viernes, 27 de julio de 2007

La Niña que no Quería Dulces


La Niña que no Quería Dulces
Una mañana la niña se levantó y no quiso helado.
- Pero hija – se quejaba su madre con los brazos puestos en jarra y el gesto serio - Si a todas las niñas les gusta el helado. ¿Es que vas a ser tu menos?.
Pero no hubo Cristo capaz de convencerla.
Ni espeso, ni negro, ni blanco o de doble bola, ni acaramelado, en cucurucho, tarrina o duchado con chocolate derretido con almendra picada…..todos le compraron y todos, sin excepción, se fueron derritiéndose sobre la mesa sin que la niña se molestara en levantar su mirada más arriba de la línea que le marcaban sus propios zapatos.
- Más te vale que andes mala porque nos está mirando todo el mundo.
Al día siguiente, recién levantada, la niña no quiso bombones.
- Pero hija – volvía a lamentar la madre – Si a todas las niñas les encantan los bombones. ¿Es que vas a hacerme este feo?.
Pero tal y como aconteciera con los helados, ya podían convertir la hierba en chocolate que ni la boca se le hacía agua ni la mirada se alzaba más arriba de donde la tenía puesta. Y mira que insistieron comprándoselos rellenos de fresa, vainilla, pistacho, de avellana, trufa o sabor a café, en bandejas de docena, belgas, franceses o de Astorga….daba igual que fueran enormes, chocantes o suculentos…..la niña se quedaba con los ojos sobre el embaldosado y los bombones, poco a poco, fundiéndose entre las manos.
- Más te vale que andes con la tripa mala porque me tienes hasta la coronilla.
Cuando volvió la mañana, la niña, apenas se quitó el pijama, no quiso turrón.
- Pero hija – clamaba la madre ya al borde de su paciencia – si a todas las niñas les encanta comer turrón. ¿Es que vas a ser tu diferente a ellas?.
Sin embargo, recurrieran a lo que recurrieran, a la almendra picada, al guirlache, a la nata con nueces o yema tostada, al chocolate con avellanas, al duro o blando, al artesanal o de mercado, todo fue inútil y cuanto más insistían, aunque se burlaran y le hicieran cosquillas, aunque se enfadaran o la castigaran, la niña se quedaba muda con el rostro triste, profundamente apenado, mientras el turrón, por el calor, iba poco a poco reblandeciéndose hasta fundirse convirtiéndose en una papilla difícil de distinguir.
- Ya puedes rezar porque tu padre no se entere que lo tienes bien hartito con estas caras tan largas.
Pero cuando amaneció y la niña se levantó, de nada sirvieron las regañinas de su madre, porque apenas la vio, le dijo que no quería comer tarta.
- Pero hija – se desesperaba la madre – si a todas las niñas les encanta comer tarta. ¿Es que vas a hacerme quedar mal delante de sus mamas?.
Y aunque su madre se pasó el día dándole a la cazuela, horneando y calculando mezclas, ideando una de huevo batidos, una selva negra, otra con doble capa de nata, una de queso, de manzana y la mejor….un hojaldre de galletas remojadas en leche y recubiertas con mermelada……todas terminaron por descomponerse lentamente para desesperación del hambriento perro, que contemplaba como se malmetían mientras la niña……la niña no asomaba los ojos por encima de la baldosa.
Finalmente el padre terminó por sacar vapor por las orejas y sermonearla.
- ¡Estás hecha un caso! – gritaba – ¡Todo te da por hacerlo al revés que los demás, siempre tienes que ir a tu manera!. ¡Siempre la cara larga, siempre pareces que vas de funeral!. ¡Si es que van a pensar que te criamos mal, que no te compramos lo que quieres, que te maltratamos!. ¿Qué dirá el vecindario de nosotros? ¿Qué dirá?.
Aquella noche, como castigo, a la niña no la dejaron que se refugiara en su cuarto.
A ella le encantaba quedarse sola, tumbada sobre la moqueta, mirando la ventana incrustada en el tejado, que en los días claros, gélidos, le dejaba ver un cielo raso, punteado de estrellas blanquecinas y brillantes. Iluminada por ellas, leía cuentos o imaginaba mil y una historias y aventuras, gozosa entre sus juguetes. A veces se extasiaba tanto que papa gritaba desde el salón pidiendo silencio y luego escuchaba como mama subía las escaleras de dos en dos y pisando fuerte para meterla en la cama y decirle que aquellas no eran horas de andarse con tonterías, molestando a los mayores.
