sin sofocarle mucha la mano.
Cosa bien puta es que el padrecito le suba los faldones a los niñitos que aun saben lo que es una sonrisa.
Sus madres se los mandan para rezar porque les libren de tiroteos y narcos y este les desgracia las entendederas tocando donde no se debe.
- ¿Qué no te sientes para hacer el encargo?.
Las mamás me hicieron tiento antes que andar con denuncias y policía.
Los comisarios en la Noroccidental, son como las pulgas para un perro….algo que se tolera, que de vez en cuando nos rascamos, pero que no se quiere.
- El dinero lo tenemos entre todas reunido.
- Ya se, ya se….
Y al obispo le interesaba más echarse el palio a la cabeza que barro sobre los zapatos.
En los casorios caros reparte tantas bendiciones como encíclicas nos envía recordándonos lo mucho que pecamos.
Aquí no manda Dios que no sea verdadero, el hombre no surge sin fierro y a la mujer, la paren dispuesta a llorarlos.
Soy muchacho para sus ojos dulces.
Pero para los que matamos antes de la letra, en el distrito, ya nos hacen hueco en el camposanto.
- Allá que sale.
El picaruelo da aviso.
Es truco de sarnoso para que de tiempo a palpar el gatillo y asegurar que no hay celulares cercanos.
“Vamos hijo puta” – pienso en cuanto lo descubro asomando la calvorota bajo el dintel del templo – “Baja la escalera cacho maricón”.
Pero el muy cabrón se entretiene hablando con una monjita rechoncha y mal parida a la que tendré que zumbarme de dos plomadas si se le ocurre mirarme a la cara.
No me gusta esperar.
Soy la muerte y la muerte no tiene porque hacerlo.
Solo necesito dos pasos.
Uno para fijar y el otro para darle aire al arma.
Y el mucho hijo puta ni siquiera se da cuenta.
Pac, pac, pac…..pac.
Su cabeza se desparrama, agujereada sobre la escalinata.
Ni siquiera le doy remate.
La monja es joven pero vieja.
Joven porque no anda arrugada y vieja porque ni grita ni mira.
- Ya está escaldada madre – le digo sin que ella responda.
Terminó de ganarle a la escalera y echo cuerpo dentro de la iglesia.
El tiroteo no le ha desanimado a nadie el rezo.
Camino escondiendo el hierro hasta acercarme ante la virgencita.
Me arrodillo santiguándome tal y como me enseñaron.
- Virgen santa….dame a mi la salud que le he quitado.
Bucardo

viernes, 15 de agosto de 2008

El Cuento triste de Ismael el enano y la niña frágil


"El Cuento triste de Ismael el enano y la Niña frágil"

