domingo, 31 de enero de 2010

Entre yo y mi lápiz


Entre yo y mi lápiz
Entre yo y mi lápiz, apenas hay un cortado.
Un cortado largo y alargado al que dejo enfriar con la inercia de quien no lo desea pero agradece la excusa de permitir ocupar asiento sin reclamar nuevas consumiciones.
Apenas dos mesas y una pareja de universitarios experimenta lo que es el sexo sin privacidad, tratando de palpar más allá y con disimulo, bajo la mesa, evitando los ojos ajenos y las voluminosas erecciones que les delatan las ganas y la falta de sitio.
Frente a la barra, el borracho de todo barrio intenta convencerse de que esa será su último chato.
La jornada aun es corta y el vaso…demasiado estirado.
Pero siempre se lo propone y siempre pierde la partida.
Sus ojos decaídos y tristones, su colorete facial y la generosa papada, denotan que lleva años malmetiéndose en la misma batalla.
El camarero saca cuentas.
Cuentas que por muchos sacrificios y horas, casi nunca cuadran.
El bar es demasiado familiar y cercano.
Para la mocedad numérica y artificial, le salen mejor las ganas hacia el inhumano local del otro lado.
Inhumano donde camareras de pocos cuartos y menos cerebros, sirven cafés de segunda categoría en decorados artificiosos…abierto 24 horas.
Del baño sale una cincuentona empecinada en no reconocerlo que con su pintalabios chino de furcia sonríe a un mozo apenas imberbe que traga saliva y no sabe como ocultar todo lo que le asusta.
Seguramente pensó que aquello era una buena idea, una aventura que contar y presumir entre amistades y cervezas.
Pero la cara de loba se le ha ido transformando en necesidad y esa faz, asusta a un amante arrepentido antes de bajarse la bragueta.
Se escucha el tintineo de la puerta.
Alguien sale o entra.
Entre yo y mi lápiz, apenas hay un cortado.
Apenas, porque las ideas sobran.
Solo tengo que levantar la vista, fugarme de la cercanía y descubrir, una vez más, que un bar, es una enciclopedia de pura vida.

Bucardo

martes, 12 de enero de 2010

El sorbito y el trago


El sorbito y el trago
Sentirme entre sus piernas….
Si, aquella sensación era perder la conciencia de todo lo que era y todo a lo que estaba debido.
Entre sus piernas de hembra de noche, entre sus piernas de cuya dueña, no recordaría ni olor, ni voz, ni color ni nombre.
No se borrarían en cambio el espejo reflejado de sus ojos apuñalados, capaces de leer sin libro el dictado de los oscuros miedos y secretos que se ocultan bajo la apariencia del cuerpo.
La cerveza se hacía calor en el bar que era de toda la vida.
Un bar de barrio donde quien paga, suele saber de antemano lo que le cuesta.
Por eso, una extraña, era objeto de mirada.
Se que llevaba un rato largo limando las suelas sobre la acera.
Entró dirigiendo directamente la mano al vaso y resecándola de un largo trago.
Tanto que de las migajas, no daba ni para un lametón apurado.
- Supongo que comprenderás mi queja ¿no?.
- Me estabas sacando de las casillas. Sorbito a sorbito. Así se aburre hasta la copa.
- ¿Qué prisas puede llevar alguien que ni conoce ni conozco?.
- Prisas a que esta noche, tu y yo, follamos.
Nadie encorbatado es capaz de resistir.
Nadie soltero o casado, virgen o aventajado, superdotado o en vergüenza…
Nadie soporta que una hembra marque su territorio.
Hundido en su humedad, ella cerraba los ojos, acompasaba sus caderas y lanzaba profundos suspiros de los que yo deducía la gana y su remedio.
sus piernas se enlazaban, sus uñas hacían de arado entre los omoplatos…era ruda, era fina, era un empentón o una caricia.
Un espejo de armario reflejó lo que se era.
Mientras sus pies apuntaban el orgasmo, oteé mordiendo los labios.
Sobre la mesilla, la foto de un inquietante gato…una lámpara de luz cálida, un pequeño cuaderno de notas.
Esquinada, una foto, la de un novio que no debe intuir en que andábamos empantanados.
Rendido a tus exigencias, no queda otra que rendir bandera.
Cuando lo hago, se levanta sin darme tiempo a respirar y contemplar como se aleja desnuda.
Regresa envuelta con una camisa promocional de una cadena de electrodomésticos y un cigarro apenas encendido, colgando despreocupadamente de la mano.
- ¡Vaya noche me has dado!.
- ¿Todavía estás aquí? – responde exhalando una larga bocanada de humo – Eres tan lento para esto como para beber cerveza.

La mirada del frutero


La mirada del frutero

El frutero de voz disimulada y sin anillo al dedo, atendía con sonrisa inexistente y amabilidad nada fingida.
Uno tras otro, deshiló los pedidos entre unos dedos impropios del oficio, consultando con la balanza, cobrando el peso y preguntando quien llevaba en su mano el siguiente número.
- ¿Quién con el 43?.
Tuve que hacer un esfuerzo para recobrar la conciencia de mercado y comprobar que era yo quien demoraba al resto.
- Empecemos por los tomates – dije – Maduros, bien maduros…
El frutero sonrió, esta vez sin menos cortapisas, aireando sus blanqueados dientes de casi cuarenta veranos.
Su mirada marchó a donde le indicó el pedido y luego tras los numeritos rojos de la báscula.
Se movía con una lentitud nada exasperante.
Las clientas, incluso las que castañeaban con los dedos tratando de entretener las prisas y el nerviosismo, sabían que a aquel puesto, se llegaba para tener buen género y malgastar la paciencia con el intento.
- ¿Algo más?.
- Cebollas de freír. Ponme un par por favor.
Las cebollas, con su fina capa color canela cayeron en la bolsa siendo pronto acompañadas por medio kilo de judías verdes, dos cabezas de ajo, cuatro manzanas, cuatro naranjas y media docena de kiwis.
- Siete treinta por favor.
En el monedero llevaba las siete más una pieza de euro.
Estaba convencida de llevarlo justo y traté de reafirmarme revolviendo.
Aunque no era mucho el desengaño que le causaba, la amabilidad se paga con idéntica moneda.
- Por ser tu…lo dejamos en siete.
Eran ya dos años de fidelidad al puesto.
Y eso a pesar de que la dejadez y la mala competencia de los hiper habían arañado al futuro del vetusto supermercado.
No era la primera vez que restaba céntimos a la suma.
Pero si la primera en que retiraba del suelo la timidez de su mirada.
Sus ojos, infinitamente tristes, exhalaban un grito en silencio….pero desesperado.
- Unos céntimos, no le cambian la suerte al desafortunado.
Bucardo