miércoles, 15 de octubre de 2008

Juan el Templado


Juan el Templado
- Andamos tiesos Juan.
- Tiesos solo cuando muertos.
Juan andaba de optimista a la viceversa que su cartera de perras gordas.
Al menos eso juraban por la calle de los Geranios.
Si el Juan se queja...entonces será que la cosa es bien seria.
Por eso en la Crucería, andaban algo más tranquilos que en otros barrios.
El cierre de la cementera había dejado a demasiados con los bolsillos vacíos y las alacenas criando telarañas.
Y ya se sabe que cuando el túnel es oscuro y encima le roban las bombillas, la desesperación lleva a dar golpes sin ton ni son, sin mirar quien los está recibiendo, solo por desahogo, solo por aplacar el miedo.
Cuando los primeros campanarios comenzaron a soltar chorretones espesos de humo negro, en la Crucería, el Juan andaba rumiando, pasivamente sentado en un banco frente a la fuente del Santo Cristo.
Por toda la ciudad empezaban a sonar gritos, sirenas y carreras.
A media tarde, los de Asalto soltaron algunos tiros.
Pronto se escucharían lágrimas, lutos y lamentos.
Pero el Juan, impasible, rodeado por su cohorte, parecía soportar sobre sus espaldas el peso de todo aquel nervio contenido que se acumulaba en la calle de los Geranios.
Si hubiera sido por Pepe el ladrillero, de seguras que al mosen lo estarían ahora castrando.
De medrar las malas artes de Manuel el anarquista, andarían apedreando los cristales del Gobierno Civil rezando en su ateísmo, porque la más afilada de ellas se estampara en el engordado cogote de algún cacique.
En caso de que en aquel lugar mandara Lucanor el tarado, las mujeres andarían manifestándose con la bandera roja al frente y los hombres sosteniéndoles las espaldas mientras le arrancaban las muelas al empedrado.
Pero aquello era la Crucería y Juan, el templado, al que nada ni nadie le quita el ánimo, estaba quieto, con el rostro sereno y la expresión sometida.
Y cuando desde afuera comenzaban a llegar oleadas de desesperados, huyendo de los altercados, de la rebeldía y los fuegos, las palmas de Juan comenzaron a sonar al unísono y su voz a elevarse sobre los tiros y las campanadas, sobre los rezos y las locuras de un mundo que se les desbocaba.
- Sol de la Andalucía, riego de los geranios, ilumina la cara de esa mora, que nos tiene a todos enamorados.....
Lentamente, la cara de quienes le rodeaban, la de todos, incluso la del acobardado mosen o el enfurecido anarquista, la de aquella beata que desgastaba el brazo santiguándose o la madre de cinco hijos encrespada porque todos le lloraban por el hambre, parecieron iluminarse a una y acompañarle la saeta con sus palmas y las mecidas de sus caderas.
- Agua del Guadalquivir, calma la sed de la España mía, que no sabe de medias ni ceros sino de sangrarse a si misma....
Bucardo

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