martes, 26 de febrero de 2008

El Silencio


El Silencio
Fueron unos segundos en silencio.
Ningún ruido distraía la mente y por primera vez, sentí que algo olvidado y sin embargo reconocido, latía entre sien y sien, de oreja derecha a izquierda, tratando de hacerse entender, de resucitar desde un largo letargo.
Sentí la regeneración de mis venas, la presión de la sangre que escalaba desde el corazón para alimentar al sediento cerebro y que este rindiera con todo su potencial, reverdeciera, dejara de estar acogotado por el somnífero del ruido embotellado.
Ambos giramos las cabezas y, casi como por sorpresa, nos reconocimos.
La marca de nuestros traseros, perfectamente definida sobre el mullido del sofá, probaba los años, y sin embargo, mirarnos resultaba ser todo un redescubrimiento.
Te ví algo más ajada pero, aun con esas, sobradamente bella.
Tus ojos, siempre claros, seguían conservando unas migas de chista, revitalizada, tal vez por el silencio y por la traza que mostrabas, se ve que los míos también sufrían su algo de viejos, pero continuaban empecinados, para eso sirven, en seguir mirando.
Mi mano se movió y la tuya hizo igual, la una hacia la otra, lentamente, como si aun fuéramos dos novios enamorados, tontos o atontados.
Pero como dije, fueron tan solo unos segundos.
Lo que duró el corte de luz, lo que tardó en imponerse el volumen del televisor.
Bucardo


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martes, 19 de febrero de 2008

El Clarinetista Aislado


El Clarinetista Aislado
Con los tiempos que corren, no es fácil ser clarinetista.
Tampoco lo es el pretender alcanzar para lenteja y postre de diario, cuando al volcar la gorra, suenan unos céntimos de cobre, un botón, un escupitajo o nada.
Por eso no queda otro remedio que compaginarlo con unas mañanas tras la barra de un bar, una cafetería enfrentada con el Ministerio de Cultura cuya clientela, funcionaria y por tanto carente de la imaginación de quien ya sabe todas sus respuestas, toma los cortados al ritmo lento con que sellan los formularios.
Elijo el pasillo lejos de cualquier rostro con nombre capaz de reconocerme.
Resultaría imposible encontrar a una sola persona que al mirarme, concentrado bajo la bóveda polvorienta de la conexión interlíneas dos y siete, no pensara en mis carencias, incapaz de asumir que alguien con opciones, sencillamente escoja esta por el regusto de tocar el clarinete.
¡Y que regusto da el jodido instrumento!.
Claro que como muchas cosas en esta vida, desde echar un polvo hasta sazonar el cocido, disfrutar con ello no significaba ser maestro en el oficio.
Pero me conformaba con esbozar con cierta compostura una sonata de Mozart o un “blues” sureño bajo el vacío de aquellos pasillos sin vida, entre la paredes donde junto al cartel de una perfección esquelética anunciando perfume de a cincuenta euros solo mirarlo, un vándalo, un asocial, un sin remedio, había decidido publicitar su amor por una tal Rosa del tercero de ESO.
Mi poca destreza no importaba.
Ni a mi, ni a los que cada vez menos, escuchaban.
Tal vez en mis inicios, algún iluso de los que todavía andan, pudiera regalarme una moneda de veinte céntimos pero a medida que el sistema tomaba ventaja, las monedas eran rancias y los rostros ausentes, con prisas y malhumorados, parecían preferir la música pulcramente monitorizada dentro del embudo de sus MP4.
Éramos demasiados, hablábamos cada vez menos y ahora, dicen que bajo el reinado de lo sensato, la nota en vivo o el semejante usando la boca para algo diferente a rumiar, nos resultaban tan extraños y extintos como un oso pardo.
Por eso toco.
Toco porque aun de vez en cuando, topo con esa discreta alegría de alguien que, mordido por la curiosidad, se libera de los auriculares y prefiere mis esforzadas sonatas.
Son cuatro, cinco, puede que hasta diez segundos.
Diez segundos de victoria sobre el imperio del aislamiento, diez segundos que apenas son escaramuza en una guerra donde elegí, ya lo asumo, el bando de la derrota…que no de los claudicados.
Pero son diez segundos en paz y gloria y con lo que cae, si da para un café, es un café que sabe a mucho más que a Colombia.

