sábado, 11 de agosto de 2007

Las Dudas

Las Dudas
Al catedrático le costó lo suyo conseguir templar el cojín que había dispuesto sobre el férreo banco que amueblada su jardín carente de rosas y escaso de hierba.
Aquello era un jardín fruto del secano, cosecha de su poca maña para la biología vegetal, rancio y bastante soso, pero discreto, solitario, apartado de las miradas indiscretas y sobre todo, con unas vistas envidiables sobre el cielo estrellado de aquellos postreros días de junio.
El verano andaba por la tarea de dejarse ver y aunque la fresquera obligaba a chaqueta y calcetín algo espeso, la templaza permitía amodorrarse con las manos aferradas al calor que desprendía una generosa taza de agua hirviendo con dos bolsitas de te y sobredosis de ázucar refinado.
Fiel a sus costumbres de los que con sesenta y tantos tomán el hábito por liturgia y su trasgresión como pecado, adaptado al automatismo descorazonado de quien ya no busca caminos de baldosas amarillas, giró tres veces las llaves del portón, entró restregándose sus viejos mocasines en aquel modesto chalet a treinta minutos huyendo de la vorágine de carne, humo y cemento que era la ciudad, mutó los mocasines por zapatillas de suelo entarimado, la pana de su chaqueta por batas de cuadros y las lentillas, último resíduo de cierta coquetería que le restaba, por aquellas gafas de pasta gruesa y patilla desbocada que más que adaptarse, se aferraban a su cara con la señal evidente en su nariz y orejas, de que lo hacía con muy buena gana.
Apenas cenaba.
Entre los menus baratos de la universidad apenas había nutrientes que le evitaran sus crónicas indigestiones por lo que si quería concebir el sueño, amen del te, solía aliviar los gruñidos del estómago con algo de fruta, pan con queso fresco o si el hambre apretaba, ensalada con mucho tomate y mal aliñada.
Era lo malo de ser catedrático de algo y maestro de nada.
En la casa no había tele. Como mucho una radio manual y mil veces parcheada que colgaba de un gancho en el sumus de su agonía cerca de la nevera. En caso de que el gancho cediera y el aparato volviera a resquebrajarse, el catedrático se sentía demasiado mayor para comprender los secretos del mundo digital y ya tenía preparados destornillador y algo de esparadrapo en algún cajón del cuarto de baño.
"Los recuerdos se olvidan - pensaba - a menos que tengas algo capaz de aguantarlos".
Y aquella Telefunken, si aquella radio, era uno de esos recuerdos de treinta años.
Treinta que llevaba insuflando palabras a sus tes bajo la noche.
Treinta contando ilusiones de cambio, tiros a los techos de congresos acojonados, socialismo corrupto, más ricos, más desamparo, esa España que se cubre de marmol, de Expos, Olimpiadas y Copas Américas para en el fondo, seguir escribiendo su historia sobre el mismo fango......treinta años acompasando sus pensamientos, siempre los mismos, los que le sacudían cada noche cuando allí sentado, pensaba si le había merecido la pena otra jornada entregada al dificil y mal pagado oficio de la docencia.
Pero a diferencia de los casi once mil precedentes y de los cuatro terrones que le había echado, aquel te, le sabía diferente....extrañamente amargo.
Miraba con los ojos abiertos, si bien ausentes de todo lo que tenían delante, para posarlos en esa mañana que se enfrentó a su primera clase con la prepotencia de una cátedra bajo el brazo.
Esos no eran cursos ni estudiantes que aceptaran las verdades supremas como irrefutables y tras tantos años rodeados de un color demasiado grisáceo, las mentes se les iban despertando, poniendo en duda no por fastidiar sino porque la curiosidad les vencía, anhelaban dar el paso.......necesitaban encontrar ese más, ese algo.
Aquellos fueron los tiempos del diálogo, de la esperanza en que de verdad, uno era de su futuro propio arado....aquellos fueron tiempos en los que "demasiado" era poco y la "meta" un nuevo punto de partida.
