
Vivir Jodiendo
- ¿Tiene usted una habitación doble?.
Modales exquisitos para el primer paso.
Pueden resultar algo forzados….pero son más creíbles y levantan menos sospechas.
Aceptable para ser un cuatro estrellas.
Calurosa, decoración esquemática, algo costosa para ser que la tarima es de baja calidad y el cuarto de baño es demasiado pequeño carece de bidé.
Nunca uso bidé.
Pero si no lo encuentro….lo extraño.
- ¿Te apetece un ron?.
- ¿Hay coca cola?.
- Botellines pequeños, sin hielo pero frescos.
- Creía que no tenías más que telarañas – bromea mientras saca la cartera del bolsillo y de paso aprovecha para catar la calidad del paquete.
- Aquí nadie va a pagar nada.
- Pero…¿cuándo te convertiste en un cabrón? – pregunta al tiempo que alza los pies para iniciarlo todo con un beso.
No sabría decirlo.
Intento descubrirlo mientras follamos.
Evoco recorriendo su espalda, pienso ceñudamente con sus pies alzados sobre mis hombros, le practico un cunilinguis con la cabeza alejada del coño, provoco sus irascibles orgasmos intentando encontrar el niño que se convirtió en hijo de puta.
En los escolapios la religión entraba por insistencia más que por convencimiento.
Solo que a los siete años mis notas eran tan buenas como afiladas mis preguntas.
Cuando demandé algo más de información, el padre Bernardo estampo un tortazo con el que selló su respuesta.
No hice pucheros.
Tampoco es que fuera la primera vez que le veía arrear una ostia no consagrada a un crío que apenas levantaba unos palmos al suelo pero su efecto sobre mi fue demasiado extraño.
Siete días más tarde su Biblia olía a todo menos a santo.
Cuando la abrió y encontró papel de water entre el Génesis y el Éxodo, supo sin mucho pensar quien era el dueño de aquellos excrementos.
Nunca pudo probarlo.
Pero su reacción, que yo temía irascible y vengativa, logró dejarme obnubilado.
No hizo nada.
Aprobé el catolicismo sin apenas saber porque Dios era nuestro padre y María la más bendita entre todas las mujeres.
Cuando los mofletes me escocieron por el coscorrón del padre Bernardo, hacía mucho que vivía en el pequeño apartamento de mi tía.
Ella era la custodia legal a la que me forzaron desde que encontraron a mi madre con los ojos en blanco y una aguja pinchada en el brazo.
Sobrevivió a la sobredosis pero entre las cosas que esa mierda le borró del cerebelo, estaba el hecho de que un día tuvo que empujar lo suyo para traerme a este mundo.
Su hermana era una beata falsificada que de mañanas hacía la coba a las monjas mientras al atardecer, se levantaba la falda delante del vecino.
Luis era un hombre casado y chulesco al que le gustaba amoratar los ojos a la mujer tanto como empujarle el culo a la tía.
Por alguna rareza, a ella le excitaba que mientras follaban, los observara la cotorra vieja y medio desplumada que tenía por mascota.
El animal era un chillón insufrible que sin embargo, se callaba como el mudo de los Marx en cuanto comenzaba a bajarse las bragas.
Los dos eran unos impresentables.
Fue por eso que una mañana, mientras bajó a por el pan, un fino alfiler ayudó a rebajarle la fiabilidad del 98% al sus preservativos.
La preñez obligó a Luis a cambiar de barrio y a tía a buscarme un orfanato donde evitar que le limara los ochocientos asquerosos euros al mes que cobraba por fregar rellanos.
La decisión fue toda una putada.
Por eso añadí matarratas al alpiste del pajarraco.
Dado que nunca me vino a visitar, deduzco que el veneno hizo efecto y ella supo averiguarlo.
Las primeras noches en el centro, las dormí bajo el agua fría de las duchas o encerrado en un baño donde antes hubieran cagado dos o tres sin tirar de la cadena.
- Si mañana esa mierda no está donde la dejamos…te la comes.
Quien amenazaba era Jaime.
Con quince no era huérfano.
Pero sus padres, desesperados porque a su niño no había ya por donde cogerlo, lo metieron en aquel lugar para poder respirar algo.
