sábado, 1 de diciembre de 2007

Tarde


Tarde
Cuando la puerta se abrió, conmigo empujando, descubrí tu rostro y, perdiendo la esperanza, supe que era demasiado tarde. Cuando la puerta se abrió, conmigo empujando, quien se sentaba sobre tu lecho era un nuevo yo, perdonado y perdonando, dispuesto a vencer el orgullo de los malos años, deseoso de que entre los dos, no quedara mayor distancia que el abrazo. Pero el tiempo, como tu lo hacías, se nos había acabado y allí terminamos, conmigo y mis manos, con el rostro compungido y el gesto desventurado, arrepintiéndome por cada uno de nuestros pecados.


Bucardo


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