sábado, 7 de julio de 2007

La Carta




La Carta

Carlos....hará cosa de tres semanas que no se nada de ti.
Ya no desayunas conmigo, ni me llamas, ni vienes a verme los domingos.
Desde que hace cuatro años enterramos a la abuela, echo mucho en falta esas pequeñas alegrías que me dabas.
Me siento triste, apenado, todavía más al sospechar que tu silencio, brote de las respuestas que di a esa dichosa pregunta....¿por que la harías?.
¿Abuelo que hiciste en la Guerra Civil?.
Jamás pensé que a mis ochenta y ocho años los fantasmas espesos y negros que arruinaron mi juventud, iban nuevamente a resurgir del olvido donde los había arrinconado para privarme de la sonrisa del único nieto tan solo porque el destino,
que no el deseo, me llevaron a combatir en el bando de aquellos que tu llamas "fascistas".
Yo no se si lo eran o no, sencillamente porque nunca supe, ni quise saber de políticos y política.
Esas cosas se las dejo a quienes leen y quieren preocuparse.
Creo que tienes veintiocho.
Apenas parido, cuando te miraba en la cuna del hospital, rodeado de enfermeras, biberones y sábanas blancas me pareciste un bebe enorme y lleno de pelo.....mi cuna en cambio fue el suelo, mi enfermera tu tatarabuela que faenaba como comadrona del pueblo y mi biberón...la teta de madre y eso hasta que tuve dientes, edad y maña para comer gachas.
A los doce nos pusiste a todos la cabeza como un bombo con la cantinela de tus zapatillas…..¿recuerdas?....que si todos tus amigos las tenían, que si en la escuela estaban de moda, que si nada en este mundo te gustaba más y no ibas a pedirnos regalo para Navidad o tu cumpleaños...
Pero las muy jodidas costaban doce mil perras gordas y aun con esas, tus padres se vieron incapaces de explicarte lo apurados que se veían cada mes para llegar a pagar todas las cuentas sin pedir de prestado.
A mis doce, padre vino a buscarme a la escuela. Al verlo aparecer por la puerta con la boina entre las manos y el gesto serio de quien no quiere hacer algo pero no le queda mayor remedio....supe a que había venido. Así que dejé la pluma que compartía con mi amigo Andrés, cerré el cuaderno, le dije “adiós y agradecido” a la resignada maestra y marché camino de la paridera.
Aquella noche me acosté en horas de chotacabras después de ayudar a una oveja a parir dos cabritos diminutos y temblorosos que se escurrían cálidos y sanguinolentos entre mis manos.
Al día siguiente, en cuanto asomó el sol por la vereda, con el zurrón al hombro y el cayado en la mano, salí tras el rebaño.
Tu capricho de los dieciséis fue un teléfono de esos móviles.
Pero no un móvil cualquiera no....querías uno que arreaba arritmias a mi sofocada pensión.
Para gran disgusto y berrinche, en esta ocasión tus padres se cuadraron y ya no consintieron aquel gasto tan innecesario e impagable.
Por un momento pensé que ibas a arrugarte y entrarías en razón. ¿Para que ibas tu a necesitar aquel aparato si ni siquiera podías pagar sus llamadas?.
Pero eras tan cabezota e irreal...
Me hizo gracia el ridículo uniforme de aquel restaurante vulgar y sucio donde trabajabas hasta la madrugada, hasta que no quedaban autobuses que te trajeran a casa. Y todo a cambio de la miseria que os pagaban y que apenas daba para una tecla al mes del dichoso aparatito. Al final fui yo quien cedí y puso la diferencia, harto de verte llegar derrengado a casa, con la redecilla en el pelo y la ropa oliendo a fritanga y pescado frito.
Tu sonrisa fue lo mejor que pudiste darme.
Mi decimosexto cumpleaños me lo pasé viendo a los mozos del pueblo, disfrazados de milicianos, con el pañuelo rojo al cuello y la escopeta de cazar conejos al hombro. En la mano llevaban la canana repleta con los cartuchos que habían rellenado la noche anterior en la Casa del Pueblo, agrupados al grito del sindicato agrario, en cuanto supieron que los nacionales habían entrado en el pueblo de al lado.
Enterramos a la mayoría de ellos dos días más tarde, con sus cuerpos deformados e hinchados por culpa de los calores de agosto.
Solo los más avispados, los que tenían las piernas más largas consiguieron salvarse del pelotón de ejecución. Los que tiraron la escopeta y alzaron los brazos....esperaron en vano.
En cuanto los viejos del pueblo encontraron valor, pidieron permiso al cura y acudieron con el carromato a la carretera donde los fusilaron.