Jaime solo respetaba la fuerza que yo no tenía.
Pero me sobraba la chispa.
La chispa con la que prendí fuego a su cama, asegurándome de que después de su paja nocturna, se quedaba como un tronco.
Salió vivo pero con un brazo socarrado.
Nadie supo pero todos supieron y los abusones que le siguieron, no tuvieron huevos para devolverme bajo el corro de ducha fría.
Acabé como barrendero.
Si le ahorramos los madrugones, la escoba era oficio cómodo.
Hasta que surgieron dos veteranos y muchas ganas de joderme.
Joderme suponía obligarme a las peores rutas, aquellas que incluían jardines plagados de mierda de perro o zonas de pubs en matinales de fina de semana.
Acababa con la espalda desencajada mientras los muy cabrones se agenciaban los barrios ricos o los edificios oficiales, donde las cámaras de vigilancia y los modales obligaban a los dueños, a recoger las caquitas de sus perros.
Decidí modificar el objetivo del oficio.
Seguí barriendo pero en lugar de recoger ponzoña…la trasladaba.
Trasladaba de mi sector al suyo, asegurándome antes que ellos ya habían terminado su jornada.
Juraron primero, suplicaron por sus hijos pero al final, pude lanzarles un beso a través de la ventanilla mientras los veía salir con el finiquito en el bolsillo.
Si.
Vivir jodiendo es otra forma de vivir.
Jodo cuando no pago en un restaurante.
El camarero será despedido pero el, de poder, también me hubiera jodido.
Jodo cuando juro enamoramiento para follar con el regusto que les da imaginarse queridas y luego les doy un teléfono falso que me ahorrará inventar excusas.
Sufrirá pero ella, de poder, también me hubiera jodido.
Jodo a cualquier compañero “desapareciendo” sus informes o exagerando la incompetencia de sus fallos.
Lo pondrán de patitas en la calle pero el, de poder, también me hubiera jodido.
Mañana, si sale con suerte, el recepcionista se llevará solo un rapapolvo.
Pero si lo desahucian me dará igual.
De poder, el también me hubiera jodido.
Bucardo
- ¿Tiene usted una habitación doble?.
Modales exquisitos para el primer paso.
Pueden resultar algo forzados….pero son más creíbles y levantan menos sospechas.
Aceptable para ser un cuatro estrellas.
Calurosa, decoración esquemática, algo costosa para ser que la tarima es de baja calidad y el cuarto de baño es demasiado pequeño carece de bidé.
Nunca uso bidé.
Pero si no lo encuentro….lo extraño.
- ¿Te apetece un ron?.
- ¿Hay coca cola?.
- Botellines pequeños, sin hielo pero frescos.
- Creía que no tenías más que telarañas – bromea mientras saca la cartera del bolsillo y de paso aprovecha para catar la calidad del paquete.
- Aquí nadie va a pagar nada.
- Pero…¿cuándo te convertiste en un cabrón? – pregunta al tiempo que alza los pies para iniciarlo todo con un beso.
No sabría decirlo.
Intento descubrirlo mientras follamos.
Evoco recorriendo su espalda, pienso ceñudamente con sus pies alzados sobre mis hombros, le practico un cunilinguis con la cabeza alejada del coño, provoco sus irascibles orgasmos intentando encontrar el niño que se convirtió en hijo de puta.
En los escolapios la religión entraba por insistencia más que por convencimiento.
Solo que a los siete años mis notas eran tan buenas como afiladas mis preguntas.
Cuando demandé algo más de información, el padre Bernardo estampo un tortazo con el que selló su respuesta.
No hice pucheros.
Tampoco es que fuera la primera vez que le veía arrear una ostia no consagrada a un crío que apenas levantaba unos palmos al suelo pero su efecto sobre mi fue demasiado extraño.
Siete días más tarde su Biblia olía a todo menos a santo.
Cuando la abrió y encontró papel de water entre el Génesis y el Éxodo, supo sin mucho pensar quien era el dueño de aquellos excrementos.
Nunca pudo probarlo.
Pero su reacción, que yo temía irascible y vengativa, logró dejarme obnubilado.
No hizo nada.
