jueves, 26 de julio de 2007

El Cefe se va de Cena


El Cefe se va de Cena

- Niña…¿y si esta noche nos vamos a cenar al “Brujo”?.
Y Carmina, que a esas horas echaba la plancha sobre los “Abanderado” negros de Ceferino, dejó de hacerlo para mirarlo extrañada por la proposición y el tono meloso con que la hacía.
- Hijo…¿no vendrás ahora a rondarme con la de años que llevamos sin recordarlo?
- Mira que me saliste mal pensada…..
Y mal pensada debía ser si en cuarenta y tres años desde el altar hasta el “Abanderado”, Carmina jamás pensó que su marido sería capaz de renunciar al partido de los sábados ni aunque lo vinieran a buscar los Civiles por haber quemado un convento con monjas y todo dentro.
- Me dejas más de piedra que los Toros de Guisando.
Antes, cuando novios, solía cortejarla con mucho arte y pocas perras.
Pero ya se sabe que todo lo que se carece en el bolsillo, se remueve con la cabeza y por eso, para andarle con regalos a cada vez que ella le daba permiso para visitarla, muy de tarde en tarde, el solía colarse en la huerta del tío Andrés para pedirle “prestadas” algunas peras de las limoneras, que por dulzonas y acuosas a Carmina se le derretían de puro verlas.
A veces, movido por la gana de verla sonreír con de buena cara, hasta se subía a la mina vieja, la abandonada, para buscarle alguna veta brillante y volverle luego con la cara negra como noche sin luna, pero con la piedra en la mano y la señal de un beso en la mejilla a cada día que pasaba…..más discretamente cercana a los labios.
Pero ya se sabe….”de casados a aburridos, van dos años seguidos” y así, a medida que el tiempo les iba trayendo los niños y las estrecheces, los veranos tórridos, las cejas espesas, las orejas grandes y los achaques, uno y otro se acostumbraban de tal manera a la rutina, que cuando se levantaba Carmina, a Ceferino se le hacía la cama un llano manchego y no tardaba demasiado en seguirle los pasos y si Ceferino estaba sentado viendo el telediario, no tenía que girarse para saber que las pisadas que se acercaban, eran las zapatillas desgastadas de Carmina, trayendo con ellas las pastillas para la tos o su cafecito bien azucarado.
Así se explicaba que cuando el Cefe, como todos le moteaban por el pueblo, entró con el correo, lo abrió, leyó y dio parte, comió sardinas fritas y un plátano, se echó una de sus sonoras siestas, tardó en desperezarse, hizo una llamada, colgó, suspiró largo y le vino con esas a Carmina, esta no supo como contestarle.
Si, era verdad que años atrás, en vida de sus padres, cuando estos todavía tenían salud para cuidarles los hijos, alguna que otra noche suelta, habían tenido sus más y sus menos por eso de no salir de casa más que para los entierros y no relacionarse a no ser que fuera comprando el pan o tomando chatos muy de vez en cuando.
Y lo del chato solo el, porque estaba muy mal visto ver a una mujer con el tinto en la mano, aun fuera fiesta mayor o boda propia.
Pero también era buena verdad que a fuerza de amoldarse al hábito, una se esperaba pasar la noche del sábado entretejiendo ganchillo con la silla plegable ante la puerta de casa, sacada justo cuando el sol daba tregua y se ahorraban sofoquinas.
Allí se esperaba paciente a que apareciera alguna conocida con la que desenredar la lengua e irse enterando de la vida y milagros que se gestaban por el pueblo.
El pueblo, eso ya se sabía, era algo indefenso de tamaño, pero la lengua siempre lo alargaba hasta darle tres o cuatro vueltas….lo que fue broma fue ofensa, lo que fue tos pulmonía y lo que fue beso en la mejilla….amor apasionado.
- Cefe mira que me coges despeinada y descalza….no se…-dudó- ¿no andamos algo tiesos con lo de la pensión?.
