domingo, 2 de septiembre de 2007

La Sombra del Girasol


La Sombra del Girasol
En su infancia, David recordaba la silueta de la ciudad, su ciudad, todavía lejana, recortada por sus murallas como si de una gigantesca tijera se tratara, con las torres chatas y románicas de los campanarios apenas despuntando por encima de sus defensas, rodeada por los campos amarillos, rebosantes de grano y los pocos girasoles que por aquel entonces se plantaban y que, abriendo la flor a finales de agosto, como si fueran manos dispuestas a recibir algo, cubrían con su sombra todos los campos.
Era allí, bajo el largo y fino pétalo amarillo, donde podía refugiarse de las iras y malas caras paternas. Era allí donde con el paso lento y el ánimo vacío, la planta de largo tallo, cabezona, colorida y algo fea, le ofrecía pelín de alivio frente al apabullante calor íbero y la socarrada testa de su progenitor.
Padre no tenía miga de malo.
Solamente que así terminaron por convertirlo.
Cuando ya murió, aun velándolo de cuerpo presente, al David que tan solo le había conocido las cariciar racaneadas y las palabras justas, esas miradas tan frías y el rostro duro, amargo y cejijunto de quienes no ven mayor verdad que la que espanta la sombra de su boina, le soprendieron revelándole que antes de nacer el, cuando rondaba con su mocedad la equivalente de su madre, padre era un hombre suspirado por las hembras sorianas, respetado por las amistades, abierto, franco y amigo de mezclarse como el azúcar en el cafe, en la diminuta, estrecha y archiconocida sociedad del Duero.
Pero los años de sangre hervida le llegaron al tiempo que la guerra de Africa, esa en la que Alfonso XIII se empeñó en engañarse a si mismo pensando que racaneándole a tiro limpio cuatro terruños resecos al moro, iba a escapar de rencores y maldiciones internas y morir en el trono como lo había hecho su desconocido padre.
Pero el moro, el enemigo rifeño, le salió pagano y desdentado, apenas un miserable muerto de hambre, pero desesperado y ya se sabe que en guerras y peleas a navaja, no existe arma más temible que la que brota de la desespración de quien nada tiene que perder.
Así, hornada tras hornada, quinta tras quinta, lo mejor del país o si apuntamos aun más, lo más pobre, humilde y desarrapado, marchaba cabizbajo entre honores, orquestas, banderas y discursos patrios, al son de los generales y al ritmo uniforme, monótono y aburrido de las alpargatas de recluta y el tintineo de las bayonetas en la punta de sus rifles.
Ellos reían porque eran jóvenes.
Sus madres lloraban porque si no se los mataban, les volverían viejos....cambiados.
Apenas unos años antes el poeta, porque poetas abundan en las tierras doloridas como lo eran las españolas pero solo uno era Don Antonio, había paseado, enamorado, enviudado y vuelto a pasear su triste y algo cheposo semblante bajo las arboledas de la alameda.
Puede que al dibujante en verso le sobrara algo del pesimismo que le dio la puerca vida, pero no andaba desencaminado al criticar aquellos que veían en el Rif la solución a los problemas que se negaban a afrontar entre las tripas de la madre patria, por miedo a que en la solución, fueran a toparse con algo que no les gustara.
De la quinta soriana del veintiuno tan solo regresó el....aunque poco quedara de su alma cuando lo vieron descender del tren.
No habló pero quienes hablaban...guiados por las oídas y los dichos, por los rumores y las leyendas....aseguraban que una noche, a la encamisada, entraron a degüello en los campamentos rifeños que sitiaban Melilla y como ya era hábito, como rebanaron el gaznate, destriparon, desangraron y acuchillaron todo rastro de vida que no suplicara por conservarla en el más puro de los castellano.