A Ismael el enano, el corazón se le sentía grande cuando la niña frágil le rozaba la mano.
La niña frágil apenas conseguía soportar el sufrimiento que aquella leve caricia le causaba.
E Ismael, aun desesperado, debía morderse el anhelo de abrazar su cristalino cuerpo, por temor a que este se le deshiciera como el papel de arroz.
- Para mis huesos eres todo un gigante – bromeaba ella.
Desorientado, Ismael parecía enfurruñarse.
- Y sin embargo, no te temo – añadía forzando su rostro para regalarle su sonrisa menos dolida.
En el circo todo se sabía pero ninguno preguntaba.
¿Quién tenía allí el derecho a hacerlo?.
En el cubil de los adefesios, donde exhibían al ser humano más alto junto a las pulgas mejor amaestradas o al bebe con barba acunado entre los brazos de la mujer sin orejas, nadie cuestionaba el amor que Ismael el enano y la niña frágil se profesaban.
Y Luc, el patrón, menos que ninguno entre todos ellos.
Fue el quien acudió al aviso del orfanato cuando las monjas le negaron a aquel huérfano minúsculo y enfermizo la gracia de ser acogido.
- Dios nuestro señor predijo otro camino para esta criatura – le dijeron mientras lo depositaban en una sola de sus manos.
Fue el quien libró a aquellos padres abochornados de la deshonra de haber traído a este mundo un ser tan insólito como para que tuvieran que pasearlo cubierto de vendajes, con precaución y extremo mimo, pues el más vulgar bache, podía partirlo como una ramita reseca.
- Esperemos tener más suerte con nuestro siguiente hijo – explicó la madre mientras acariciaba su abultado vientre.
En el reducto, Ismael y la niña frágil jamás se escondían.
No más cuando los carromatos se detenían y todos ponían mano y esfuerzo en levantar la carpa.
Entonces, por falta de tiempo o por miedo, procuraban darse algo más de recato.
La niña frágil ayudaba en los ensayos mientras su amor enano acompañaba a los voceadores, encargados de pegar los carteles y advertir al vecindario que por primera y tal vez única oportunidad en sus vidas, podrían gozar del privilegio de contemplar los más aguerridos domadores, los payasos más ridículos y los engendros más desconcertantes.
De pueblo en pueblo, siempre lugares pequeños y desacostumbrados, Ismael se vestía de rudo Hércules o de rey entronado mientras la niña frágil, con aquel aspecto apagadizo y pálido, se ofrecía a la mirada lacerante dentro de una vitrina donde un gran cartel, advertía de quien era ella, rogando por su salud que no la mecieran.
En ocasiones, los niños desobedecían y ella sufría terriblemente hasta que Uno, el gigante que todo lo levanta, los espantaba ayudado por su prodigiosa apariencia.
- No te preocupes preciosa – la tranquilizaba – Los niños, en ocasiones, pueden ser muy crueles.
- Lo se Uno – respondía procurando no preocuparle al gemir el dolor que sentía.
Luego, terminada la sesión, sobre la cama, todos sus males se evaporaban como por ensalmo, en cuanto Ismael le sonreía.
- No….- susurraba ella-…no todos los niños son crueles.
Nunca podrían besarse.
Sus enquistados males les prohibían yacer juntos.
Ni tan siquiera un abrazo.
Pero poco importaba aquello a quienes se supieron ver y sentir mucho más de la frontera lisiada de sus propios cuerpos.
Una mañana, lluvia a finales de otoño, la caravana del circo sobrepasó el cartel que anunciaba la llegada a Obscurité.
Entre el río con olor a barro y la montaña sin piel de árbol, su alcalde les ofreció tres campos embarrados, dos días de feria y una sola advertencia.
- No perturben la paz de este pueblo. Planten sus carpas, hagan sus numeritos y márchense sin provocar cambios ni problemas.
- Ni cambios ni problemas.
Todo comenzó unos minutos antes de que las trompetas anunciaran la sesión de las seis en punto.
Una señora de cuello y modales estirados, paseaba asida a la mano de su marido, cerca de las taquillas, cuando se sintió perturbada ante la visión del torso desnudo de uno de los mozos acróbatas.
Quebrantada en sus propios dogmas, comprimió todo su veneno en busca de una excusa y la encontró en un descuido de Ismael, quien en esos momentos intentaba, dulcemente, proteger con almohadones el cuerpecillo de su niña frágil.
- ¡No se como lo consiente!.
- Pero señora mía – excusaba Luc – Ismael es un ser puro y la niña frágil….bueno, no se deje engañar por su enjuto tamaño pues….pues hace mucho que dejó de ser niña.
- ¿Insinúa usted que esas dos aberraciones comparten lecho?.
- ¡Oh no señora!. Algo semejante supondría para nuestra niña…..la muerte.
- En todo caso lo que hoy he visto pronto será sabido en todo Obscurité….a menos que ponga usted remedio.
Envalentonado ante la visión triste y humillada de sus dos seres más queridos, Luc se negó.
Muy a su pesar pues aun haciéndolo con toda su diplomacia y educación, era zorro demasiado viejo como para no saber prever el futuro.
Un futuro que se le presentó a la mañana siguiente, golpeando furiosamente la puerta de su carromato.
Eran el alcalde y sus concejales, el sargento y sus gendarmes, el párroco y sus monaguillos, el maestro y sus dóciles pupilos, los cofrades de Nuestra Señora, las socias del Club de Piadosas Damas y hasta el último de los aldeanos…todos con el rostro encogido, la mandíbula apretada y una sola idea con forma de amenaza.
- O los separa usted o los separamos nosotros.
Comprendiendo su derrota, caminó con la cohorte de irascibles a sus espaldas, abriendo el pasillo que su circo de asombros y abyectos le formaba…las siamesas danzarinas junto al prestidigitador que convertía conejos en caimanes….el muchacho clavo consolado por la mujer sirena….la chica sin cuello abrazada al increíble hombre elástico….
La diminuta carreta de Ismael tenía una boca de labios rosados rodeando el manillar de la puerta.
Luc llamó.
Pero no hubo respuesta.
Decidió abrir y al hacerlo, sus alegres bigotes retorcidos se vinieron lentamente abajo al tiempo que el rostro se le hundía y los ojos rogaban a los párpados que se cerraran para no ver más lo que estaban contemplando.
Sobre el lecho, vestidos con sus galas de plata, maquillados para la función más cara, Ismael el enano y la niña de cristal se ofrecían muertos, el uno envenenado y la otra rota, ambos sonrientes y felices, pues por fin se habían abrazado.
Bucardo