Aquellos......aquellos eran años acabados.
La mente, como el cuerpo, es ser futíl, caprichoso pero sobre todo acomodadició y a medida que España jubilaba los Seiscientos, mientras poco a poco las autovías eran el nuevo leño que tumbaba monte y árbol, mientras la prosperidad tocaba timbres y el pan dejaba de ser lujo para tornarse en integral, de pueblo, dietético, sin sal o amacerado, sus alumnos trapicheaban la intuición por el móvil prediseñado, la capacidad de deducción por el aburrimiento no disimulado y la curiosidad por el master en famoseo barato.
Al final pasa lo que pasa, y casado de tantos años como llevaba con su propia vida, esta se fue poco a poco convirtiendo en el periodo de tiempo que transcurría entre el despertador de las siete y cuarto y la teina del punto y final diario.
Pero aquel día, se le trastocaron las ideas.
Ella solía sentarse en primera fila.
Si la vespino se le averiaba o el tráfico andaba con el colesterol alto, lo hacía por detrás, pero siempre estirando el cuello como si quisiera dejar bien claro que aun de lejos, ponía oído y atención sobre lo que se estaba diciendo
Durante los cuatro primeros meses de curso, para el catedrático no pasaba de ser una estudiante más, como las que hace años calzaban Panama Jack bajo mallas bien ceñidas y mucho antes venían con minis plisadas o pantalones acampanados....ahora vaquero ceñido, camisa larga de estampado sesentero cuestión del abuso a hachis de quien la diseñara, gafas de sol en pantalla plana, anchas sobre toda la cara y corte escalonado, con un plequillo firme pero gracioso que le cubría el exceso de frontón con que Dios y la genética la dotaron.
El caso es que a fuerza de años, acostumbra justo en mitad del monólogo a poner en práctica la táctica del preguntar para espabilar, cosa que hacía con la seriedad de quien califica, lo cual ayudaba a estirar parpados, tensar nervios y evitar que el alumnado se confiara tanto como para venir con almohadas y pijamas en lugar de la carpeta y el bolígrafo.
- ¿Cual creen ustedes que es el motor que mueve nuestra sociedad?.
Y el auditorio, que suplicaba por el timbrazo "the end", por un chute de cafeina en vena, por un rayo surgido del cielo raso que lo dejara tieso y ennegrecido, se miraba uno al otro, buscando primero a los más sabiondos, luego a los menos dotados a fin de que alguien dijera algo y pudieran volver a concentrarse en la juerga del viernes noche o en los sugerentes pechos de la inalcanzable que tenían al lado.
Cansado, se sentó suspirando por la paciencia que se le fue escapando por las rendrijas del aire acondicionado, por los huecos del sistema que le amuerma a uno a fuerza de disgustarlo...."si lo hace un numérico me soltara que dinero, si lo dice un ansioso....poder....si me lo suerta un gilipollas dirá que el amor....y a ese lo suspendo seguro".
- La duda - escuchó.
Dejó de frotarse las ojeras para fijarse en quien lo había dicho.
Fue ella.
Entre el auditorio nadie se despertó mas de lo que estaba, nadie hizo el gesto de refutarla o asentir como si hiciera que escuchaba. Ni tan siquiera los más díscolos, que con el volumen suprimido no se avergonzaban de malgastar energías, masturbándose entre la escasa distracción de las filas más atrasadas, se les ocurrió alguna gracia con la que avergonzar a aquellos que por responder y demostrar que son algo, encuentran en su la humillación el equilibro de sus propias limitaciones.
El, sin embargo, se quedó mirándola con la respuesta royéndole la mente sin que esta, fuera capaz de exprimirse algo.....se quedó.....con la cátedra a sus espaldas....anulado.
"La duda" - pensó mientras el agua pasaba de hervida a caliente, de caliente a templada y de templada a imbebible y solo de riego.
Contó....le salieron sesenta y cuatro.
Y se arrepintió.
