lunes, 31 de marzo de 2008

El Niño y la Niña


El Niño y la Niña
Las niñas del Parque Grande siempre se las agencian para salirse con la suya.
No es culpa de ellas, sino de sus genes.
Otra cuestión son los niños, mucho menos racionales y sibilinos.
Para ellos quedan las grescas, los empujones, las pedradas, los azotes de palo, los lloros, las rabietas y las patadas a una pelota.
En cambio ellas, sin llegar aun a mujeres pero siempre féminas, andan ya con el pie adelantado y con la vista puesta en la próxima.
Saben desde el paritorio que a poco que sonrían, manipulen, tergiversen, dejen entrever, sonrían o sepan manejar el arte de la falsa promesa, tendrán lo que pretendan.
Los críos son más puros pero también más ilusos.
Aprenden lo que es la supremacía como los guepardos del Serengueti, a interponerse entre ellos a base de puño prieto y mordisco pero parecen ignorar que una vez impuestos sobre la tribu, entre medio se les ha colado otro mandato….el que imponen aquellas que con la maña justa…imponen la superior sesera.
Y los demás, meando de pie y para recaderos.
Las niñas del Parque Grande no se esfuerzan para disfrutar de los mejores balancines, desconocen lo que es no tener silla libre en las atestadas terrazas de agosto y si bajo la calorina sobrevive algo de sombra, de seguro que las tienen ya reservadas.
Y si la víctima hace como que resiste, tan solo deben hacerle creer que puede….para que esta pierda su presa e incluso les agradezca eso de regalarla.
La mujer lo es desde que asoman por el coño y a medida que crece, va perfeccionando sus armas.
Por el contrario el hombre, lo único que sabe, es saber ser cada vez más hombre, cada vez más bestia.
Uno es sangre y la otra…veneno.
Yo lo aprendí de manos de la Mariajo, una niña modelo, rechoncha, malencarada y con coletas, por lo físico tirando más bien a fea pero que aun con esas, sabía imponer sobre todos su propia norma, tan siquiera con echarnos una vista encima que poco bueno nos auguraba.
Si la Mariajo quería el rincón con más arena….pues entonces ponía los brazos a lo jotero y acercándose a este sufrido, juraba que mi mejor amigo, ese de toda la vida que era un enclenque y un asmático, pregonaba por allí las facilidades de mi hermana.
Bien sabía la muy Agripina, que mi tontura nunca desaprovecharía la oportunidad de cerrar el puño, menos ante la victoria fácil frente a un indefenso tan apropiado.
Y si resultaba que frente a la heladería se formaba cola, entonces imploraba por que le colara, prometiendo merendola en su casa.
Iluso de mi al dejarla pasar pues luego me salía con que su madre no tenía pan para tantos bocadillos, claro que cuando lo hacía, ella ya tenía el helado en la mano y yo un turno menos y una cara de atontado.
Con el tiempo he ido aprendiendo.
Me case con la Mariajo para ser el primero con los helados.
Por supuesto que sin la parienta atosigando y aun de viejo, sigo cediendo la fila ante cualquier mujer cuyos vaqueros le mantengan retenida y prieta su buena carne.
La idiotez es lepra que no tiene cura.
Pero ahora prefiero mirar el culo con cara de ensimismado, aceptando lo que ya se….que nunca alcanzaré a tocarlo.
Ella promete sin soltar palabra insinuando a base de tela o por la brevedad de ellas.
Y yo sigo siendo hombre……con la diferencia que a fuerza de años, lo he ido aceptando.

Bucardo

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