Bucardo

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domingo, 17 de febrero de 2008

La Partida


La Partida

- Eres bueno – halagó Dios – Muy, pero que muy bueno.

Y el Demonio que para todo era el mejor de los pecadores, infló su engreído pecho y aceptó el piropo, sabedor de que viniendo del mismísimo Dios, este no podía ser más sincero.
Dios no miente nunca, aunque la piedra le agriete su propio tejado.
- Me lo merezco – respondió echando un sorbo sobre el café al que bajo mano, había convertido en carajillo de coñac barato – Pero como esto siga así, me veo en la cola del paro.
- ¡Oh! No te preocupes amigo mío – al Supremo de los Hacedores le encantaba palmear las rojizas y siempre acaloradas espadas del antagónico – No voy a permitir que te falte faena.
La nueva puso tensa la perilla del Maligno al que, por arte de magia, le salieron moscas tras las orejas como si estas le olieran a pura mierda.
Era muy propio de el y de sus acólitos, ser de naturaleza desconfiada y aunque Dios era amigo de infancia y muchas correrías, precisamente por eso, por lo bien que se conocían, supo enseguida que algo andaba hirviendo bajo el triángulo dorado.
“¿Qué andarás planeando cabronazo?”.
Miró el tablero, comprobó todas y cada una de sus fichas, las posibilidades y negativas, los movimientos previos y potenciales, sin poder hallar una sola forma de confundirlo que el no hubiera previsto.
Para eso era el malo, para ganar con muchas trampas y sin sorpresas.
Y es que la partida, para el divino, hacía milenios que andaba perdida.
En concreto cuando, cosa de un millón de años hacia atrás, le convenció para dotar a aquel mono gritón, peludo y comedor de sus propias heces, con la conciencia de su propia existencia y final.
Dios pensó que así le sacaría algo más de provecho a la vida pero Satán, que algo sutil y voluble debió de ver entre la pelambrera de tan antiestético animal, lo único que quiso era meterle prisas para que pisara más fuerte y enrabietado, sin pensar más allá de lo que existiera fuera de su propia huella.
A partir de allí, la Suprema Conciencia, por muchos Cristos y Santos, por muchos filósofos, sabios, escritores, ángeles, ascetas o reformadores que enviara, empezó a darse cuenta de que todas sus piezas, estaban desde el inicio, roídas.
Desde el coño de la madre hasta la lápida, hombre o fémina, al mono ya depilado, se le enseñaba que el codazo era buen saludo, el desprecio al débil sinónimo de fuerza, el escupitajo la mejor tarjeta de presentación y un pisotón…común manera.
Todo ello repartido con la sonrisa abierta y la educación más farisea por bandera.
El mundo estaba atiborrado, sobraban todos menos uno mismo, se hacía cosecha de miedos e intolerancias, de barreras, muros, ideologías y verdades supremas.
El sistema estaba envenenado y el cianuro penetraba lento y espeso, desde la lactancia hasta el consejo de viejo, por abecedario o catecismo, diploma universitario, hipoteca, coche de gran cilindrada, rebosante cuenta bancario o increíble orgasmo.
MI egoísmo es MI causa.
Pisa hijo pisa….pisa antes de ser pisado que quien no lo hace por bueno, lo acaban llorando….pero en la tumba.
Pisa y aborrégate que quien lleva la contraria, resulta ser raro y ¿no querrás serlo, por mucha razón que lleves en tu empeño?.
Miradas de soslayo, rencillas a media lengua, cuchicheos y oro falso, promesas para ser rota, ley sobre quien no pueda, amistad que nunca existiera, apariencia mentirosa y ridícula, interés farsante y de farsantes, lista de beneficios donde jamás deberás estar excluido….no hay viejo ni manco….nada estéril e improductivo.
Tu siempre serás admitido.
Así diseñó el sistema, perfecto y encajonado, sin ventanas ni posibilidades, todo reja sin escapatoria, todos ciegos, todos felices.
Pero por alguna razón, algo se le había escapado.
¿Cómo era capaz Dios de sonreír ante su desastre?.
“!Será jodido!” – exclamaba sin decirlo a pesar de saber que hasta a el y en silencio, Dios era capaz de escucharlo.
Miró y remiró el tablero, revisó todas sus muchas piezas magníficamente dispuestas, rodeando lo poco blanco que punteaba al omnipresente negro.
Pero sus ojos de gato, de reptil y amarillo, con una retina afilada cortándoselos a cuchillo, no fueron capaces de distinguir un solo error.
Hasta que los cuernos perdieron su curvatura y, asombrado, se quedó mirando al Dios amigo, con cara de no creérselo y ganas de abofetearlo.
- ¡No serás capaz!.
- Ya lo he hecho – respondió, mostrando una sonrisa con dentadura sin caries ni sarro.
Y con un chasquido de los dedos, surgió ante ellos un nuevo tablero.
Tenía forma terráquea, en eso nada cambia, pero allí los bosques no conocían el significado la expresión tala, los desiertos imperaban allá donde nacieron para hacerlo, los mares rebosaban de cetáceos, los corales se extendían sin latas entre medio, los humedales no añadían plomo a su menú diario, las montañas bajo los glaciares y sobre todo ello, millones de seres, con formas, colores y hábitos a cada cual más sorprendente, que no conocían el odio y aunque sabían que iban a morir, no comían más que lo justo para su felicidad, ni fornicaban más que lo preciso para su placer y perpetuación ni obraban convencidos de que cuando ellos expiraran, ya no quedaría mundo.
El Demonio se alzó enrabietado, abalanzándose ávido sobre el nuevo juego con toda la atención depositada, comprobando, a cada segundo más cabreado, que por muchos vistazos que echara, bajo cada pedrusco, dentro de cada arroyo, en lo más profundo del océano, no era capaz de dar con el.
- No te molestes amigo….esta vez me he prevenido.
Por mucho que lo tentara….esta vez Dios, se ahorró el esfuerzo de crear al hombre para que le arruinara.