Se arrepintió de la duda que no le hizo besar a Carmela, la hija del farmaceútico de la calle Coso aun a sabiendas que entre la chiquillería se decía lo mucho que a ella le gustaba...se arrepintió de no haberle lanzado aquella piedra al gitano el día en que lo vio abusando de su hermano, aunque luego le hubiera tocado a el sufrir sus puñetazos, ahora le quedaría el orgullo de haberle hecho frente de cara y sin el miedo haciéndole sudar las manos.....se arrepintió de no haber vencido la verguenza de entrar en el Ultramarinos de la Plaza Sancho el Bravo, donde de oídas se decía que se vendían profilácticos traídos de Andorra pues una de esas noches hubiera podido estrenarlos si no fuera porque a ella le pudieron los miedos más que las ganas de darle gusto al cuerpo.....se arrepintió de no haber viajado a Francia cuando se lo propuso Pepe apenas se sacó el carne de conducir y poder allí ver lo que parece que hablando en francés era menos pecado.....................................................................................se arrepintió de no haber abrazado a papa el dia en que se marchó al Instituto y a mitad de la tarde vinieron a buscarlo los tíos, porque el andamio era flojo, porque el viento lo traicionó.....porque se había matado.
Se arrepintió de no haberla llamado.
Viuda y con una hija mayor pero en aquellos años destinada a casarse y quedar anulada para los restos, ella jamás le perdonó que el encontrara en la letra y el estudio, el sosiego, el camino, el silencio al hambre en grito que le pedía el cuerpo. Aquella era un hambre inquieta y constante, golosa, gula insaciable que no tardaba en empequeñecer lo que ofrecía aquella capital provinciana donde el negocio familiar, la panadería que desde el molino de piedra tirado por machos hasta el de 220 woltios en alta tensión, abrieran los maternos de su familia a poco de que Alfonso XII entrara en Madrid montado sobre un caballo blanco.
Madre estaba envenenada por la endogamia mental de aquella ciudad de fe tan vetusta como las piedras de su catedral y resistencia a la novedad tan gruesa como los muros de la fortaleza que antaño la protegían de mosquetes y cimatarras.
Al principio, convencida de que su autoridad terminaría por imponerse sobre el fugaz capricho juvenil del hijo, iban llamándose casi de diario, salpicando la conversación con frases breves, resaladas por la conveniencia y la moderación, tímidos reproches que chispeaban levemente, anunciando la tormenta que avecinaba.
Más tarde, en cuanto comprendió que aquello no era capricho superficial, la brevedad tornó histeria y el reproche leve en alusión constante a la traición y el abandono, al sacrificio de todas las vidas que le predecedieron tan solo porque no supiera verle las buenas rentas al negocio.
Finalmente, saturado de reproches, acobardado por el sentimiento de culpabilidad, decidió dejar de marcar el número de su progenitora, quien por otra parte, hacía ya unos cuantos meses que lo castigaba ahorrando en sellos, papel y saludos al cartero.
Ni tan siquiera para navidades, para los cumpleaños, los buenos o los malos aniversarios, el peso de los recuerdos, de los dolores compartidos, de la estela siempre viviente de los que un día sencillamente faltaron, les hacía hervir la sangre, sentir el iman genético y hacerles descolgar el teléfono para dar señales de vida.
Todo hasta que ella en efecto dio señales.......pero de muerte.
En su entierro, arrinconado por conocidos o extraños, con las miradas desviadas de los suyos y los tópicos de quienes insultan en vida para beatificar en muerte.....tan falsos.....es cierto, pensó en la duda que lo había echado todo a perder.
Duda a como reaccionaria al reconocer una voz hace mucho inaudible al otro lado del cable, duda frente a todo el miedo acumulado, duda ante la desagradable ingravided en caída libre que lo rodeaba en cuanto hablaba con ella, duda a que una vez más, redescubrieron que hablaba con la panadera.....no con la madre.
