domingo, 12 de agosto de 2007

Que Impropio



Que Impropio

- Que impropio – susurraba.
Paula Salobreña era alta.
Para los cánones de su provinciana vida, sin tacones semejaba ser una estilizada aguja gótica entre columnas dóricas, bajitas y algo chatas, más hechas a ese estilo castellano, propio de mujeres acostumbradas a agachar el pescuezo cada vez que labran o el marido habla.
Paula Salobreña paseaba como si acudiera de invitada, siempre con algún trapito de hilo fino y etiqueta cara, de estos que por recogidos o novedosos, desde luego que en aquella ciudad no se encontraban o cuando se podía, resulta que estaban pasados de toda moda y no hacían el lustre que su esbeltez le exigía.
Paula Salobreña andaba cogida con discreción del brazo de su marido, un hombre tieso y flaco como cayado pastoril que no obstante se coronaba con una generosa mata de pelo engominado y trajeaba corbata de uso diario que luego guardaba en el armario hasta que estaba seguro que nadie le recordaría habérsela visto puesta en otras anudada del cuello.
Lo hacía por la abulense Plaza de la Victoria, no pregunte cual pues España está acostumbrada a demasiadas derrotas o peor aun a vencerse a si misma en guerra fraticidas. Al lugar parecían haberle querido darle más lustre con la cartelería de forja y las yemas teresianas, como si le faltara poco brillo a la ciudad con el que le otorgaba su catedral de ochocientos años y sus murallas, firmes y dispuestas vete a saber desde hace cuanto.
Solía evitar los jueves, por ser día de mercado, cuando al lucimiento del lugar se le hacía falta de respeto con aquello de vender tomates e incorporar a la piedra con pedigrí el olor a apio, perejil y boñiga de huerto abonado a lo natural. El lenguaje le parecía soez, los pregoneros chabacanos y las mujeres de compra bolsa o carrito en mano, le semejaban vociferantes avaros por todo racaneando.
También evitaba las fiestas de no guardar….de no guardar decoro alguno, cuando el gentío invadía a lo bárbaro, ofreciéndose a una bacanal de alcohol en diferentes grados, demostrando que sobre piedra de diez siglos o cemento recién obrado, toda esquina es buen depósito para devolver a la luz la cena mal condimentada y el exceso de alcohol que les satura el hígado.
Había elegido la ruta pensando en no topar con semejante espectáculo….un grupo de hippies desarrapados, con greñas en lugar de pelo y sobre la piel casi desnuda, dos o tres trapos, algunos pies sucios y descalzos, otros con zapatos sin hilo o hilo a modo de zapatos, ganándose unas monedas ofreciendo malabarismo con aros, tocando diminutas flautas de sones medievales o “artesaneando” con algún madero reseco del que luego saben sacar una runa celta, la cruz de Atón, la hoja de una marihuana y todo bueno, bonito y muy barato.
- Que impropio – susurraba.
Afrontaron la calle Reyes Católicos por donde se acortaba a la hora de alcanzar la catedral, esperando que su Museo no echara el piquete ahora que escuchaban los sones del campanario, imponiéndose sobre los ajetreos del lunes para llamar a los rezos de la media.
Para los abulenses aquello era un día de trabajo pero el verano era como todos, vacacional, y la ciudad amurallada se dejaba saquear a puerta abierta por todo guiri armado de digital y cartera llena.
A punto de doblar esquina y toparse con los dos gigantes que le hacían saludo al parroquiano, efectos que surgieron de la ignorancia de un tallista que nunca vio un indiano ni en carne ni en grabado, vieron a una pareja que caminaba con los ojos atentos en las vidrieras sin percibir nada raro en que los dos fueran cogidos de la mano.
Desde luego que habría pasado por más, ellos mismos iban brazo con brazo, pero aquellos que lo hacían tan público, tenían dos barbas y no parecían avergonzarse de lo que ambos buscaban de noches entre los sábanas y más cuando el más bajito, que por cuestión de estatura lo tenía más al alcance, le puso los cinco sobre la trasera dejando que los feligreses se santiguaran para fuera o adentro, imaginando lo que podía surgir cada vez que apretaba con muy buena gana sobre lo que tenía bien agarrado.
- Que impropio – susurraba.
Al pasar bajo los gigantes, traspasando los dinteles de la Seo para dejarse aliviar por la fresquera que los antiguos sabían crear para aliviar el tórrido de agosto a aquel creyente que acudía con fe ciega a escuchar misales, rogando para que se inventara el aire acondicionado, torcieron a la diestra en dirección al claustro, donde hacía tiempo deseaban, visitar la exposición de talla barroca religiosa cuyos carteles lo anunciaban hasta en los restaurantes de comida rápida de la ciudad.
Pidieron dos entradas para empadronados y no fueron precisamente manos blancas los que les devolvieron el cambio de cien sino unas algo más aceitunadas con acento alejado del castizo, tirando más por allá de donde fueron los de la Católica majestad buscando oro para los Tercios, conquista para los reinos y fama para ellos…..por supuesto evangelizando si antes, entre sífilis y aceros, no acababan con todos ellos. Era una monjita menuda de rostro sonriente y mofletes sanotes, de manos callosas puesto que antes de que la trajera a una España que ya no fabricaba curas y mucho menos santos, hacia de misionera “multifuncional”, lo mismo echando al campo abono o sea mierda, que previniendo sobre lo que trae y contrae el SIDA….regalando condones cuando el obispo miraba con su evangelio hacia otro lado.
- Que impropio – susurraba.
