martes, 31 de julio de 2007

Huída Imposible


Huída Imposible

El calor me envuelve como la sábanas se pegan a un cuerpo húmedo y sudoroso, aprisionándome, atosigando la dormida hasta que consigue arrancarme de ella, obligándome a abrir los ojos, a desvelar la noche renunciando al descanso, mirando eternamente el techo encalado y esa horripilante lámpara setentona y anquilosada que no arranco por respeto a la arrendadora…….y temor por mi fianza.
Ya da igual.
La verdad es que el sueño distaba demasiado de ser uno de los buenos, de esos donde se desgranan los números de una lotería acertada, donde tiras de tarjeta desconocedor del esfuerzo que cuesta llenarla, donde siempre hay una moza dispuesta, hermosa, abierta ante tu cuerpo atlético……suena el despertador y te deja con las ganas.
A mi vera, siento como respira.
Si ella, ella que lo hace siempre así, agotada, en largas aspiraciones que luego mantiene durante unos segundos en suspenso, para luego exhalarlas prolongadamente…..regalándome tanta paz que durante unos minutos, tengo la tentación de abrazarla de besarle el cuello y despertarla……
Pero no lo hago.
No sería justo hacerlo.
Ya basta con que mañana, sea uno quien exhiba ojeras mareando desanimadamente un vaso de leche ahogado en el café, incapaz de contener los bostezos el cliente y los quisquillosos compañeros de trabajo, arrastrándome en suplicio tras la primera máquina de Juan Valdez aguado que me encuentre de la recepción al despacho de mi jefa.
La jefa es buena gente.
Pero las diurnas tras vigilia son jodidas como ellas solas.
No vuelvo a concebir y decido rendirme, levantándome para acercarme al salón, donde las puertas de la terraza, abiertas de par en par intentando suplir la falta de presupuesto para el aire acondicionado, dejan entrar las luces artificiales de una ciudad a medio dormir.
Así son todas las grandes urbes.
Todo lo que hacen, lo hacen a medias……nunca duermen del todo, nunca comen al unísono, nunca llegan a un acuerdo, nunca saben lo que es convivir a cientos de miles…..
Enciendo la radio.
Lo hago a volumen bajo, para que susurre, para que el sonido de mis pasos descalzos sobre la tarima sea lo único que se imponga en nuestro reducto de setenta y siete metros cuadrados.
Camino despacio dejando que el panorama urbano vaya poco a poco ofreciéndose ante mis ojos, rezando por unos minutos, tal vez apenas unos segundos, en los que el imperio del claxon y los acelerones, de los autobuses con frenos chirriantes y las motocicletas trucadas, muestre algo de piedad hacia mi necesidad de silencio.
Lo necesito.
Lo necesito y tengo suerte.
Justo cuando asiento mi pecho sobre la verja que impedirá una caída de siete pisos, la “Mary” comienza a endulzar la malmetida noche con ese “Tu recuerdo”, hilado con voz hiriente y dolida, salada y escocida, profundamente andaluza, como si ella misma portara firme el bisturí con el que se abre el pecho para mostrarnos las entrañas……entrañas que palpitan al ritmo de dulzón malagueño y mujer del sur.
Cierro los ojos, pensando en que guapo estaría Ricky Martin si se estuviera callado, si la vida me hubiera ofrecido en aquel momento de profunda debilidad la capacidad de valorar todo lo que tenía, si el reloj no corriera tan deprisa cuando siento la sonrisa reconfortante de un amigo, el placer de un tapeo cervecero, las sensaciones que se traspasan de tu cuerpo al mío cuando hacemos el amor……pensando que ocurriría si mis lágrimas no se represaran tras los 10 miligramos diarios de Xeristar, tintando de blanco la negra tristeza que en ocasiones lo domina todo, atrapándome, empalagosa compañera en que se convirtió desde que los ojos llorosos y los cincuenta euros la hora me ayudaran a descubrir tan inoportuna compañera.
