jueves, 2 de agosto de 2007

Los Fantasmas de Don Paco

Los Fantasmas de Don Paco

A Don Paco le pesaban los ojos, más no de sueño, sino de puro hastío, cansinos y hartos de contemplar la España triste, oscura y desheredada de si misma que contemplaba a través del ventanuco del carromato que lo conducía al destierro.
Aun pasando de sobras los setenta y llevando media vida con la salud quebrantada, dio orden al cochero de descansar poco y comer menos, evitando las postas más concurridas y las villas con guarnición, temeroso de que algún oficial pavipollo y celoso de sus deberes, de esos cada vez más difíciles de ver en aquellos lugares, diera parte de su presencia cuando ya tenía a la vista las cumbres medio nevadas del Pirineo.
Andaba acobardado por la ira del Ignominioso, si, aquel Borbón que a fuerza de ser corrupto había terminado por corromper todo lo que tocara, farsante, traidor de todo y de todos menos de si mismo, ególatra de pecho inflado……si, a aquel Fernando, el peor de los seis que llevaban a cuenta, no le iba a hacer ninguna gracia que el mejor pincel de Europa, el pulso más firme, la paleta mejor pagada, le hiciera el feo de despedirse sin decirle un adiós por el mero capricho de haberle salido liberal en corte de absolutos.
Se desterraba porque así le entraba en gana, eso era cierto, aunque antes de que le vinieran con “bonjoures”, le dejara ante las mismas napias del rey pavo, el regalo envenenado de su propia venganza.
Si tuviera un poco de sesera para algo más que la maldad, entraría en cólera al enterarse de que trato se le daba por los mentideros madrileños gracias a sus retratos….retratos “goyescos” que era lo mismo que decir tal y como el monarca era, sin medallas nunca ganadas, sin valores jamás demostrados, cejijunto y “paTicorto”, obeso y con papada, que sin costura ni uniforme, lo mismo habría pasado por patán que por labriego de no haber nacido eso si, debajo de la falda de una reina italiana.
No, nunca había venido el a este mundo para alabar victorias que nunca fueron, coronas nunca ganadas o reinos que antaño fueron imperios y que menguaban por la inercia de ver como sus vasallos al otro lado del océanos, no sentían tener como rey más que a un pelele vulgar y comediante.
Pero aquello ya no le dolía a Don Paco.
Más arañaban las entrañas cuando haciendo parada para revisarle las bisagras al carruaje, abrevar los caballos y echar algo de vino al reseco gaznate, los pedigüeños le acosaban como lebreles tras perdiz, tocándoles con sus harapientas manos, suplicando una limosna, un mendrugo de pan, siquiera una bendición que sanara sus brazos amputados, sus ojos tuertos, sus yagas pestilentes.
Si, España estaba plagada de la miseria que otros negaban por fingirse ciegos, de necesidad y hambruna, de viudas y huérfanos de la asolada francesa, de las miradas limpias de un niño que por no tener, no tenía ganas ni de llorar y dolerse por algo que sabía imposible aun sin saber apenas tenerse sobre las dos piernas…..librarse de la miseria.
Más le licuaban los hígados el haber visto con sus propios y medio descompuestos ojos como en la corte, entre los salones dorados, bajo las lámparas rocambolescas, pisando el enlucido de los mármoles, se malgastaba sobre lo que ya no quedaba en pos del boato y la fiesta, de la apariencia ante unos embajadores extranjeros que si de cara al Fernando y su clero les alababan el gusto, para sus adentros sabían de la conveniencia de tener a la corona engañada y al español envuelto en la desventura.
Pero ahora a Don Paco todo ese trajín comenzaba a pillarle demasiado lejos.
Para el terco maño, que salió de casa labriega y al que tan solo los buenos gusto para el arte del cura de su Fuendetodos le libraron de terminar deslomándose breando contra dos terruños y un sol, aquellas gentes, ahora tan sentidas, habían ido en sus comienzos alejándose de su vida a medida que pasaba de pintar con cierta destreza las alacenas de la sacristía a hacer lo mismo con la cúpula de la Pilaríca y de allí a San Fernando y de San Fernando a sacarle cara de cazador al viejo, que era como llamaba el servicio del Palacio Real y de hurtadillas claro, a Carlos, el tercero.