Recuerdo los ojos de uno de aquellos desgraciados, un chaval iluso, poco mayor que yo. Fríos y metalizados miraban a la nada mientras las paleadas iban poco a poco sucumbiendo su cuerpo, su misma memoria bajo la tierra.
Con la mayoría de edad vinieron las peleas. Las tuyas digo; con tu padre porque no quería pagarte la matrícula del carné, con tu madre porque te recordaba que aquellas no eran trazas de vestir, con los profesores porque ponías los pies sobre la mesa y el cerebro en cualquier lugar que no fuera la lección, con tu primera, tu segunda y tu tercera novia porque erais demasiado incompatibles, con la policía que decías eran fuerzas represoras, los medios manipuladores, los vecinos gritones, los “skins”, los “sharps”, los que no querían botellón, el estado, el sistema, la globalización, las multinacionales......todo.
Yo también tuve una mayoría de edad peleona….en Teruel.
Mucho después regresé para ver el techado de su catedral o sus torres mudéjares.....pero aquel invierno, con el fusil temblando entre las manos, en parte por el frío, en parte por el miedo aterrador que me llevaba a mearme sobre los pantalones en cuanto
daban el grito de "!rojos!" y ordenaban calar bayonetas, pasé noches enteras en imaginarias aterradoras, con una granada en la mano y la orden de lanzarla si cualquier sombra sospechosa, no respondía al santo y seña.
¿Y el día que alcanzaste la veintena?. Nos dejaste boquiabiertos con la tarta y las velas encendidas cuando apareciste en el comedor con un abrigo de cuero plagado de chinchetas puntiagudas, una estrella roja clavada en el pectoral, la camiseta rota con la cara del cubano ese y unos pantalones de donde colgaba una cadena tan gruesa que lo mismo hubiera servido para atar la carga de los machos.
Para mi, los veinte supusieron la esperanza de ver terminada la guerra y la amargura de descubrir que acababa de entrar en quintas y tocaba chuparme otros tres años de servicio militar, porque para los generales y mandamases, no contaban los meses que soportabas hambres y tiros, barro y miserias, muerte y angustias agachando el pescuezo en Huesca, Belchite, Teruel, Castellón y Alicante, enterrando sin ser enterrado, luchando por algo que no entendía muy bien y contra algo que entendía todavía menos.
Me enviaron a Cádiz donde al tiempo de servir en una batería costera, hacía la vigilancia en un campo atiborrado de prisioneros rojos....harapientos, hambrientos y plagados de piojos.
Fue entonces cuando comenzaste a preguntarme cosas sobre mi pasado.
Y solo porque eres Carlos, mi nieto, desenterré de mi memoria las barbaridades que el amor de tu abuela y la esperanza de los hijos habían ido lentamente, emparedando tras alguna oquedad del pasado.
Tu juzgaste sin decirme nada, sin darme ninguna oportunidad.
Entre medio, eso si, parece que olvidaste preguntar si disfrutaba de libertad para decir "no".
"No" al pánico de sentirte bajo los bombardeos, "no" a las órdenes de los mandos, "no" a considerar enemigos a los otros, "no" a los piquetes que se escuchaban todas las noches desde la garita, "no" a las colas por el pan y el aceite, el carbón o incluso el papel, "no" a los lloros de tu padre, suplicando por un biberón de leche que no podíamos permitirnos, "no" a aquella España donde no se comía, no se respiraba, hablaba,
andaba o incluso reía sin permiso de algún uniforme, de alguna sotana.
Todo era gris, todo...pero tu me negaste la oportunidad tan solo porque estaba en la trinchera de los....¿como dijiste?....¿traidores?.
Carlos, mira a tu alrededor.
Tus zapatillas fueron alpargatas para mi, tu móvil un fusil, tu gabardina de cuero una gruesa gabarra castrense. Pasé de niño a soldadito y apenas tuve oportunidad de saborear las cosas por las que merece la pena afrontar la vida; el pan con miel casera mojado en leche templada recién ordeñada, el río bravo después de una tormenta de agosto, correr por la muga con la hierba fresca haciéndote cosquillas por la cintura, despertarte sin prisas, con todo el tiempo del mundo para contemplar el cuerpo de la mujer que te amó durante la noche, coger la mano de tu hijo cuando el apenas puede
aferrarse a tu dedo meñique....
Llámame.
Llámame por favor, antes de que sea demasiado tarde.
¿Por que?
Pues por que sin tu sonrisa nieto, no tengo fuerzas, ni ganas para cumplir los ochenta y nueve....y tengo tantas cosas que contarte.
Tu abuelo siempre te quiere.




Bucardo




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