miércoles, 10 de diciembre de 2008

La Sonrisa sin Encías


La Sonrisa sin Encías
- Si no tuvo usted infancia, oposite para registrador.
Eso dijeron las cartas y eso aconsejó la vidente.
En la ciudad los vi de todo tipo.
Se registraban casas y chamizos, tierra y piedras, puentes, bosques enteros o jardines orientales. Se registraba un nacimiento o un muerto, una herencia, un disgusto, un vaso de agua y hasta una nueva receta.
Todo tiene valor y dueño.
Pero sin infancia, yo elegí registrar a quienes la disfrutaban.
Hoy fue mi hijo.
Me vio allí, con el papel y las gafas de pasta y sonrío mostrando aquellas mitades de dientes temblones y encías.
- !Mira! - exclamé - Esto si merece la pena.

Bucardo

martes, 9 de diciembre de 2008

La Boina


La Boina
El cambio de siglo le sentó mal a Antuán.
Con los cincuenta casi olvidados, era consciente de que su suerte ya no podía dar más de si y que más pronto que tarde, lo encajonarían frío con los pies camino del camposanto.
Hacía ya algún tiempo que la hacienda quedó en manos del hijo y aunque todavía era incapaz de acostarse sin que antes hubiera reparado los amojonamientos o revisado los cortes en la oreja del caprino, lo cierto era que Carlos decidía bien y demostraba ser digno heredero.
Antuán era consciente de que los días se descontaban, de que cada vez comía menos y le era más difícil ocultar a la nuera los temblores de sus manos.
Dormía peor y de menos, temeroso más no cobarde, traicionado por unos recuerdos que le llenaban el sueño con imágenes de una mocedad asfixiada entre frustraciones y banderas rotas.
No quedaba mucho.
La decisión la tomó una noche en insomnio, receloso de sus pesadillas, despierto y viudo contemplando las cañas encaladas que le hacían un techo.
Una vez más – se convenció – Será la última.
Con la amanecida Carlos lo esperaba junto al Camino Real, con el morral lleno, los perros atentos y el rebaño bien agrupado.
Cuando Antuán apareció, el hijo saltó de un brinco y solo el sacrosanto respeto evitó que se lo arrancara a bastonazos de la cabeza.
- Padre no nos comprometa. !Sáquese eso de encima!.
- Siempre la llevé...aunque ni tu ni nadie lo vierais.
Antuán sorprendió a la luz con una desgastada boina roja sustituyendo a otra, igual de desgastada solo que imparcialmente negra.
- Padre si la autoridad nos echa ojo....
- No pases apuro que esta será la definitiva. Ya no tengo huesos para acompañarte más a Horta.
Cuando con las horas, atisbaron el caserío del pueblo y aquel muro estirado que era San Joan, Carlos se convenció de que esa misma noche, la pasaría dando explicaciones en el cuartelillo en lugar de hacerlo en Casa Racó, donde con las migas siempre había risas, confesiones y confianza.
Los más abuelos, nunca del todo desmemoriados, los miraban de refilón y cautelosos.
A las mujeres se les caía la colada mientras los “Jesuscristos” se les escapaban como a la acequia el agua.
Incluso algún hombre hizo requiebro a sus propios pasos para evitar verse comprometido con el saludo.
Solo los niños, que no sabían y a los que no contaban, jugaban sin percatarse en como se coronaba la cabeza de Antuán.
- Marcho a saludar.
Al hijo le vino algo de mala conciencia al sentirse agradecido quitándose de encima semejante capricho.
Diciendo adiós, arreó las ovejas camino del marchante con el que había apalabrado.
- !Que no te paguen a menos de 60 reales! - lo escuchó gritar ya algo alejado.
Antuán callejeó hasta que las alpargatas descendieron hacia la plaza.
Allí paró un momento bajos los imponentes soportarles de aquel Ayuntamiento que parecía más fortaleza o cárcel que la Casa de todo un pueblo.
Aspiró hondo.
El sitio ya no le olía a pólvora, ni a miedo, ni a tenso.
Al lugar lo flanqueaban arcos inmensos, todos medio apuntados y bajo ellos, cobijaban la faena del sol mujeres en parloteo y algún ambulante, pregonando que lo mismo afilaba cuchillos que sabía encontrarle remedio a cualquier catarro.
Tras uno de ellos, jalonado por una ristra colgante de cebollas, encontró el portal que buscaba.
Avanzó imponiendo silencio, sin devolver miradas y se metió olvidando tocar la aldaba.
Agradeció la sombra fresca que acogía en aquella casa.
No hizo saludo.
Allí no hacía falta.
Siguió el aroma a viejo hasta reencontrarse con el, apretujado y doliente, con el bastón entre las piernas, sujeta con las dos manos, la espalda humillada frente al mundo y los ojos empeñados en la inevitable espera.
Se alegró al descubrirle sobre la cabeza una boina roja, tan raída y achacosa como lo estaba la suya.
- Bon día Antuán.
- Bon día Paul – respondió – Andas anticuado como yo.....pero no sordo.
- Anoche andaba desvelado...pude escucharte sobre el puerto. Como ves.... – el catalán señaló lo que llevaba encima de la frente –....te hice caso.
Bucardo

La Carta


La Carta
Sobre su cabeza, resonaba la tormenta metalizada y Louis, conformado, escondió la carta en el saco del cartero. El hombre, aliviado por librarse del mal tiempo, se dejó diluir entre la bruma sin que esta pudiera evitar que sus pasos, resonaran entre el omnipresente barro. Sonó el pito y todos a una, saltaron gritando fuera del parapeto. Luego resonó el tableteo. Nunca más volvimos a saber de Louis. Su carta se limitaba a apenas siete palabras: "No consigo recordar que es un hada". Yo tampoco. Y me da rabia.

Bucardo

domingo, 30 de noviembre de 2008

La Senda


La Senda
La senda, embarrada y angulosa, ascendía hasta sobrepasar el pinar, sacándole la vista a la pradera para, finalmente ir a morir, allí donde la montaña también lo hacía.
La senda era arteria de cobardes y valientes, de niñatos y bravos los cuales, quisieran o no, estaban obligados a hacerse valer frente a la peña.
Y la peña, fría, cruel y selectiva, era solo eso, una piedra.
Tragados en sus barranqueras, sucumbían los más y sobrevivían tan solo los que ella quería.
Y pocas veces quería.
Sebastián estuvo afortunado.
Al hacer cima, no supo explicar como lo había conseguido.
A cada paso, a cada apuro, olvidó a quien pisó, a quien condenó al abandono, a quien negó agua y a quien arrebató la vida.
Y allí, sobre la cresta, donde pocos llegaban y nadie podía hacerlo más alto, se sintió, sobre todo….inmensamente solo.

Bucardo

sábado, 22 de noviembre de 2008

El Paseo


El Paseo
El hombre paseaba desorientado mientras tráfico, pestes y peatones, lo esquivaban casi por milagro.
No oía, no veía, andaba ensoñado, incapaz de reconocerse en aquel paisaje urbano.
El estaba más allá, quedaba más atrás y aunque la estética fuera de nuevo milenio, prefería creerse todavía niño y agarrado a alguna mano.
Los coches eran carros, las calles empedradas y los caballos, gigantes, dejaban resonar en el aire toda la fuerza de sus cascos.
Las gentes vestían de traje y sombrero, saludaban sin empujar y si tal circunstancia se daba, se disculpaban con franca cortesía.
El río era claro y bravo, las piedras nada negras y era posible, a través de las conversaciones, escuchar las hojas de los plataneros.
Ensartados entre las agujas de la catedral, los nidos de las cigüeñas.
Esqueletos de un pasado que ya no estaba.
En su lugar, aquel cartel, expandido y colorista, donde una señorita poco recata ofrecía las burbujas de una botella que sostenía.
Sonaron las campanas electrónicas.
Y la ciudad recobró ante sus ojos, todas su verdadera vida.
El hombre respiraba ansioso y hundido, perdiendo la vista de todo lo que conocía.
Regresada la conciencia, no reconocía ni calles ni fachadas, ni idiomas ni rostros, ni gritos, ni tan siquiera el aire que respiraba.
Sobrepasado, el cuerpo se le dobló sobre la acera.
Nadie, ni una sola sombra se paró para saber que tal se encontraba.
Miró el asfalto....miró sus manos.
Uno pulido y aseado.
Las otras, hace mucho que dejaron de ser las de aquel niño.
Enormes e infladas, evidencia de lo que ya nada era ni volvería a ser.
Desde la izquierda surgió otra, más viva y decidida que aferró las suyas, temblorosas mientras dejaba sonar su voz, dulce para que no se asustara.
-Padre anduvimos buscándote toda la mañana.
El hombre curioseó aquel rostro sonriente y consolado que en algo se le recordaba si bien un dolor extraño y palpable le impedía encontrar el nombre que le pertenecía.
-No debes escaparte padre. No ahora que nos queda tan poco.
-Claro.....claro.
Respondió dudoso.
No estaba seguro de si era quien sospechaba.
Pero el calor de su mano confortaba.
No podía ser nada malo.

