sábado, 2 de agosto de 2008

El Lienzo


El Lienzo
- Dibújame.
Y el lo hizo.
Usando un pincel fino, escogiendo el azul marino, porque aquella noche aunque negra y entre montañas, le sonaba a luz y blanco, a ventanas encaladas, calor insoportable y geranios.
- No tengo espejos – advirtió mientras esbozaba un tímido trazo sobre su espalda – Mis cuadros jamás han respirado.
- No importa. Intuiré.
Cerró los ojos y se dejó hacer, sintiendo como su amante deslizaba sobre ella las diminutas cedras….un círculo, un símbolo….una eterna línea y un misterioso punto.
- Me encantaron tus ojos – le confesó.
- Lo se – respondió ella, reconociendo lo infalibles que le resultaban – Nunca me fallan.
Suspira cuando desciende, así, por la columna, bordeando su cintura desde arriba hasta rozar levemente el ombligo y reanudar el descenso.
- Y lo justo que enseñaste.
Ríe.
- Desde lo que imaginas surge luego el resto – le contesta al tiempo que acaricia las sábanas de raso blanco.
Titubea en torno a su pubis, lo bordea, lo atraviesa, duda y acomete el interior de los muslos.
Ella ofrece sus piernas abiertas, puntea sus pies, intenta reprimirse y se muerde los labios.
- Me haces cosquillas.
- Las mismas que tú me hiciste.
Abandona el pincel sobre el suelo y sin dejar que abra sus ojos…la besa.
Del dibujo se borra todo menos lo que queda impreso, para siempre, entre dos pieles, una noche y un abrazo.
Bucardo

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