viernes, 21 de marzo de 2008

El Vagabundo


El Vagabundo
- Perdone….¿es este el mundo?.
El anciano, hasta ese momento mimado por el tibio sol de marzo, entreabrió los ojos y con un solitario vistazo, expresó, sin abrir boca, lo extraña de la pregunta y lo extraño de quien la realizaba.
No andaba errado.
Surgido entre la neblina, le venía aquel personajillo de aire estrafalario, con bombín abollado y chaqueta raida, los pantalones bombachos, los zapatos circenses, el bigote esmeradamente rasurado, los ojos de no haber roto un solo plato y el bastón de puro adorno, pues aunque caminaba como si el caballo se lo hubiera dejado en la cuadra olvidado, cojo, lo que se dice cojo, desde luego que no lo estaba.
El ejemplar comprendió aquella mirada hostil y prosiguió con su camino en dirección al kiosko, donde un tendero con aires requemados, cortaba con navaja manchega los cordeles que hasta entonces, habían retenido la ración matinal de realidades manipuladas.
Una nueva jornada, una nueva remesa.
Sin hacer mención de pagarlo, pues en realidad por no tener no tenía ni bolsillos, el vagabundo cogió el primer diario y lo abrió sin mucha idea ni tiento, dejándose guiar por el azar o el capricho.
Una fotografía que ocupaba cuarto y mitad de la hoja, ofrecía la estampa llorosa de una viuda…¿o era hija?...rodeada de flores funerarias e iguales en lágrima…anuncios vivientes de la muerte que sin necesidad de leer más…se intuía.
Hizo un largo pero al volver a detener la vista, se le apareció un apretón de manos con sonrisa informáticamente estirada, flashes, ademanes teatreros, victorias de despacho bajo el retrato de un hombre con uniforme de otros siglos y justo a lado, otra instantánea donde un cañón motorizado, pavoneaba toda su maquinaria en una calle letrina donde los niños no tenían derecho de libro, pero si a plomo.
Cambió deprisa y entonces la descubrió…a ella….la mujer…una naturalmente oronda, con sus caderas, pechos, ombligo, muslos y hombreras de hembra, con una facciones que denotaban infelicidad profunda no como la comparsa, otra supuestamente en igual género, que con hubiera sido spagueti con algo de adobo boloñesa y que sin embargo, los titulares presentaban como saludable, atractiva o incluso bella.
Esquelas, balones, rostros sudados, crucigramas, anunciaos de entrepierna y cemento a saldo, corbatas en nudo Windsor, felicidad empaquetada con índice bursátil en todo lo alto, programación de veinte canales que por la variedad parecen ser uno, gritos escritos en páginas malgastadas sobre un papel sacrificado.
Derroche que llaman periódico y semeja panfleto.
Al pobre, más irritado que entristecido, no le quedó otra, que calarse nuevamente el bombín, mecer los labios como si con ello reajustara la comicidad de su bigote, dar un giro al bastón y caminar, con los pies a noventa grados, hasta dejar que la bruma, nuevamente, lo devolviera a la calma donde había permanecido, durante tantos años.
- Si – se dijo – No hay duda de que este es el mundo.
Bucardo

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