miércoles, 13 de agosto de 2008

Quédate Conmigo


Quédate conmigo

- Quédate conmigo.
No terminé de decirlo y sus dedos rogaron silencio, posados sobre mis labios.
- No puedo.
Me conjuré….para no hacerlo.
Pero terminé llorando.
Y al hacerlo, tratando de ocultar el rostro, sentí como su mano se desparramaba sobre mis cabellos, y aunque no podía verla, una mirada eterna y pura consiguió endulzar lo irremediable y templar el nervio.
No era capricho.
Era desespero.
Enloquecía porque se quedara.
- Quédate conmigo.
Nunca sería posible.
Alejó la vista, su cuerpo se arqueó para caer lentamente sobre el lecho, exhaló un largo y terminante suspiro y me dejó solo, con su brazo inerte alojado entre mis deseos.
Bucardo

martes, 12 de agosto de 2008

Demasiado Tarde

Demasiado Tarde
El buen juicio se nos perdió a mitad del camino.
Los caminos nunca son un cuento de hadas ni una lengua amplia y llana de asfalto.
Semejan una cuesta, empedrada con sílex afilados.
Cada resbalón, si consigues levantarte y superarlo, resulta que te arranca algo, que dejas sobre el suelo, abandonado.
La inocencia, las ansias, las esperanzas, las pretensiones, los proyectos, las utopías, la sensibilidad, el altruismo, la libertad....la sensatez.
Al final, sigues andando.
Lo haces por la inercia, por el sagrado bien de un sistema que ya se ha garantizado la exclusiva de decirte por donde, cuanto e incluso hasta cuando.
Por encima del mismo Dios, hay un universo de ateos que intuyes pero no sabes.
Por encima de nuestras reverencias o maldiciones, de Ala, Buda o Zeus....están ellos; los inventores.
Nunca sabrás ni su nombre ni su rostro.
Pero al final, al extinguirse, todo te resulta indiferente.
Abrirías la boca para gritar.
Pero sabes que nadie oye.
Y aunque pudieras hacerlo, resultaría ser demasiado tarde.
Bucardo

domingo, 10 de agosto de 2008

El Milagro

El Milagro
- Pronto llegará el milagro.
El hombre viejo tenía el poderoso don de hipnotizar la atención de los más niños cada vez que les contaba como era la vida del antes en la aldea.
Con el crepúsculo, aquellos chiquillos que no hubiera sucumbido al sueño, se arremolinaban junto a el, bajo la languideciente sombra del baobá y le rogaban que les explicara como había sobrevivido tantos veranos sin la esperanza del milagro.
- El desierto arañaba las paredes de excremento. Quien fuera holgazán y pusiera excusas para no reparar las paredes cada tres o cuatro lunas, terminaba con la arena metida en la boca mientras dormía. Conocí quienes se rindieron y dejaron que la casa se les cayera bajo el peso de la duna, rogando que murieran con ella y así se terminaran sus penalidades. Nuestras mujeres, envejecían siendo jóvenes, agotadas bajo el peso y las caminatas. Los hombres se destrozaban las espaldas cavando en una tierra que jamás no dio una tregua o un breve descanso. Pero sonreíamos. Si, sonreíamos porque cada día, rezábamos implorando por este milagro.
Mamadou se disgustaba mucho cuando al hombre viejo se le ausentaban los recuerdos y llamaba a una de sus cuatro hijas para que lo ayudara a regresar a la cabaña.
El anciano, con casi sesenta años, roído y con el rostro recosido por tantos padecimientos, gozaba del respeto de toda la vecindad, que lo reverenciaba por haber sobrevivido durante tanto tiempo a las hambrunas, las tormentas, la escasez, la sequía y las innumerables guerras.