Pero al amanecer y ya iluminándose el espectáculo, al pobre, a todos los pobres que limpiaban las bayonetas entre los ropajes de los cadáveres enemigos, las tripas se les deshicieron como la efervescente en agua mientras la sangre se les congelaba al contemplar un montículo que en la nocturnidad creyeron parapeto para una "metralleause" francesa y que en realidad eran los cuerpos putrefactos de todo quinto que a lo largo de aquellos días, había desaparecido en mitad de una imaginaria, retrasado por la sed en alguna dura marcha bajo el sol africano u olvidado por su unidad tras sufrir alguna emboscada.
Corrompidos por el inclemente sol, bajo una nube negra de moscas y bicherío vario, ni tan siquera se atrevieron a tocarlos pues al intentarlos, a varios les crujieron las extremidades dejando a sus enterradores con los brazos del difunto entre las manos.
Hinchados hasta lo inimaginable, algunos reventados ya a causa de los gases que acumulaban entre las tripas, todos ellos fueron muertos sin prisas, castrándolos y aprovechando los desesperados gritos del infortunado para meterle los cojones entre la boca y acortarle la agonía, pues moría antes ahogado con sus propias partes que desangrado.
- Al enemigo ni piedad ni oración - les espetó un oficial.
Días más tarde, cuando los legionarios fueron abriendo paso, recuperando a costa de sangre lo perdido por Silvestre unos meses antes, a ese mismo oficial, aprovechando una encerrona de los rifeños, alguien, tal vez soriano, le metió un tiro en la cabeza y lo dejó seco, convertido en héroe patrio.
Aun a pesar de su pequeña revancha, retornado, mutado para siempre, desde ese preciso instante se tragaba para si la bilis de las malas creencias acumuladas, las ansias de escupir a la bandera, el pavor que sentía ante la presencia de un uniforme engalonado, el asco hacia los bravos de taberna que solucionaban la guerra con el coraje de la cerveza fría y la osadía infecunda de la ignorancia.
Así era España.
Casó y marchó.
Entre los sorianos más pudientes, los que se jugaban monedas de plata en el casino y acudían a los conciertos dominicales que la municipal ofrecía en el kiosko de la Alameda, se rumoreaba que hubiera podido hacerlo mucho mejor.
Aun labrador y hombre de poca educación, venía de casta vieja, con las tierras bien acumuladas, trabajadas, fructíferas, cercanas al padre Duero, ambicionadas por los que aun llevando toda la lustre del nombre, carecían de poco más que un pasado ennoblecido que les justificara el mirar por encima a sus semejantes.
Así era España.
No, no le hubiera resultado nada complicado encontrar una esposa fina, educadamente adulterada, acostumbrada a la lectura, las tardes de siestas y las veladas de paseos entre el enmarañado claustro de San Juan de Duero.
Una esposa sumisa y callada que no supiera más que fingir, engendrar, parir y mirar a otro lado cuando le dijeran que su esposo hacía migas incestuosas allí donde picaban la infidelidad todos aquellos casados en iguales condiciones.
Sin embargo, hastiado de todo lo que andara como el, apañó casorio con una hembra brutota, en extremo sencilla, tan humilde de entendedera como brava y decidida a la hora de meterle la mano por el culo a una vaca con el ternero del revés, ancha de caderas, de manos rugosas y acostumbradas a lidiar con la azada, la piel tostada por la siega y los rasgos endurecidos de quien como el mismo pan con tocino durante diez días sin saber lo que se compondrá sobre el plato cuando llegue el undécimo.
Luego, remangándose las mangas, levantó una pequeña casa, poco más que una chamizo de un piso con tierra batida por suelo y teja cocida a modo de techo, con el gallinero a las espaldas y el huerto bien abonado en el costado donde más le arreara la sombra y se retuviera la humedad. Lo hizo a media hora andando siguiendo al Duero, con la ciudad a la vista, pero alejados de toda voz que no fuera deseada.
Oh si, los comentarios fueron muchos, pero la lengua resulta ser como el perro infiel.....que si no se le da de alimentar, termina por buscarse otro amo.
