miércoles, 22 de octubre de 2008

El Buen Hijo
¿Lo mataste?.
Si madre.
Bien – asintió orgullosa- Ahora siéntate.
Sucio y exhausto, el hijo se sentó apoyando los codos sobre las rodillas y aliviando su cabeza del peso de la boina.
El entendimiento apenas se le resistió unos segundos a la magia hipnótica del fuego.
La madre cogió un plato de madera, lo rellenó con gruesa cucharada de cocido y se lo puso en el regazo.
Andaba seria y conformada.
No lo miró, no le hizo gesto...tan siquiera le regaló un mimo o alguna insulsa caricia.
Se quedó, eso si, ensimismada mirando aquellas dos manos, animalescas, velludas y ensangrentadas...aquella navaja cerrada y dormitando entre la camisa y el fajo....y aquellos ojos impropios, inconscientes del mal que habían causado.
Ella le dijo !hazlo!.
Y el lo hizo.
Afuera el viento soplaba.
Con el, llegaban claros el sonido de los cascos, golpeando el camino que traía hasta la pardina.
Aun les quedaba trecho.
Eran los somatenes, sus rifles, sus horcas y su ley sin presos.
Madre e hijo no perdieron tiempo en despedidas.
Mientras todavía escuchaba los tragos del vástago dando cuenta del guiso, madre esparció la brasa del hogar sobre el suelo de la casa.
La madera reseca y el viento, hicieron el resto.
Ella se lo quedó mirando y el, por no contrariarla, no salió corriendo.
Cuando la partida paró, frente a ellos, solo había fuego.
Bucardo

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