Su único amigo, Lamín, aseguraba que el viejo había pactado con las brujas del páramo, las que en secreto, lejos de la cruz y el templo, se empeñaban en continuar venerando la raíz del árbol, convocando espíritus mientras oraban sin mirar ni al santo ni al cielo.
Solo así podía explicarse semejante longevidad.
- Con el milagro la vida nos irá mucho mejor – madre dibujaba una sonrisa inmensa e ilusionada cada vez que hablaba de el – Tendré tiempo para cuidaros e incluso puede que alguna de tus hermanas pueda marchar a la escuela – Sin embargo, pobre pero coqueta, procuraba no abrir demasiado la boca para que nadie viera sus tempranas encías desdentadas - ¿No te ilusiona Mamadou?. ¿No te ilusiona el milagro?.
- Si mama.
- Nunca llegará. Nunca llegará. Todo esto que cuentan, es imposible – lamentaba padre mientras entraba por la puerta – Otra mentira. Otra más. Ya no se cuantas van. Nadie con corbata se molestará en traer el milagro a un lugar como este.
- No digas eso – suplicaba ella a quien la sola mención de tamaño desastre casi lograba arrancarle las lágrimas.
- Tendríamos que haber emigrado a la capital. Si, tal y como yo te dije. Emigrar en lugar de quedarnos aquí para dejar que el desierto nos ahogue.
- Mis padres era mayores…tenía que cuidarlos.
- Y ahora están muertos. Enterrados bajo la arena – padre sintió de inmediato haber dicho algo tan cruel como aquello. Incluso alguien tan curtido, sabe lo mucho que puede doler una ausencia.
- Todo cambiará – respondía ella con inquebrantable fe – Cuando llegue el milagro….todo cambiará.
Y llegó.
Aquel día, Mamadou se parapetaba tras los chicos mayores, mirando atemorizado como la máquina, taladraba dando vueltas y más vueltas a la gigantesca tuerca.
Los habitantes del poblado rebuscaron entre lo poco que tenían para vestirse las mejores galas y no parecieron arrepentirse de hacerlo a pesar de que con cada aspiración del motor, este les lanzaba bocanadas de polvo, grasa y humo contaminante y negro.
- Ven – le dijo un operario al que las gafas de sol ocultaban la intención de los ojos – No tengas miedo.
Pero Mamadou lo tenía.
Tenía miedo de que aquel sueño tan largo, ahora, allí delante, pudiera seguir siendo eso…un sueño.
Tenía miedo de que nada cambiara, de que el anciano muriera sin verlo y que madre se desalentara y les hiciera marchar a la ciudad donde todos los días sucedían prodigiosos milagros.
- ¡Adelante Mamadou! – animó Lamín – ¡Despierta a tu madre de su sueño!.
Giró la manivela.
Al principio solo escuchó aire, escapando tan violentamente que hacía vibrar aquel puzzle de hierros.
Pero luego, saltó surgido de entre las tripas del desierto, un chorro violento y fresco de agua.
Entre las primeras filas, hubo un grito de indescriptible alegría mientras las segundas, empujadas por la curiosidad, trataban de ver con sus propios ojos lo que sus orejas oían.
El agua salpicó el rostro de Mamadou.
Y Mamadou lo agradeció.
No por el calor sino porque le daba vergüenza que lo vieran llorar.
Llorar porque por una vez, tal vez única, descubrió que en ocasiones, los milagros existían.