Bucardo

viernes, 14 de noviembre de 2008

Los Falsos Cambios - El Desbocado Objetivo



Los Falsos Cambios – El Desbocado Objetivo
Anoche andaba pensando.
Veía la monoprogramación televisiva.
El cambio presentando ante la masa un futuro entre miel y rosas.
La muchedumbre, los millones que la formaban, coreaban el nuevo Padre Nuestro de tres letras, chillaban, lloraban, se crispaban imaginando que en un par de meses a lo sumo, su hipoteca estaría zanjada, su mujer será alta, firme y multiorgásmica y su negocio saldrá del fondo del pantano.
Reían de felicidad.
Pero no eran ellos quienes más alto lo hacían.
Por mucho que los viera, ustedes queridos oyentes también estarían entre quienes seguirían el recuento con expectativas de Final de Copa de Europa, no podía evitar recordar los despachos altos.
Los imaginaba allá, sentados sobre cuero repujado, con puro y cogñac del caro, vistiendo traje de lujo y ofreciendo ademanes de manicura francesa, carcajeándose por haber logrado colar la mayor estafa de la historia.
Aunque vaya contra mi sueldo les revelaré un secreto.
Los cambios de verdad se hacen rompiendo costillas y sistemas.
Los cambios de verdad tardan en notarse del acostarse al despertar malhumorado.
Pero ahora la masa piensa que la casa es nueva.
Aunque el cimiento sea el mismo.
Lo único que hicieron, fue dejarnos elegir un color nuevo.

Bucardo

Así mataron a Antuán


Así mataron a Antuán
Antuán palidecía tendido sobre el asfalto.
No se daba cuenta que haciendo círculo, sus asesinos, con las escopetas alzadas, se acercaban para contemplar su agonía.
De las heridas manaba vida y su dueño, consciente, trataba de no darles el gusto de mostrar el pánico que sentía.
El más alto de ellos, el que tenía la voz más aflautada, apuntó al pecho.
Aunque el pasamontañas lo escondía, en el cruce, ojos de muerto y asesino se reconocieron.
- Pepe Luis cabrón....tu ignorancia no se muere conmigo.
Al cabrón, sabido y descubierto, los dedos le temblaron bordeando el gatillo.
Antuán miró al cielo ya conformado.
No hubo tiro de gracia.
En su lugar uno tuvo tiempo para perder del miedo y los otros para ganarlo.
- Vamos – ordenó el cheposo – !Al pueblo!. Allí sabrán ocultarnos.

Bucardo

jueves, 6 de noviembre de 2008


El Monaguillo
- ¿Crees en Dios?.
Uno suele esperar este tipo de compromisos en un ambiente algo más relajado que la sacristía.
Pero la pregunta me la hicieron allí, con ocho años escasos y frente a mosen León, aquel cura sacrosanto y temido que lo mismo impartía bendiciones que arreaba sufridos coscorrones cada vez que le rompíamos la cuerda del badajo.
A la abuela, mujer beata hasta el extremo, parecía ilusionarle aquello de verme meneando la campanilla cada vez que el sacerdote alzaba la forma sacra.
Pero para mi aquello era un suplicio mitigado cada vez que el mosen no daba la espalda y nos comíamos las ostias por docenas, estuvieran o no bendecidas.
Solo pensaba en acabar lo antes posible con Dios y correr hacia la plaza, para ver si todavía estaba a tiempo de echar unos pelotazos antes de atender a la merendola.
- No lo se – respondí.
- Si – acató sorprendentemente sumiso- A tu edad todavía no te lo ha dicho.
Mosen León se quedó mirando a través del enjuto ventanuco que asomaba a la montaña.
Era un gesto muy suyo.
Me refiero a eso de quedarse callado y oculto, contemplando un paisaje que en realidad, dudo que alguna vez llegara a mirarlo con detalle.
- Algún día lo sabrás. Solo espero que no me pierdas el respeto por ello.
Bucardo

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El Cambio


El Cambio
Al hombre del puro, los cambios le daban miedo.
Su puro era cubano puro, hilado a mano por cinco centavos, importado por un dólar y fumado a seis la bocanada.
Y cada una de aquellas bocanadas, era un recordatorio de cuanto poseía y cuanto, por tanto, podía llegar a perder si lo aceptaba.
Pero afuera resonaban los gritos y por mucho oro e influencia que tuviera, por mucho que le incordiara, el asunto era tan nefasto, que ya ni siquiera acataban su deseo de silencio.
- !Callaos os lo ordeno!. !Callaos!. ¿Acaso no sabéis quien soy yo?.
Si, si que lo sabían.
Por eso precisamente querían el cambio.
Al hombre del puro le entró el acobardamiento.
Pero era entonces, cuando temía perder aquel privilegio, cuando lograba sacar la mejor punta de su ingenio.
Cogió un vote de pintura, un pincel sin uso y adoptó el nuevo aspecto.
Y al presentarse ante la masa, esta dejó de gritar, engañada por el cambio.
El hombre del puro se sentó en el sofá y con la chimenea encendida y la copa de Calvados flotando en la mano, continuó saboreando aquel pedazo de Habano.

Bucardo

jueves, 30 de octubre de 2008

La Gabacha


La Gabacha
La gabacha ya no nos trae olores sobre el lomo.
Anda desalada, perdida y huérfana.
Antaño, siendo yo muy crío, contemplaba ensimismado las enormes fosas nasales del abuelo.
Inflándose velludas, aspirando y expirando, parecían ser capaces, con cada bocanada, de averiguar todas las cosas que la gabacha traía consigo.
La gabacha nunca se veía.
Solo podía sentirse.
Era un viento tan helador como el norte donde lo parían y con el, portaba fiel el recuerdo de todo aquello que hubiera rozado.
Desde los Gaves franceses hasta las llanuras del Somontano.
Si mecía los pastizales, olía a hierba.
Si provocaba el crujido de los hayedos, olía a níscalo y a húmedo.
Si jugaba con el pelaje del oso...olía a oso.
Para destriparlo, el abuelo lo encaraba impasible, mudo y serio, terriblemente serio.
Como si fuera juez supremo de un juicio supremo.
Esta tarde lluvia.... – sentenciaba –....y jabalís bien gordos por la barranquera de Lomenás.
Desde su seriedad supe robarle aquella extraña enseñanza.
Tras muchos años, a base de paciencia y fallos, aprendí a descifrar el jeroglífico diario que la gabacha portaba hasta el llano.
De mañanas, apenas amanecía, cuando el día era limpio y el calor naciente animaba, me solazaba con largos paseos que duraban casi hasta el almuerzo y en los que procuraba aguzar las orejas por donde mejor les llegara el viento.
Es así como puedo llegar a saber que la lluvia arrecia gorda sobre el Soaso, que la nieve será espesa la próxima ocasión que se presente, que los rebaños anduvieron inquietos la pasada noche por culpa de unos ladridos, que los sarrios se persiguen encelados o que el águila, llora por una mala crianza.
Todo lo que la gabacha rozaba era chisme...pero solo a mi me lo contaba.
Antaño ya es mucho antaño y ahora, con los nietos renegando desde el asfalto, quedo viudo y descuidado, recordando aquellas narices grotescas que abultaban la cara del abuelo.
No ando solo.
Al menos cuando charlo con el viento.
Solo así puedo saber antes que nadie.
Saber que desde que subieron las máquinas, no soy capaz de oler la frondosidad del hayedo.
Saber que desde que llegaron los del maletín, el monte que roza es menos tierra y más asfalto.
Saber que desde la cabañera, llega más olor a hombre que a cordero, a todoterreno que a cayado.
Una mañana, desmigando el pan sobre la leche caliente, la gabacha vino enrabieta, abriendo las ventanas e inundándome la casa.
La noche pasada, los hombres, encorajinados por tener una escopeta cruzada, habían salido al monte para vengar en otro sus frustraciones.
Y el viento me dijo que lo habían conseguido.
Desde entonces, jamás volví a oler un oso.
Durante semanas, a mis espaldas algunos insensatos anduvieron presumiendo sin vergüenza...sin miedo.
Apenas me dejaban sentirlo con mi silencio.
“Solo el tonto puede llegar a querer... – pensé –....levantarse un día siendo más pobre que ayer”.
Bucardo

miércoles, 29 de octubre de 2008


El Veneno
- Nadie me explicó que esto fuera así.
Madre no escuchaba.
Era tarde.
A esas alturas ya debía de estar envenenada.
Frente a la familia, el plasma, los había succionado hasta impedirles incluso el habla.
En la programación prometieron, dos homicidios, una violación, la receta de una comida milagrosa que no engorda, una mujer llorando, unos hombres que gritan, la cacería de una bestia salvaje, un toro lanceado, la histeria del colectivo y un especial informativo sobre la vida sexual de cierta marquesa.
Al chico, la queja le fue perdiendo fuerza, la expresión se le tornó hueca, la conciencia, perdiéndose de toda lectura y el libro, desolado, acabó resbalando hasta caer sobre el entarimado.
No hagas ruido – se quejó la hermana mientras agarraba el mando imponer más volumen.
Y así fue como el, tu, todos, quedamos envenenados.
Bucardo


El Error de Frances
Con los años y el desastre, también le vino a Frances el arrepentimiento.
Frances amigo, el monte es para siempre, el monte es para toda la vida. El cemento es cosa de unos cuantos con poco tiempo.
Paseaba cansino y algo cheposo, aunque la edad solo le acorbataba cincuenta y ocho años.
Entre las moles, las agujas que pinchaban malhiriendo el paisaje del valle, se escuchaban pasos, los suyos, resonando en aquel vacío que en tiempos se llenaba quince días por año y ahora solo era gris...gris mudo y cementero.
Giró para coger la senda que bajaba hasta la ribera, donde de chico trataba de coger truchas a manos o alcanzar la carrera de alguno de sus perros.
Ahora la presa retenía la corriente y el zumbido insano de la electricidad se alejaba por gruesos cables hacia el sur, donde le sacarían el provecho que a ellos les birlaron.
Frances amigo, ¿no te duele?, ¿no lo sientes tuyo?, ¿no vas a hacer algo?.
En verano, cuando retumbaba la tormenta, parecía escucharse el grito del río, enrabietado mientras trataba de librarse de aquel bozal con que lo habían amordazado.
Cruzó el puente.
Era ancho y blanquecino, con la lengua alquitranada perfectamente marcada, arañando la tierra hasta llegar al campo de golf que lo justificaba...al otro lado de la vaguada.
Antes que el campo hubo pueblo, con tres familias y una veintena de paisanos.
Pero al puente solo lo trajeron con la excusa de los 18 hoyos...cuando las casas ya había cerrado.
Frances retuvo la mala conciencia y miró al cielo.
Volaba sin pájaros.
Miró al monte.
Se alzaba en silencio.
Y a cada paso, se arrepintió por no haberles hecho caso.
Pero era ya demasiado tarde como para reconocerlo

Por un Pirineo con Osos......

