domingo, 13 de abril de 2008

La Muerte del Rey


La Muerte del Rey

Aunque vencido, Rodrigo mantenía el empeño en no rendirse si antes no estaba muerto.
Con el filo mellado pero sostenido, mantenía la cabeza hundida en el tronco, protegida tras un escudo despedazado, semejando a un jabalí malherido a punto de arrancarse contra sus asesinos.
Horas antes era rey.
Horas después porfiaba por morir sin dejar de serlo.
Sorprendentemente, sus enemigos, invasores de tez aceitunada que luchaban descalzos, con lanza y sin mayor protección que una túnica y su velo, lo rodeaban sin incordiarlo.
En torno al rey, un puñado de fieles, todos malheridos, todos maldiciendo, decidieron, sin mucho convencimiento, que no les quedaba otro remedio que morir junto a su soberano.
Formaron un círculo enjuto y entorpecido por los cadáveres amontonados.
Parapetados tras el polvo y los infantes sarracenos, se erguían, a salvo de todo peligro, las figuras de los nobles traidores, los mismos que en pleno arranque, cuando el rey ordeno cargar, torcieron las armas contra sus propios hermanos.
Hoy sobre los campos del Guadalete, quedarían más visigodos vivos y traidores que muertos en batalla.
- ¡Dios os condenará! – gritó impotente - ¡Dios os condenará!.
Pero ni tan siquiera el mismo se convencía.
Dios es el último recurso de la impotencia y la cara del conde Don Julián se lo confirmaba.
Satisfecho en todo su ego, bajo el casco ofrecía un rostro victorioso de quien sabe que los dioses son para los que creen y que la historia no suele juzgar a mal a quienes la escriben.
Y para escribirla, hacía falta estar vivo.
- ¡Esta noche dormiré caliente Rodrigo! – increpó - ¿Dónde dormirás tu?.
El último de los reyes visigodos asió con mayor brío la empuñadura y sin retirarle la vista al traidor, cargó con la ceguera y el odio que poseen los que se saben irremediablemente derrotados.
Antes de morir todavía pudo llevarse a tres o cuatro de aquellos harapientos.
Pero al expirar, tuvo que dar la razón a quienes aseguran que el valor no es algo que suela reconocerse…ni aun después de muerto.
Bucardo


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