Bucardo

sábado, 9 de agosto de 2008

El Pino

El Pino
Recuerdo la muerte del abuelo como si se tratara de un viaje plácido.
Intento olvidar los dolores finales, las punzantes molestias que la enfermedad le causaba e incluso los llantos secos de mis padres.
En lugar de todo esto, coloco su mirada clara y entregada, tranquila, sincera....creo incluso que sin casi miedo.
- Ven, acércate.
Madre me llamaba como si animara a un cachorro desconfiado.
Tal vez pensaba que tenía miedo.
El ataúd estaba aun abierto y el cuerpo, apenas protegido por un cristal llorado, se me aparecía rígido y blanquecino, marmóreo….profusamente edulcorado.
Ese ya no era mi abuelo.
En algún momento entre el suspiro y aquel cadáver con traje de domingo, su alma se había disipado.
Me pasé toda la ceremonia preguntándome como era posible que dieran tantos pésames, que lo enterraran salpicado de agua bendita, tras una capa de ladrillos y cuatro o cinco de coronas y ramos.
¿Cómo?....si yo todavía lo sentía.
Pasaron los días que se mi hicieron los peores.
Son aquellos en los que todo lo supe.
Supe que caminaría solo del desayuno al colegio.
Supe que todos los rincones del bosque tendría que descubrirlos por mi solo.
Supe que debería fiarme del instinto para encontrar rebollones bajo la umbría o truchas en los riachuelos.
Supe que nadie me explicaría ya porque se me miraba con picardía cada vez que me descubrían con la vista puesta tras mis primeras faldas.
Supe dolido, cuanto iba a echarle de menos.
Y lloré.
Nadie me vio hacerlo.
Tan solo un quejido impropio que no asustó pues se sabía que lo causaba el ramaje del pino negro.
Entonces recordé el día en que siendo todavía más niño, quise ayudar al abuelo cuando este lo plantó en el jardín, frente a la casa.
- Aquí siempre hace frío…y viento….lo que más le gusta a nuestro nuevo amigo – explicaba mientras ocultaba las incipientes raíces bajo aquella tierra negra. La tierra lo alimentó y ahora, tras su inmensa sombra, apenas podía intuirse nuestra casa.
Cada una de sus piedras y bajo ellas sus cimientos y sobre todo el andamiaje que daba forma al tejado, fue levantado hacía tiempo, cuando el abuelo ni tan siquiera sabía que yo iba a ser su nieto.
En invierno, cuando tras la sobremesa el calor lograba convertir en cálido un escuálido rincón de la calle, lo veía sobre el tejado, caminando precavidamente mientras reparaba las tejas más desafortunadas.
Bajo el balcón, donde cogió la costumbre de sentarse a cotillear el trasiego cuando el bastón se le hizo imprescindible, lucía una piedra labrada con letras de nombre extraño, que halló cuando quiso plantarle tomateras al huerto.
- Son el antiguo dueño de todo esto – contaba – Así se aseguraba de que siempre recordarían su nombre.
Y siempre lo recuerdo.
Sobre aquella piedra, mandé cincelar otra igual de grande con el nombre del abuelo.
Desde entonces, antes de concluir el día, antes de coger la mano de mi hijo y bajar a por truchas o rebollones, disimulo para guiñarle un ojo al pino.
Intento caminar lento pero decidido, anhelando que cuando llegue el momento, tal vez mañana, tal vez antes de lo pensado, tal vez dentro de demasiado, pueda ofrecer a quienes pretendan consolarme, una mirada satisfecha, apaciguada.
La mirada de quien lo ha logrado.
Bucardo

