domingo, 19 de agosto de 2007

Todos Matamos a Mozart


Todos matamos a Mozart

Aquella mañana Andrés trató de engañar al sol estival, saliendo a dar un paseo antes de que amaneciera.
En cuanto lo hiciera, invadiendolo todo cuan pezuña de Atila, cada rincón de aquel pueblo encalado con raiz gruesa y profunda en lo "todavía" de la dehesa extremeña, se socarraría sudorosamente bajo la asfixia de cada uno de sus habitantes, desde la abuela que buscaría sofocadamente la fresquera de su casa hasta el topo, que sabía bien donde encontrar la poca humedad que le quedaba a la tierra.
Todavía el negro era negro y la luz apenas conseguía dibujar finas y difuminadas líneas atravesándolo lentamente.
La noche todavía merecía tal nombre y paseando, aun cerca de las casas, corría el riesgo de toparse con un jabalí o peor aun, con alguno de los toros bravos que criaba Jerónimo, el "malacostumbrao", que por eso de mimarlos como quien mima a la hija única y llorar incluso cuando los vendía y venían a buscarlos camino de alguna feria con corridas, les abría la verja apenas anochecía para que pastaran tranquilamente bajo las belloteras.
- Jerónimo - le advertía Severo que hacía desde la llegada de Felipe a Moncloa las veces de sereno - mira que algún día de estos tendremos una desgracia y vendrán los guardias a buscarte.
- Pero Severo - respondía - ¿que mal van a hacer si son como mis hijos?.
- Los tuyos si.....pero los demás no les miramos mas que los cuernos.
Al final no es que uno de aquellos morlacos corneara a alguna de las viejecicas que paseaban de tardes por las veredas cercanas al pueblo......al finas, a los casi quinientos kilos del más brioso de todos ellos se le antojaron pasear sus hechuras por las calles de la vecindas y andar sin miramiento y a sus anchas atraído por el olor a agua fresca que manaba de la fuente municipal.
Como a los tricornios no les enseñaban la manera de ponerle las esposas a un bravo como aquel y el Jerónimo les rogaba, casi suplicando, que no desenfundaran, finalmente no quedó otra que dejar al bicho atiborrar su monumental estómago hasta dejar la fuente seca como bacalao recién salado y luego permitir que se volviera de regreso a la finca siguiendo la llamada de su dueño.....así, como el perrito mariconero que se trajo la Trini, la mujer urbana del secretario, tan pequeño y ridículo que las moscas no se posaban sobre el....lo pisaban.
De normales, por el mal rato que les hizo pasar, al Jerónimo lo habría dejado de hablar todo el pueblo.
Pero era un buen hombre que siempre tenía detalle en el trato y no dejaba amigo sin saludar ni casa sin visitar cuando andaban de luto o con algún familiar enfermo. A fin de cuentas, el capricho de querer a los toros como los quería, era casi tierno y no extrañaba entre aquellos aldeanos tan amantes de cada piedra de su paisaje como si les perteneciera a ellos y no a los señoritos que las contaban desde sus despachos de la ciudad.
Desde que la soledad y la depresión se le agarraron a los nervios como las garrapatas a la sangre de un perro, Andrés procuraba forzarse en la costumbre de entregarse a la fresquera matutina, esa que le erizaba los pelos de la espalda haciéndole mayor efecto que una sobredosis de cafeina sin endulzar, esa que bajo las estrellas de la dehesa, daba una tregua a los tórridos calores íberos.
Al pasar junto al cementerio viejo, donde no se enterraba desde poco después de los cincuenta, se hizo el "santiguado" mientras escuchaba los ronquidos agónicos del Benancio.
Lo del "santiguado" le venía por el abuelo.
No era propio de el hacerse la cruz siendo que Dios le pillaba tan alejado, pero por eso de vérselo hacer a todos desde que era chico, pues hacía de Andrés un Vicente y les seguía la corriente.
El Benancio había sido en tiempos el más afamado cartero de la comarca más por ser el único que por su puntualidad a la hora de entregar el correo.
- Benancio hijo - le dijo una vez la difunta Señora Bernarda - que esta carta tiene matasellos de hace casi dos meses.
- Es que en Madrid el correo anda que no vea.
La cosa de la Bernarda se hizo famosa, pues la carta le anunciaba que ya era una más del club de las abuelas, siendo que hacía ya cosa de un mes que había conocido a su nieto en un viaje que por esa misma causa, hiciera a la capital.
Para ejercer su oficio, Correos le había enviado una bicicleta de manillar en "u", sin cambios y frenos a base de suela de zapato. Como las cartas eran pocas y el servicio no rentaba, el invento le tuvo que durar los cuarenta años que ejerció como cartero y eso que al final renqueaba de tal forma, que anunciaba su llegada media hora antes de que hiciera el saludo.
Como suele acontecer, mientras hizo el oficio se mantenía seco y enjuto como un espárrago.
Pero fue dejarlo y aquel cuerpo larguirucho y escuálido comenzó a coger carnes y engordarse como cerdo de Semana Santa a San Martín.
Y lo hizo tanto y tan rápidamente, que ahora el cuello parecía tres en uno, apretándole la garganta de semejante manera, que le obligaba a hacer fuerza de más para respirar apenas se tumbaba sobre la cama lo que mantenía a su mujer desesperada en el desvelo y a los vecinos pensando que cualquier día la casa se les desplomaba.
Metió mano a los bolsillos y sacó su MP3 y los cascos, ambos regalos de su hermana....de cuando andaba preocupada.
Antes, como suele pasar entre las que nacen primerizas, Sofía no solía preocuparse por nada de lo que dijera o hiciera Andrés, salvo que lo que hiciera fuera alguna gamberrada de la que acusarle antes sus padres o lo que dijera alguna barbaridad sobre el cura, una de estas tipo "ostia puta" que hacían revolcarse a la beata de la abuela mientras le cruzaba la cara de izquierda a derecha.
