viernes, 15 de agosto de 2008

El Cuento triste de Ismael el enano y la niña frágil


"El Cuento triste de Ismael el enano y la Niña frágil"

A Ismael el enano, el corazón se le sentía grande cuando la niña frágil le rozaba la mano.
La niña frágil apenas conseguía soportar el sufrimiento que aquella leve caricia le causaba.
E Ismael, aun desesperado, debía morderse el anhelo de abrazar su cristalino cuerpo, por temor a que este se le deshiciera como el papel de arroz.
- Para mis huesos eres todo un gigante – bromeaba ella.
Desorientado, Ismael parecía enfurruñarse.
- Y sin embargo, no te temo – añadía forzando su rostro para regalarle su sonrisa menos dolida.
En el circo todo se sabía pero ninguno preguntaba.
¿Quién tenía allí el derecho a hacerlo?.
En el cubil de los adefesios, donde exhibían al ser humano más alto junto a las pulgas mejor amaestradas o al bebe con barba acunado entre los brazos de la mujer sin orejas, nadie cuestionaba el amor que Ismael el enano y la niña frágil se profesaban.
Y Luc, el patrón, menos que ninguno entre todos ellos.
Fue el quien acudió al aviso del orfanato cuando las monjas le negaron a aquel huérfano minúsculo y enfermizo la gracia de ser acogido.
- Dios nuestro señor predijo otro camino para esta criatura – le dijeron mientras lo depositaban en una sola de sus manos.
Fue el quien libró a aquellos padres abochornados de la deshonra de haber traído a este mundo un ser tan insólito como para que tuvieran que pasearlo cubierto de vendajes, con precaución y extremo mimo, pues el más vulgar bache, podía partirlo como una ramita reseca.
- Esperemos tener más suerte con nuestro siguiente hijo – explicó la madre mientras acariciaba su abultado vientre.
En el reducto, Ismael y la niña frágil jamás se escondían.
No más cuando los carromatos se detenían y todos ponían mano y esfuerzo en levantar la carpa.
Entonces, por falta de tiempo o por miedo, procuraban darse algo más de recato.
La niña frágil ayudaba en los ensayos mientras su amor enano acompañaba a los voceadores, encargados de pegar los carteles y advertir al vecindario que por primera y tal vez única oportunidad en sus vidas, podrían gozar del privilegio de contemplar los más aguerridos domadores, los payasos más ridículos y los engendros más desconcertantes.
De pueblo en pueblo, siempre lugares pequeños y desacostumbrados, Ismael se vestía de rudo Hércules o de rey entronado mientras la niña frágil, con aquel aspecto apagadizo y pálido, se ofrecía a la mirada lacerante dentro de una vitrina donde un gran cartel, advertía de quien era ella, rogando por su salud que no la mecieran.
En ocasiones, los niños desobedecían y ella sufría terriblemente hasta que Uno, el gigante que todo lo levanta, los espantaba ayudado por su prodigiosa apariencia.
- No te preocupes preciosa – la tranquilizaba – Los niños, en ocasiones, pueden ser muy crueles.
- Lo se Uno – respondía procurando no preocuparle al gemir el dolor que sentía.
Luego, terminada la sesión, sobre la cama, todos sus males se evaporaban como por ensalmo, en cuanto Ismael le sonreía.
- No….- susurraba ella-…no todos los niños son crueles.
Nunca podrían besarse.
Sus enquistados males les prohibían yacer juntos.
Ni tan siquiera un abrazo.
Pero poco importaba aquello a quienes se supieron ver y sentir mucho más de la frontera lisiada de sus propios cuerpos.
Una mañana, lluvia a finales de otoño, la caravana del circo sobrepasó el cartel que anunciaba la llegada a Obscurité.
Entre el río con olor a barro y la montaña sin piel de árbol, su alcalde les ofreció tres campos embarrados, dos días de feria y una sola advertencia.
- No perturben la paz de este pueblo. Planten sus carpas, hagan sus numeritos y márchense sin provocar cambios ni problemas.
- Ni cambios ni problemas.
Todo comenzó unos minutos antes de que las trompetas anunciaran la sesión de las seis en punto.
Una señora de cuello y modales estirados, paseaba asida a la mano de su marido, cerca de las taquillas, cuando se sintió perturbada ante la visión del torso desnudo de uno de los mozos acróbatas.
Quebrantada en sus propios dogmas, comprimió todo su veneno en busca de una excusa y la encontró en un descuido de Ismael, quien en esos momentos intentaba, dulcemente, proteger con almohadones el cuerpecillo de su niña frágil.
- ¡No se como lo consiente!.
- Pero señora mía – excusaba Luc – Ismael es un ser puro y la niña frágil….bueno, no se deje engañar por su enjuto tamaño pues….pues hace mucho que dejó de ser niña.
- ¿Insinúa usted que esas dos aberraciones comparten lecho?.
- ¡Oh no señora!. Algo semejante supondría para nuestra niña…..la muerte.
- En todo caso lo que hoy he visto pronto será sabido en todo Obscurité….a menos que ponga usted remedio.
Envalentonado ante la visión triste y humillada de sus dos seres más queridos, Luc se negó.
Muy a su pesar pues aun haciéndolo con toda su diplomacia y educación, era zorro demasiado viejo como para no saber prever el futuro.
Un futuro que se le presentó a la mañana siguiente, golpeando furiosamente la puerta de su carromato.
Eran el alcalde y sus concejales, el sargento y sus gendarmes, el párroco y sus monaguillos, el maestro y sus dóciles pupilos, los cofrades de Nuestra Señora, las socias del Club de Piadosas Damas y hasta el último de los aldeanos…todos con el rostro encogido, la mandíbula apretada y una sola idea con forma de amenaza.
- O los separa usted o los separamos nosotros.
Comprendiendo su derrota, caminó con la cohorte de irascibles a sus espaldas, abriendo el pasillo que su circo de asombros y abyectos le formaba…las siamesas danzarinas junto al prestidigitador que convertía conejos en caimanes….el muchacho clavo consolado por la mujer sirena….la chica sin cuello abrazada al increíble hombre elástico….
La diminuta carreta de Ismael tenía una boca de labios rosados rodeando el manillar de la puerta.
Luc llamó.
Pero no hubo respuesta.
Decidió abrir y al hacerlo, sus alegres bigotes retorcidos se vinieron lentamente abajo al tiempo que el rostro se le hundía y los ojos rogaban a los párpados que se cerraran para no ver más lo que estaban contemplando.
Sobre el lecho, vestidos con sus galas de plata, maquillados para la función más cara, Ismael el enano y la niña de cristal se ofrecían muertos, el uno envenenado y la otra rota, ambos sonrientes y felices, pues por fin se habían abrazado.
Bucardo

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