jueves, 7 de agosto de 2008

Aravo el Manco


Aravo el manco
La bruma, extensa y espesa ocultó los ojos de Aravo.
La niebla cegaba la vista pero bajo ella, los oídos y el tacto se tornaban como los del cerval al acecho, tenso y mudo a dos pasos de su presa.
Los sonidos le llegaban intensos y confusos, ruido de batalla, algo alejada si, pero tan sobrada de fuerzas como para que su eco se hiciera entender de lado a lado del valle.
A esas horas, quienes con la amanecida se vieran obligados a permanecer en los poblados, todos, sin excepciones, padecerían el dolor de tener que elegir entre parapetarse tras las recias murallas confiando en imposibles o buscar cobijo en la última fortaleza; las montañas.
Apenas un día antes, Erudio había plantado sus pies frente a un agotado mensajero.
El hombre ascendía llevando la contraria al río.
Con el rostro y los cabellos embarrados, con las manos despellejadas y los pocos dientes apretados para soportar el dolor de sus miembros, trató de recuperar aliento antes de descubrir el mensaje que portaba.
Los concanos han sucumbido. La tormenta roja sube. No tardarán en llegar hasta nosotros.
Erudio era un jefe bravo.
En sus muchos inviernos con el castro sobre los hombros, sus gentes no habían tenido motivo para la queja.
En otros castros, sus señores permitían los abusos y el menosprecio de los hombres de armas hacia aquellos que no pertenecían a la casta guerrera.
Pero Erudio no consentía en ello y durante su tiempo, no hubo verano sin saqueo ni nevada sin grano, las bestias permanecieron alejadas del rebaño, el consejo de los ancianos era respetado y se habían forjado teseras con tamaricos y vadinienses.
Unos y otros podían cruzar sus territorios sin temor y si temían, el temor lo causaría Erudio y no el adversario.
Pero Aravo y su único brazo, pronto percibieron la inquietud en el rostro de Erudio.
Una inquietud tan real y palpable como el miedo que en ese momento lo aferraba al suelo.
Ninguna mujer o niño mostró en público su angustia.
Aunque la sintiera, jamás se habría consentido a si misma el llorar por ello.
Los más viejos callaron sus temores y, al tiempo que acarreaban vituallas al interior del castro, hacían acopio del tejo que les libraría a ellos del hambre y al clan de tener que sostenerlos.
Aravo pasó la jornada intentando no pensar en Noiva.
Mientras ella molía la bellota ocultando los mareos y desganas que la preñez le causaba, el procuraba alimento a los asturcones.
Los caballos, a pesar de la ansiedad que los rodeaba, parecían apaciguados y muy hambrientos.
Mientras pacían, acariciaba sus crines alabándoles a la oreja lo hermosas que eran.
Aunque caballos de guerra, Aravo no conocía criatura alguna que no gozara sintiéndose envidiada.
Y el lo sabía.
Lo sabía cuando, a pesar de su deformidad innata, fue capaz de lograr que Noiva lo viera.
Su madre no lo arrojó por la roca.
Su padre había muerto el último verano antes de que el naciera, sorprendido por una lanzada vaccea. De haber sobrevivido a la herida, Aravo no lo habría hecho.
Cuando la barba asomó bajo la nariz, el clan comenzó a preguntarse para que serviría un hombre que comía del mismo grano, solo que sin saber alzar el hierro o clavar la lanza en tierra frente al oso
Un hombre sin escudo – se quejaban – No es hombre.
Aravo se sabía sin fuerzas y aunque durante varias lunas intentó encontrar una respuesta, esta le llegó durante el verano, mientras los guerreros cabalgaban el llano y los pocos comerciantes, llegaban buscando oro o pieles.
Su habilidad nació aquel año, cuando descubrió que a pesar de no hablar ninguna lengua fuera de la que aprendiera creciendo, era capaz de hacerse entender cuando se trataba de cambiar telas por cacharros.
De su destreza en el trato nació la consideración que ahora le mostraban, la esposa que gozaba, el hijo que llamaba y la primera ocasión de escuchar el nombre que nadie usaba cuando hablaban de la tormenta roja.
Al llegar la tarde, guiados por la noche propia, los guerreros de todo el valle marcharon para agruparse bajo el roble y desde allí, descender más allá de la garganta, siguiendo al río que los conduciría bajo la niebla.
Intentarían sorprenderles allí donde menos lo esperaran, en el momento que menos quisieran, a la manera que menos gustaran.
Te dejamos solo muchacho – Erudio evitaba tratarlo públicamente como un igual, si bien era de los pocos que no miraban primero al inexistente brazo y luego a los ojos – Si algo ocurriera...-señaló con la barbilla hacia las peña anaranjadas que se alzaban orgullosas a sus espaldas - ....la piedra os dará amparo.
La piedra no se lo dio.
Fue la bruma.
La bruma que ahora callaba permitiendo que un silencio temible e hiriente, se extendiera por todo el valle.
Aravo distinguió primero unas sombras, sombras que se hicieron hombres, hombres que no tardaron en mostrar sus cascos y escudos abollados, las espadas en alerta cubiertas de sangre, el barro de las lorigas y las capas rojas.
Agazapado pudo escuchar como avanzaban, respirando nerviosos, inseguros y aterrorizados.
No queda nada tras la niebla – dijo el que parecía más novato.
Siempre queda algo – respondió otro mientras indicaba con la cabeza que era hora de retirarse.
Aunque la vista permaneció fija en ellos, Aravo ya no los miraba.
Intentó ver en las gotas de sangre que caían de sus filos cortos, la sangre de Erudio, de sus guerreros, de los Erudios y guerreros de todos los castros del valle.
Por encima de su cabeza la luz ganaba en intensidad, advirtiendo que pronto diluiría aquel escondrijo blanco.
Al girarse para emprender la huida descubrió a las mujeres y niños que lo habían estado esperando.
Las madres, tristes pero contenidas, callaban con las manos la boca de sus vástagos.
Aun muertos sus padres, deberían quedar los hijos para vengarlos.
Noiva bajó la cara para acariciar su vientre.
Era su manera de apaciguar.
Aravo no vio viejos.
Ellos estaban ya entregados al sueño del tejo.
Debemos irnos – ordenó.
¿Adonde?.
No hubo respuesta.
En su lugar avanzaron hasta dejarse cubrir por la niebla, que primero los hizo invisibles y luego, poco a poco, convirtió en silencio sus pasos.
Bucardo

