sábado, 16 de agosto de 2008

La Virgen de los Sicarios


La Virgen de los Sicarios
La gloria es una estatua que cagan las palomas.
No lo digo yo sino la Virgen de los sicarios.
Sicarios con conciencia que hasta para matar, antes ruegan a su Señora que les interceda, para que así les perdonen algo que no saben muy a seguras si es o no pecado.
Pero si les llega para comprender que está mal.
Al menos ellos lo saben.
Y por saberlo, no esperan que les anden fundiendo bronces.
A quienes se los funden para que luego los pajarracos los caguen en las plazas, les falta cuello para tanta corbata y andan sobrados le plata con la que comprar leyes y tintas que les transformen los crímenes en progreso.
Esos mal paridos marchan lejos de mi hierro.
Al cinto con el y con sus doce hijas, espero sin agazaparme.
Todos saben lo que miro y hago.
Pero nadie canta pues los asesinos como yo, andamos por la colmena como las ratas en el aliviadero…anchos, gordos y bien cebados.
Toca salida de misa en la Virgen de la Colina.
Acá acuden los de Cresta Alta cuando le tienen confesiones al Altísimo.
Nosotros obramos ante la Dolorosa que pone la misma cara de alguno al que vi, mal baleado, moribundo y con las tripas hechas plomo sobre el asfalto de alguna calleja apestosa.
Hoy respiro con encargo pero hace mucho que no me ando con sufrimientos por ello.
A lo mucho pienso en si al tumbado le tendrán cobertura contra tipejos que le anden con ganas.
Pero no lo pienso por temor sino por saber si voy a tener que despacharme con uno o con dos.
El precio no cambia pero si la rapidez del compromiso.
No cuento jamás.
A lo peor, si de noches ando con la dormida insomne, miro la pistolera que descansa junto a la almohada e intento hacer recuerdo.
Pero en cuanto llego al octavo, me largo en sueños, olvidando quien le hizo los honores a la novena.
El de ahora es un cura santurrón, panzudo y putero, al que los monaguillos le hacen más tentación que el pegamento a un mocoso callejero.
El que alguno ande petado por el barrio no es más que llover sobre mojado.
Los hay que se dejan por gusto, los hay que soportan culeada buscando escapar de algo y también los que aguantan la arcada para ganarle la vencida al hambre.
A ninguno de los tres se les dice nada.
Pero si las cuatro patitas se ponen para que el chulo les agarre los antojos, entonces se le saluda sin sofocarle mucha la mano.
Cosa bien puta es que el padrecito le suba los faldones a los niñitos que aun saben lo que es una sonrisa.
Sus madres se los mandan para rezar porque les libren de tiroteos y narcos y este les desgracia las entendederas tocando donde no se debe.
- ¿Qué no te sientes para hacer el encargo?.
Las mamás me hicieron tiento antes que andar con denuncias y policía.
Los comisarios en la Noroccidental, son como las pulgas para un perro….algo que se tolera, que de vez en cuando nos rascamos, pero que no se quiere.
- El dinero lo tenemos entre todas reunido.
- Ya se, ya se….
Y al obispo le interesaba más echarse el palio a la cabeza que barro sobre los zapatos.
En los casorios caros reparte tantas bendiciones como encíclicas nos envía recordándonos lo mucho que pecamos.
Aquí no manda Dios que no sea verdadero, el hombre no surge sin fierro y a la mujer, la paren dispuesta a llorarlos.
Soy muchacho para sus ojos dulces.
Pero para los que matamos antes de la letra, en el distrito, ya nos hacen hueco en el camposanto.
- Allá que sale.
El picaruelo da aviso.
Es truco de sarnoso para que de tiempo a palpar el gatillo y asegurar que no hay celulares cercanos.
“Vamos hijo puta” – pienso en cuanto lo descubro asomando la calvorota bajo el dintel del templo – “Baja la escalera cacho maricón”.
Pero el muy cabrón se entretiene hablando con una monjita rechoncha y mal parida a la que tendré que zumbarme de dos plomadas si se le ocurre mirarme a la cara.
No me gusta esperar.
Soy la muerte y la muerte no tiene porque hacerlo.
Solo necesito dos pasos.
Uno para fijar y el otro para darle aire al arma.
Y el mucho hijo puta ni siquiera se da cuenta.
Pac, pac, pac…..pac.
Su cabeza se desparrama, agujereada sobre la escalinata.
Ni siquiera le doy remate.
La monja es joven pero vieja.
Joven porque no anda arrugada y vieja porque ni grita ni mira.
- Ya está escaldada madre – le digo sin que ella responda.
Terminó de ganarle a la escalera y echo cuerpo dentro de la iglesia.
El tiroteo no le ha desanimado a nadie el rezo.
Camino escondiendo el hierro hasta acercarme ante la virgencita.
Me arrodillo santiguándome tal y como me enseñaron.
- Virgen santa….dame a mi la salud que le he quitado.
Bucardo

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