Bucardo


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sábado, 16 de febrero de 2008

Cortar de Tajo


Cuando el joven, ilusionado, se acercó, la vieja le dijo….
- ¡NO!.
Y allí se acabó todo.
Bucardo

El Derrotado


El Derrotado
Incapaz de sostener los puños en alto, desprotegido y sin defensas, el boxeador encajaba uno tras otro los golpes con que su rival se ensañaba.
Los riñones, el hígado, la mandíbula destrozada, las dos cejas partidas, una nariz aplastada, los labios desgajados, las costillas descuajeringadas, su respiración asfixiada y los escupitajos espesos y sanguinolentos…..el perdedor despedazado y aun con todo, manteniendo sus dos piernas abiertas y desafiantes, clavadas sobre la tarima, incapaces de sucumbir, inevitables frente a la derrota.
El adversario, poderoso y crecido, había olfateado su debilidad ya desde el mismo banco, antes incluso de que sonara la campana concediendo permiso para la carnicería.
Con el sosiego de quien se reconoce superior, preparaba maquiavélicamente el objetivo de cada uno de sus golpes, regocijándose, sopesando la nula posibilidad de aquel cuerpo infeliz y magullado.
- Te mato – le susurraba al oído cada vez que uno y otro se aferraban, la bestia para prolongar el sabor de la victoria, su víctima intentado encontrar por algún sitio, dos segundos y un respiro.
El boxeador, inválido, apenas era capaz de atisbar sombras a través de las rendijas de sus ojos inflamados.
Intuía que el final andaba cerca pero aun le quedaba el derecho de decidir cuando vendría.
Y ahora no le daba gana.
Cada vez que el árbitro intentaba agarrar uno de sus guantes y tentarle los nervios, este los retiraba decidido a proseguir con la agonía, dando licencia para que se renovara su castigo.
Y este se renovaba, mamporro tras mamporro, empujones y amedrentamientos hasta que un zurdazo decisivo y violento, impacto sobre su occipital derecho, obligándole a reconocer la calidad de la lona, si bien no cayendo a plomo, sino intacto el honor, derrumbándose cachito a cachito, como solo lo hacen los grandes imperios o las piedras de una barbacana a la que se le ha ido royendo su base.
El juez se acercó e inició la cuenta pero incluso antes poder llegar a cuatro, temblando y encogido, el derrotado alzó el cuerpo y puso los puños en guardia, retando a la paciencia del contrario.
- ¿Por qué? – escupió su vencedor
- ¡Es lo único que me queda!.