¿Quien lo dijo?


¿Quien lo dijo?
Hay pocas ventajas en que a una no la quieran.
!Ni a céntimo el litro te bebo yo un vaso de esto!.
Así dictada la sentencia, así que me abandonaron, lo más arriba a la izquierda, allí donde el polvo, nunca se limpia porque el brazo nunca llega.
¿Que es eso que escondes allá?.
¿Donde?.
Eso que parece orujo caducado.
!Ni se como se pronuncia!. Me lo trajo el cuñado cuando vino de Praga. Creo que por esos años aun estaba lo del telón de acero. Desde entonces allí que la tengo, sin abrirla. ¿Quieres una copa?.
Calla, calla que de verla se me pone mal aliento.
!Venga hombre que invita la casa!.
!Déjalo Pascual!. Si tu no lo has catado en tantos años, no voy a ser yo el conejillo de indias..
No encontrar tres oportunidades para el desprecio, suele estar entre esas pocas ventajas.
Pascual me alejó todavía más, sumiéndome en la discreción, regalándome una vida larga, soporífera, que tan solo se acelera cuando echa sobre mi el ojo de sus recuerdos.
A veces le salen buenos y otras....los presiento demasiado negros.
A Pascual, “La Señorita” y a mi, nos vinieron las luces al mismo tiempo.
“La Señorita” fue taberna y sueño, pregón de alegrías y refugio de penas, un sofá para el incómodo, puesto de guiños y coqueteos una de estas bibliotecas que no albergan ningún libro, pero podrían a miles escribirlos.
Pascual fue su dueño y yo, solo uno de sus inquilinos.
Los tres prietos y unidos, fuimos aprendiendo.
Eran lecciones de esas que por mucho que restriegues sobre la barra, no te dejan birlarle la mala sombra que en ocasiones trae consigo la vida.
Por días, en ocasiones se cuadraban las esperanzas con la caja, se alcanzaba a pagar facturas y abonar la gesta de nuevas hazañas.
Por días, los había que uno se reencontraba con todos y la cara amiga era bien recibida y otros que se prefería andar a solas y sin embargo todos se ponían de acuerdo para no concederte el deseo.
Pero lleva ya semanas que no lo siento.
Semanas en las que lo siento caminar pesado y arrastrando, bajando la persiana antes del horario, sirviéndose un coñac sin son y bebiéndolo a sorbos unánimes y largo, demasiado repetitivos, como si algo por las entrañas, se lo estuviera reclamando.
Se que piensa en ella, que no encuentra remedio y que ninguna tristeza consigue ahogarse debajo del posavasos.
He visto demasiados como el, solo que frente a ellos estaba Pascual, para decirles hasta donde y cuanto.
También se que ella no apareció esta tarde, ni la anterior y que llevan muchas sin desnudarse separados por la barra, esperando a quedarse solos y a que se les termine de fundir la noche cogiéndolos en el arrumaco.
Lo se como se que no puede ser porque ni ella ni el son sus propios amos.
La Adela no es mujer ni de su propio marido – le dijo el mismo día en que los dos, a fuerza de cafés al mediodía, comenzaron a darse el palpito.
Lo que no puede ser no puede ser – respondió Pascual – Punto en boca.
Nadie puso les puso los puntos cuando ambos pusieron sus bocas.
Cuando pretendieron recomponer las apariencias, el café se les fue haciendo cada vez más largo sin que a ninguno de los dos se les echaran encima los remordimientos.
No puede ser pecado – la escuché susurrar mientras se dejaba sentir – No, no puede serlo.
Yo los veía, crecidos y creciendo, testigo pero muda, sabiendo que uno no podía y la otra menos.
El ritual obligaba a callar cuando la clientela era uno o dos, fingir ignorancia si se llegaba a la docena y ni tan siquiera regalarse un reojo al pasar de la treintena.
El ritual obligaba a echar el cerrojo con ojo largo de izquierda a derecha, inventar excusa y buscarse luego en el almacén, sin ventanas, donde a veces hablaban y las más lo hacían un poco menos.
Ninguno de los dos quiso más porque ninguno se sintió obligado.
Pero entre el día que Adela entró y el que vino para no pedir café, se les pasaron ocho años.
Pascual estoy preñada y no se si es del marido.
Adela tu sabes que si andas segura me hago cargo.
Calla tonto – por un momento pensé que perdía esas trazas de falso autodominio que parecía ir calculando – Tu ya tienes dos y para mi es el primero. Pero sabes....sabes que debemos dejarlo.
Claro mientras dure el embarazo.
No Pascual. El pueblo es chico pero la mala baba la tiene bien grande. Alguien se fue de la lengua, alguien nos vio o se lo ha inventado. Hoy lo he dominado pero si el sabe que ahora estoy aquí, contigo, si alguna vez hasta que me muera se entera de que entro aunque sea por equivocación.....a ti te cose con el jamonero y este niño se queda sin padre.
¿Y si resulta que soy yo?.
No se es padre solo por engendrarlo – aquello pareció doler a Pascual más que si le hubiera confesado que ya no lo amaba.
Cuando Adela salió no lloró, pero se sirvió su primera sombra.
Contaba ya ocho y comenzó a arrojar copas contra la pared donde colgaban las fotografías del viejo pueblo.
Sus gritos, seguro, los oyeron todos.
Y todos, menos su esposa, menos el marido, supieron por donde andaban los requiebros.
¿Quien ha sido?. ¿Quien ha sido que lo enveneno?.
Llevaba así todo un tiempo, repasando uno a uno, a veces callado, cada vez más hablando para si solo, repasando mil veces la lista de quienes pudieron verlos.
Germán el cartero que leía antes el remite que quien debía hacerlo....Lucas el rubio que le traía los cartones de tabaco mientras ponía el ojo bizco sobre la hija recién casada de la estanquera.....Mariana la beata que se zampaba dos misas diarias para luego arrearse de un solo trago el vaso de whisky más barato....los mozos aun imberbes a quienes de secretas les consentía alguna que otra cerveza....Andrés el sargento que ponía cara de poca entendedera pero que el oído se le enteraba de todo....Isabel la practicante que aseteaba mejor con la lengua que con la hipodérmica.
Pero ninguno de ellos los vio jamás.
Nunca vieron los dos azucarillos que acompañaban al cortado, el asiento libre a la hora convenida, la prensa fija, la limpieza, o como, si entraba decaída, regalaba un pincho de bonito con pimiento que ella no pedía.
Entonces me miró.
Tu.
Solo soy una botella.
!Tu lo viste todo!.
Pero el esta borracho.
Cuando me arrojó contra el suelo, no estallé en añicos.
Pero el tape se resquebrajó y ahora, por la boquilla, va poco a poco manando mi sangre anisada mientras agonizo.
Antes de morir puedo ver a Pascual, de rodillas y llorando.
El no puede saber cuanto lo siento.
Pero cuando recobre la sobriedad y lo sepa, ya habré muerto.
Bucardo

