viernes, 17 de agosto de 2007

El Falso Púlpito


El Falso Púlpito

Fiel a la misa de diez, devota de la iglesia de Santo Tomás el Desamparado, Doña Conchita le hacía discretas señas a la sirvienta para que se fuera adelantando y así templarles los asientos que por costumbre más que obligación, les estaban reservados justo bajo el púlpito.
El paseo hasta el templo era rito casi tan ceremonial como la propia liturgia, desarrollado a ritmo pausado por las calles que componían los diez minutos escasos que eran precisos para salvar distancias entre la casa propia y la divina.
Lo hacía cogida del brazo de su marido, el capitán Escobar, a quien previamente había abrillantado los botones y condecoraciones usando aceite de oliva, procurando no manchar la guerrera de un azul marino intenso, mangas rojo sangre y cinturón blanco con enganche de oro imitación, propio del arma de artillería a la que aseguraba pertenecer.
Por el camino, la pareja era objeto de saludo y reverencia….caballeros con el sombrero en mano y leve inclinación de cabeza……damas girando levemente el cuello y permitiendo, si así daba la confianza, que se le besara la mano previamente enguantada.
- Felicidades tenga Don Escobar.
- Gracias, es usted muy amable.
Las felicidades se justificaban porque apenas desembarcado de Ultramar, le habían llegado los ascensos, explicados por aquello de haberse comido tres de los diez años de la “zanjonada” que era como en los corrillos capitalinos se llamaba a la que organizaron los azucareros cuando les dio por pedir a gritos la independencia cubana.
En el barrio, que por castizo se prendaba de haber inventado hasta el chotis más encastado, presumía de galón y medalla, no aclarando en el invento si ambos los ganara matando “mapiches” a golpe de espada o soportando los asedios del enemigo en desventaja de cinco a uno……..la verdad, callaba porque los casi treinta y seis meses que se relacionara con la isla, los "padeció" haciendo de secretario para los generales que ordenaban y “contraordenaban” desde los cuarteles de Santiago, a donde no llegaban ni por desvío, el tiro de los cañones con que sus soldados mataban.
Además de los treinta y seis se pasó casi medio año preso de las fiebres sobre el catre de un hospital militar, un lugar infecto, casi un cementerio, donde de cada dos que entraban, salían muertos dos y medio.
Pero la cosa era callar y aparentar, sobre todo eso, aparentar.........aparentar que bajo el nuevo rango y los metales al valor colgando de la casaca
, no llegaban ni las pagas ni los retrasos que el Ministerio de Guerra le adeudaba y bajo la guerrera, no sobrevivía mayor rastrojo de bonanza que la medallita que le legara su madre, una de esas protectoras que, sin embargo, no supo ejercer contra la pobreza ocultada bajo su "envidiable" capitania.
Doña Conchita se había comprado o más bien dejado por pagar, un elegante vestido en azul claro con encajes negros muy bien bordados que asomaban sobre las mangas y por la cintura, extendiéndose hacia los ribetes bajos y haciéndole juego con unos zapatos valencianos, de tacón plano y algo alto, que costaban demasiados reales pero que apuntado por debido, encajaba bien sobre cualquier pie.
Al capitán se le hizo la piel un solo blanco cuando el modisto les dijo lo que costaba el invento, pero la cuestión, el honor y sobre todo el decoro, le impedían exhalar mayor lamento, pues ahora era oficial, encima condecorado y al ejército no se le hacía el feo de hacerlo pasar por mal pagador aunque tuviera a sus soldados comiendo arroz con chinches o combatiendo a pedradas con los enemigos patrios.
Al llegar al reservado, justo debajo de donde el mosen sermoneaba, saludaron a los demás parroquianos, en su mayoría oficiales y en su mayoría en la reserva, que es lo mismo que decir "reservados", pues aunque las canas los habían jubilado, bastaba con que hubiera guerra y faltara sangre, para que se les estuviera llamando de nuevo a filas como si de mozos en sorteo se tratara.
Y mientras ellos se sentaban, con los demás levantados y saludando, Doña Conchita presumió de abanico, uno de estos filipinos, que por filipinos y por tanto escasos eran entre los más caros pues eso, los más caros, dandose cinco o seis volteadas frente a la cara más no por sentirse acalorada, sino porque las esposas de los demás oficiales andaban siempre atentas por si le encontraban a las demás novedad o defecto.
Así que eligiendo, mejor elegir lo primero.
La misa como siempre corta y el sermón como siempre eterno.
Mosén Severo hacía de su nombre bandera, hablando de lo malo que era el infierno y lo bueno que a todos nos esperaba en el cielo a poco que no fornicáramos con derroche, evitáramos la carne en Cuaresma y le fuéramos pagando diezmo.
