miércoles, 12 de diciembre de 2007

Las Mayores Mentiras


Las Mayores Mentiras


Te he querido, te quiero y siempre te querré.
Estos han sido las mayores mentiras que me han soltado.
Lo hizo ella, la primera vez que le expuse mis dudas sobre si lo nuestro marchaba por buen camino.
Lo hizo mirándome directamente a los ojos, sin arrugar los suyos, sin fruncir el ceño ni hacer lo que se suponen hacen aquellos que conscientemente mienten.....no se, pestañear descoordinadamente, rascarse el lóbulo de la oreja izquierda, jugar entrelazando la punta de los dedos, echar los pies hacia dentro.....
Lo malo de las mentiras es que terminan germinando y somos nosotros mismos, sus víctimas, quienes las regamos.
Al querer, perdemos poco a poco el concepto de la realidad hasta que la amoldamos a nuestra conveniencia.
En mi caso, justificaba sus injustificados retrasos, consentía las excusas para no hacer el amor, la animaba a ponerse de pies puntilla por eso de la autoestima, nunca le echaba en cara que el cariño fuera bandera blanca, no preguntaba cuando su piel no olía ni a su colonia ni a la mía.
Se había enamorado.
No de mi claro.
Y un día, mientras hablaba con Don Silvestre, un cliente de medio kilo en fondo depósito, sonó el móvil y era ella que así, con distancia, a 0,30 céntimos minuto, lo confesó todo.
Era su profesor de yoga, un tipo raro de barba larga y desorganizada, fino como un alambre oxidado pero que parecía haber encontrado sobre su cuerpo, todos los puntos del abecedario.
Colgué y continué atendiento a Don Silvestre y a su urgencia de beneficio.
Nada admitía mi sangrado.
Desde entonces, apenas lo veo asomar por la sucurlas, arrugo el cuello, invento la urgencia del informe más rancio, rezo porque alguien lo atienda antes que me recuerde aquella llamada y el día en que descubrí sus tres mentiras.
Cambié el tono del móvil al día siguiente de regresar a casa.
Antes era Queen al ritmo del “I wanna all” quien me advertía de sus llamabas.
Y como me sentía traicionado y soberanamente tonto, bajé de la televisión el politono más estupido que me ofrecieron.
Ahora ya no tengo móvil.
Lo tiré a la basura junto con la mitad del frigorífico.
Eran los estantes de arriba, los de sus verduritas, las pechugas de pavo, las patatas cocidas, la leche desnatada, la ensalada medio comida y los yogures bajos en calorías.
Ella nunca necesitó subalimentarse para andar con dos buenas caderas por parentesis.
Me gustaba que al sentarse, la cintura le dibujara una línea generosa.
Me atraía que fuera normal, sencilla, sin alardes, sin obsesiones por el centímetro perfecto y por ello, a diario y tozudo, la alagaba.
Pero ella ya no me hacía ningún caso.
Una mañana, paseando y mirando escaparates como domingueros, un desconocido le silfó al paso sin hacer caso a nuestras manos.
En lugar de aparentar ofensa, izó las gafas de sol y plantó una sonrisa coqueta y agradecida.
Nunca fuí gallo de pelea.
Con aquel desgraciado alejándose y nosotros continuándo paseo, ya no comprendía porque si todoslo mío era de diario, ella no lo veía.
No se – contestó esa misma noche, medio dormida – No es lo mismo.
Pero ella ya sabía que estaba enamorada, que no era de mi y que todo lo que decía...era mentira.


Bucardo


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