Quiero flotar…..”no dejes de pensar en mi”…..!pero si nunca lo hago!.
Hay allí arriba, mucho más arriba de los doce pisos colmena donde vivimos, sobrepasando los cuatro campanarios de la basílica y la cúpula contaminante que a diario nos cancerigena, algo que me ayuda a desvestirme del cuerpo que aprisiona mi alma, que la camufla, que la obliga ante los demás y me llama a dar un paso por encima del vacío, sin temor a precipitarme…..pues lo hago y no caigo.
Floto sin esfuerzo, sin aleteos, contemplando como los árboles, sitiados por el hormigo, son apenas una ramal que ofrece una anoréxica sombra bajo la luz de una farola….contemplado como un perro, famélico, sin duda abandonado, levanta la pata y orina junto a las puertas oxidadas de una guardería que mañana, a primera hora, se verá atiborrada de madres deseosas por librarse del llanto de sus hijos, los mismos que meses atrás, con mayor o menor gana concibieron.
Asciendo como el aire caldeado, dejando atrás el bosque de antenas hasta superar la frontera lumínica y dejarme absorber por la noche oscura sin que la “Mary” deje de cantar…..”déjate llevar”…..y me dejo llevar.
Lo hago hasta superar el condenado Cierzo y poner rumbo al norte, superando los oteros desvirgados y polvorientos, otrora montes negros refugio de sabinas milenarias sacrificadas en pos de una casa, una catedral, el armazón de un carro, una guitarra, una flota de guerra o la escuálida llama de una hoguera con la que calentar los huesos a algún pastor desamparado bajo la fría anochecida aragonesa.
Supero muelas y futuros desiertos, heridas por lenguas de asfalto y luces en movimiento, atisbo la agonía de los pantanos en pleno estiaje y de sus criaturas, agolpándose unas sobre otras, tratando desesperadamente de no expirar, de sobrevivir en aquellas aguas embarradas que luego en los llanos nos beberemos hasta que por fin lo veo……en sus primeras estribaciones de retoño neonato.
Apenas tímidas dejan sentir su sombra, plagada de un bosque espeso en cuyo vientre, criaturas extrañas y acosadas, cobijadas en la nocturnidad de la hora, pululan en busca de comida, refugio o la compañía de alguna hembra que hubiera entrado en celo a deshora.
Acometo valle arriba y, superado el desfiladero, no tardo demasiado en verlo.
Es el pueblo, con su castillo en ruinas, con sus ermitas en ruinas, con sus casas infanzonas, su orgullo, raza y orígenes en ruinas, contrastando con los hoteles, los bares y restaurantes, las tiendas de souvenir barato, los nuevos apartamentos y casas digitales, inmensas y majestuosas, pregón de las renuncias a las que, tal vez por cargo de conciencia, sus dueños coronaron con impropios espantabrujas en los que antaño, los mismos ancestros que ellos ignoran, tuvieron fe ciega en que los protegería de todo daño.
No deseo descender.
No deseo volver a sentirme aprisionado por su voracidad, por sus gentes que aun dormidas, rumian entre la bilis de sus hígados la maldad de su codicia, el egoísmo, el sin vivir a causa de las malas querencias y los celos, la apatía malsana e hiriente de quienes sin saber hacer más que nada, no toleran que otros demuestren que saben hacerlo.
El pueblo no es más que un gallinero dorado que algún día, ignorante, abrirá por sus propios fueros las puertas al gato y de tontos que serán, por querer más que el otro, ellos mismos le pondrán para que se lo cercenen, el cuello sobre el tajo.
Huí de allí.
No quise verlo.
En su lugar puse rumbo al río, a ese cabrito enrabietado por los últimos retazos de una tormenta de agosto que marcaba trueno y rayo, ya en retirada hacia las cumbres más encrespadas.