Bucardo

viernes, 24 de octubre de 2008

La Negativa


La Negativa
La gangrena del silencio nos estaba amputando.
Era un virus sordo y mudo que nos cosía la boca y cercenaba el sentimiento.
Por desesperados que estuviéramos, aun dolidos y agonizantes, lo cierto, es que ya no teníamos nada que decirnos.
Salvo el reproche.
La soledad es una mala suegra que se impuso entre nosotros a pesar de la mutua compañía....en el comedor, en la cocina, bajo el teléfono de la ducha, mirando el techo tumbados sobre la cama.
Siempre juntos....siempre solos.
Estaba cansando de sentirme piedra, obstáculo, barrera en su destino.
Y todo por una banalidad surgida en el mejor de los días.
Caminábamos cogidos de la mano, nos comimos bajo la sorprendida mirada de los camareros, regresamos al hogar e hicimos el amor con menos de cuerpo que de cardíaco.
Desnudos y satisfechos ella me miró.
¿Si? - preguntó.
No – di la respuesta.
Y no hubo más.
Así de sencillo.
Pero sin saberlo, ni yo ni ella, plantamos la semilla de una diminuta frustración que con los años, se nos convirtió en cosecha amarga.
Sin darnos cuenta, comenzamos un lento proceso en el que se nos separaron las manos, pusimos los ojos sobre el plato y recurríamos al desfogue tan solo cuando nuestros cuerpos ya desbordaban más allá de lo irrazonable, con los párpados cerrados e imaginándonos en otro lado.
Me hice extraño.
Se hizo extraña.
Nos amargamos.
Cada mañana cogíamos un autobús diferente que por la noche, volvía a dejarnos en la misma parada para el aseo, la comida y el descanso.
- Hasta luego – se despidió ella.
- Hasta luego – me di la vuelta en la cama.
Bucardo

miércoles, 22 de octubre de 2008

El Buen Hijo
¿Lo mataste?.
Si madre.
Bien – asintió orgullosa- Ahora siéntate.
Sucio y exhausto, el hijo se sentó apoyando los codos sobre las rodillas y aliviando su cabeza del peso de la boina.
El entendimiento apenas se le resistió unos segundos a la magia hipnótica del fuego.
La madre cogió un plato de madera, lo rellenó con gruesa cucharada de cocido y se lo puso en el regazo.
Andaba seria y conformada.
No lo miró, no le hizo gesto...tan siquiera le regaló un mimo o alguna insulsa caricia.
Se quedó, eso si, ensimismada mirando aquellas dos manos, animalescas, velludas y ensangrentadas...aquella navaja cerrada y dormitando entre la camisa y el fajo....y aquellos ojos impropios, inconscientes del mal que habían causado.
Ella le dijo !hazlo!.
Y el lo hizo.
Afuera el viento soplaba.
Con el, llegaban claros el sonido de los cascos, golpeando el camino que traía hasta la pardina.
Aun les quedaba trecho.
Eran los somatenes, sus rifles, sus horcas y su ley sin presos.
Madre e hijo no perdieron tiempo en despedidas.
Mientras todavía escuchaba los tragos del vástago dando cuenta del guiso, madre esparció la brasa del hogar sobre el suelo de la casa.
La madera reseca y el viento, hicieron el resto.
Ella se lo quedó mirando y el, por no contrariarla, no salió corriendo.
Cuando la partida paró, frente a ellos, solo había fuego.
Bucardo

domingo, 19 de octubre de 2008

Volver


Volver
- Nunca te dije que pudieras volver.
- Nunca te lo pedí.
Max permanecía humillado ante a Tere, con los ojos postrados sobre aquellas horrendas zapatillas de andar por casa.
Estaban raídas, en tiempo fueron azules y ahora decoloradas por el uso y las lágrimas, parecían echarle tantas cosas a la cara como las que le echaba el rostro fruncido de su ex esposa..
Se las había regalado el, en uno de esos aniversarios desinteresados, esos en los que después de tantos años, se pone tan poca ilusión en el regalo como en celebrarlo.
Max todavía tenía esperanzas de ser readmitido en el seno de todo lo renunciado.
Tere no mantenía la puerta a medio abrir, con una cadenita dorada como frugal pero firme impedimento.
Su brazo frente al dintel hacía las veces de parapeto pero…¿acaso aquellas extremidades no servían también para abrazar o redimir al arrepentido?.
Lentamente encontró valor para izar la mirada.
Su despechada compañera se cubría con una bata fina de satén blanco.
La prenda le caía a plomo, firme, no sin antes dibujarle unas formas que así, de sopetón, después de tantas noches solo, se sorprendió de reencontrar apetecibles.
Un lustro antes le había dejado de hacer el amor no porque sus pechos decayeran, sino porque sintió en ella a un hacer más propio de una máquina que de un cuerpo imaginativo.
Y ahora, parecía añorar aquella manera tan autómata de conseguir arrancarle placer, mostrándole al tiempo, que lo amaba como nunca y que nadie sabría jamás sacarle como ella todo lo que le gusta.
- Tere….- susurró pensando que con ello derrumbaría definitivamente el último ladrillo.
- ¿Quién es? – preguntó una voz masculina desde el fondo.
- Es Max – se giró para contestar.
Cuando su atención retornó al descansillo, este se encontraba vacío.
Extrañamente Teresa lamentó verlo así….tan frío.
Cerró la puerta lentamente, como si todavía se esperanzara por verlo escondido en el rellano, sentado sobre las escaleras.
Pero no lo estaba.
Al poner la cadenita ahogó una lágrima.
Bajo el frío, Max, no era capaz de contenerlas.
Bucardo

miércoles, 15 de octubre de 2008

Juan el Templado


Juan el Templado
- Andamos tiesos Juan.
- Tiesos solo cuando muertos.
Juan andaba de optimista a la viceversa que su cartera de perras gordas.
Al menos eso juraban por la calle de los Geranios.
Si el Juan se queja...entonces será que la cosa es bien seria.
Por eso en la Crucería, andaban algo más tranquilos que en otros barrios.
El cierre de la cementera había dejado a demasiados con los bolsillos vacíos y las alacenas criando telarañas.
Y ya se sabe que cuando el túnel es oscuro y encima le roban las bombillas, la desesperación lleva a dar golpes sin ton ni son, sin mirar quien los está recibiendo, solo por desahogo, solo por aplacar el miedo.
Cuando los primeros campanarios comenzaron a soltar chorretones espesos de humo negro, en la Crucería, el Juan andaba rumiando, pasivamente sentado en un banco frente a la fuente del Santo Cristo.
Por toda la ciudad empezaban a sonar gritos, sirenas y carreras.
A media tarde, los de Asalto soltaron algunos tiros.
Pronto se escucharían lágrimas, lutos y lamentos.
Pero el Juan, impasible, rodeado por su cohorte, parecía soportar sobre sus espaldas el peso de todo aquel nervio contenido que se acumulaba en la calle de los Geranios.
Si hubiera sido por Pepe el ladrillero, de seguras que al mosen lo estarían ahora castrando.
De medrar las malas artes de Manuel el anarquista, andarían apedreando los cristales del Gobierno Civil rezando en su ateísmo, porque la más afilada de ellas se estampara en el engordado cogote de algún cacique.
En caso de que en aquel lugar mandara Lucanor el tarado, las mujeres andarían manifestándose con la bandera roja al frente y los hombres sosteniéndoles las espaldas mientras le arrancaban las muelas al empedrado.
Pero aquello era la Crucería y Juan, el templado, al que nada ni nadie le quita el ánimo, estaba quieto, con el rostro sereno y la expresión sometida.
Y cuando desde afuera comenzaban a llegar oleadas de desesperados, huyendo de los altercados, de la rebeldía y los fuegos, las palmas de Juan comenzaron a sonar al unísono y su voz a elevarse sobre los tiros y las campanadas, sobre los rezos y las locuras de un mundo que se les desbocaba.
- Sol de la Andalucía, riego de los geranios, ilumina la cara de esa mora, que nos tiene a todos enamorados.....
Lentamente, la cara de quienes le rodeaban, la de todos, incluso la del acobardado mosen o el enfurecido anarquista, la de aquella beata que desgastaba el brazo santiguándose o la madre de cinco hijos encrespada porque todos le lloraban por el hambre, parecieron iluminarse a una y acompañarle la saeta con sus palmas y las mecidas de sus caderas.
- Agua del Guadalquivir, calma la sed de la España mía, que no sabe de medias ni ceros sino de sangrarse a si misma....
Bucardo