Al pobre no había por donde cogerle detrás de esa cara plagada de desilusiones y arrepentimientos, apagado y tristón con aquella enorme y horrible nariz colgando de su testa o su testa de la nariz pues era difícil averiguar quien sostenía a quien.
Al viejo le complació y también a su hijo.
Si, ese hijo, también Carlos pero cuarto, que no hacía otra cosa que mirar relojes, mirar escopetones y postas, mirar desfiles y paradas, mirar al Prado o a las corridas, mirar donde fuera y a quien fuera con tal de no mirar hacia las frivolidades de su Luisa napolitana y ninfómana, tan fea y desdentada como apetecible a los ojos de su sargento de corps, aquel Godoy depravado e inepto, pero lo sobradamente habilidoso entre las sábanas como para saber ganar sobre ellas lo que otros no alcanzan en años de esfuerzos.
Pero como no hay mal que por bien no venga, a Don Paco no le vino nada mal el que al nuevo rey le gustar hacerse el ciego ante la carnalidad de su esposa y prefiriera echarle a el los honores de ser el exclusivo pintor de corte.
- La vida enseña – dijo en alto mientras el carruaje afrontaba ya las primeras cuestas del puerto que los conduciría a la frontera.
- ¿Cómo dice Don Paco? – preguntó el conductor sin que se le respondiera.
Si, la vida es mala maestra, de estas que enseñan a fuerza de ostias y disgustos, de desilusiones y planchazos, que si uno viniera ya parido y sabedor, o bien decide como ahorrarse los “malquereres” o no le da la gana salir del vientre de su madre.
Los “malquereres” de su propio cuñado, tan aragonés y pintor como lo era el, pero algo más dejado en el trazo, menos imaginativo, más sometido al clásico, incapaz de salirse de la línea que otros le habían marcado. Ni aun casado con la simplona de su hermana logró quitarse de encima la ofensa de verse superado por aquel jovenzuelo paleto que le trajeran años atrás desde un pueblo cerca de Belchite.
Los “malquereres” de aquella corte insípida y tediosa, intrigante, mal pensante, alejada del buen gobierno, alerta tan solo a la caza de unas rentas, privilegios u honores que le permitieran vivir del esfuerzo ajeno sin derrochar el suyo propio más que en perpetuarse en sus prerrogativas mientras el rey ocupaba el centro en todo retrato sin que tal puesto le correspondiera pues allí pintaba menos de lo que Don Paco lo hacía a lienzo, óleo o fresco.
Los “malquereres” de la salud, esa puta salud que casi se lo lleva a deshora cuando apenas había escrito cuatro letras chiquitas en los libros de Arte.
Durante los primeros años, viendo como le movían los labios tal y como se le mueven a un retrasado, desesperaba hasta agriársele el carácter, hasta tornarse insoportable y huidizo…..pero luego, las sofoquinas que no las jaquecas, fueron poco a poco sosegándose y a medida que le crecían las patillas, convencido de que nada interesante podía salir de la boca de un hombre…..dejó de dolerle el haberse quedado sordo cuan tapia.
Hundido en si mismo, sus fantasmas, su rabia interna por lo que veía en torno suyo, fueron poco a poco obligándole a alejarse de la santidad que se le reclamaba entre su clientela, por mucho que esta le pagara, por grandes que se fueran haciendo las cuatro letras que daban cuerpo a su nombre.
En secreto, evitando traiciones, juicios e inquisidores, evitando, ya lo hemos dicho “malosquereres”, iba labrando una tras otra las planchas donde plasmaba esos intensos odios, esos sueños de cambio, sintiéndose mal perro por morder con rabia y fuerza todo aquello que en realidad le estaba dando de comer.
Pero fue aquella mañana de mayo cuando se reconcilió con el coño que lo había parido.