Bucardo


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sábado, 9 de febrero de 2008

Sin Respuestas


Sin Respuestas
La Plaza de Toros no le pareció tan roja ni sedienta.
Cuando entró por donde otros salen con los hombros por culera, lo hizo queriendo saber y así se acercó a ellos para comunicárselo.
Pero ellos le exigieron calma, lo incitaron a sentarse y callar, procurar estar atento, prestar atención, cerrar mente y labios pues cuando saliera….ya nada se preguntaría.
Y quiso creerlo.
Pero la verdad es que entre las vísceras…..parecía costarle un rato.
Decidió acudir a poco de enterarse.
Anunciado mediante coches megáfono, cartelería, panfleto, histriónicos levitadores de la radio, himnos y proclamas, todos en la provinciana ciudad, supieron que el iba a estar entre ellos.
Así sería, así iba a ser y allí estaba.
Tenía tantos interrogantes entre los pliegues del cerebro que ya casi ni podía concebir un sueño profundo, como los de sus tiempos de niño, cuando nada salvo las tonterías propias, lo incordiaba.
¿Qué sería?...¿como iba a hacerlo?....¿por que debía continuar adelante?...¿quedaba esperanza?....¿y las dudas?....¿es que no había otras opciones?.
Como le ordenaron, sentado frente al estrado, disimuló su impaciencia rodeado por aquellos voluntarios de vivo entusiasmo, peto azul o rojo, cara de tomarse muy en consideración aquel oficio por el que no iba a cobrar mayor duro que el agradecimiento, un bocadillo de mortadela, tal vez cerveza o refresco.
En torno suyo fueron repartiendo banderas de lema incólume e inamovible sigla mientras un órgano en tono ascendente, hilaba la música facilona y pegadiza que restaba oxígeno al aire, privándole al cerebro de su pureza para que la eficacia de este fuera menguando.
- Pronto os hablará el, pronto el estará entre vosotros…..
Así lo prometía aquel pregón con voz de ultratumba y sin embargo seductoramente femenina, informativamente eficiente, cautivadora, al ritmo de la luz atenuándose con excepción de un solo foco, el elegido para crear la sombra del líder que dejaba a los demás entre la negritud, pues el era único iluminado entre aquellas retinas ya rendidas.
Cuando apareció, los voluntarios, autómatas, encresparon al auditorio, obligando a avergonzarse al que osara no levantarse y entrar en devoción, regalando medallas de la enhorabuena a quien más aplaudiera, más rabiara, más osara llamarle ¡guapo!.
Y el fingía sonrojo, ensanchaba los músculos de la risa, simulaba un guiño…alguien gritaba….!me ha mirado!....para desmayarse a lo ancho.
No importaba.
Para barrer ya estaban los voluntarios.
Tras el, una estudiada escenografía de “varietes”…..un niñato con otro que no lo es tanto, un virgen junto a un rostro curtido, blanco sobre negro, un moro mierda que esa tarde no lo era tanto, una corbata al lado de un heavy de camiseta cadavérica, un punky y un pijo, un goloso cebado y una anoréxica.
La tarta codiciada.
Comerla merece estirar la sonrisa….promesa….discurso….el tono se eleva mientras los voceadores reclaman el aplauso….nadie sabe lo que dice….clap,clap,clap….levanta un dedo….silencio….rostros fanatizados.....!va a levitar!....asciende con música de órgano…..el esta hablando y lo hace entre ellos….!que humano!….todo irá bien….yo todo lo se……confiar en la verdad suprema.
Cuando todo acaba…jalean y al salir a la calle, el oxígeno limpia….pero quien lo paga sabe que algo les ha quedado.
Regresa a casa y cuando se acuesta, sigue sin poder dormir, con las mismas preguntas en la cabeza.
No las hizo.
Es que levantar la mano….le daba vergüenza.
Bucardo

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viernes, 1 de febrero de 2008