Duda que lo condenaba al insomnio de los que tienen sueño pero rehuyen la cama sabiendo que del otro lado, extendiendo la mano aun con los dedos bien ensanchando, no quedaba más que las sábanas frías y el vacio al que se condenó por no ser fiel a uno mismo antes que a lo estipulado.
Tuvo que ser para su doctorado y el, así lo creía, era demaiado el como para reconocer que la amistad no conocía de grados aun cuando el género, a los ojos de lo convenido, fuera el equivocado.
Y cuando las ocasiones se buscaban sin que surgieran, cuando la nocturnidad y la discrección les dieron amparon, ahora se arrepentía todo por dejarse dominar por el temor al pecado, a las miradas ocultas y las palabras públicas, a las puertas que se cerraban por desear más que nada abrir la abotonada cremallera de sus pantalones.
Jamás se lo preguntó.
Por duda.
Y es ahora en que aprovechando que los hijos son ahora alumnos y los reencuentros prueba de la redondez de vida y globo terráqueo, uno se sorprende de cuan mal salen los matrimonios concertados cuando en el fondo, uno desea ponerle el anillo a quien te supera en bigote pero chico.....resulta ser el más amado.
El se quedó solo, bueno con su radio, que hasta en las noches de helado severa le hacía compañía mientras el echaba la vista sobre el cristal invadido por el agua reconvertida en estrellitas caprichosas de pura escharcha
Ya de madrugas, con el te intacto y frío sobre la encimera, mientras intentaba que un pestilente Sanchez Dragó le convenciera para que clausurara párpados y jornada, tuvo, prima vez en su catedrática y estirada docencia, que reconocer que en efecto, fueron las dudas quienes surtieron combustible al motor de su vida.
Las dudas que un aburrido recreo con la nevada saturando las calles hasta casi rozar las ventanas, le hizo abrir un viejo libro de geografía, donde España seguía siendo una en lugar de diecisiete y la Iglesia el sustento espiritual del Imperio, consiguiendo que de atardecidas le preguntara a la abuela si era verdad que en Cadiz había playa, si las montañas más altas eran las miserables colinas que bordeaban su lugar de origen o si en España quedaban lobos por los Montes de Culebra.....las dudas que le llevaron a preparar un petate para mes y poco más que luego terminaron siendo años, y coger el autobus a la capital que le zigzageaba las ruedas y el estómago en siete interminables horas sobre asientos de antihigiénicamente sudados por el pasajero pretérito......las dudas que le instaron, todavía hoy conseguían hacerlo, a dar un paso más a memorizar una letra una palabra un método nuevo....las dudas que le hicieron tensar las cuerdas de un violín que malamente tocaba pero al menos era féliz intentándolo.....las dudas que le llevaron a Paris y Londres, al Coliseo y Delfos, a pasear entre los rascacielos inhumanos de Nueva York o intentar aprender tango por las calles de un Buenos Aires con excesivo sabor a gallego fugado de hambres y dictaduras.....las dudas que le llevaron a saber si podía pensar por si solo y si al hacerlo podía escribirlo y si al escribirlo habría alguien que se lo dejaría publicar para que otros leyeran, pensaran, sintieran que la vida no es más que el claustro que unos te imponen y tu debes encontrar la salida aunque al abrir la puerta goces del maravilloso, del irrenunciable derecho a la equivocación.....
Si, era irrefutable, incuestionable, la duda era el auténtico motor que movía el mundo.
Pensó en buscar dentro de aquella selva que era su despacho, la vieja agenda sin móviles ni números con prefijo y hacer uso del índice para marcarlos, pensó en organizar aquel gustazo al cuerpo que siempre se posponía porque "uno no tiene edad para andar filtreando" ni entrando bajo dinteles con banderas arco iris, pensó en el regreso al pueblo, en abrazarse a su hermana, en conocer a sus sobrinos, en redescubrir el placer de callar una a una, todas sus dudas......pensó en aprobar a aquella alumna....un cinco rapado.....no fuera que se le subiera demasiado el ego.


Bucardo


Registro Propiedad Intelectu@l

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