Era tan fiel a idéntica cantinela que los más abuelos, por eso de andar demasiado curtidos y breados no se andaban con miramientos, soportando el discurso mientras cabeceaban la ausencia de sueño.
Sin embargo, el capitán y su Conchita, escuchaban con aire atento, como si estuvieran incluso por encima del púlpito, dando lecciones de docencia, de decoro y presencia ante el ajeno.
Como ya hemos dicho, la cosa era callar y aparentar pues las barras en el ejército no solían ganarse entre libros y estudio, sino o bien pegando tiros o haciendo adecuado uso del nombre y las amistades mientras que a la Doña, cuando solo era Conchita, le enseñaron como se cosían los botones o se planchaban las camisas para luego llevarla al altar sin que apenas supiera escribir su nombre sobre la partida del desposorio.
Pero claro, tampoco es que el mosen bajo la sotana, fuera cosa de doctorados, pues tenía la costumbre de orar siempre sobre lo mismo, amenazando con mil pecados y solo una forma de evitarlos….que solía recaer, fíjense las casualidades, por donde el decía.
De domingo a domingo el discurso apenas le variaba en dos o tres palabras, alguna expresión ratificaba con el índice en alto y, si había podido leer El Intransigente y retener en la memoria alguna oratoria fuera de la ortodoxía, incorporarla al vocablo sin que importara que poco o nada tuviera que ver con el tema de su homilía….ya saben….el pecado.
En las filas más atrasadas, donde las puertas vivientes no hacían otra cosa que dejar entrar la fresca al ritmo que entraban o salían los fieles, la sirvienta se apretujaba tras algún orante tan pobre como ella pero de tamaño mucho más abultado, tratando con ello de conjugar la beatitud de sus amos con eso de tener que acompañarlos allí donde el calor del Todopoderoso no proveía ni en su propia casa.
Entre todos los sirvientes, Elvira, que así se la nombraba, era tenida como de las más afortunadas, por eso de andar trabajando para un héroe de guerra y su señora, Doña Conchita, que por la apariencia de lo que la vestía debía ser mujer de rica herencia y por tanto generosa con el pago a aquellos que la servían.
Elvira callaba.
Callaba porque no se quería volver al pueblo despedida y lo que es peor, con fama de deshonrada, por eso de tener la lengua demasiado suelta cuando suelta se tiene si hay algo con la que alimentarla.
Si pudiera hablaría de sus noches con un corrusco de pan por cena…..comiendo un plato de nada…..para desayunarse un vaso de agua y en la merienda.....pues toca paseo, para rebajar el hartazgo y evitar las insanas gorduras.
También podría hablar de cómo su ama la obligaba a vestir con doble camisa incluso aunque se asara en verano, no por decencia, sino para que abultara más que lo que sus costillas revelaban……porque las costillas no tienen boca pero a poco que un ignorante se las mirara, descubría sin mucha sesera lo que Elvira callaba.
El órgano indicó que ya se estaba a buenas con Dios y previo saludo con laudatoria al sermón, la pareja se dirigió hacia la salida, donde la sirvienta los esperaba con el rostro cabizbajo y la puerta abierta, para que Doña Conchita no pusiera en peligro los guantes de cuero tintado en blanco que le pidiera prestados a su hermana…..de eso hace ya tantos años que una ya los tenía por suyos y la otra pues eso….mal prestados.
Justo antes de abandonar el pórtico del templo, que era refugio de todo menesteroso, pobre o pedigüeño que viviera de la misa de diez y la misericordia que esta inculcara sobre el corazón de los feligreses, el capitán echó la mano al bolsillo, de donde colgaba una cadena en apariencia evitando que el reloj se le fuera al suelo, en la práctica huérfana puesto que el mismo, estaba tan empeñado como empeñados estaban sus dueños…..para sacar una moneda de real, de estas que le sacan a uno de muchos apuros para depositarla en manos de la mas miserable que encontrara…..en este caso una mujer enlutada, flaca como vara de pastor y extremadamente ojerosa, fruto de ser madre, viuda y no tener otro recurso que extender la mano y rogar para que hubiera algo sobre ella cuando la cerrara.
- Tome usted.
- Dios se lo pague señor general – le respondió pues la mujer no sabía que eran eso de los galones y mucho menos su significado. Para la pobre hasta un recluta de veinte años era, si así se lo decían, mariscal de campo.
Y Doña Conchita, cogida del brazo de su Escobar, afrontaron las cuestas que les conducirían a su casa, paseando entre saludos y sombreros en la mano, recibiendo respetos y afectos esperando que por un día más, disfrutaran del grado antes de que las facturas, los impagos, las excusas y los malos embarazos les fueran inevitablemente llegando.
Ya sabemos....mientras tanto, todo era una simple cuestión de aparentarlo.

Bucardo
Registro Propiedad Intelectu@l

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