Nunca parecían llevarse bien, siempre se trataban con el grito en el techo y las ganas de arañarse metidas entre medio y a poco que el abuelo impusiera paz, que con el garrote bien cogido vaya si sabía imponerla, sobre la mesa primaban los chillidos y las discusiones porque a el le ha caído más carne sobre el plato o me ha arreado una patada en la espinilla por debajo del mantel.
- No se que he hecho para ser tu hermana - le dijo un día cuando le sorprendió arrancándole la cabeza a las barriguitas que con tanto afán coleccionaba.
Pero aquello eran cosas falsas pues en cuanto se le fue la cabeza a hacer gárgaras, apenas le entró la locura o la "malsana" como los más maliciosos del pueblo la llamaban, ya podía llover o caer el sol a plomo, aunque la combinación fuera poco menos que milgrosa o tuviera que posponer mil y una faenas, de diario, sin que nadie le hubiera dicho nada para que lo hiciera, cogía el autobús a Cáceres y luego se tragaba media hora de caminata hasta la salida de la ciudad en dirección a Trujillo para verlo la escasa hora que les dejaban tratarse en el sanatorio.
Y es que Sofía, como casi todo el pueblo, desacostumbrado como estaba a aquellos espectáculos, se quedó llorando y asustada el día que se lo llevaron.
- Estoy muy cansado - fue lo único que le oyeron decir.
Para chanza y direte de corrillo y partida de mus, todos echaban mil y una conjeturas sobre lo que había llevado al "pobre" Andrés a terminar con la camisa de fuerza por uniforme y dos mocetones bien cebados haciéndole el compás por precaución hacia lo que pudiera hacerse.
Los que menos le conocían, o sea los más ignorantes y atrevidos, hablaban de si andaba en amores tras alguna casada o ennoviada, alguna de estas que por deber o no querer, le hacía tanto caso como las vacas al forraje cuando tienen buena hierba fresca alrededor.
Como ya dije, esos de saber, no sabían nada.
- Pues yo escuché que era porque su padre no le dejaba emigrar a la ciudad.
Quienes de vez en cuando, ayudados por la circunstancia o los tragos de vino....tan rancios como las palabras que se dirigían, conseguían arrancarle algo más que el saludo de rigor, conocían el deseo que Andrés atesoraba por poner las maletas camino de la ciudad.
No a Cáceres, no, tal y como se lo llevaron, envuelto en un sudario para locos.
Cáceres, aplastada bajo el peso de sus murallas, de su concatedral, quedaba demasiado cerca del pueblo como para no sentir su aroma.
Su ciudad era una mucho más grande, anónima, unida como el corazón a sus venas y arterias por los trenes que lo transportarían de una a otra.......observando, captando y sobre todo conociendo, empapándose, abriendo mente y cuerpo a todo aquello que pudiera llegar a ser sentido.
No, el no quería terminar como todos aquellos que, sin perola ni futuro en la dehesa, echaron el candado a la casa y marcharon para encajonarse, nuevamente, bajo las enormes chimeneas de aquellas fábricas de toses que eran las ciudades industriales.
Andrés deseaba encontrar algo más que las dos mil oportunidades, poquito más si se contaban las pedanías, que ofrecía el pueblo....oportunidades para comprender, oportunidades para aprender e incluso, tambien ¿por que no?....oportunidades para volar cuan abejoro, metiendo el pincho de flor en flor, disfrutando de su para luego buscar otras más coloreadas, comprobando sobre la batalla eso que decían de que en la ciudad, a las mozas no les importaba dejarse catar ocho o nueve veces antes de entrar en casorio.
- Oye.....¿y no será por que ha discutido con la madre?.
No hacía falta intimar con el "loco" para saber que Andrés y su madre eran como lobo y oveja, si bien era cuestión de mucho hablar averiguar cual de los dos era el lobo y cual la oveja.
Ya de pequeño, cuando una decía el otro desobedecía y si mandaba cual, al hijo no le entraba en las narices hacer más que tal.
Claro que ahora de mayor ya no era lo mismo y lo que antes se solucionaba con dos sopapos y unos lloriqueos, ahoras era cuestión de comprobar cual de los dos era capaz de gritar más.
No, nadie en la dehesa lo conocía tanto como para poder saber que lo condujo a depender de dos antidepresivos y dos ansiolíticos diarios.
Andrés le fue dando a los botoncitos con los que nunca terminaba de congeniar del todo, para terminar por elegir a aquel sublime Mozart de treinta y cuatro, sabedor....todo los genios lo saben siempre, que apenas le quedaba un años, doce meses, poco más de trescientos días para continuar respirando, amando, contemplando.....creando.
Antes de que se alumbraran las primeras luces de 1793, si, estaba seguro, su cuerpo se pudriría en la fosa de los sin nombre, entre el calvario de huesos anónimos que no pudieron pagarse pompas con ornato y acogían si miramientos a aquel que aun pobre, con su genio daba lustre.
Y mientras las notas, las primeras, se iban desgranando, Mozar se ausentaba de aquel hábitat de descosidos y alquileres mal pagados, de los gritos de su Constance cada vez que debía humillarse ante la beneficiencia para poder suplicar por comida pues lo poco que en la casa se ganaba, debía invertirse en la inmortalidad del genido que para un músico, no viene a ser otra cosa que tinta, pluma, papel y velas.
Estaba profundamente cansado.
- Dios mío, Señor.....dame tiempo - rezaba con sus manos temblorosas tratando de atinar sobre las líneas del pentagrama. Su cabeza sabía sin necesidad de ver donde debían encajar las piezas de su nueva obra, pero sus manos, carcomidas por la fiebre y las carencias, se negaban a obedecerla - Solo unas semanas más....
- Wolfang - lo llamaba su esposa que ya llegaba con la tisana, otro de aquellos remedios inútiles que consumían su poco metal y su más escaso margen para no conseguir solucionar nada - debes descansar o....
- Morire - respondía Amadeus sin interrogantes, seco, convencido, dejando bien a las claras que el y no su médico, que el y no su esposa, por mucho que lo amara, sabía que algo lo estaba descomponiendo por dentro.