Al cabo de los años, sencillamente se olvidaron de que existían.
Fue casi cuando David vino al mundo.
Para entonces Primo de Rivera padre ya creía encontrar tras sus victorias la solución a los males patrios y Alfonso rey, preocupado porque tratando de solventarlos perdiera tiempo de caza y juerga, le dejó hacer, abonando con ello la semilla de la republica, la segunda, que ya muchos intuían al otro lado de la treintena.
El chico era callado, tímido, poco amigo de juegos y extraordinariamente solitario.
- El zagal ya se ha escapau otra vez marido - se quejaba - Algún día se nos va a afogar en el río.
- Déjalo - sentenciaba padre - Es su único amigo.
Para el veterano "matamoros", el poco ánimo de su único hijo por la compañía ajena no le parecía del todo malo.
A fin de cuentas los hombres eran malos por naturaleza y aunque no se libraría de disgustos, pues la vida te los da como se fuerza la papilla a un bebe llorón, contra más se alejara de la fuente, menos se mojaría.
Por eso resultó un gran disgusto que al chico le surgieran cualidades para la letra y la lectura.
- Te salió listo - le dijo en cierta ocasión un profesor quien, sorprendido de que leyera con semejante fluidez y prefiriera pasar los recreos arrinconado tras algún clásico que preparando alguna trastada que hiciera menearse la falda de las chicas más arriba de la rodilla, acudió hasta la retirada granja para convencer al padre de que le permitiera solicitar una beca al Ministerio - Lee como teta un lechal y no veo día en que salga de clase cuando llega la hora....si es que parece que le gusta esto de estar metido en la escuela.
Padre no hablaba gran cosa.
Por no hacer, ni tan siquiera se molestaba en levantar la vista de la faena que en ese momento lo mantuviera ocupado....despellejar una oveja, trillar o aventar el trigo, empaquetar la harina, preparar la leña para la invernada, arreglar el descosido de alguna alpargata.
Al final, escarmentado, el maestro daba media vuelta y regresaba a Soria sin tan siquiera decir "au revoir", dando lustre a la fama de uraño y grosero que ya de por si se rumoreaba por los mentideros de la ciudad.
Pero por mucho que no se mirara, David crecía y no parecía mostrarse demasiado dispuesto a permitir que por las bravas le encorsetaran la vida frugal y enquistada que se llevaba entre labranza y labranza cuando a tiro de piedra, escuchaba el vapor del tren que cubría la línea Zaragoza - Madrid.
En más de una, con padre despistado tras alguna oveja disoluta o preparando los haces de la cosecha, mucha mies y poco brazo, se escabullía y marchaba a brincos hasta el puente de hierro, contemplando el paso renqueante y nervioso, ondulante como gigantesca culebra de agua, con los vagones como escamas y los pasajeros asomando la curiosidad al Duero....a veces, en los que traían solo carga, escuchaba el mugido de alguna vaca de las que traían desde el norte para filetearlas en el matadero.
David sabía, listo era el muy jodido, que de no ser porque la tricolor imponía letra antes que azada, el ya no disfrutaría con los versos de Becquer o Espronceda, las letras dolidas de Unamuno, la pintura literaria casi fotográfica de Galdos, la ironía sin lágrima de Quevedo, el dolor de Rosalía....todo ello en uno y uno en todo ello, llevándole en volandas de los pazos gallegos a la estepa salmantina, más lejos, más alto, más allá de lo que ahora le parecía demasiado diminuto y enclaustrado entre el meandro del Duero y las gruesas piedras de la concatedral.
Soria moría su alma en el recuerdo y las ciudades con demasiado recuero, no saben mirar de frente.
Entre agosto y septiembre el campo de girasoles alcanzaba altura y potencia, sobrada para lo poco que era el, convirtiéndose en amigo discreto que cubría bajo amarillo la ansias de huída y las miradas de quienes retienen por miedo a que descubra que hay algo mejor más allá del horizonte.