Bajaba ruidoso, encolerizado, como si las nubes lo laceraran obligándole a descender en rápidos fugaces y blanquecinos como la espuma de un perro rabioso, en el frenesí que domina a quienes como el, pulen extasiados todo lo que tienen al alcance del cincel o de sus acuosas manos.
Sobre su otero, una gigantesca piedra cercenada a la montaña por la gélida fricción del hielo, la nutria alza su mirada, intuyendo que bajo la corriente, indomable a la vista de los hombres, le espera su cena con forma de trucha.
La trucha era pez listo pero la nutria no era tenida como cazadora por serlo menos.
Tan solo la garza, una extraña venida de lejos, le hace desmerecer la fama.
Pero la garza necesitaba luz y de nocturnas, el ave picuda solía agazaparse con las alas recortadas y el cuello embutida entre ellas, como si sintiera frío, para dormitar entre el pinar, sin dejar nunca de sentir cerca la bravura del río.
Penetro en el hayedo, que reacciona a una, ser vivo abriéndose al paso, abrazándome como quien lo hace con un viejo amigo, hace tiempo lejos pero nunca, jamás olvidado.
Tropiezo con el regalo que nos dejaron los moros, una gineta invasora de ojos saltones que acosando a un lirón careto, ha conseguido arrinconarlo entre el ramaje fino de un fino avellano.
Pero el lirón se ríe. Es un bicho algo viejo, por tanto sabio, y sabe de sobras que en cuanto el comensal se disponga a su mortal salto, la rama se quebrará, precipitándolo al enraizado.
No se hará daño pues las ginetas tienen costumbre en deslomarse dos o tres veces antes de comer algo, pero a el le dará tiempo de sobras para escapar, trepando más y más alto.
En el monte, no siempre ser más grande, resulta andar más espabilado.
Tropiezo luego con un mochuelo de ojos amarillentos, con dos lunas menguantes por iris, puestas sobre un ratoncillo demasiado hambriento, demasiado joven y desprevenido como para saber que va a pagar el sumo precio.
Al final, termino por intuir al señor de todo esto o a su huella, impresa sobre un charco húmedo en vías de quedar reseco, caminando en pos del lugar seguro que lo aleje de nosotros, que incluso en alma sin cuerpo no nos soporta, nos teme y nuestro olor le resulta en grado sumo…molesto.
Atisbo por fin el pequeño descanso, la ermita con la bóveda firme y el puente de un solo y gótico ojo que vería discurrir mis primeros años, esos en los que uno cree y encima con firmeza, que todo le resulta demasiado pequeño como para no abarcarlo.
Es allí, lo intuyo, donde me esperan.
Será el yayo Miguel quien primero me vea, saludando con los brazos en alto. Es casi el que más tiempo me lleva esperando y no puede reprimir el acompañar mi lágrima con la suya cuando por fin acaricia la piel de mi rostro y vuelvo a sentir las yemas de sus dedos traspasando la epidermis para redescubrir que hasta en el latir llegamos a acompasarnos.
Veo a Papa Miguel, con la boina y el bastón, con su cara de mala virgen, de orgullo destemplado, de no aceptar en público un beso cuando por dentro se muere por recibirlo. Está sentado a la solana del cuartelillo con la yaya Higinia sin despegarse de el, mirada viva, manos callosas, delantal al cinto y esa expresión de no estar satisfecha hasta ver a todos los que ella ama, contentos y felices.
Veo a papa con su uniforme, el fusil y el tricornio bien calado, que en cuanto le cojo la mano se lo quita para ofrecerme esa calva que tanto regusto tengo en besar y acariciar, en contar las manchas negras que le van regalando el sol, los disgustos y el paso de los años. Lo abrazo con incontenible fuerza mientras siento sus labios sobre mi pelo….siempre más viejo….nunca más bajo.