Y ese algo era lo que no comprendía.
Entonces volvía a ignorar a su esposa, a la cama desecha y sucia, al suelo que se resquebrajaba y las cucharachas que correteaban sobre el y, conjugando sus nervios bajo la lágrima naciendo de sus ojos, se preguntaba como alguien tan extraordinario que todavía tenía tanto por dar, debía morir cuando aun no sabía lo que era componer con absoluta perfección.
Andrés se decidió por el camino que conducía hacia el Tajal.
Nacido en las cercanas sierras del Montfragüe, el Tajal no solía hacerle demasiado caso a eso de que lo tildaran de mediterráneo, por tanto reseco para la siega y, bien fuera por los acuíferos, bien porque discurría casi siempre encajonado y alejado de las solanas, aun por la Virgen de Agosto era capaz de hacer respetar su corriente y mojar más arriba de las rodillas.
Y es que a quince minutos andando del cementerio, el río se había topado con un terreno yesífero, blando y fácil de oradar, mucho más flojo de durezas de lo que acostumbraba a ser todo lo extremeño, por lo que logró sin mucha dificultad abrir tal grieta que a uno le costaba esfuerzo llegar hasta el fondo para luego maldecir su suerte mientras intentaba jadeando volver a ganar lo salvado.
La profundidad, si esa profundidad era lo que había salvado al río y a todos los bichos que en el criaban.
De escondidas tras algún matojo, si la hora, el viento, la suerte y todos los santos se unían todos a una, todavía podía uno sorprenderse por alguna nutria, encaramada sobre cualquier piedra en mitad de la corriente, un buen oteadero desde donde mantener bien vigilada la despensa. Las garzas no andaban demasiado alejadas, los martines tampoco, los mirlos jugaban al escondite con la corriente e incluso, los más forestales entre los guardas, aseguraban que todavía era posible oler a azmilcle en los recovecos más escondidos y menos frecuentados de la ribera.
- El azmilcle es por el desmán - le aclaraban, haciendo que Andrés, un enamorado ignorante de la naturaleza, se imaginara por el nombre a una bestia capaz de tumbar a los toros del Jerónimo.
Intentó disimular y evitar el desvío que conducía hasta el puente de Alcántara, el único que atravesaba el Tajal en casi treinta kilómetros de río y el que le marcaba su natural final para renacerse algo más "civilizado", represado por los pantanos que alimentaba.
En los pantanos no había nutrias pero si carpas y siluros, que no dejaban sitio a la trucha ni a los cangrejos de río.
- Esto es pan bendito - recordaba haber escuchado decir al abuelo mientras rechupeteaba los dedos con el jugo de un estofado de cangrejo con que le obsequiaron cuando se jubiló. Pero de eso hacía mucho, casi tanto que Andrés creía que era este y no el golpe de Tejero su primer recuerdo de infancia.....que es lo mismo que afirmar de vida.
Temía que si algún vecino desvelado, de estos que se levantan a deshora para recogerle los huevos a las gallinas antes de que estas los picaran o pisarle el sembrado al alcalde por alguna barrabasada que le tuvieran guardada, le faltarían piernas y resuello para andar corriendo al cuartelillo creyendo que Andrés retornaba para buscar lo que antaño deseó y que, de no ser por su padre y ese pálpito que le entró al abrir la puerta de una patada, el, su cuello y la soga habrían logrado.
Padre había sufrido mucho.
- Hijo mío, hijo de mi vida.....-le decía mientras recuperaba el aliento y le iba desapareciendo el amoratado de la cara - ....no me dejes solo, no me dejes solo en esta vida hijo mío.
Apunto estaba ya de atisbar el abismo del río cuando el paso le fue poco a poco menguando, mientras caminaba entre los restos de quejigos y alcornocales, algunos centenarios, que no habían sido talados, sino arrancados de raíz, como si los dedos de Dios los hubieran recolectado sin esfuerzo, sustituyéndolos por aquel hermético y azulado bosque de gruas con contrapeso y el seguro olvidado, bailando como gigantescas veletas al son del viento que a esas horas, recalentado, descendía dese la sierra para endulzar o engañar la amanecida a los parroquianos.
Bajo su capa artificial crecía el esqueleto, los miles de esqueletos que se anunciaban en un cartel tan grande como el retablo barroco de la iglesia, donde una pareja sonriente, con aspecto de sobrada autosuficiencia e higiénicamente abrazados, se miraban entre ellos mientras entre los dos, para hipotecarse no hay machismo que valga, sostenían una pluma de diseñor y punta en oro de esas de a dos mil sin carga, mientras firmaban la compra de uno de aquellos chalets.
Cáceres, como toda España, empezaba a sonar cara y sobraban los que veían en el pueblo una oportunidad para criar aun a fuerza de meterse a diario un par de horas entre pecho y espalda.
El día que el constructor aparcó su Mercedes frente a las ruinas del viejo castillo gótico, justo al lado de la fuente donde al toro del Jerónimo le dio por beberse toda el agua, Ángelon el Milenium, que aun centenario no había quien le quitara un plato de pochas que se tomaba tan reverencialmente como reverencialmente se iba a misa, sabía que nada bueno podía traerse entre manos.
- Este trae poca ganancia - dijo antes de que preguntara.
Pero el constructor, con esa pinta tan "costosamente barata" que se traen los buitres de poca pluma, era perro más viejo que la "Fresa", la perdicera canela claro de el Tirilla, que se murió con casi treinta años después de ahorrarle el plato vacío de la posguerra a su amo gracias a ese olfato de seis en uno que tiraba de las perdices aun antes de que su amo tuviera tiempo de cargar las postas.
- Buenos días - saludó el estirado, obteniendo algún cabeceo entre los que presumían de ser algo más educados - ¿La casa del alcalde?.
No necesitaba más.
Para los que como el llevaban a la práctica de que muerde más fuerte el que primero muerde, sabía que la ley no resulta ser tanta ante un alcalde con poca vocación, menos cultura y ningún sueldo......mucho menos si un maletín con poco papel y mucho billete invitaba a algo más que carajillos.