La Cama


La Cama

Aquella mañana no hice la cama.
Durante casi todo el día, estuve intentando forzarme para volcar los riñones sobre ella, estirar las sábanas, dar forma a los pliegues y colocar los peluches sobre la colcha.
Pero llevado por la desgana, tantas veces como lo recordaba, inventaba una excusa que me alejara de hacerlo.
Que si la televisión por una vez andaba interesante, que debo preparar el sofrito, que si el gimnasio, la compra, escribir una carta, llamar a un amigo, acudir a una cita…..
Al final, cuando cerca de la medianoche me pudo el sueño, recordé el olvido.
Ella, por supuesto, no estaba.
La profesión y sus viajes hacían que solo se arrugara un lado de nuestra cama.
A la mañana siguiente, desayunando, trataba de convencerme para hacerlo antes de marchar al trabajo.
Como si ella estuviera, dejando el cuarto limpio, el aspirador por debajo del somier y todo pulcramente ordenado.
Aquel día no había tele, no había sofrito, no tenía ganas de gimnasio, la nevera estaba repleta, la carta sellada, no quedaba saldo en el móvil y carecía de citas.
Pero mientras apuraba el café, pensé, sencillamente, que no me pasaba por las narices hacerlo.
Estaba cansado de no dejarla nunca al gusto y no veía mayor mal en ello, que el antiestético revoltijo de manta, colcha, almohada y sábana que solo yo conocía pues solo yo veía.
Fue así como recuperé la vena rebelde si bien, tan pronto como me sentí el James Dean del cubrecamas, entró por mi conciencia el ridículo de lo malamente que había envejecido.
Cuando aun era del todo moreno, sin canas ni zonas claudicadas a la deforestación del pelo, pensaba en cambiar lo que veía malo e injusto, que a fin de cuentas, era lo mismo sumar todo.
Imaginaba un gran líder, por supuesto con mi cara, hablando desde un púlpito en todo lo alto, convenciendo, recibiendo aplausos y ovaciones, acertando en todas y cada una de sus decisiones, trayendo la felicidad al mundo, acabando con la desigualdad, extinguiendo la pobreza, salvando todas las bestias y sus selvas, cambiando fusiles por rosas, haciendo innecesarios los ejércitos, abaratando viviendas, repoblando de pinos el monte, llenando las cárceles de traficantes, violadores y políticos corruptos, regenerando el espíritu, la energía de un pueblo aborregado, asaltando bandera en alto las fortalezas de la ignorancia, defendiendo las barricadas de la libertad, haciendo entre los humildes, buena colecta de esperanzas satisfechas.
Si, rebelde que a fuerza de nóminas, sonreía, patético, comprobando como ahora, su mayor anarquía interna, consistía en negarse a hacer la cama…hasta que regresara su parienta.
Bucardo


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A Veces


A Veces
A veces gritar en silencio, puede ser la más furiosa forma de rogar tu auxilio.
A veces, a saber si siempre, a medida que crecemos, a medida que nos vamos alejando del suelo, lo hacemos igualmente de quienes más cerca nos rodean, sobre todo si nos son conocidos, tal vez incluso queridos, por el hartazgo que nos provoca la ausencia de novedades, el saber todas y cada una de sus taras, defectos, virtudes o manías.
A veces, voluntariamente, nos “encapsulamos”, autodefensa propia, creyendo fanáticamente en esa falsedad que se nos vende….una sociedad que no se relaciona, sino que incrementa su desconfianza al mismo ritmo que lo hace, la necesidad por satisfacer el interés propio.
El egoísmo es la única siembra que no precisa de mierda para germinar.
Los amigos del trabajo dejan de serlo cuando surgen las rencillas, las envidias, ese sueldo o los ascensos.
Las amistades de guardería, tiemblan al poner distancia de por medio, al surgir la ausencia, al comprender que pocos logran sobrevivir a la diferente creencia.
Los vecinos olvidan serlo si lo que a unos interesa, resulta que otros detestan.
Pero lo peor….es sentir tu ausencia aun cuando dormimos con nuestra piel fundida y la conversación se torna monólogo e insolencia cuando escuchas que se dice lo que no deseas.
Y lo llamas normal porque así otros te lo han dicho.
Y quieres ser normal hasta el punto de la infelicidad porque llevar la contraria, en eso como en todo, no te gusta.
Por no resaltar, por no sentir vergüenza, por no dar aliento a un “que dirán”.
- Qué raro eres.
“¿Por pretender quererte?”.
Pero nunca lo digo pues aun te quiero.
Y por quererte, hacerte daño, es hacérmelo a mi mismo.
A veces puedo gritar tan alto con una sola mirada, con un leve gesto, con el más profundo e insoslayable de mis silencios, que no logro comprender como eres capaz de devolverme semejante sordera, de no percibir el dolor inmenso de saber cuanto te quiero y el poco caso le haces a ello.
Bucardo


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