Las Añoranzas de Rufina


Las Añoranzas de Rufina
Aplastada bajo el sol de agosto, Rufina no hacía otra cosa que añorar aquel calor endeble y acobardado de su infancia montañesa.
!Hijo que bien se estaba en la solana!.
En el “Haren”, el bar de media vida, dejaba que el aire acondicionado la adormeciera mientras hordas de sonrosados turistas entraban con el sofoco en la lengua y cara de súplica.
Water, agua, eau, waser, please, si vouz plait, bitte....!porfavor!.
En el local, Rufina no era dueña...sino vieja.
Vieja como mujer, vieja como clienta.
Por eso los camareros la dejaban tranquila, sentada en su esquina bajo el retrato de un Bienvenida dándole cabriola al toro mientras daba cuenta de un cortado sin azúcar que le duraba hasta que tocaba cena y retirada.
Rufina...¿te acompaño?.
Siempre se ofrecían y siempre se lo negaba.
Le jodía que la vieran ya achacosa y de paso lento pero aunque Rufina sabía que era poca resistencia para cualquier raterillo que pretendiera sisarle el bolso, lo cierto es que el orgullo la cegaba y no consentía acompañamiento.
No voy a malgastar ni un segundo perdido en miedos.
Bajo la nocturna, la piel se refrescaba y con el pase podía ordenar su mayor riqueza, la única que, a menos que no escribiera, tan solo la muerte lograría robarle.
Entonces regresaba bajo las encinas que salpicaban como pecas de viruela la sierra de Andujar y se reencontraba consigo misma, correteando desnuda entre el pueblo y la vaguada para llevarle el almuerzo a su padre cuando aun tenía bríos para sacarle jugo a la tierra del señorito.
Aquí moriré yo hija – le explicaba mientras masticaba el tocino – Mis huesos darán alimento a las encinas. Si eliges a una.....esa misma – señalaba con la navaja - ...será como si al verla, volvieras a verme a mi.
Y así hizo.
Cuando el corazón dijo basta y tuvieron que hacer colecta y pedir un ataúd prestado, Rufina escogió la encina que crecía cerca del camino de la ermita y que por su porte y sombra, le era la más favorita.
Pero de aquella sombra no se callaba el estómago.
Para hacerlo tendría que bajar al llano.
Y el llano era algo que entre las gentes de la sierra, sonaba como la Argentina a un madrileño o México a un valenciano.
Quien baja ya no sube – le advertía el maestro – Y quien sube – añadía, recordando que el no era oriundo del lugar – no hace otra cosa que pensar en bajar.
A la abuela Cándida, la bondad le surgía tan incrustada en su propia alma, como las arrugas a los bordes cansinos de su mirada.
Buena, buena, casi tonta, llegó incluso a hospedar al falangista que se llevó preso a su marido.
Mirará usted por el ¿verdad? - rogó.
Lo poco que yo mande – hizo promesa – se pondrá a faenar en ello.
Al abuelo lo devolvieron, si bien entre el paredón y su salvación, debió dejarse la mitad de loco y la mitad de cuerdo.
En ocasiones le entraba la razón y servía como hombre útil.
Pero las más, tenían que pararlo para que no se tirara por el puente de Santa Ana.
Cuando Rufina preguntó a su abuela sobre si debía marcharse y en caso de afirmación hacia donde debía hacerlo, esta solo supo responder con una copla.
“Entre Andújar y Sevilla, de la sierra al paraíso, queda perdida Écija, en la tierra el peor de los infiernos”.
Si marchas hija – daba consejo – hazlo bien lejos. A Sevilla. No lo hagas a Granada, que se te quedaran las rodillas frías ni a Málaga. Allí solo hay moros y mucho ratero. A Sevilla hija, donde hay catedral y tren. Seguro que allí te puedes casar con un hombre que gane jornal fijo en las fábricas.
Y le hizo honor al consejo.
Cuando el autobús hizo reposo en Écija, el marzo, que en el monte era ventoso, allí resultaba bochorno inhumano que vaciaba las despensas de gaseosa y mareaba el aire a fuerza de abanicos.
Rufina mastico sus dudas y tiro adelante.
A pesar del miedo y de aquella ciudad enorme que le privaba de la visión del campo.
Mujer – la calmaba su marido en una de estas, una de tantas, en la que pudo pillarla con lágrimas silenciosas sobra la cara - ¿Donde vas a estar mejor que aquí?. Si en el monte solo hay bichos y mala yerba.
El no comprendía.
Mucho antes de que se amaran ella amó a otro.
Y ese amor no llevaba el cuerpo forrado con carne y hueso.
Su amor era hacia aquella tierra inmensa y alzada sobre las marismas, de donde brotaban todas las aguas y todavía resonaban entre sus huecos, los aullidos de un lobo o las huellas del lince.
Su amor era aquella Andujar que, de no ser obligado el comer de diario, ella jamás hubiera abandonado, condenándose feliz a aquella extraña castidad de casada.
Rufina vieja gustaba del Guadalquivir y su paseo.
Aunque el río bajara lechoso y canela, todavía era capaz de proteger algo de vida.
Algo de vida y un recado.
- Cándida hija....muérete ya....aquí arriba te estamos esperando.
Bucardo

domingo, 12 de octubre de 2008

A Oscuras


A Oscuras
Sentado sobre el borde…siempre sobre el borde, contemplas el suelo.
Aun queda demasiada noche, demasiada ausencia y un impropio silencio.
Solo miras el suelo.
A esas horas, tan solo es un inmenso vacío….y encima negro.
La nuca bajo el chorro.
El mando gira al rojo pero el agua brota fría.
Helador.
Hielo sobre la cara, sobre la nuca, más hielo, como cuchillas sobre tu cabello.
Y no despiertas.
Porque siempre estás dormido.
El baño a oscuras.
Ni siquiera te diste cuenta de si pulsabas o no el interruptor cuando entrabas.
Ahora lo haces.
Pero la oscuridad manda.
Insistes.
Pero nada ocurre.
Extrañado, sales al pasillo y apenas andas dos pasos, la luz, extrañamente, retorna al baño.
Te acercas.
A medida que lo haces, la iluminación se debilita hasta que todo vuelve otra vez a quedarse en penumbra.
Te alejas y la luz recobra fuerzas.
Empiezas a asustarte.
Miras al espejo.
Estas al fondo, estas de frente, pero nada se refleja.
Lo hace el marco de la ventana, el pomo de la puerta, la grifería, el embaldosado azul y blanco e incluso la pared rosácea tras tu espalda.
Pero tu eres transparente, estás vacío y te sientes roto.
Estés donde estés, continuarás a oscuras.

Bucardo

viernes, 10 de octubre de 2008

La Radio


La radio
Un día, la radio dejó de sonar.
No era cuestión de tecnología.
Sencillamente una mañana, fiel a sus costumbres, padre la encendió para que lo entretuviera el desayuno y esta, sencillamente, le respondió con una callada.
Padre se enfurruñó lo suyo.
No le gustaba que lo contradijeran.
- !Que ostias le pasará!. !Si es casi nueva!.
Invirtió la noche en destriparla, en revisarle las soldaduras, el cableado, los chips, el diminuto altavoz o inclusa la correcta longitud de la antena receptora.
Pero de nada sirvió.
Al día siguiente, ya sin paciencia, padre la llevó al especialista.
Este, que del asunto sabía un rato largo, cobró ocho horas por una faena inútil.
- Mira que llevo tiempo en esto y que dispongo de medios - explicaba mientras sobre la mesa se extendían cuidadosamente ordenados, todos los mecanismos que daba forma a sus entrañas - Y no le encuentro remedio.
Finalmente, padre la dejó por imposible, abandonándola en un rincón del trastero.
"Por fin - pensó - Ya era hora de que me dejaran sola".

Bucardo

jueves, 9 de octubre de 2008

El Hombre Poderoso


El Hombre Poderoso
Soy un hombre poderoso.
No tengo armas, ni tierras, ni mansiones, ni cartera.
Mi cuenta pasa de negro a rojo, carezco de musculación y el intelecto me va de más a menos.
No soy alto, ni grato, ni tan siquiera bello.
No visto con tela cara, no colecciono divorcios o amantes, los amigos me escasean y mi rostro no promociona el aroma de moda.
Pero soy un hombre poderoso.
Tengo boli, papel y una idea.
Alguien debería saberlo.