Todo lo demás se lo fueron allanando las amistades, los contactos, los que deben favores.....resumiendo, todos esos que viviendo lejos e importándoles bien poco que las garzas se echaran al sur o las nutrias ya no encontraran donde encogerse, le robaron a los paisanos las vistas a su Tajal a precio de doscientos mil euros los noventa metros cuadrados.
Doscientos treinta mil con garage.
La orquesta fue allanando el terreno, hasta que un entristecido clarinete, aquel instrumento hasta entonces casi incomprendido y que tuvo que esperar al de Salzburgo para que se le otorgara rango y gloria, le dio la entrada a la soprano.
Mozart, exhausto, con las manos aun sucias por la tinta fresca de haber permanecido entre la vela y el frío hasta que este le hizo tiritar tanto que le era imposible incrustar la nota con su escala, se retiró a la cama donde el calor de Constance y el de las mantas le ayudarían a reconciliarse con la temperatura y luego retornar a crear con las prisas de una muerte cercana.
No había brasero. Lo vendieron haría tres o cuatro meses cuando el frío no era intenso y pensaban que para cuando este llegara, ya habrían podido comprar uno nuevo.
Pero no pudieron.
- Tendré que mandar recado a madre Wolfang - le dijo ella mientras le acercaba los pies - Tal vez si nos manda algo de dinero podamos comprar leña y algo de comida, medicinas incluso para aguantar hasta que te compren tu nueva obra.
Que desilusionada debía encontrarse su suegra, pensando que la genialidad de aquel monstruo les llenaría el nombre de lustre y las arcas de oro para encontrarse ahora con que le suplicaban limosna con la que no fenecer de hambre.
Por suerte, su esposo no la escuchaba.
Aunque tenía los ojos cerrados, no dormía y su mente, navegaba entre blancas y corcheas, entre negras y sublimes saltos en juego musical enrevesado, imposibles para cualquiera que intentara tocarlos, incluso los violinistas más aplicados, incapaces de dejarse los dedos, los ojos incluso en aquellas partituras que para el eran como un simple libro abierto, libro escrito en idioma de siete tonos, los que el escuchaba, los que el comprendía mucho más lejos de lo que en tiempos pasados comprendieron Vivaldi, Luli o el gran Bach.
Bach.....
Todo por la "vendetta".
Amadeus podía ser un niño adulto criado en la inocencia, bajo la teta de la mirada considerada y la admiración hacia su genio pero no pecaba de iluso o de tonto.
Tras muchas de las patadas que tanto daño le hicieron, tras la supuesta ignorancia de palacio, la soberbia de los nobles, la bolsa vacía de los que encargaban y el desprecio público, andaban otros buenos músicos.
Buenos eso pensaba, pero no como el, alejado de los dogmas y escuelas, creador ausente de envidias, de mirada abierta y no cejijunta.....oooooo Salieri.
A el poco le importaban los menosprecios o que a nadie le importara que sus sueños de componer para la corte se esfumaran por las puñaladas cristalinas de aquel maldito italiano estirado y mediocre.....que tanto lo admiraba.
Ahora solo su Requiem importaba y para ello debía ganar calor, aceptar los pies de Constance, extraerle jugo a la flaqueza y no contarle nada.....pues aun tiránico, malhumorado y genido, por encima de todo la amaba.
Desde el Tajal, girando a la derecha, se necesitaban veinte minutos a paso reposado hasta atisbar la dehesa de Don Cipriano.
Antes de la guerra, a la dehesa se la conocía como del Santo, sin onomástica detrás de la intención.
Pero cuando entraron los nacionales, después de izar la bandera y echar cuatro vivas a los cuatro de turno, al primero que se llevaron de paseo fue al alcalde de la FAI, un tal Cipriano, un joven abogado, por lo que cuenta cultísimo que se había negado a abandonar el pueblo cuando le ofrecieron un puesto de pasante en Badajoz al poco de terminarse los estudios.
Por lo visto y oído, el tal Cipriano debía ser hombre tan bueno como alto.....
- Como los pinos - lo retrataba el Milenium - alto como ellos y bueno como ellos también o...¿es que acaso no has visto parte de un pino que no se pueda aprovechar?.
A pesar de su altura, desde luego muy recordada entre quienes se habían criado a base de queso y escudilla, era persona muy cercana, nada estirado, que lo mismo le daba comer con cuchara que hacerse unas migas a corrillo y comiendo con la mano sucia de recoger la oliva.
Al parecer entre el Golpe y la llegada de los de Franco, sobraron los jornaleros que en el pueblo, escopeta en mano, no tuvieron otra idea peor que la de ir a buscar a los más ricos, al cura y a aquellos tan indiscretos como para ir pregonando en reino de anarquistas, su voto Cedista para cuando las de febrero.
Como Cipriano amen de alto era previsor y buen conocedor de lo que se andaba cociendo entre quienes lo votaron, el alcalde había ido casa por casa recogiendo a todos aquellos nombres que se querían ver escopeteados y, para evitar venganzas sangrientas, con ellos a todas sus familias, a las que tuvo a buen recaudo en su propia casa, alimentados de su propia bodega hasta que la tricolor se desgajó a tiros de la balconada de la Consistorial.
Cuando los jornaleros lo supieron, les faltaron piernas para acudir con las cananas repletas de postas en busca de la presa, pero se toparon con el Cipriano y con su propia escopeta, solo que apuntando allí donde ellos creían que nunca haría.
- Matadme me vais a matar eso seguro - les dijo sin un atisbo de miedo en la mirada - ahora que antes de caer me llevo a dos por delante como que soy el alcalde de este pueblo - añadió - ¿Quieres ser tu Severino? - y Severino bajaba la cabeza avergonzado - ....¿o tu Luisa? . ...- y Luisa se escudaba tras los pantalones de alguno de los hombres.