- Pero bueno…¿no me vas a salir ahora con que quieres que te entierren la más rica del cementerio?.
Doblemente sorprendida, Carmina casi le tuesta los calzoncillos al marido.
Ya de chicos, cuando el Cefe no arrancaba ni dos palmos del suelo y pisarlo a el era más fácil que hacerlo con una lagartija, se sacaba alguna perra gorda espantando a las perdices cuando los señoritos de la ciudad venían de cacería.
El pobre terminaba con las piernas llenas de arañazos y la ropa mil veces recosida por su abuela, pero luego se metía bien ufano la perra en el bolsillo, guardándosela para cuando viniera la Feria.
Por no regalarle, al hombre no le regalaban ni el aire que respiraba y llego incluso a sufrir tantas apreturas, como para que tuviera que remendarse una y mil veces las alpargatas hasta que se deshacían ante una embarrada, porque no había para comprar unas nuevas y lo poco que se ganaba era para acallar las tripas.
A medida que, apenas casados, la Carmina fue, uno detrás de otro, demostrando que a fértil no le ganaban ni los huertos de la ribera, al que ponía la simiente en ello, no le quedó otro remedio que ponerse a trabajar para Don Gregorio el “Pelopincho”, acarreándole las ovejas camino del pasto y allí en el pasto, fabricarse cucharones de madera o robarle los polluelos a las codornices para criarlos y luego venderlos en la Plaza en el mercadillo de los jueves.
Luego, cuando vinieron los ingenieros buscando guardas para el bosque, consiguió meterse por eso de presentarse con la labia por delante y la boina entre las manos. El sueldo era fijo lo cual agradaba, pero tan poquita cosa para tanta boca junta, que no se libraba de hacer jornales para la siega o la labranza y seguía fabricando cucharones mientras vigilaba que los furtivos del pueblo no le jodieran alguna cabra, pues es más grande la mala leche en los sitios más pequeños y aquellos candidatos a uniforme que no le sacaron el puesto al Cefe, andaban resabiados y con ganas de tomarse la revancha.
Ni aun con los hijos bien colocados, uno incluso de secretario municipal y las hijas casadas, todas menos una que les salió demasiado lanzada para eso de los hombres aunque reconocerlo era obligado, era la que mejor vivía, de dentista y sin hijos que se comieran lo ahorrado, al Cefe le dio por aflojar la mano, si bien en esta, anduvieron los dos a una, prietos por el miedo….viéndose tan viejos, tan caducos, tan rancios de fuerza, con la poca gana y la tristeza que da ver como los hijos se le van marchando a la ciudad y ellos se quedaban solos, enterrando poco a poco al pueblo.
- Mira Cefe que el “Brujo” nos cuesta un ojo y encima luego te comes lo que te comes y me andas tres días con el estómago parado y ventoseando.
- ¡Venga cielo!....!que una es una!...y si no…..¿cuando vamos a tener algo que contarnos tu y yo?.
Carmina sintió aquellos dos “cielos” demasiado seguidos, demasiado cercanos como para que una punzada no le atravesara el alma, tratando de avisarle de algo.
- Me tienes intrigada con estas,,,,,,mira que tu no tenías estas insistencias ni de recién casados….
¡Era tan cierto eso que de joven una se entusiasma cuando algún mozo con pretensiones le da por alagarte!…..pero hacía tanto.
El Cefe era tan poquita cosa que no se dio cuenta de que lo tenía al lado hasta que le pidió salir a bailar para las fiestas de la Virgen de Agosto.
- Pero Carmina ¿se puede saber que haces? - le dijo una amiga al oído, como pretendiendo que no se oyera lo que todo el mundo sabía de sobras que se andaba diciendo – Que con lo esmirriado que es este vas a ser tu y no el quien le saque a bailar.
Y es que al pobre, le faltaron velas al santo de turno para que le hiciera tirar hacia lo alto.