Atravesaron las almenas allí donde muralla y altar eran las dos una y no se sabía si la una defendía la otra o la otra rezaba por la una, para girar por San Segundo que sube hasta donde una pequeña tienda hace esquina ofreciendo helados con cartel de marca, bien publicitados a través de los calores emergidos desde los pechos de quien parecía prometerlos si se compraban, sosteniendo un cucurucho entre sus senos desbordados……hielo con colorante anunciado por una de estas actrices que mal actúan pero saben dejarse ver ajustando la cintura y poniendo morritos en lugar de cara.
Y frente a ella, unos imberbes con la testosterona dopada, cuyos pantalones cortos luchaban por ocultar todo lo que se iza ante una hembra de semejante porte, aun con diez bajo cero en toda la cara, no paraban de loar lo bien que sabrían sus “helados”, si fueran ellos los que se derritieran ante tal jeta, olvidando por desconocedores, que ignorar hasta ignoraban como funcionaba eso de descorchar la cerradura codificada de semejante sujetador.
- Que impropio – susurraba.
Al llegar a la plaza de la santa, donde el románico de Santo Tomás más que violar se sodomizaba por aquel Moneo cúbico e impopular, impuesto a base de pelotas por uno de esos alcaldes dispuesto a recibirlas en sus anales con maletines de por medio, observaron a la Teresa en pleno extasiada, mirando al cielo como si estuviera a punto de alzarse en levitación aun siendo piedra de varias toneladas, soportando como en torno suyo una turista “made in americanada” se santiguaba por todo sin saber si lo hacía por rezarle u orando para que se convirtiera a lo suyo, otra al modelo francés, con la ropa mas que corta…recortada, se subía para abrazarla por la espalda mientras su novio tomaba foto de estas contrastadas, la sugerencia erótica de aquella gabacha contra la castidad por teología de la castellana y todo acompasado por el acento madrileño de los que en una jornada, cruzan en tropel la sierra, aparcan donde no halla azul, pasean bajo bóveda donde no halla que abonar entrada y rebuscan la sombra para dar buena cuenta de la tortilla y de la San Miguel que de tanto aguantar en el coche parece pis en lugar de aquello que en su día fue embotellado.
- Que impropio – susurraba
Dejándose llevar por el leve descenso de la Estrada, camino de la Plaza Italia, se topan con un viejo, sentado ante la puerta de una antigua iglesia, reconvertida en presente museo de restos añejos, de pectorales sin cabeza, mosaicos a media traza, vasijas medio rotas y esculturas góticas huérfanas.
El abuelo, que le puede la vergüenza más que los calores, se oculta la cara tras un espeso abrigo que hace mucho no conoce el agua, con la postura en cuclillas apenas deja asomar una mano huesuda y alargada que suplica por unas monedas, haciéndolo a la contraria de la frase hecha y la rutina de quien ruegan sin necesitar nada, pues a el lo mata el hambre y el hambre, esa puta, nunca engaña.
En Italia ambos se separan con beso frío, lívido, que se dan esos que hablan mucho pero hace tiempo que no se dicen nada….no hay lengua, no quedan babas.
Mientras el toma vía Candelera ella lo hace rumbo a Gabriel y Galán.
En Candelera no hay nada.
Es una vía que por no tener no tiene más que un sentido y dos aceras escuálidas donde uno no se sube, se encarama a poco que un coche haga ademán de querer traspasarla. No hay tiendas ni amistades, no hay negocio y la calle está mal asfaltada pero lo que si hay es un tendedero del treinta y cuatro, donde se cuelgan dos, tres o cuatro trapos de diario, indicando con discreción cuantas de sus chicas trabajan y ninguna si toca descanso dejando con las ganas a quienes pagan sus cuerpos a doscientos euros la hora más cincuenta de propina si entre medio cuelga alguna mamada.
Paula Salobreña excusaba su Gabriel y Galán tras la amiga cuyo asentimiento daba amparo a la su coartada. Aligerando el paso toma el desvió hacia Fontíberos donde en el once queda una casa de las que por fuera semeja estar algo destartalada pero que no aparentan los suelos de parqué, las paredes en azul veneciano, los muebles tapizados, las tripas recién reformadas…..
Allí con una ligera ayuda vive el tal Luciano, conocido de cuando el chalecito de las afueras andaba con los andamios puestos y el vino nadándose el océano para, poniendo ladrillos, ganarse los cuartos.
El promotor a ritmo de predicador evangelista casi les obligaba a alabar la buena suerte que les correspondería con aquella nueva iglesia a la prosperidad del Dios con cruz de cemento armado y mientras el le explicaba cuando iba a estar acabado, a la Salobreña miraba con ojos desviados los cuartos traseros y ese pecho moreno, esculpido a la contra de la piel blanquecina y los empujoncitos desangelados a los que su marido la tenía acostumbrada.
Ya lo sentía brotando como un surtidor en pleno arrebato, extendiéndose por cada rincón de su piel hasta inundarla entera, rogándole que le hablara con ese acento goloso y lascivo que tienen los sudamericanos que la hacía correrse con mayor gana y alegría, sin apagar el grito, mordiéndose la lengua sin miedo al sangrado……o si….aquello tenía poco de teatro y el sudor de sus caderas, el mecer enloquecido de sus pechos, los pezones erectos, las piernas aferradas…..!no te salgas o te mato!.....suplicando que si se alejaba fuera un tanto para luego volver con ansia a reventarla…..ummm…..!si!....aquella tarde culminaría con buena guinda aunque luego tuviera que inventarse alguna excusa que justificara el moratón, las carrera de una media o el deshilado de la falda. Y mientras el orgasmo la galopaba, mientras el cuerpo entraba en tensión hasta fundir su coño en una y una en su coño concentrada, gritaba, gritaba, gritaba…….!QUE IMPROPIO!........hasta quedarse tendida con su amante jadeando, ella satisfecha……y completamente agotada.




Bucardo




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