Por suerte, al final todos encontraron en el hecho de que sin Cipriano no habría luz, ni agua corriente ni escuela una excusa para no forzar más la cosa y dejar el asunto por concluido.
La noches que se lo llevaron nadie, menos los que respiraron durante años gracias a que el se la había jugado por todo ellos, movió un solo dedo......
- !No hay justicia! - cuentan que gritaba mientras lo conducían a ostias junto al olivar milenario donde lo despacharon con cuatro tiros.
- !No hay justicia! - dicen que gritó Don Alberto, el más cacique de los caciques del pueblo y por tanto el más salvado por Cipriano cuando con casi noventa años le dio el pasmo definitivo y entregó el alma.
A la dehesa se accedía por una pista descuidada y polvorienta donde o bien el coche era todoterreno o la suspensión era más hidraúlica que la de un pantano.
Si se cruzaba de noche o incluso en amanecidas, lo mejor era poner segunda y hacerlo con más tiento en el freno que en el acelerador, más no por los baches, sino porque no se hacía raro cruzarse con algún ciervo, con una manada de gamos encelados con su propia lengua, algún zorro con el conejo recién cobrado, jabalís deslumbrados e incluso, si bien aseguraban que hacía mucho que no se había visto uno, con alguo de esos linces de orejas puntiagudas que te atravesaban con esa mirada tan suya de retina partida en dos.
- Una vez andaba tras la choca - presumía el abuelo Moralina - y me salió una que me hizo el arrullo. Ya por entonces te jodían si te pillaban cazándolos así que como lo sabía y si arrullaba era que la cría andaba cerca, hice marcha atrás sin perderle la vista hasta que se sintió segura y tiro cada uno por su lado.
Mentía. O al menos se guardaba lo que no le convenía contar.
Todos sabían que cuando el abuelo Moralina se murió, de un sofoco repentino e imprevisto mientras disfrutaba sentado en la banqueta del sopor de la noche, le encontraron en la bodega las pieles de todos los linces, las cuernas de todos los ciervos y corzos, las águilas disecadas e incluso dicen que el pellejo del último lobo de la comarca, que había abatido en toda una vida dedicada al furtiveo.
- Ese era de los que se le ponía dura pensando en si le pillaban o no.
Así lo calificaba Luisma, el guarda forestal, que le tenía tanta rasmia al Moralina como el Moralina se la tenía a el.
Y es que eso de venirse de Madrid a un pueblo con el título y un montón de ideas raras bajo el brazo, solían mantenerlo aparte de la comunidad, hundido bajo la fama de "hippie" o "verderón" que le pusieron por el empeño que le metía a eso de defender a los bichos.
Andrés y Luisma solían cocinar buenas migas.
Uno y otro compartían afición por el clarinete, los ateismos sufridos de Unamuno, las depresiones estoicas de Buero Ballejo o Pio Baroja.....la soledad de quien nunca se encuentra por mucho que ande buscando.
Una noche, previa promesa de secreto eterno, lo llevó cerca de las colinas de la Ahorcada, entre los robledales añejos donde según aseguró, todavía le criaban dos o tres hembras e incluso en un momento de despiste, le pareció ver, una tarde que andaba recontando imperiales cerca de una hondonada, el cuerpo de un macho bien tallado.
Nunca llegaron a verlos pero desde entonces, el secreto y sobre todo el hecho de que ambos lo mantuvieron, les unió en la desesperación que ambos sentían, Andrés por la cúpula que lo rodeaba y Luisma angustiado porque algún día se supiera y los dos o tres del pueblo que bien se conocían, le hicieran la "emplomada" a sus linces fulminando la especie a cambio de nada.
No hacía falta aproximarse hasta la misma linde para escuchar desde lejos, el estruendo pesado de la maquinaria, chirriante amarillo, restroescavadoras, camiones, buldozer, palas que se oteaban sobre el mismo altozano de la dehesa, allí donde de lejos se distinguía el límite fundido entre la braña y el clareante cielo.
Estas orugas, de las que no tejen sino cortan, de las que no hilan sino arrancan, iban moviéndose con lentitud y eficacia allí donde se les indicaba desde el trípode del topógrafo, tratando de apurar las pocas horas que trabajando casi de nocturnas, palpando con la mano antes de hincar el pico, les librarían de la calorina que por saliente ya se avecinaba.
Esas orugas eran el chillido del "interes nacional" que se apilaba en aquellos montones monstruosos de dehesa arrancada, amontonada sobre los márgenes de donde unos días antes estaba y que ahora, en lugar de eso, dehesa, soportaba ver una herida desangrada, pero no por ello menos profunda y dolorosa.......aun mucho alquitrán con que la decoraran.
- Si queréis turismo.....- era para cuando se les sacaba brillo a las urnas autonómicas y los políticos se dejaban empolvar el lustre de los zapatos bajando del atril para hacer mitín de mucha asistencia con una sola boca abierta-.....si queréis que el progreso llegue a vuestras casas, el pan a vuestro hijos y el futuro al pueblo.....que no os cueste nada ir a tomar café a Cáceres o ver a vuestros hijos a Madrid - mientras hablaba Andrés lo miraba atento a los dos metros por encima que necesitan para orar aquellos de igual calaña......como si su verdad no lo fuera tanta y necesitaran pensar que mirando desde arriba, tal vez se encuentre una razón de más sobre las calmas sumisas que lo escuchaban - ....tenemos que sacar adelante esta autopista.
Ya por entonces, quiza antes, Andrés y Luisma sabían que la obra atravesaría de lado a lado la dehesa, que las grullas tendrían que compartir su invernada con los radares y el asfalto, con las motos infladas y los camiones portugueses, que el tajo arrancaría a la Ahorcada de la faz como si esta nunca hubiera existido y que con la Ahorcada se morirían los últimos "grandes gatos" que le quedaban a Extremadura.