Aun así era de salud fuerte y traza mañosa, no le arredraba nada ni nadie y no se le conocía cosa ni faena donde el no pudiera sacarla adelante no más fuera por simple insistencia. A padre eso de que le fueran diciendo lo ennoviada que andaba su hija y con quien lo estaba, no le preocupaba más que las justas. Todos sabían que el apellido del pretendiente apenas servía para el acta de nacimiento pero tampoco es que Carmina anduviera con los bolsillos de la dote a reventar y nadie podía acusar al zagal o a su sangre de haber pasado hambres por mirar con ojos desenfocados a cualquier trabajo que se le presentara.
Le dijo si y ya agarrados, mientras la orquesta encaraba un bolero, guardando las distancias pues eran muchos los ojos y más las lenguas, el le fue diciendo al oído, de cerca y con muchos sudores bajándole por la camisa, esas cosas que solo se dicen cuando a uno le interesa decirlas y a la otra escucharlas…..”hay que ver que cerca tengo hoy la luna”, “niña lo guapa que eres y lo bien que mueves los pies”, “zagala que contigo dejaron de fabricar porque más guapa imposible les saliera,”hija mira que nací para estrellado y me encontré hoy con una estrella”….
- ¡Mira que esa me la conozco de cuando pusieron el cine en la Escuela!.
- ¡Esa es tan mía como los pantalones que llevo puestos!.
Era tan afilado como una navaja toledana, tan ajustado a lo que le pusieran como el neumático de un coche, tan burro para el trabajo, tan sencillo como honesto, tan bonachón como fiel a los suyos…..a su Carmina.
Luego, como todo lo demás, los piropos y pasiones fueron poco a poco esparciéndose, sustituidos por la seguridad de abrir la puerta y verse cada uno en lo suyo pero juntos, afrontando lo que les saliera con la confianza que da el no saberse traicionado que eso, a medida que se veía y se sabía, ya era mucho pedir para alguien con quien se debía pasar toda una vida.
- ¡Ea Cefe!...pues manda recado al “Brujo” – exclamó Carmina – A ver si ahora voy a presumir de marido galante.
- Si es que siempre lo tuviste – replicó acariciándole la cara – solo que ya sabes….. nací algo bruto y encontradizo.
Ambos se abrazaron pegados a la tabla de planchar, entre el capazo de ropa seca y las sábanas recién dobladas.
Ella lo hizo con los ojos cerrados.
El los tenía abiertos…..abiertos mirando la carta medio arrugada que sobre la mesita, le recordó que tendría que recogerla antes de que terminara por enterarse.
Por suerte la Carmina, nunca anduvo preocupada por los números y los papeleos. Por suerte dejaba esas cosas al Ceferino que siempre sabía cuando debía ponerse la boina en las manos o sacar pecho, cerrando los puños defender lo que sus buenos jornales les había costado ganarse.
No quería verla triste, no quería preocuparla.
A fin de cuentas, ni potingues ni matasanos le iban a quitar lo fumado y uno ya era viejo para andar descompuesto por dentro, con el poco pelo por los suelos y el cuerpo todavía más envenenado.
Ya era tarde para evitar la muerte pero no para recuperar lo no vivido….lo malogrado.
Y Carmina se lo merecía más que nadie.
Mañana por la mañana, apenas abriera un ojo, se aguantaría la tos para no despertarla y de puntillas, le prepararía el desayuno en bandeja de plata para llevárselo a la cama, como les hicieron en aquel hotel donde durmieron cuando se les casó el mayor en Granada.
A ella le hizo tanta ilusión que era de lo poco que presumía entre las amistades.
Seguro que de mañanas también se la haría.
“!Calla traidora – pensaba el Cefe - ¡Que no te traicione esa lágrima!. ¡Deja al menos que me muere viéndole una sonrisa en la cara!”.


Bucardo


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