Aprobé el catolicismo sin apenas saber porque Dios era nuestro padre y María la más bendita entre todas las mujeres.
Cuando los mofletes me escocieron por el coscorrón del padre Bernardo, hacía mucho que vivía en el pequeño apartamento de mi tía.
Ella era la custodia legal a la que me forzaron desde que encontraron a mi madre con los ojos en blanco y una aguja pinchada en el brazo.
Sobrevivió a la sobredosis pero entre las cosas que esa mierda le borró del cerebelo, estaba el hecho de que un día tuvo que empujar lo suyo para traerme a este mundo.
Su hermana era una beata falsificada que de mañanas hacía la coba a las monjas mientras al atardecer, se levantaba la falda delante del vecino.
Luis era un hombre casado y chulesco al que le gustaba amoratar los ojos a la mujer tanto como empujarle el culo a la tía.
Por alguna rareza, a ella le excitaba que mientras follaban, los observara la cotorra vieja y medio desplumada que tenía por mascota.
El animal era un chillón insufrible que sin embargo, se callaba como el mudo de los Marx en cuanto comenzaba a bajarse las bragas.
Los dos eran unos impresentables.
Fue por eso que una mañana, mientras bajó a por el pan, un fino alfiler ayudó a rebajarle la fiabilidad del 98% al sus preservativos.
La preñez obligó a Luis a cambiar de barrio y a tía a buscarme un orfanato donde evitar que le limara los ochocientos asquerosos euros al mes que cobraba por fregar rellanos.
La decisión fue toda una putada.
Por eso añadí matarratas al alpiste del pajarraco.
Dado que nunca me vino a visitar, deduzco que el veneno hizo efecto y ella supo averiguarlo.
Las primeras noches en el centro, las dormí bajo el agua fría de las duchas o encerrado en un baño donde antes hubieran cagado dos o tres sin tirar de la cadena.
- Si mañana esa mierda no está donde la dejamos…te la comes.
Quien amenazaba era Jaime.
Con quince no era huérfano.
Pero sus padres, desesperados porque a su niño no había ya por donde cogerlo, lo metieron en aquel lugar para poder respirar algo.
Jaime solo respetaba la fuerza que yo no tenía.
Pero me sobraba la chispa.
La chispa con la que prendí fuego a su cama, asegurándome de que después de su paja nocturna, se quedaba como un tronco.
Salió vivo pero con un brazo socarrado.
Nadie supo pero todos supieron y los abusones que le siguieron, no tuvieron huevos para devolverme bajo el corro de ducha fría.
Acabé como barrendero.
Si le ahorramos los madrugones, la escoba era oficio cómodo.
Hasta que surgieron dos veteranos y muchas ganas de joderme.
Joderme suponía obligarme a las peores rutas, aquellas que incluían jardines plagados de mierda de perro o zonas de pubs en matinales de fina de semana.
Acababa con la espalda desencajada mientras los muy cabrones se agenciaban los barrios ricos o los edificios oficiales, donde las cámaras de vigilancia y los modales obligaban a los dueños, a recoger las caquitas de sus perros.
Decidí modificar el objetivo del oficio.
Seguí barriendo pero en lugar de recoger ponzoña…la trasladaba.
Trasladaba de mi sector al suyo, asegurándome antes que ellos ya habían terminado su jornada.
Juraron primero, suplicaron por sus hijos pero al final, pude lanzarles un beso a través de la ventanilla mientras los veía salir con el finiquito en el bolsillo.
Si.
Vivir jodiendo es otra forma de vivir.
Jodo cuando no pago en un restaurante.
El camarero será despedido pero el, de poder, también me hubiera jodido.
Jodo cuando juro enamoramiento para follar con el regusto que les da imaginarse queridas y luego les doy un teléfono falso que me ahorrará inventar excusas.
Sufrirá pero ella, de poder, también me hubiera jodido.
Jodo a cualquier compañero “desapareciendo” sus informes o exagerando la incompetencia de sus fallos.
Lo pondrán de patitas en la calle pero el, de poder, también me hubiera jodido.
Mañana, si sale con suerte, el recepcionista se llevará solo un rapapolvo.
Pero si lo desahucian me dará igual.
De poder, el también me hubiera jodido.
Bucardo
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