Ya por entonces, quiza antes, Andrés y Luisma sabían que tras muchos nombres y coartadas, estaban los buenos provechos que quienes hacen la ley, sacan a dicha premisa, convirtiendo como por arte de magia, lo público en privado allí donde ponen la firma y que si bien se podría ir de visita hasta la capital para ver a los hijos emigrados y los nietos que no sabían quien era ese viejo tan extraño que olía a boñiga de oveja y trucha ahumada, no serviría para que esos mismos hijos volvieran o los pocos que quedaban no se animaran a marcharse antes porque el trabajo seguiría siendo el mismo y encima ahora emigrar les salía mucho más cerca.
El político sacó mayoría.
No les dolió el gato ni la grulla.....aunque les escoció de mala manera el que luego se supiera, cuando ya tenía los cuatro años de licencia bajo el bolsillo, que en el proyecto no iban ni a molestarse en hacer un desvío que comunicara autopista con pueblo y que este sacrificaría lo mejor de su dehesa y con ella el turismo que la hubiera deseado ver, a cambio de la misma carretera de siempre, tan parcheada como el pantalón de Carpanta, donde era costumbre rezar antes de tomarla para que no se te cruzara un coche de frente y tuvieras que meter medio morro en el campo para no comértelo de cara.
Entregado al delirio, con la frente salpicada de sudor y los ojos, lentamente, hundiéndose sobre su cara, recorridos por venillas rojizas y azuladas pregonando que el final se acercaba, cuando ya no había tinta sencillamente porque no quedaba con que pagarla, con sus postreras fuerzas extinguidas, ahogadas en la humedad de las sábanas sudadas, Mozart canturreaba su Requiem con la fe puesta sobre unos pentragramas inexistentes donde nada se había anotara.
- Amor reposa - rogaba su esposa.
- Debe usted hacer caso a su esposa - recomendaba el médico - Si no....
- No hay un si no.....- interrumpió Amadeus-.....no hay esperanza.
Embutido tras su perenne capa negra, con el sombrero de tres picos bien calado y el rostro oculto bajo los varios cuellos de su camisa, la cuarta persona permanecía tan oculta a los ojos de Constance y el doctor como Wolfang podía verlo......sabiendo entonces sin duda alguna.....que esa misma tarde moriría.
Su padre descubrió demasiado pronto el genio con que su hijo nació dotado.
Y dio gracias al Dios severo al que a diario se entregaba.
Aquella cualidad impropia, convirtió al hijo en negocio, transportado de corte en corte para que se exhibiera ante los bolsillos de aquellos nobles engreidos y sus damas de caras blanquecinas y pelucas erizadas, salpicada la cara por alguna peca caprichosa que un día la ponían en el moflete otro burlonamente sobre la punta de su nariz y, en caso de desear con discrección citarse con su amante presente, sobre el labio....si deseaban ser besadas.
Todos admiraban y se reían viendo al pequeño vestido como un adulto, tratando de llegar a la altura de un clavicornio que finalmente, tuvieron que fabricarle a medida.
Pero los rumores se apagaban, las risitas tornaban serias, cuando los ocho años de Mozart se depositaban sobre las teclas, descomponiendo las notas que para ellos eran imposibles como si el más goloso comensal, disfrutara del banquete más generoso.
Si, Wolfang nació para asombrar y de paso, para llenar el arca de un padre frustrado por no haber logrado nunca perfeccionar dos notas hiladas al son, por no gozar de la magia y la facilidad con que lo hacía su hijo.
Aun esperándole para acompañarlo ante la Parca, su cara seguía siendo orgulloso, ausente, estirada.
Y el genio lo quería, lo quería tanto.....tanto como lo odiaba.
- ¿Comerás hoy Wolfang?- Constanza insistía en amarle aun a consta de sus desprecios.
- No.....hoy moriré - respondió alzando la mano en alto, con los dedos de bendecir bien señalados, como si estuviera por fin dirigiendo el Requiem ante una orquesta, con la viuda en primera fila, enlutada y los pocos amigos que aun le visitaban salpicándose por la iglesia, tratando de simular que no se había dejado solo a su féretro.
Andrés se puso a caminar hacia el oeste, sintiendo ya sobre su espalda comenzaba a arder, alcanzada por los primeros rayos.
Aquella era la mejor de las horas para escuchar el piar de las perdices, advirtiéndose del sentir de sus pasos, llamando a agazaparse todavía más, en confiar en el camuflaje y rezar para que el hombre que presentían fuera sin perro bajo su falda.
El calor bien pronto se les echaría encima, pero ellas, mucho más espabiladas, sabían como doblegarlo o al menos solazarse sin necesidad de aires acondicionados o escondiéndose bajo tierra en alguna habitación abovedada.
Al límite de la vereda donde la hierba todavía era alta, podía atisbarse alguna avutarda.
La más grande, que aun con su tamaño, tal vez a causa de el, se sabía bien de memoria todas las artes que le ofrecía la dehesa para permanecer disfrazada, quieta, disuelta sobre la tierra hasta que el miedo o un mal paso terminara por asustarla y descubrirla.
Quienes la cazaban, esos que no se acostumbraban a que la ley se lo prohibiera, incapaces de comprender su mundo más allá de los cuatro palmos de yeguadas que atisbaran, incrédulos cuando se les aseguraba que avutardas y linces, aguiluchos y nutrias se morían siendo que en aquellos dominios todavía abundaban, conocían aquel defecto y solían pasearse discretamente, cuando sabían que los del SEPRONA estaban en la otra punta del municipio, con la posta cargada y el perro, incoscientemente obediente, indicándoles a fuerza de posturas que la presa andaba cerca, solo que acurrucada.
Desde la braña había un pequeño descenso a lo largo del cual se disfrutaba de la Gloria, la laguneta de la que apenas le quedaba algo mayor que un charco donde el agua apenas era capaz de salpicar más arriba de la planta de los pies.
Eran escasas aquellas islas de agua en pleno agosto.
Beber, bebían de las lluvias de otoño, generosas y finas, esas puñeteras calabobos que le hacían a uno sentirse en confianza pensando que cuando escapara apenas te habría salpicado el pelo y cuando se daba uno cuenta, hasta los calzones andaban más mojados que las escamas de una trucha.