- ¿Pa ande tiraste? - preguntó madre quien sin capar moros, simplemente compartiendo colchón, se había vuelto tan seria y calmada como su marido.
- Marché tras la trucha en la ribera.
- Rapaz - respondía - Bien que ta buscau tu padre. Suerte tienes de que no le guste arrancarse o cinturo que si no, te despellejaba to entero.
Ya podría ser padre todo lo pertinaz que fuera en lo de alejar toda letra de su hijo, pero nunca, jamás osó levantarle la mano cuando sabía que los oídos sordos eran su respuesta a las pocas palabras que soltaba.
- Sabes David que pronto harás catorce - le recordó Don Gregorio - Tu padre....¿sabra que significa no?.
- A lo mejor no entiende de leyes señor - contestó - pero esta se la sabe de memoria.
- Ummmmmm....- pensaba con la mano rascando la barbilla - ....algo tendremos que rumirar para que no te embotelle el cerebro.
- Pues no seré yo quien se lo diga....si se entera que me quiere usted hacer bachiller, lo mismo sube y todo a la ciudad para colgarlo del balcón de la escuela.
Y Don Gregorio, que por la edad bien sabía lo que podían dar de si las brusquedades de un labriego castellano, se quedaba mirando al techo......soltando de vez en cuando.
- Alguna me sacaré de la manga - todos en Soria sabían que para aprender Literatura y ganar al mus, no había mejor pareja que Don Gregorio - ....alguna me sacaré.
El maestro era ya muy abuelo cuando recibió a David en su clase.
Aun de edad, aun siendo maestro en ciudad, el sueldo no daba para jubilaciones por lo que bajo mano, la dirección le permitía dar clases extrar a aquellos alumnos que intuían algo más aventajados.
Regados por la sapiencia de Don Gregorio surgieron el alcalde, los curas de San Juan y Santo Domingo, el secretario del Ayuntamiento, el director de la sucursal del Banco de España o el dueño de la hidroeléctrica Aguas del Duero, a los que procuraba evitar los domingos durante el paseo pues de cruzarse con ellos, de puro cariño que le tenían, se los encontrara tomando cafe, sopa o copa, tenía los gastos pagados antes de que terminaran de saludarlo.
Incluso el coronel Alameda, un hombre de bigote fino y engominado, botones inmaculadamente pulcros, ademanes franceses para con las mujeres y labriegos con los que tenían que confesrle algo, tenía una cuenta abierta con su nombre en el mismísimo Casino, donde por otra parte raramente entraba el docente por eso de no andar nunca sobrado de cuartos.
Todo porque una mañana de invierno, decidió usar todos sus hilos para conseguir que ese mocoso mandón y con dotes de lider, pudiera hacer carrera en el Ejército o la Benemérita.
Y eso que todos sabían la condición de masón y socialista de Don Gregorio, quien no obstante mantenía discretamente limitada su felicidad por la llegada de don Manuel a la presidencia por eso de que Soria era demasiado vieja para concebir un Madrid sin Rey y una escuela sin obispo.
- Sabrá usted que en Madrid andan interesados por las notas de su hijo - comenzó diciendo el día que, acompañado por dos números de verde oliva por uniforme y tricornio sobre la testa.
El padre, que entretenía la mañana contando mazorcas de maiz, perdió el semblante y el sano color en cuanto vio los cerrojos de los Mauser, los cuales contemplaba con expresión hipnótica y atemorizada, a punto de salir corriendo campo a traves del puro pánico que le dominaba.
- Pues me mandan con estos señores - miró a izquierda y derecha - para informarle que no piensan dejárselo escapar y que si no lo dejar ir por letras....lo mandarán al Ejército.
Los dos guardias "prestados", gallegos y por tanto algo cerrados para todo lo que no fuera verde, apenas comprendía el poco castellano del cuartelillo por lo que cumpliendo orden, pusieron rostro duro y dejaron que el sol les hiciera relucir el tricornio, sabedores del efecto hechizante que este tenía entre los hombres de azada.