Bucardo

miércoles, 1 de octubre de 2008

Cuando le llegaron los cuarenta


Cuando le llegaron los cuarenta
Cuando Patricia pasó de los cuarenta se preguntó por que seguía junto a Jorge.
En sus ocho años de relación, habían superado numerosos altibajos, si bien sobreponiéndose, continuaban siendo, cara a la galería, una pareja de buenos entendidos.
Sin embargo, en cuanto comienzan a sobrepasarte las edades, resulta inevitable el que, enquistadas en la rutina, vayan surgiendo eternas dudas.
Así, entre el “sobao” del desayuno y la musiquilla del Windows, se preguntaba si había acertado a la hora de elegir aquella forma de ganarse la vida.
Ella siempre se consideró algo más creativa y alejada de aquellas cuatro paredes de prefabricado gris donde durante ocho horas al día, trataba de presupuestar reformas de baño.
En los vestuarios del gimnasio, ocultaba sus curvas crecidas bajo capas de ropa sobredimensionada, mientras lamentaba tener cada vez menos tiempo o cada vez más vagancia para contraatacar a aquella flacidez velocista.
Mientras comía, de precongelado y sola, suspiraba por aquel cursillo de cocina oriental que dejó escapar por culpa de la inapetencia de su pareja ante al shushi o el basmathi con curry
Nunca le fue fiel a Jorge.
Y nunca sintió culpabilidad por ello.
Su sexo le pertenecía a ella en exclusiva y no se sentía atada a la castidad monógama por el sencillo hecho de haberse tropezado con la piedra del enamoramiento.
Pero la soledad le aterrorizaba, mucho más ahora, que entraba en el quinquenio de los “sin remedio”….de los cuarenta a cuarenta y cinco, cuando descubres que el margen se acorta y ya no se tiene espacio para maniobrar y rectificar errores.
- Te veo triste.
Noelia siempre veía en triste.
Noelia era pesimista por ADN.
Pero también sabía como prolongar los cortados, como dar consejos insulsos o como escuchar cuando sentía que alguien, necesitaba más de sus oídos que de su lengua.
- ¿Es Jorge?.
- Es todo – contestó descubriendo que el café se le había quedado frío.
- Entonces amiga mía…es que ha llegado a los cuarenta.
- ¿Y que hay luego?. Tu con cuarenta y tres sabrás alguna cosa de ello.
- ¿Luego?. Luego solo viene el tiempo; el que se agotó y el que aun te queda.
No fue buen condimento aquel consejo.
Cuando llegó a casa, hubo un momento, tres o cuatro segundos, en los que tuvo que templar nervios cuando vio a Jorge adormilado sobre el sofá, saludándole con un gruñido mientras mostraba la dejadez vistiendo unos calcetines sudados.
Durante la cena, pasta recalentada pues no tuvo ganas de marear fogones, no se le escapó una sola palabra.
Esa noche tocaba partido y el, después de rumiar con aire animalesco, se levantó sin dar un gracias y marchó a postrarse frente al altar televisivo.
Ella tomó lágrimas de postre, fregó la vajilla, libró de rimel su cara y, rodeada por el griterío de un gol y de aquella inmensa e intraspasable soledad, se metió en la cama, aun en insomnio, contemplando el reflejo de su rostro en el espejo del armario.
Jorge se acostó apenas pasó de la medianoche.
Tumbando junto a ella, antes de dormirse, la rodeo con su aroma, besó tiernamente su nuca y se sumió en el sueño.
Y entonces, impensablemente, sintió como la ira se le diluía, como un sopor dulce la dominaba y como, lentamente, se quedaba profundamente dormida.
Un segundo antes de hacerlo, agradeció descubrir la respuesta a por que continuaba junto a un hombre, al que casi ya no amaba.
Bucardo

martes, 30 de septiembre de 2008

Kiki de Montparnase


Kiki de Montparnase
Kiki nunca se había sentido más desnuda.
A pesar de que era invierno y vestía grueso.
A pesar de que su oficio, la había acostumbrado a pasar largas horas tendida e inmóvil, frente a los ojos detallistas, cautelosos y definitivos del artista.
- ¿Terminará usted pronto?.
- ¿Acaso tiene usted algo mejor que hacer?.
Era una buena pregunta a la que no era necesario marcar una respuesta.
Y ello incrementó la hostilidad que le inspiraba aquel extranjero de francés americanizado al que conociera como a tantos….de cafés por el Montparnase parisino, de un saludo y cuatro palabras que terminaron en su estudio, dejándose retratar a cambios de cuatro francos.
Pero Kiki recordó que el americano no la pintaba.
Ni tan siquiera tenía una sola brocha.
El americano la acosaba como las hienas husmean la pieza malherida.
Giraba en torno suyo, enfocando y desenfocando, buscando una luminosidad adecuada, un ángulo desconocido para apretar el disparador en cuanto creía que la combinación lo satisfacía.
- ¿No le gusta que la fotografíe verdad?.
- Las cámaras son frías – respondió sin retirarle la vista.
- ¿Teme usted a una vulgar cámara?.
- Esos bichos son inhumanos y artificiales. No admiten errores ni correcciones. Nunca camuflan la fealdad ni la belleza.
- Por eso mismo debería gustarle. Esta máquina – la palpó esbozando cierto cariño – es lo contrario a un macho.
- ¿A que se refiere?.
- A que no le mentirá con la intención de llevarla a la cama.
Kiki no pudo evitar la media sonrisa.
Era, a pesar de su tosco e inapropiado acento, una magnífica comparativa.
- Por eso la he escogido – añadió.
- No comprendo.
- Porque su rostro, su cuerpo, sus ojos, incluso su nariz no mienten. Solo debo mirarla, añadirles algo de luz y…!voilá!.
Kiki había dejado de sentirse incómoda.
Aunque no le gustara su nariz, demasiado estirada y angulosa.
Ahora y definitivamente, tomó aquella insistencia en el enfoque, como un halago.
- ¿Incluye usted el desnudo en los cuatro francos? – preguntó.
- ¡Claro! – contestó con naturalidad mientras en cuatro segundos dejaba que su piel se tornara de gallina por el fresco – Frente a usted…incluso por algo menos.
Bucardo

lunes, 29 de septiembre de 2008

Las Soluciones Redondas


Las Solucionas Redondas
Cuando las noches comenzaron a convertirse en madrugada, nos dimos cuenta que nos estábamos haciendo mayores.
Sobre todo porque nuestros padres dejaron de crisparse con ello.
Durante el almuerzo, como si aquello supusiera otra prueba a su inquebrantable estoicismo vital, soportaban nuestra cara de resaca mientras allí sentados, mareábamos unas lentejas insípidas y sin chorizo.
Con Ángel apenas bebíamos los sábados.
Como nuestra sangre no acostumbraba, bastaban un par de cervezas para que las palabras nos tropezaran, las charlas se tornaran insulsas y los temas, fueran derivando hacia temas mucho más insulsos y carnales.
Sin embargo, el resto de nuestras amanecidas, solían coronarse por todo lo grande; con una serenata de bostezos y soluciones redondas.
¿No son eso los dieciocho?.
Los años de las soluciones redondas.
No había problema ni dilema para el cual no supiéramos encontrar remedio.
Pero lo peor, no era perder horas y horas de sueño invertidas en hallarlas.
Lo peor era desesperarse al no comprender como nuestros mayores decisorios, los del uniforme, mitin, sotana y corbata, se mostraban incapaces de localizarlas.
Y no solo eran ellos.
- Anda, déjate de tonterías. Que no se cuando te entrará la entendedora.
Así solía zanjar padre la discusión cuando la misma se enquistaba en un mutuo empecinamiento….entre nuestra solución redonda y su terquedad en no comprenderla.
- No puedo entenderlo – lloriqueaba ante Ángel mientras paseábamos por los jardines de Devob, apenas recién inaugurado sobre el solar de un antiguo cuartel que los milicianos convirtieron en matadero el primer día de la guerra – No nos falla ni un solo detalle. Y sin embargo, solo saben negar y reírse a media carcajada.
- Eso es lo que peor sabe. Cuando se nos ríen a la cara.
- Oye….¿no estaremos errados?.
- No – afirmó convencido – Serán ellos….que se habrán olvidado.
Bucardo

domingo, 28 de septiembre de 2008

Quiero Ser Jeff Bridges


Quiero ser Jeff Bridges
Al Gran Lebowski no le dejaron vivir tranquilo.
La vagancia, la despreocupación, los bolos o las extrañas combinaciones de cocktails con crema o leche….si, esas fueron siempre las aspiraciones de mi vida.
- ¿Qué quieres ser de mayor hijo?.
El eterno dilema con el acné en la cara.
Pero yo, tenía ya una respuesta.
La tuve desde que Jeff Bridges nos enseñó el camino.
Noches de bolera, buenos amigos, ausencia de horarios, discusiones sin sustancia y, cuando el milagro se tercia, alguna pelirroja despampanante deseosa de ser preñada.
Al menos durante los primeros quince minutos, nos dejan soñar.
Ese primer cuarto de hora es el más mágico.
Luego el guión se complica, se llena de obligaciones y presiones, del que dirán, de la hipoteca, del anillo, de las decepciones, de las casillas del Excel….donde vas desgranando las fechas, los conceptos, las citas, los negocios, el gasto y un salario.
Yo solo quería ser Lebowski.
Pero luego la cosa se complica.
Como se me complicó a mi.
Como nos la complicaron a todos.