En esos noviembre de agua, aupada por los acuíferos y porque el campo ya no se regaba, la laguneta tendía a olvidarse del diminutivo y ganarle unos trechos a la tierra, aislando nuevamente las solitarias isletas de hierba que en verano, solo podían desputar sobre el barro reseco y resquebrajado.
Con las nubes llegaban luego los patos.
- Hoy he visto por lo menos doscientos rojos y no se cuantos blancos - solía decir Javier, el Tontainas, cuando en enero se tomaba un vaso de agua en la cantina de Tomás el Chapado. Nadie le dejaba tomarse ni gota de vino porque la única vez que lo hizo, medio embromado por los más graciosos de la cantina, terminó en el cuartelillo por haberle roto los dientes a uno de Hinojal con el que su abuelo se tenía bastante tirria.
A Javier no se le acusaba de Tontainas por despectivo, sino porque en verdad no tenía los cables muy bien conectados.
Por eso le disculpaban esas rarezas que tenía de andarse cada mañana hasta la Gloria para ver como retornaba el averío a pasar la jornada después de buscarse alimento por los campos de las cercanías.
Si Javier mentaba a los rojos, es que hablaba de tarros y si decía blancos es que entonces eran espátulas, que el apreciaba mucho pues el Luisma le dijo una vez que eran raras, muy raras de ver y el Tontainas pensaba que el ave le tenía cariño por eso de que no se escondiera cuando lo viera asomar cerca de la laguneta.
- Mira a ver si mañana en vez de esperarlas en la braña - increpaba Benito - vuelas con ellas a averiguar por donde andan dando tanto mal.
Benito tenía tierras a las afueras del pueblo, en la Peña Mora, cerca de las colinas y más de una vez se quejaba de que las grullas se lo dejaba trillado en cuanto se despistaba.
Aun con retraso palaciego, la Administración soltaba unos buenos dineros para que dejara a los bichos en paz cosa que hacía sabiendo que el pan de Benito no dependía del arado, sino de la casa rural que regentaba, con un bar al lado que en realidad era de donde más duros sacaba.
Pero como ya se sabe que allá donde metes dos duros mas tarde o mas temprano quieres tener cuatro, Benito quería cobrar las indemnizaciones y de paso arrearle cuatro tiros a un bicho que bien mirado, poco mal hacía y era majo de contemplarlo.
- Eso tendrás que ganártelo tu - le respondía Javier, que Tontainas o no, sabía de las ganas que tenía el Benito a la posta y de las malas lenguas que hablaban de la cara rancia e insatisfecha de su mujer, mucho más joven y por tanto con más gana que el cantinero, lo cual provocaba que Benito le hiciera pagar a los bichos, la poca talla que demostraba entre sábanas.
- !Anda marcha de aquí Tontainas, mas que Tontainas!.
Y Javier, el Tontainas, ancho, grande, magro y bruto....docilmente se marchaba.
Solo que al minuto era el Benito quien se quedaba a solas, con la cantía más vacía que una iglesia sin entierro.
El Tontainas era tan grueso de brazada que para la romería de Sta Lucía, queriendo subirse a un burro, mando al animal largo y desplomado al suelo, con el dueño brazos en alto pensando que el pobre animal tenía quebrado el espinazo.
Pero allí todos eran tan o más brutos y nadie en el pueblo consentía que se le llamara Tontainas con el retintín de considerarlo retrasado.......y ni aunque Benito tuviera la cuenta cebada, ni aunque en el bar de la casa rural te negara vino, tapa o entrada.....nadie consentía que se le faltara al respeto....menos a alguien que no hacía ningún mal a nadie.
Sin embargo, para disgusto de Andrés y del Tontainas, la Gloria se menguaba cada vez más en verano y no le dejaban tiempo para respirar cuando le llegaban las aguas.
Con la laguneta agonizando, le contrastaba cada vez más su aridez, con la esbeltez verderona y primaveral de los campos que la rodeaban.
Aquello era cuestión de echar el dedo sobre los poceros, que buen negocio hicieron al convencer a los labriegos que con suerte y doscientos metros de tubo, se podía llegar al acuífero y poder regar los doce meses que tiene el año.
La Gloria no lo era tanto y rara, tan rara era la ocasión en que se salía de cauce llegando al reborde de las cuadras de Vicente, que aun estando a doscientos pasos del pueblo se las consideraba ya parte de el, que las madres animaban a sus hijos para que marcharan a verla, sabiendo que la laguneta se moría y nada, ningún argumento o desespero se podía echar en cara a los que tenían los dientes largos viendo que podían cosechar hasta tres veces lo de antes, aunque el agua se les agotara en diez años, las tierras se les murieran resecas como pecho de vieja y el Tontainas se quedara sin grullas a las que escuchar cada madrugada.
- Cuando se acabe ya traerán el agua de las presas - solían decir los más ufanos.
Presas que ellos nunca habían visto más que de oídas, cantando las cuarenta en el bar por todo lo alto para cuando en agosto, las noticias anunciaban que esos mismos pantanos, andaban tan resecos que apenas se garantizaba el que unos cuantos bebieran y entre esos cuantos, no andaba ningún campo.
No querían escuchar....
- Andrés ¿me besas? - le preguntó Natalia para el baile de San Miguel.
Los dos tenían dieciseis años y aunque se decía que ella ya llevaba algo corrido, lo cierto es que ninguno de los dos sabía lo que era sentir lo ajeno sobre el labio propio.
Ante la muchedumbre, bailando con torpeza, no les hubiera gustado pues aun siendo tiempos muy diferentes, los dos habrían terminado ennoviados por ajenos y luego, de saberse que era solo eso, curiosidad, los sus padres habrían terminado por dejar de hablarse.
Eligieron la Gloria porque a los dos les gustaba escuchar el sonido de las aves mientras se besaban.
- Andrés tu eres el primero, aunque no lo digan por el pueblo - le decía ella.
- No se Nati.....¿eso importa?.