Aquella noche tendría que demostrar que era como las demás y se quedaría con ellos, junto a su familia, a pasar la velada hasta que cabeceara por el cansancio y sus padres le dieran permiso para irse a dormir.
La niña asumía su castigo contemplando como chisporroteaba el leño seco en el hogar.
Al principio se asustaba pero luego le extasiaba ver aquellos breves haces de luz que ella recreaba como diminutos cohetes.
Puso luego la vista sobre el abuelo, que tenía los ojos abiertos de par en par, tanto que si de vez en cuando no pestañeara, uno podría pensar que estaba disecado. El abuelo podía mirar pero ya no veía desde que le sangró el cerebro y regresó a casa con aquella silla como una parte más de el…..como lo eran las piernas, los brazos o la boina.
Sobre la silla pasaba más de quince horas al día, mudo, inerte, apenas gimiendo muy levemente cuando sentía los diminutos dedos de su nieta acariciándole las venas de su mano….gordas y azuladas.
Llevaba un rato con la babilla goteándole en largos hilos que conectaban la boca con su chaqueta de pana, sin que nadie se preocupara tan siquiera en mirarlo, tal vez porque para no verlo, para no recordarlo, lo habían puesto con la cara en dirección a una ventana que tenías las cortinas corridas.
Miró a la abuela, sentada con el rostro consumido y las gafas pastosas de cristal oscuro y grueso, hojeando un viejo álbum de fotografías, con las tapas desgastadas de tanto doblegarlas, repasando lentamente aquella colección de antiguos recuerdos, de antiguas promesas y oportunidades, de angustias y desvelos, una guerra, mucha hambre y mil disgustos.
Sin soltar palabra alguna, la niña no dejaba de percatarse como sus manos temblaban cada vez más descorazonadoramente a cada hoja y sus ojos iban, poco a poco, aguándose mientras se le recordaban que no hace mucho, el mundo parecía encogido y ahora, salir al jardín podía ser origen de mil temores.
Como el día que la encontraron larga en el suelo, quejándose estoicamente de una cadera que luego resultó rota. Desde entonces el bastón era su tercer brazo y su inconfundible “toc-toc” indicaba que andaba cerca caminando como siempre….despacio.
Al escapársele la lágrima contenida, era cuando la niña sabía que contemplaba la foto de su boda, ella guapa, radiante, ensimismada con el paso de su prometido, caballero galante, con el rostro cargado de ilusiones y la mirada puesta bien lejos de la babilla que ahora colgaba de la boca del abuelo.
Miró a madre, sentada en una esquina del tresillo, mirando ensimismada, fija, una pantalla, la del televisor, en donde una mujer de rostro desgreñado y cara furibunda, gritaba a otra de iguales maneras y formas….”que si te casaste, te liaste, te divorciaste, te acostaste o dejaste de acostar….” y la niña suspiró……
- ¡Mira esta descarada! – era lo único que decía muy de vez, eso si, sin retirar los ojos del espectáculo.
Miraba a papa quien hacía lo mismo solo que sin inmutarse, sin ofrecer una sola mueca, cara fría, ausente de la menor gestualidad, abrumada por el volumen desproporcionado, lisa incluso cuando del grito se pasaba a la retahíla de anuncios….coches potentes conducidos por personas felices, fregonas usadas por hermosas mujeres también felices, móviles capaces de ofrecerte todo lo que desees tecleados por jóvenes felices, un apartamento en la costa con golf y playa ofrecido por un hombre flaco y trajeado con aspecto de ser feliz, créditos rápidos que hacen a todos felices……y papa los mira todos, con la expresión hipnotizada, abstraído, sin percatarse que esta sentado al otro lado del tresillo, dejando con mama, con su esposa, un espacio que nadie rellena, excepto el vacío que los separa.
Nadie habla, nadie ríe……el volumen de la televisión se impone.
Y la niña añoraba las estrellas de su buhardilla y la luz que ellas le regalaban para que leyera sentada a los pies de la cama.
“Ojala lo amargo se derritiera tan fácilmente”- suspiraba.


Bucardo


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