Bucardo

sábado, 27 de septiembre de 2008

El Cine del Gitano


El Cine del Gitano
Tajol era demasiado ridículo como para tener cine propio.
Había una dehesa inmensa y salpicada de puntuales y centenarias encinas.
Había un río encabritado y abrupto con un molino de agua aun en uso y unas acequias que como venas frescas, daban vida a las huertas.
Había un cura peleón y un alcalde cacique, un borracho sin remedio y una puta silenciosa, un candidato a tonto, una maestra sumisa y un ejército de beatas de misa diaria, encargadas de mantener cerrada con doble cerrojo, la férrea moral católica de la mesnada.
Diversiones….las justas.
Una romería para San Sebastián, un carnaval con ronda y las fiestas mayores, las de San Rafael, que lo mismo festejaban el final de la siega que el comienzo de una nueva invernada.
Por eso, cuando llegaba el verano, al paisanaje se le alegraba la cara en cuanto veía aparecer a la mula del gitano con su proyector al lomo.
El gitano cobraba media peseta por asiento.
Era un robo de escándalo pero lo cierto es que cuidaba del negocio casi tanto como acicalaba sus patillas y siempre acudía bien surtido con las últimas novedades que llegaba a la capital desde el otro lado del charco.
Casi nadie sacaba el pecho por el gitano.
Aquel ser escurridizo y solitario, no gustaba de la compañía y buscaba refugio en la cueva del Rojo, a media hora de monte a través, donde, según los más cobardones, planeaba oscuras fechorías y para las santurronas, ponía cruces del revés mientras rezaba extraños salmos.
Pero aunque en público jamás lo defendía, lo cierto era que Lina sabía que no era así.
- Déjalo niña – la perdonaba – No más farta que tengas problemas por culpa de este desgrasiao.
- Tu no eres un desgraciado.
- Si…si que lo soy. Si se me olvida, solo tengo que llegar a la siguiente aldea. Naide me dice un buenos días, naíde me saca agua cuando cae la calima…nadie me señala una pared blanca ande se pueda enfocar el proyector….Pero ellos no saben que son tos unos desgraciaus como yo.
- ¿Yo soy una desgraciada gitano?.
- No mujé….!bien diferente que tu eres!. Si no fuera porque nos mataban a los dos, aquí mimo que te pedía bodorrio – Lina sonrió maliciosa imaginándose la reacción de su pretendiente bizco al que tantas veces había rechazado – En ná te pretendo ofendé. Pero es que los del pueblo, como tos los de la dehesa, no saben echar la cara más allá de la bellota.
- ¿Y tu has visto algo?.
- ¿Yo?....acarició su proyector. Yo lo he visto tó.
El gitano sabía que en parte, le estaba contando una mentira.
Pero no lo hacía con malicia.
No pretendía dorar el caramelo para intentar sonsacarle dinero o alguna cosa más perversa.
La otra parte, la verdadera, se exhibía cada noche, ya muy de madrugada, en la pared de la cueva, donde ayudado por una batería, la máquina le iba derritiendo frente a sus ojos, increíbles historias.
Así fue como conoció Casablanca y sus bares de piano mientras Ingrid Bergman lo enamoraba…..allí visitó los desiertos de Palestina al tiempo que los músculos descerebrados de Victor Mature destrozaban templos filisteos…..allí navegó por el Nilo intentando ver de más entre las telas húmedas y pegadizas que vestía la Taylor.
- No te creas todo lo que te digan de mi chiquilla….¿no te lo crees verdá?.
- Prefiero creerte a ti gitano.
Bucardo

viernes, 26 de septiembre de 2008

El Hombre que no supo crear


El hombre que no supo crear
Soy el hombre que no supo crear.
Nací, viví, forniqué y morí sin dar un solo paso.
Lo hice todo por donde dijeron.
Caminé sin sembrar traza nueva y ahora que muero, inconsciente como nos dejaron, escasamente me apeno.
Cierro los ojos y apago.
Soy el hombre que no supo crear y por eso ahora, no se decirles si he existido.
Bucardo

martes, 23 de septiembre de 2008

¿Crisis?....será para usted: El Desbocado Objetivo


¿Crisis?...será para usted: El Desbocado Objetivo
Me estoy fumando un puro habano.
Al otro lado, pegado a la radio, ustedes escucharán como lo hago, pero no podrán saborearlo.
Es una sensación de dioses.
Al aspirar su humo, denso y bien tratado, los pulmones se olvidan de lo maltratados que estuvieron cuando siendo nadie, me veía obligado a fumar paquetes de Celtas y toser como un viejo arrugado con apenas veintipocos años.
Estando como estamos, con eso de la crisis compartiendo cama, esto puede resultarle un lujo excesivo.....pero no se engañen.
Ustedes, los de la clase baja, sufren y sufrirán como una plaga bíblica, altibajos en su cartera dignos de cardiograma.
Cuando mueran, estirarán la pata después de haber superado al menos una decena de estos bajones.
Periodos austeros en los que la nómina se paraliza mientras las facturas suman y suman.
Llegar a fin de mes les obligará a un juego en el que se sacrifican cafés, regalos, cenas con la parienta, ruedas nuevas para un pinchazo, caprichos de hijos, vacaciones, ropa de marca, comida de calidad o ducharse un ratito más con el agua bien caliente.
No se comprarán ese libro de moda con el que se culturizarán porque le pondrán treinta euros a sus tapas duras.
No verán ese documental sobre la verdad que no se les confiesa porque la butaca para hora y media sale a diez euros que enfadan a su señora.
Y su señora se quedará sin su rosa mensual y el revolcón con que se lo agradece, pues la rosa sale a ocho euros sin adornar y doce con algo de ornato.
Así que cada Nochevieja con crisis, usted acabará el año con menos amigos, menos cortados, menos sexo y tonto de remate.
Insisto....no me odie.
Solo le confieso la verdad que usted intuye pero que yo...se.
Se que hay una élite de encorbatados y collares de perlas en cuyo diccionario no existe el concepto de ahorro.
Se que cuando invierten y las cosas les salen torcidas, solo tienen que hacer dos o tres llamadas para que el ministro de turno acuda a socorrerlos con el dinero que a ustedes les sisan con eso de estar obligado a pagar impuestos.
Luego lo llamarán “Plan de Rescate” o “Medidas para el Reequilibrio Económico” pero en realidad no es otra cosa que trasvasar monumentales cantidades de dinero público a un solo y exclusivo bolsillo.
Por ley, por cojones, porque a ellos les da la gana.
Se que el ahorro que para usted supone el negarle a su hijo un regalo para el 5 de enero, ellos lo agradecerán invirtiendo en renovar su flota de vehículos de lujo o en darle una nueva capa de pintura antihumedad a alguno de sus dos o tres yates.
La crisis no existe porque usted durante los buenos tiempos, decidiera darse el capricho y se fuera de vacaciones masificadas al Caribe.
La crisis existe porque allá arriba hay gente rica, muy rica, que se niega a bajar un peldaño y para mantener el ritmo, usted tendrá que pasarse los próximos siete u ocho años cenando sandwich de queso recauchutado y veraneando en casa de sus padres....si esto todavía andan vivos.
El habano me lo dieron ellos.
Ya sabe....los de arriba.
Lo hacen para que los del micrófono les digamos una y otra vez que la economía se hunde.
Para que se lo crean.
Así, a fuerza de cerrar el bolso, pronto lo harán el bar de toda la vida, el kiosko de la esquina o la zapatería del barrio.
Con ello caerá la competencia y mejorarán los números de Starsbucks, del Fnac y por supuesto, de El Corte Inglés.
Con ello alguien continuará desayunando salmón, bebiendo como agua escocés de doce años, esnifando cocaina no adulterada, poniendo liposucciones al envejecimiento y viviendo como ustedes nunca llegarán a hacer...a todo trapo.
Bucardo

viernes, 19 de septiembre de 2008

El Último Cátaro


El Último Cátaro
Pierre de Castelneu giró la mirada para contemplar por última vez, las quebradas montañas donde naciera y predicara.
Pierre de Castelneu respiro sin desearlo, hizo un esfuerzo con la retina mojada y se condenó a la nostalgia ganándole altura a la muga hasta iniciar el descenso, pisando una tierra que ya no era suya.
Tras de si, dejaba las heridas quebradas y las fosas llenas, las aldeas arrasadas y los castillos saqueados, las bibliotecas despojadas, bosques de piras ardiendo, la fe resquebrajada y el huyendo.
No hubo fortaleza capaz de resistir el asalto cruzado.
No hubo mesnada tan nutrida de espadas como para derrotar a la bestia cebada por el Papa.
- Lobo hambriento – susurró al recordar al falso ídolo de Roma.
Al final no quedó nada.
Pierre de Castelneu renunció a reencarnarse en puro para salvar aquella vida arrastrada y dolida.
Huyó solo, abandonando ante el fuego al resto de sus hermanos perfectos.
Atravesó la frontera tan solo para poder decir que aun con las masacres y degüellos…..algo se había salvado.
“Otra vez será” – pensó.
Y mientras, la niebla, crecida desde el valle, se levantaba para devorar en la historia, al último cátaro.


Bucardo

jueves, 18 de septiembre de 2008

El Guerrilero


El Guerrillero
El Bufo cargaba ya tres años echado al monte cuando enfiló frente al rifle, la silueta confiada del granadero gabacho.
El Bufo calculó la distancia y la trayectoria descendente de la bala.
Templó nervio, cerró el ojo y fue lentamente incrementando la presión del dedo sobre el gatillo.
Y entonces recordó.
- ¡Non, si vouz plait!.
Eso fue lo que gritó el primero al que rebanó con la navaja.
No supo entenderlo
¡Como iba a hacerlo si apenas sabía escribir las cuatro letras que leían su mote!.
Lo haría luego, cuando los oficiales le enseñaron que se tenían mejores cartas en la partida, si se conocía la jerga del contrario.
Así sabría si ordenaban carga, retroceso, sálvese quien pueda o degüello.
- ¡No, por favor!.
En aquel entonces, el nunca hubiera suplicado.
Solo los sin Dios lo hacían.
Los que piensan que no hay más que aquí y ahora.
El luchaba por la verdadera religión, esa que ondeaba en la bandera borbona, reclamando venganza por cada iglesia que los de Napoleón profanaban.
Si, eso creía, sin tembleques ni dudas….hará cosa de tres años.
Tres inviernos bajo la ventisca, tres veranos con el pañuelo al cuello para no alimentarse del polvo de las cabalgadas.
Hambres, toses, pestes y calamidades.
De día parapetado en las barranqueras, de noche avanzando sintiéndose lobo, agazapado tras la retaguardia enemiga, esperando morder, segar y volver a huir en pos de una nueva presa.
Tres años sin conocer la suerte de sus padres y de su moza, esa que el día de antes, en el pajar que había tras la sacristía, se dejó bajar la falda y quitar la honra por amor, por deseo o sencillamente porque pensaba que esa sería, con el, primera y última.
Pensó en ella y en sus pechos rosados y generosos.
Y le vino encima una intensa e irrefrenable añoranza.
Al dedo le entró flojera, perdió el cálculo, la distancia y la trayectoria.
Le dolían los huesos por las cabalgadas y la carne por las heridas mal curadas.
El espadazo de un húsar enloquecido que le dejó media cabeza sin pellejo……un balazo en el muslo y un rebote que le deshiló la piel del cuello…..una bayoneta poco atinada, clavada en el glúteo cuando en realidad apuntaba al estómago.
- ¡Dios os guía hijos míos!. ¡Dios os llevará ante su presencia por matar a los que profanan su sagrado nombre!.
- No hagas caso al cura – le susurró su padre, temeroso de que alguien lo acusara de afrancesado por dudar del sermón patriotero – Tu solo piensa en volver junto a nosotros. Hijo mío….hijo mío….
Y en eso pensaba mientras el granadero pasaba de largo, feliz por la suerte que aquella mañana le sonrió sin saberlo.
Su rostro le pareció amorriñado y pensativo, tal vez danzando en torno a una “femme” más fina y con los pechos menos dispuestos que los de su moza.
Se quedó mirando al río que discurría pegado al camino real.
Camino que atravesaba la sierra hasta conectar con otro río más ancho y menos bravo.
Si lo seguía, con dos días de ligero trote, regresaría al pueblo.
Se levantó y dio el primer paso.
¡Boom!.
El disparo lo mandó al suelo con el rostro avizor y el dedo regresando al gatillo.
Poco más adelante, vislumbró el cuerpo desmadejado del granadero y un guerrillero de su misma partida alzando el trabuco hacia donde el se parapetaba.
- ¡Bufo cagüen Dios!. ¿Se puede saber que coño estas haciendo? – le gritó.
Y olvidando pueblo, padres y pechos de novia, se echó el rifle al hombro y ascendió al monte, para continuar echándole cara a la guerra.
Bucardo