Si, aquel dichoso domingo en que descubrió a golpe de realidad, el malgasto de esfuerzo, pintura y cebras que había hecho retratando caras empolvadas, pelucas estrambóticas y vestidos rimbombantes.
Aquel día, asomado discretamente sobre las calles empedradas de aquel Madrid que nunca terminara de convencerle completamente, vio a la gente poniendo el pecho ante la carga de los mamelucos del gabacho, cayendo fulminadas por las descargas cerradas con que fusilaban a un municipio armado de coraje y cuatro navajas mal afiladas.
Vio como nadie había sabido ver, que no era el ansia contra el invasor lo que guiaba el fanatismo de todo un pueblo, sino la rabia ante la pobreza que por un solo día ensartaban como ensartaban los cuerpos de sus enemigos.
Pero sus enemigos andaban lejos de Napoleón y sus imperiales ejércitos.
Sus enemigos estaban en los palacios y cuarteles de aquellos que daban la callada mientras les hacían ondear ante las narices otra bandera por la que sus miserables vasallos estaban dando las tripas.
Que rabia.
Rabia ver al pueblo errado y desbocado, invadido no por el galo sino por la ignorancia y la desazón, cuyos verdaderos amos les enviaban a matar franceses asegurándoles las cadenas en la tierra y el paraíso celestial…..y no hizo falta más.
Esos años tristes llenaron el paisaje español de gabachos castrados, guerrilleros ahorcados con la lengua colgándoles indecorosamente fuera de la boca, oficiales destripados, mujeres violadas por todo un regimiento, empalamientos, amputaciones, degollinas, decapitaciones en una orgía de brutalidad de la que tan solo las carroñeras hacían ganancia.
Y mientras, el Ignominioso disfrutando de su retiro en los palacios franceses que le habían regalado se dedicaba a enviar felicitaciones al emperador cada vez que sus soldados pasaban por encima de los aldeanos españoles reconvertidos en informal tropa…..aquel pedazo de carne con ojos, descerebrado y egoísta, lascivo y degenerado.
Si aquel pedazo de inutilidad al que una vez repusieron en el trono, le dio por dar garrote a todo aquel que por el había perdido familia, salud y capital pues egoísta como por naturaleza era…..no sabía gobernar para otro que no fuera el mismo.
- Ya puedes dar gracias de que pintas como pintas Goya que si no habrías sido el primero en perder la cabeza – lo amenazó aquel día en el salón del Trono.
- Gracias – respondió tragándose el orgullo – majestad.
Gracias debería haber dado el al mismo pueblo que mataba de hambre traicionándolo, engañándolo con aquel ejército de mosenes que lo mantenía ausentes de toda letra, dominado por monstruos e intolerancia, aprisionado en los miedos si los miedos que a ellos les venían acorde a su interés de ser cada vez más prepotentes y poderosos.
- Bonjour – saludó el oficial de aduanas mientras del bolsillo interior del abrigo, sacando lo justo la mano para que no se le destemplara, extraía un pasaporte….falso.
No esperaba ya nada de Francia como no lo había hecho de España.
Tal vez durante un tiempo pensó que la tricolor traía consigo la posibilidad de que renaciera la esperanza y sus pinturas más negras adoptaran color y sus pesadillas fueran poco a poco disipándose bajo la luz creciente y clara de los ilustrados…..pero a Jovellanos lo desterraron y la libertad….la libertad eso no lo sabía el corso, nunca se impone a golpe de bayoneta y menos a unas gentes que si de algo entienden es de hacer el bruto.
Y ahora, mientras se adentraba hacia el destierro y la figura negra del carruaje se desvanecía fantasmalmente en la bruma que a esas horas, tal vez a todas, dominaba la cara norte del Pirineo, Don Paco se acomodaba imaginando que tal vez algún día pudiera pintar a los españoles abrazándose y no a palos, con las piernas hasta las rodillas.....hundidas en el barro.




Bucardo




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