jueves, 27 de diciembre de 2007

"Goodbye"


“Goobye”

Antes de despedirme, pensé que tal vez sería posible un último adiós.
Luego terminé por desecharlo.
Habían sido tantos años al amparo que uno no sabe muy bien donde encontrar las palabras que dicen “goodbye”.
Cerré los ojos…hasta ellos me dolían y giré el cuello hacia donde tocaba la ventana.
Con las persianas bien izadas.
“Y si fuera verano, abiertas…bien abiertas”.
Nunca me gustaron las paredes cerradas.
Sabía que estaba allí porque la escuchaba respirar.
Y sin embargo, aun a pesar de las circunstancias, del “nunca más” que se nos imponía, prefería no malgastar en tiempo mirándola.
Hacerlo hubiera sido un acto de masoquismo puro.
Mi memoria tenía retenidas todas sus proporciones, todos los recónditos de su cuerpo, cada detalle, cada rasgo superfluo, algún que otro defecto y el innato aroma que estuviera donde estuviera, la predecía antes de que hiciera entrada por cualquier puerta.
Cierro los ojos y aspiro profundamente.
Afuera hiela.
Lo hace fuerte como siempre cuando diciembre agoniza.
Sobre la hierba de jardín, la humedad mutará en escarcha hasta congelarse y morir, tan solo por unas horas, hasta que el amanecer la desperece y vuelva a palpitar.
Para entonces, apenas tres o cuatro horas, ya habré dado razones a las plañideras y se despertará por primera vez sola…sin saber muy bien para quien son las dos tazas de desayuno que dejó preparadas sobre la mesa.
La ventana es un televisor invendible, sin mando, con un solo canal, “monoprograma” mil veces repetido.
Y sin embargo, aun con tanta tara, siempre ha sido capaz de acoger el ritmo a mis palpitaciones.
Esa primera vez que descorrer la cortina y ves lo que te ha ocultado.
Un páramo extenso, terruño fructífero, poco arbolado sobre el que durante todo lo que compartido, trabajé hasta el hartazgo para teñirlo de verde en junio, de amarillo anaranjado a final de verano para luego hacerle la esquilada, atar las pacas, soportar la mala venta, los muchos números, ritmo tras ritmo, así…año tras año.
Aguanto la tos.
No deseo despertarla.
Me duele.
Parece tener prisas.
Aun con todo, prefiero no girar la cabeza para mirarla.
Sería una lágrima baldía.
Se que ha suspirado, reubicándose en el sofá, que la espalda, siempre esa dichosa espalda, la sigue martilleando.
Pero también se que deseo ahorrarle el sufrimiento de encontrarme mañana con los ojos abiertos y velados, pétreos, con la mirada fija sobre ella en el estertor agónico de la despedida.
No quiero que piense en una última súplica que ni voy a dar ni deseo.
Es lo bueno de saberlo…aunque vosotros nunca tuvisteis el valor para confesármelo.
Morirse no es tan duro como la vida.
Sencillamente supone asumir que serás mentado en verbo pasado.
Me gusta el llano de esta Castilla.
Leonesa o castellana, verlo me hace sufrir de menos.
Buena forma de despedirme.

Bucardo


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