lunes, 4 de agosto de 2008

El Demonio Negro


El Demonio Negro
El demonio negro que llevo dentro me ordena que no piense.
Pero no le hago caso.
Y pienso.
Para entretenerlo le lanzo una de tantas de esas que pululan por la cabeza y que tanto mal me generan.
Saco el dolor al pinchazo, los temores al extraño, la rabia, la impotencia, los malos recuerdos o el asco y sí se los lanzo, bien lejos, para que se cebe sobre ellos como un perro enrabietado.
Así, mientras me libero, durante unos segundos, la paz se extiende, respiro profundamente….y pienso.
Entonces te veo tal y como he imaginado.
Pasas del aire a la forma, caminando parte del lago como si tu cuerpo de hembra fueran millones de gotas de agua…fresco transparente.
Y el calor, ese ser abyecto que se aferra con dos manos, resulta que no lo es tanto, con el contacto carnoso de tus labios.
Mi mente claudica y por fin…descansa.
Será hasta que el demonio negro descubra el engaño.
Regresará desde luego pero no me importa.
Siempre tengo un pensamiento funesto con el que entretenerlo.

Bucardo

Registro Propiedad Intelectu@l

sábado, 2 de agosto de 2008

Los Moratones


Los Moratones
Cuando despertó, pensó que llevaba dormida, lo menos treinta años.
La última vez que recordó respirar un aire tan fresco, tal vez fuerza de soltera, cuando todo parecía más blanco y no se rebuscaban excusas para la sonrisa.
Luego cayó el telón, demasiado pronto, demasiado acelerado.
Y sin embargo, ahora resulta que se sentía culpable.
- Hubiera querido que fuera de otra forma.
Alzó las persianas, abrió el ventanal y respiró todo lo hondo.
Había que limpiar cada resquicio con algo más que lejía y fregona.
Desde la sierra, la brisa se colaba valle abajo, como un Atila sin caballo, regenerador y con olor a pinares.
Se giró y abrió los ojos.
Las sábanas revueltas, la almohada en el suelo, aquella cama enorme donde paso la noche durmiendo y sola.
- Sola – repitió sin sentir miedo.
Fue al baño.
El espejo le dijo que estaba desnuda.
Solo una leve ropa con costura de moratón hostil y cicatrices superficiales que esconden otras sangrantes, internas y nunca bien cerradas.
Puso la mano sobre el cristal, tratando de ocultarse.
Pero luego le vino un arrepentimiento y la retiró.
No era culpa suya.
- ¡Lo tenías bien buscado!
- ¡María, María! – la vecina trucaba la puerta - ¿Estás bien María?.
María está bien, María esta viva, María esta mejor que nunca.
- María anoche oímos gritos. ¿Te hizo algo?.
Orgullosa y coqueta, como una corista ante un auditorio entregado, desciende desnuda las escaleras, aproximándose a la puerta.
Antes de abrirla lo mira.
Tirado sobre el sofá, con los ojos abiertos, acuchillado y muerto, desangrado con aquella mueca de sorpresa.
- No – responde cuando descorre el cerrojo – No me ha hecho nada. Y nunca más volverá a hacerlo.
Bucardo

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El Lienzo


El Lienzo
- Dibújame.
Y el lo hizo.
Usando un pincel fino, escogiendo el azul marino, porque aquella noche aunque negra y entre montañas, le sonaba a luz y blanco, a ventanas encaladas, calor insoportable y geranios.
- No tengo espejos – advirtió mientras esbozaba un tímido trazo sobre su espalda – Mis cuadros jamás han respirado.
- No importa. Intuiré.
Cerró los ojos y se dejó hacer, sintiendo como su amante deslizaba sobre ella las diminutas cedras….un círculo, un símbolo….una eterna línea y un misterioso punto.
- Me encantaron tus ojos – le confesó.
- Lo se – respondió ella, reconociendo lo infalibles que le resultaban – Nunca me fallan.
Suspira cuando desciende, así, por la columna, bordeando su cintura desde arriba hasta rozar levemente el ombligo y reanudar el descenso.
- Y lo justo que enseñaste.
Ríe.
- Desde lo que imaginas surge luego el resto – le contesta al tiempo que acaricia las sábanas de raso blanco.
Titubea en torno a su pubis, lo bordea, lo atraviesa, duda y acomete el interior de los muslos.
Ella ofrece sus piernas abiertas, puntea sus pies, intenta reprimirse y se muerde los labios.
- Me haces cosquillas.
- Las mismas que tú me hiciste.
Abandona el pincel sobre el suelo y sin dejar que abra sus ojos…la besa.
Del dibujo se borra todo menos lo que queda impreso, para siempre, entre dos pieles, una noche y un abrazo.
Bucardo

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