- No por favor.....no me mande al chico a la guerra.
España andaba lejos de guerra pero al campesinado que la padecía dede Católica, servicio militar y guerra eran los dos, una misma cosa.
- Entonces ya sabemos que David seguira estudiando.
El chico pudo seguir estudiando y, aunque su padre lo dejaba en paz, siguió buscando la sombra del girasol pues igual que una feligresa devota cree estar más cerca del divino bajo la bóveda gótica y frente a los altares, el se sentía incapaz de contentrase como sabía que podía hacerlo sin sentir, a poco que resoplara el viento, como los tallos de las futuras pipas le acariciaban la espalda......y eso lo tranquilizaba.
Todo murió cuando estalló la "incivil guerra".
Todo....menos los girasoles.
Con el final del curso, para cientos de miles de "Davides", la escuela cerrada, tan solo significaba el comienzo de la siega.
En el pais del recurso justo y por ende mal repartido, todos los brazos, con o sin capilares, eran un tesoro desaprovehado si no se le daba utilidad y para ello, David usaba los suyos para levantarse con el gallo, desayunar pan, aceite y leche, caminar tras su padre y compartir la faena, tan variada, tan múltiple, tan agotadora como desesperantemente inacabable.
Pero aquel verano extraño....agosto no llegó.
Nunca más lo hizo.
En Soria no hubo tiros de ida y vuelta.
Al contrario de lo que acontecía en todo el país, los sorianos practicamente carecían de esa otra media España a la que enfrentarse y en las tabernas y mentideros, la única discusión se centraba en cuando y sobre todo como debería arremeterse contra la República y sus falsos políticos.
A Soria le sobraba el vino, las insulsas discusiones, las aseveraciones en grupo, las ratificaciones a cada uno más alto, el hablar inconmovible de siglos....el odio visceral, sintomático a todo aquello que por republicano, les sonara a demoniaco, antiespañol y por tanto anti ellos mismos.
No había otra forma de llevar las cosas....lo llevaban en la sangre.
Las descargas que a partir del decimoctavo de julio comenzaron a interrumpir la hasta entonces soporífera noche soriana, no eran fruto de la resistencia popular y armada sino hijos de la ira, del ansia de unos por acallarse a ellos mismos.....pues las guerras fraticidas tienen el cruento lado de conocer demasiado bien a aquel a quien se le priva de toda vida.
Aun en la victoria, el más fuerte, aquel que sacude el cerrojo con mayor rapidez y disciplina, teme sobre todo al pensamiento oculto del vencido, su peor arma, aquella con la que un día si y dos seguidos también, se le priva de la razón que el Mauser y solo el Mauser la ha concedido.
Era madrugada oscura y aun agotado, David permanecía inalterable, pálido y con la mirada fija dispuesta sobre el encalado techo.
Cuando escuchó la cuarta andanada hizo además de levantarse pero al hacerlo, la vieja y oxidada cama lo traicionó delatándole.
- Esta quieto - escuchó ordenar a su padre desde el otro lado de la pared de caña y barro - Y haz como si durmieras.
No gritaba....pero tampoco dejaba opción.
David podía haber crecido hasta sentir que algo hasta aquel entonces tan solo mingitorio, se retorcía entre el esterno y las vértebras, justo debajo de la cadera, mientras entre oreja y oreja sentía que el cerebro y su servidor, el pensamiento, le reclamaban a su manera más pan y molleja....obligándole a inventarse mil maneras diferentes de acallar a su creciente curiosidad.
Y una de esas maneras fue dormir la siguiente noche, con el cuerpo pegado al suelo y la sombra alejada de la traicionera cama.
Así lo hizo hasta que escuchó las primeras descargas.
