miércoles, 1 de octubre de 2008

Cuando le llegaron los cuarenta


Cuando le llegaron los cuarenta
Cuando Patricia pasó de los cuarenta se preguntó por que seguía junto a Jorge.
En sus ocho años de relación, habían superado numerosos altibajos, si bien sobreponiéndose, continuaban siendo, cara a la galería, una pareja de buenos entendidos.
Sin embargo, en cuanto comienzan a sobrepasarte las edades, resulta inevitable el que, enquistadas en la rutina, vayan surgiendo eternas dudas.
Así, entre el “sobao” del desayuno y la musiquilla del Windows, se preguntaba si había acertado a la hora de elegir aquella forma de ganarse la vida.
Ella siempre se consideró algo más creativa y alejada de aquellas cuatro paredes de prefabricado gris donde durante ocho horas al día, trataba de presupuestar reformas de baño.
En los vestuarios del gimnasio, ocultaba sus curvas crecidas bajo capas de ropa sobredimensionada, mientras lamentaba tener cada vez menos tiempo o cada vez más vagancia para contraatacar a aquella flacidez velocista.
Mientras comía, de precongelado y sola, suspiraba por aquel cursillo de cocina oriental que dejó escapar por culpa de la inapetencia de su pareja ante al shushi o el basmathi con curry
Nunca le fue fiel a Jorge.
Y nunca sintió culpabilidad por ello.
Su sexo le pertenecía a ella en exclusiva y no se sentía atada a la castidad monógama por el sencillo hecho de haberse tropezado con la piedra del enamoramiento.
Pero la soledad le aterrorizaba, mucho más ahora, que entraba en el quinquenio de los “sin remedio”….de los cuarenta a cuarenta y cinco, cuando descubres que el margen se acorta y ya no se tiene espacio para maniobrar y rectificar errores.
- Te veo triste.
Noelia siempre veía en triste.
Noelia era pesimista por ADN.
Pero también sabía como prolongar los cortados, como dar consejos insulsos o como escuchar cuando sentía que alguien, necesitaba más de sus oídos que de su lengua.
- ¿Es Jorge?.
- Es todo – contestó descubriendo que el café se le había quedado frío.
- Entonces amiga mía…es que ha llegado a los cuarenta.
- ¿Y que hay luego?. Tu con cuarenta y tres sabrás alguna cosa de ello.
- ¿Luego?. Luego solo viene el tiempo; el que se agotó y el que aun te queda.
No fue buen condimento aquel consejo.
Cuando llegó a casa, hubo un momento, tres o cuatro segundos, en los que tuvo que templar nervios cuando vio a Jorge adormilado sobre el sofá, saludándole con un gruñido mientras mostraba la dejadez vistiendo unos calcetines sudados.
Durante la cena, pasta recalentada pues no tuvo ganas de marear fogones, no se le escapó una sola palabra.
Esa noche tocaba partido y el, después de rumiar con aire animalesco, se levantó sin dar un gracias y marchó a postrarse frente al altar televisivo.
Ella tomó lágrimas de postre, fregó la vajilla, libró de rimel su cara y, rodeada por el griterío de un gol y de aquella inmensa e intraspasable soledad, se metió en la cama, aun en insomnio, contemplando el reflejo de su rostro en el espejo del armario.
Jorge se acostó apenas pasó de la medianoche.
Tumbando junto a ella, antes de dormirse, la rodeo con su aroma, besó tiernamente su nuca y se sumió en el sueño.
Y entonces, impensablemente, sintió como la ira se le diluía, como un sopor dulce la dominaba y como, lentamente, se quedaba profundamente dormida.
Un segundo antes de hacerlo, agradeció descubrir la respuesta a por que continuaba junto a un hombre, al que casi ya no amaba.
Bucardo

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