El Mar Paciente


El Mar Paciente
La ola asusto al niño que regresó con pasitos patosos, llorando a moco tendido.
Lo cogí en brazos.
Le llevó su tiempo volver a sentirse seguro.
A mis espaldas, el maremagno de cada verano.
El gentío desplegado, peleándose por su metro cuadrado, plantando su particular sombrilla como si conquistaran Iwo Jima….el griterío de los ambulantes ofreciendo refrigerio a precio alzado…..los chillidos de vecinas de barrio reencontradas frente al Mediterráneo….la voz estridente de mi suegra exigiendo saber porque su nieto berrea…..un claxon…..la campana del salvavidas avisando de algo…..el tanga de una quinceañera…..los escupitajos descarados en un agua con más orina que sal….
Otra ola, larga y pausada, se extiende sobre la arena, estirándose lo justo hasta acariciar mis pies.
Sube graciosa, roza la pernera y se retira acobardada y juguetona.
- Ay mar….!tu si que tienes paciencia!.
Bucardo

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Doña Lucrecia


Doña Lucrecia
Doña Lucrecia dejó de pagar la mensualidad a poco de quedarse sin trabajo.
- Andamos mal de encargos.
Con esa excusa se libraron de ella y de sus lumbagos, de las horas perdidas entre colegios y pediatras y de las pagas extras que por falta de experiencia, no les cobraría la niñata a la que en su lugar contrataron.
Como la escasa beneficencia apenas alcanzaba para poner miga en la olla, tuvo que economizar, sisar de aquí y de allá, reducir peluquerías, cortados y caprichos, todo con tal de no escuchar el berreo de sus hijos.
Su marido era buen hombre.
Pero precisamente por eso, por hombre, solía alardear de testosterona cuando la nómina llegaba y arrugarse como una hoja marchita en cuanto llegaba la sequía.
Doña Lucrecia lo amaba con devoción, aunque supiera que no sería el quien le sacaría de ahogos.
Por eso y porque el casero andaba ya tras un guardia, una tarde, escuchando las mentiras de los telediarios, se le agotó la paciencia y con un “Yo no soy una criminal”, agarró las escaleras directa al economato.
Delante del expositor donde se conservaban paquetes presurizados de carne lechal, pensó en cuanto tiempo hacía que la boca de sus hijos no paladeaban el sabor de la carne.
Ni tan siquiera procuró por si la vigilaban.
Estiró el brazo y lo escondió en el bolso.
Caminando por la acera, imaginaba como haría el guiso, en si le quedaba harina para la salsa o simplemente lo adobaría con patatas.
Ni tan siquiera pensó en sentirse ladrona.
- Yo no soy una criminal.
Bucardo



lunes, 15 de septiembre de 2008

El Hilo


El Hilo
- ¡Pegas fuerte moro mierda!.
- ¡Tu también paisa cabrón! – contestó escupiendo al suelo una baba sanguinolenta.
Agotados pero retadores, empecinándose en ahuyentar la duda de su corazón y dolor de sus mentes, los dos adversarios racionaban las pocas fuerzas que les sobrevivían.
Sus caras, sudadas y amoratadas, daban fe de los muchos golpes encajados.
Las cejas, aun partidas, se les unían para demostrar que ni vivos ni muertos, cederían un gramo.
Sus puños, despellejados, permanecían cerrados como si abriéndolos, exhalaran una súplica de clemencia.
Pasara lo que pasara, de aquel redil de sangre y arena, saldría de pie solo uno.
Pero aunque ellos no lo supieran, aunque los gritos y empentones de la jauría les cubrieran el raciocinio, bajo ellos, invisible, sobrevivía para unirlos, un sutil hilo.
Y ese hilo tan solo era, el miedo que se tenían.
Bucardo

domingo, 14 de septiembre de 2008

La Última Sonrisa


La Última Sonrisa
Hacía falta estar muy desesperada o no tener nada que perder.
Sin malas conciencias ni remordimientos, la mujer alzó sobre su cabeza lo que un segundo antes protegía en su regazo y lo arrojó al vacío.
Luego lo hizo ella.
En su caída no se escucharon ruegos ni gritos.
Los que la sacaron contaban, que en su rostro vieron una sonrisa aliviada y un gesto libre de amarguras y fatigas.
- Sufrió mucho – sentenció una de las viejas que le componían el velatorio – A nadie le gusta que le nazca un hijo muerto.

Bucardo

sábado, 13 de septiembre de 2008

Las Gafas de Rino


Las Gafas de Rino
- Rino…¿me ves?.
La cuestión podría sorprendernos, teniendo en cuenta que Rino rozaba ya los once años y era su madre quien se lo preguntaba.
Pero Rino, afectado desde muy chico por una miopía injusta y galopante, estaba condenado a la peor ceguera, esa que se recrea avinagrando la miel, sin permitir distinguir algo más que una mancha borrosa de lo que se tiene justo delante de los ojos.
Madre había sufrido hasta el ahogo cada vez que su hijo le extendía las manos, tratando de palparle el propio rostro, el de su padre o hermanos para intuir cuanto menos como eran.
- Debes ser hermosa mama…..muy hermosa.
Y ella se comía los llantos para no despreciarle el halago.
Rino no era de familia rica.
En el altiplano casi nadie lo era.
De esto tan solo presumían los dueños de las saladas, los que organizaban tours para turistas gringos o los que andaban explotando minas de cobre o bolsas de petróleo.
El resto, sino buscaba pasto para las llamas, echaban sudores para el patrono.
Lo uno y lo otro evitaban las hambres pero no toleraban que se saliera de pobres.
En ese ambiente, el calor en invierno, la carne en el cocido o unas gafas, eran demasiados lujos.
Por eso Rino tuvo que acercarse hasta los once para que el padre Ricardo le encontrara unas.
El cura, era un sacerdote barbudo pero sonriente, con un aire de bestia arrinconada que sin embargo, sonsacaba su expresión más ufana y confiada cuando le agradaba la compañía y su plática.
Otra cosa era si el que tuviera de frente fuera uno de los potentados.
Entonces al padre se le arrugaban los “cejones” y lo que antes era conversación, se convertía en monosílabo.
- Usted…cura – le señalaba uno de los mandamases –….usted es de los de la liberación. Curita rojo – añadía mientras se echaba una risa sarcástica y amenazante.
A Rino le hacía gracia Ricardo.
En parte porque contaba chistes impropios de un hombre dedicado a lo santo y en parte, porque la monumental barba bajo la que se ocultaba, lo hacía fácilmente reconocible al tacto de sus manos.
- ¿Y cuantas dioptrías tiene tu chico? – preguntó a madre cuando esta acudió a la sacristía para demandarle ayuda.
- ¡Ah padrecito!....el chico no tiene un solo centavo.
- No mujer, no…me refiero cuantos grados de miopía padece.
- Bufff….pues es que nunca me explicaron como iba esto – respondía la mujer, avergonzaba de las pocas cosas que del mundo sabía.
- Despreocúpate – animaba mostrando una risa blanca entre la poblada barba – Veré que es lo que puedo terciar en la capital.
El viaje le duró tres meses, que le fueron fructíferos pues tras su regreso, puso en las manos de Rino unas gafas espantosas, de cristal grueso y montura de pasta espesa y negra, esas que se usaban cuando los Jacksons eran Five y Charlie tenía ángeles.
El padre Ricardo lo sabía, como también sabía que para sus feligreses, aquello se convertiría desde ese preciso momento, en la más preciada de sus posesiones.
- ¿Estas seguro de que quieres ponérselas? – preguntó padre cuando ya de noches, todos se agazapaban en torno al calor de las piedras donde se terminaban de asar las tortas de maíz.
- ¡No seas tonto!. ¿Cómo no se las va a poner?.
- ¿Acaso quieres que vea lo que somos?.
Madre supo comprender.
No hacía falta demasiado para hacerlo.
Apenas echar un vistazo a aquella casa, en realidad chabola, donde se malvivía mirando a un norte que les helaba más que al resto de la aldea.
Las paredes eran de chapa y cartón, las maderas recicladas, los clavos oxidados, las esquinas reforzadas de ladrillos afanados y sacos cementeros rellenos de arena y tierra.
El techo andaba ennegrecido, pues allí se cocinaba en el centro, con el riesgo que daba dejar escapar los humos por un rácano agujero.
El silencio era imposible pues las toses sustituían a la palabra cuando esta escaseaba.
Miró luego sus manos, sus cabellos, y se asustó descubriéndoselos sucios, rotos, viejos y malmetidos, mala costura hilada en base a partos, hambrunas, frío y disgusto…muchos disgustos.
Contempló a sus hijos, flacos, tristes, mal nutridos, agazapados bajo los ponchos con los que intentaban retener el escaso calor que era capaz de generar aquella piel y hueso que eran sus cuerpos.
- Mama…..- Rino la interrumpió apoyando la cabeza en su costado -….¿acaso crees que me importa?.
Bucardo


