martes, 27 de septiembre de 2011

¿Eso es todo?


¿Eso es todo?

- Me gusta lo que me haces.

¿Eso es todo?.

El se quedó como un guiñapo, mirando, incapaz de encontrar el valor para mandarla donde crían gusanos.

Llevaba meses girando en torno a ella y ella en torno a su culo.

Pero solo el se había atrevido a confesarlo.

No aquella gilipollez.

Ambos desnudos, aprovechando hasta el último segundo, penetrándose el uno al otro, arqueando tensiones, espaldas, sudando al ritmo de sus gritos, meciéndose hasta arrancar el placer ajeno.

Meses en los que les importó una mierda que los vieran, oyeran, criticaran o juzgaran, en los que mandaron al cuerno los compromisos de cada uno o el riesgo de embarazo que con cada oportunidad se estaban jugando.

Pero el había llegado al punto en que necesitaba saber el porque.

Y deseaba averiguarlo.

Cometió la torpeza de confesarlo.

- Te quiero felina

Ella calló.

Calló durante semanas.

Semanas en las que ni uno ni otro atenuaron las ganas de derrocharse follando.

Hasta que aquella mañana, se lo dijo.

- Me gusta lo que me haces.

Y el cerró la puerta.

La dejó desnuda y sin conciencia, tomando una copa de vino mientras releía el viejo texto de uno de sus alumnos.

Se juró que no volvería.

Pero siempre resultaba en vano.

Ambos sabían que apenas acabados, ya se estaban de nuevo deseando.

Bucardo

!Eres Fea!


¡Eres Fea!

- ¡Eres fea!. ¡Y no cambiarás por mucho que beba!. ¡Fea, fea, fea!.

Caminé calle arriba, con los tacones acelerando el paso, temiendo que su frustración, le hiciera pasar de la palabra a las manos.

Contuve la tentación de girar la vista, de malmeterla para hacerle frente y contemplar su estampa decrepita.

Su voz oscura, desvelaba que hacía mucho que en su garganta, entraba menos pan que ginebra.

- ¡Fea! – lo escuchaba ya lejano, cuando por fin se dio cuenta que no iba a retroceder, para darle el euro que le había negado.

“Lo gastará en cerveza” – pensé.

Sorda ante sus insultos, ciega ante su vista, di dos o tres pasos y paré frente al escaparate donde puede contemplar que al tipejo, el alcohol no le nublaba la vista.

Era fea.

Crecientemente fea.

Tenía cuarenta y muchos, un marido poco encariñado y dos hijos que me estaban dejando de hacer caso.

Tenía los pechos caídos, las caderas crecidas, la tripa algodonosa y una cara escondida como lagartija, tras las varias capas de maquillaje con que la ocultaba.

Suspiré hondo.

Hondo pero no triste.

Era fea si.

Pero al menos no tenía porque conformarme, con mendigar para poder dormir, otra noche, entre los brazos de una botella vacía.

- ¡Y tu un hijo de puta!.

Y mira por donde, dejé de ver una arruga.

Bucardo


!No lo hagas!


!No lo hagas!

Quiero hablarte.

Quiero suplicarte que no lo hagas.

No nos merecemos la pérdida de caminar sin alma.

Sin ti, el mundo es un peor, una agonía, un callejón negro y mugriento al que olvidaron dibujarle la salida.

Pero te empeñas en maltratar ese reflejo que sale cuando paras frente al espejo.

Y sacas el látigo con el que fustigas, con el que sangras….porque alguien te dijo, porque alguien te hizo daño, porque alguien te dio la espalda, porque nunca lo merecías.

Y ahora, sentado en el paseo, con la isla de San Sebastián echando vista, veo como marcas la huella de tus pies desnudos entre la arena solitaria.

Caminas hasta pararte decidida frente a las olas blancas.

Creo que sabes quien te contempla.

Pero no respondes por miedo a mirar y saber que no vas a encontrar lo que esperas.

En su lugar, prefieres deshacer tus pantalones, arrojar la camisa lo más lejos, quedar como la rosa, con el pétalo al aire y el alma dispuesta…esperando a que la próxima ola, alargue su acometida hasta acariciarte los dedos y hacerte sentir el frío con el que serás recibida.

- ¡No lo hagas! – grito.

Pero ya no escuchas.

Ya no nos acompañas.

Caminas desnuda hacia el destino oculto, en el abrazo de un mar hijo de puta y yo dejó de intentarlo porque estés donde estés….lloraré tu ausencia mientras tu encuentras reposo.

Ni se te ocurra.