Y allí aparecen tío Ángel y tío Pepe, corriendo con los pantalones atados con cuerdas para esconder la escopeta antes de que se la descubra, sabedores del poco gusto que le tengo al cartucho. Solo por tenerme feliz y contento. Pero todo se lo perdono, todo, pues aun con esas, tienen el corazón de viejos como lo tuvieron siendo críos apenas destetados…..inocente, si, inocente y bien sano.
Veo a Mama Josefa con el traje negro, enlutado hasta en las canas, que corre con la mano temblorosa tras de mí, pensando siempre que ando flaco y he de comer algo….y tío Félix que me habla sin acento de la Pampa y abrazándome con las dos manos.
Veo a Bea de chiquita, con ese pelo monacal y el traje verde, horriblemente feo con el que nos comulgaron y a Luisón, ese armario empotrado, tan ancho de espaldas como un plano manchego, tan bruto de dichos como bueno y tierno cuan la hogaza recién sacada del fuego…..y a Andrés el gitano, el hijo del guardia y al abuelo Cadena con su “diente desdentado”, enseñándome la garrocha con Gerardo bien pegado y Eva, con sus mofletes rosas, bien rellenos y al Iván del que un día fuimos tan amigos, ese que no tenía greñas y no le supuraban las heridas de alejarse tan solo porque fuimos criados de diferente manera.
Veo al abuelo Manuel que se saca la boina y me la pone sobre la testa y a la Manuela que apenas me sabe cerca, palpa mi rostro con las manos, uno no sabe si para reconocerme o acariciarlo…..veo a tía Aurora siempre tan sufrida, al tío Pedro, a Choni, Jorgito, Manuelín y ese pedazo tan grande y feo que es Fernando….veo a Mari Carmen jurándome buen pisto y a Florencio, montañés tan brutote como bien formado…..a mi izquierda esta Ana y sus “mosqueteras”, a Carlos e Irene que me señalan al frente para que descubra quien me anda esperando….África, que ha abandonado su sueño y me coge de la mano. Hasta respirar se me haría innecesario si ella no estuviera al lado.
La beso y todos nos juntamos, bien apretados unos con otros, con "Micky" metiendo la cabeza por en medio y "Mora" lanzando saltos intentando que alguien la alce en brazos, haciéndole la “u” al arco, pasando de un lado al otro del puente como si el, de hecho con el, formando parte de los nuestros como uno más, echándole una mirada al mesón y los Gabietos, al Paso del Onso y la Arañonera.
- ¿Estáis todos preparados? – casi lloro viendo a Sergio tras la cámara y un trípode de los caros, mientras sale a la carrera, sofocada por el desuso de las piernas y los kilos atesorados, pues sabe que si no sale en esta, la foto se queda menos que a medias.
Cuando por fin me abraza lo hace desde atrás y son sus velludos brazos quienes me hacen llegar la intuición cercana de Cori junto a María e Ian que no para de llamarme “Tito” mientras se ríe feliz, enseñándome todo lo que puede llegar a menearse en un pollo.
Y mientras los segundos pasan, nos miramos felices de reconocernos…..felices por reencontrarnos……a pasado tanto tiempo y por fin estamos juntos, allí donde pertenecemos.
Suena el clic.
Y entonces despierto.
El calor me envuelve.
Son las seis de la mañana y en los dominios del asfalto pasamos seguro de los treinta.
Todo me duele menos el cuerpo.
Me siento tan cansado.
El despertador insiste. Debo sacar fuerzas y poner un pie fuera de la cama.
Somnoliento lo logro, ofreciendo mi cara narcotizada frente al espejo.
¡Es un rostro tan demacrado!.
Ha sido cruel.
Debo olvidarlo.
Miro a mi diestra y cuando hago por coger el cepillo de dientes, cambio la intención y arranco ansiosamente una pastilla de 10 miligramos.
El Xeristar me ayudará a ello.
La meto en la boca y sin ayuda de nada, trago.
Si…..en quince minutos ya estaré olvidando.


Bucardo


Registro Propiedad Intelectu@l

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