Y ella le sonrió mientras probaban un poco más atreviadamente, dejando asomar la lengua entre sus bocas y algún gemido, aunque la torpeza de ambos le restara cierto placer al asunto.
Mozar miraba al techo.
Y lo hacía con la vista cada vez más fija, menos viva e inquieta, con sus retinas, que antes parecían dislocadas por el deseo de querer abarcarlo todo, ahora cada vez más vidriosas.
Poco a poco sus manos dejaron de bailotear al ritmo del Requiem que compuso en su mente hasta que llegó el momento y que se guardaría para el mismo porque la imaginación, siempre resistente, se negaba a morirse tan rápido como lo estaba haciendo su cuerpo.
- Wolfang - llamo Constance sabiendo que ya no quedaba esperanza aunque sintiera que todavía, cada vez más espaciadamente, respiraba.
- Padre - susurró el.
Constance comenzó a llorar desconsoladamente aun sabiendo porque el médico así se lo aseguraba, que todavía quedaba pulso en el cuerpo del genio compositor.
- Mi suegro murió hace años - le aclaró ella - El ya lo tiene cerca.
- No se preocupe maestro - le consoló Frank su fiel discípulo - El Requiem sonará, algún día sonará.....yo me encargaré de terminarlo.
Y aunque Mozart todavía vivía, no encontró fuerzas para rogarle....ordenarle que no lo hiciera.
Nadie debía tocar su obra por inconclusa que apareciera porque nadie, aun su fiel Frank, comprendía todo lo que en ella había. Era su Requiem, solo suyo y Frank no era quien se moría para comprenderlo.
Al principio, atrapado en su ciudad natal, triste y aburrido, pensó que nadie lo entendía, que lo ataban en una jaula de oro como a los monos de feria para soltarlo de vez en cuando y exhibirlo.
Por eso huyó por Europa, regresó a las cortes pero ya no niño sino hombre, ya no atracción sino compositor pleno.....espectacular.
Pero en las cortes también se sintió apresado por mil conveniencias y al final terminó por quedarse solo.
Ahora lo entendía.
Todos sabían.....todos le temían....todos en el fondo deseaban alejarlo de ellos porque con su genio, con su saber, les recordaba cada día que los demás tan solo eran un nombre con o sin fortuna pero sin nada que aportar al mundo mientras que el, Wolfang Amadeus Mozart, era la criatura perfecta cuando una pluma se gestaba entre sus manos y esta desarrollaba sus obras sobre el pentagrama.
Y al comprenderlo......agradeció expirar.
Era diciembre, un cinco, de 1791.
El Requiem, que Frank había terminado no por protagonismo sino porque jamás intuyó los deseos moribundos del maestro al que tanto amaba, terminó de escucharse en los oídos de Andrés cuando ya alcanzaba el evitado puente de Alcántara.
Andrés sabía que apenas tendría tiempo.
Ruben el de Alcorisa, lo había visto cuando la senda ganaba la carretera y esta descendía al Tajal.
Vendría de ver a la novia, una que se había sacado en Almendralejo y que según decían era regordeta y bien avenida con la cocina, lo que aun siendo los tiempos que eran, se consideraban dos cualidades a tener en cuenta en la Extremadura de las dehesas y las siegas, de los caciques y las cacerías de señoritos urbanos con caras botas de cuero.
Ruben se lo quedó mirando.
Aun siendo casi de la misma edad, ambos siempre se habían evitado, el uno por gustarle esa música rara y lenta y el otro por preferir las discotecas de Cáceres y el coleccionismo de moza encamada aun incluso teniendo aquella novia que no tardaría en llevar al altar.
Al alcanzar el puente miró hacia abajo.
La caída le borraba a uno los arrestos.
Dicen que en los malos tiempos, cuando por escasear escaseaban hasta las balas con las que se mataban, si cogían a un maqui en la sierra lo traían hasta Alcántara para echarlo al río y que luego este hiciera su oficio.
También dicen que río abajo, había un molinero cuya esposa, incluso jugándose la vida y el negocio, se encargaba de recoger los cuerpos y enterrarlos en un campo oculto cerca de una vieja ermita abandonada, pensando que aun casi ruinosa, seguía siendo terreno sagrado y las almas de aquellos desgracias a quienes no conocía, igual descansaban.
Cuando un cacicón lo supo de oídas, acudió con los que le hacían la coba porque les pagaba la peonada y le hizo desenterrar lo enterrado para que los huesos se los terminaran de comer los zorros o los jabalíes.
La mujer vomitaba mientras lo hacía, cuando una cabeza se le quedaba en la pala mientras los demás se reían...
- !Puta roja!. !Así andarás con piedades con estos hijos de puta!.
La molinera no era roja sino inculta y piadosa.
Piedad fue lo que les faltó y más de uno lo agradeció en el pueblo, a los maquis que tres dias después esperaron al cacique cerca del mismo olivo donde habían fusilado al alcalde y lo colgaron como a los cerdos, boca abajo para luego arrearle dos tiros un el estómago y no ahorrarle con uno en la cabeza el dolor del desangrado.
Andrés perdió el miedo cuando cerró los ojos y puso los brazos en cruz.
De lejos, imponiéndose sobre esos últimos y forzados coros del Requiem, escuchaba la sirena de la Guardia Civil.
Viendo que no llegaban, el sargento desesperado, trató de entretenerlo tocando el claxon.
Pero Andrés ya no estaba.
Murió antes de que su cuerpo se estampara contra la corriente, antes de que contemplara los restos hormigonados de la dehesa, el Tajal represado o la sed de su laguneta. Murió antes de despertar aquella mañana, antes incluso de que lo parieran.....murió cuando alguien ordenó mientras se formaba, que saliera con la lágrima suelta y el corazón demasiado cerca de la piel.
El se negaba a verlos morir, el se negaba a expulsarlos y aunque tan solo padecía por padre.....en el fondo sentía que se libraba de muchos tragos amargos.
Si, tal vez no fuera ningún Mozart.....pero no pasaría por ser uno más de los que le estaban apuñalando.

Bucardo


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