La Jubilación del Guarda Mayor


La Jubilación del Guarda Mayor

A Miguel Lafuente todavía le escocía el día que lo obligaron a jubilarse por no saber inglés.
Aquí con castellano vamos apañados. Y delante de un gabacho, entre los dos nos manejamos.
Pero al director se le taponaban las orejas cuando alguien lo contrariaba.
El director contemplaba a aquel guarda paticorto y manilargo, velludo y algo cejijunto, con la boina embutida y la expresión simiesca, que todavía necesitaba los dedos para sacar cuentas y parecía sacado de un libro de evolución humana y se convencía de que no representaba la imagen comercial que buscaba.
Y por si fuera poco, llevaba al hombro desde hacía veintiún años la cinta de guarda mayor.
¿Como se te ocurre mandarme semejante mala bestia como guía? - le abroncó el Ministro de Agricultura y cosas de la Tierra el día en que se acordó que aquella montaña existía – Por lo menos cúbrelo con un uniforme decente.
Señor...nadie conoce el monte como lo conoce Miguel. Es mi subalterno de mayor confianza.
¿Con ese olor? - preguntaba aceptando de su mujer un pañuelo con olor a esencia que le evitara el aroma a cuadra y estiércol que impregnaba el aire, las paredes y la historia del pueblo.
El guarda no le comprendía la ingratitud al ministro y su señora.
Mucho menos cuando lo llamaron a las cuatro de la madrugada para que tuviera los machos preparados ante tan importante visita.
Los cubrió con mantas nuevas y despiojadas, limpió el cuero de las sillas y se aseguró de que las bestias cagaran antes de la partida, no fuera que lo fueran a hacer delante de señores tan finos y desacostumbrados.
Finestra, su esposa, puso el pie fuera de la cama junto a el, para prepararles una cesta de embutido, pan y vino rancio a la que ni tan siquiera hicieron aprecio.
“Ni un solo bocado” - pensaba cuando se la dejaron olvidada sobre el lomo del bicho.
Y luego estaba aquel día de julio, reseco, abrasador y tormentoso, contestando preguntas de soplagaitas.....¿que árbol es ese?....¿por que baja tanta agua si estamos en verano?....anda, !si todavía queda nieve en lo alto?...¿aquí hay bichos?....
¿Como alguien alzado tan alto, era sin embargo tan tonto como para no saber de esas cosas?.
Miguel contestaba con esa sonrisa franca a medio camino de quedarse desdentada y ellos, agradecían callados y con gesto de contenerle por educación el asco.
Que no Miguel...- justificaba el director-....que ya toca. Pasas de sesenta y cinco.
A padre lo jubilamos al enterrarlo.
Andas cojeando por el reuma.....
Al abuelo nadie le quitó de marchar al puerto con la oveja. Y eso que le arrancaron una pierna cuando la de Cuba.
Tienes que disfrutar del nieto....
Al nieto me lo crían atolondrado en la ciudad. Hasta le tiene vergüenza al pueblo.
!Y no sabes hablar inglés! - gritó perdiendo la última miga de paciencia que le sobrevivía.
Un año después, Miguel se sentaba con la navaja abierta y una rama de boj que había furtiveado, entre las manos.
Daba forma sin mirar.
Forma de cuchara o de virgen, de punzón, agua, cabeza o cristo, forma de lo que fuera con tal de sacarse del alma aquella sensación de inutilidad que le socarraba su orgullo malherido.
Usted manda – claudicó en cuanto el director logró hacerle entender que no quedaba otra - Solo una cosa.
Tu dirás – al pobre parecía que le acosaba la mala conciencia.
El señor ministro....¿también habla inglés?.
Bucardo

jueves, 11 de septiembre de 2008

Notas de Desencanto


Notas de Desencanto
Cristina se fundía con su guitarra pero de su unión, tan solo se parían notas tristes.
En aquel cuartucho que los optimistas llamaban local, la clientela esforzaba el gesto intentando mostrar algo de interés cuando la verdad, era que padecían más porque el café no les perdiera calor o la cerveza no se esbafara.
Cristina cantaba con los ojos cerrados para poder engañarlos.
Y mientras las yemas dolían contra las cuerdas, imaginaba que se abría ante la admiración y que los aplausos, brotaban con menos inercia y algo más de corazón.
Había un foco, tan solo uno, y para variar, por una vez, la enfocaba a ella.
Pero las cosas buenas siempre le fueron esquivas y en cuanto volvía, agradecía que el humo de la nicotina le hiciera la cortinilla.
Devolvía la guitarra a su funda, agradecía con una ligera inclinación y regresaba a la calle con veinte euros en el bolsillo y la sensación de que la vida era lo único que derrochaba.
- ¿Ya te vas?.
- Si, voy con prisas.
Siempre iba con ellas cuando era Oscar quien preguntaba.
El muchacho y dueño no sabía como demostrarle las taquicardias.
Por eso la contrataba, por piedad, por desvelo, por el solo anhelo de tenerla cerca y que un día, ella le sonriera y no tuviera prisas.
Pero el chico andaba enamorado y por esa noche, Cristina ya soportaba demasiados desencantos.
Bucardo

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El Cabello


El Cabello
Encontré una hebra de su pelo.
Estaba rizada, alargada, tendida donde lo estuvo ella sobre la almohada.
Partió en silencio con pasos de pluma, sin despertar ni al gato, abandonándome desnudo sobre la cama, soñando con que la noche no se acababa y lo nuestro jamás moriría con ella.
Pero cuando el sol forzó la rendija de mis persianas, abrí los ojos y, aun somnoliento, pude escuchar el grito que su cabello exhalaba.
Pelirrojo, tan teñido y falso como lo fueron las buenas intenciones cuando nos mentimos, jurando contacto cuando solo había desfogue de cuerpos.
Cerré nuevamente los ojos e incomprensiblemente angustiado, me di la vuelta.
Respire intentando retener su aroma.
Era un cocktail entre perfume, sudor y humedad de hembra.
Un aire espeso sin ninguna novedad....salvo por su cabello.
Aquel milímetro capilar me retuvo inquieto, obsesionado por no alejarme, con no espantarlo de un manotazo, reconociendo que cuando lo hiciera, definitivamente, ya no estaría con ella.
Y así pasé la mañana...acobardado por no confesar, acobardado por no reconocer, acobardado por negar a mi y a ella, que andaba enamorado.
Bucardo

domingo, 7 de septiembre de 2008

Las Llamas


La Llamas
Las llamas anduvieron hambrientas.
Antes del amanecer ya lo tenían todo bien devorado.
Rufino lo contemplaba contenido tras sus puños prietos, mezclando la impotencia del inútil con la sensación de haber desperdiciado un cuarto de vida, levantado una cima de cenizas evaporadas.
Sobre el como o el por que del fuego, todo era y sería una pregunta sin respuesta.
Una pregunta que a Rufino no le preocupaba.
Antes incluso de que la última brasa se fundiera, rumiaba sobre como conseguiría salir del embolicado.
Tras el, sin que quisiera mirarlos, no fuera que le intuyeran las retinas, andaban sus dos hijos, aun chicos, y la mujer, siempre tan tonta como beata.
Esperaban aburridos, de brazos cruzados, esperando a que el señor dispusiera para dar señales de vida.
No hubo ni amigos ni bomberos.
Los primeros existen solo para los ilusos y los segundos, allí donde hay casas ricas o presupuestos.
Pero para los pobres, o el fuego es grande como cabeza de cerilla, o lo pierdes todo.
El viento apareció y la columna de humo se dejó cortejar como un niño sin criterio.
Se alzó un polvo negro y con el, los pocos papelajos de un hogar donde la azada primaba más que las cuatro letras que se esbozaban.
Y uno de esos papelajos, agrisado, acudió meciéndose hasta llegar a los pies del Rufino que se agachó para recogerlo con la expresión creciente de quien reconoce las indirectas que le lanza la propia estrella.
Era el con el fusil al hombro, dispuesto para una guerra que no fue suya en una tierra que le pillaba algo alejada.
Tenía cara de joven, cara de iluso y crédulo, pero sobre todo cara de acojonado.
Noches de trinchera y ojo atento, procurando que lo que era sombra no fuera muerte y que se pudiera llegar vivo a la mañana y a la luz que esta les traía.
Noches bajo la manta, hambriento e iluminado con una lámpara escuálida, no fuera que el enemigo lo matara mientras lloraba, insuflando cartas a una madre desesperada.
Rufino sonrió.
Ya sabía como.
Y dando la vuelta les lanzó una sonrisa confiada e impropia, como si uno anduviera contando chistes en el funeral más cenizo.
- De peores hemos salido….¿no?.
Bucardo