Apenas se disipó su eco, salió por la puerta pisando piel con suelo para sofocar el ruido de sus huellas y apenas volvió a sentirse seguro, tornó a calzarse para correr hasta donde podía vislumbrar los fugaces y mortíferos fogonazos.
Al llegar junto a los cañaverales del río, donde criaba la focha oteaba la garza, los asesinos marchaban sin arrepentimientos, montados en los camiones que los devolvían a la ciudad.
Le costo volver a recuperar la seguridad pero apenas lo hizo...se arrepintió para toda la vida por haberlo logrado.
Allí, retenidos entre la corriente y los largos palos del cañizo, los cuerpos iban lentamente siendo tragados por el Duero, que los arrastraría hasta pudrirlos río abajo, allí donde de ser hallados, nadie sería capaz de poner nombre a un rostro inflado y descompuesto.
Tan solo pudo ver tres cuerpos, los tres vestidos con las camisas blancas que solían llevar los obreros que trabajaban restaurando los tejados de la Mayor o en el mantenimiento de la vía férrea.
Pero de ese blanco apenas les quedaban poco más que las mangas pues sus cuerpos destrozados, costillas astilladas y tripas al fresco, tiñeron de rojo todo lo que antes se mostraba inmaculado.
¿Que tendría aquel color, tan único, tan tétrico, tan poderoso e hipnótico para imponerse de semejante forma sobre la oscura noche estival?.
Sintió pena por el destino de unos desconocidos, sintió pena por sus asesinos pero más pena sintió por la malgastada tinta del poeta que vio en el Duero mil y un nombres y usos pero que nunca pudo imaginándoselo a la par que un enterrador, ocultando a la luz los cuerpos delatores, ocultando el terrible crimen que sus asesinos habían cometido.
Pues David pensaba y obraba a la par y bien sabía que asesinos eran, pues de obrar justicia esta se hace con la luz por bandera y a la vista de la multitud....pero el criminal siempre busca la sombra que lo oculte o el turco que le preste la cabeza....y aquí el turco resultó ser Duero.
David tardó en conciliar el sueño el resto de su vida.
Apenas cerraba los ojos, exhausto por cualquiera que hubiera sido su jornada, el dormir profundo se lo arrebataban los fogonazos y el tremendo estupor de las descargas apenas unos segundos después que le hacían abrir los ojos hasta casi desabrocharlos de sus cuencas.
Ya no dormía en el suelo ni se acercaba a los cañaverales y cuando faenaba, lo hacía siendo dándole la espalda a un Soria que prefería imaginar que no existía....como el amigo que se cree fiel y resulta usurparte la confianza y darte un mal tajo por la espalda.
El río marchaba hacia el este y arrastraba con el los deseos de unos libros que arrojó a su corriente porque no veía solución a toda la mierda que lo rodeaba.
- Es joven y está bien compuesto - explicaba el falangista - Se nos escapó anoche en el palacio de Gomara.
- Golpeó a un cura y saltó por la ventana - añadió otro algo más bajito pero de voz más aguda, casi afeminada.
A simple vista, un ignorante hubiera visto pecado en escaparse de la justicia llevándose por delante la faz de un mosen.
Pero como tantas veces he dicho, allí no había piedra que no supiera de su vecina y en Soria todos sabían que el padre Ernesto, el castrense de la milicia, daba misa a la amanecida y luego se echaba las cartucheras a la espalda para devolverlas vacías y empleadas sobre la testa de la España atea.
Padre, para no variar, escuchaba sin mirar, atareado en hacerle una herida a la tierra para incrustar un poste y luego otro y otro hasta trenzar una barrera con la que pretendía ahogar las querencias de los jabalíes sobre su huerta.
Al retén de falangistas no parecía ofenderle la actitud.
Todos habían paseado por la Alameda y sabían del héroe de Africa y el héroe de África sabía de los niñatos ricos, los jóvenes abogados o los labriegos incultos y fanatizados que vestían camisa azul y ofrecían su hombría sobre el terror de quien no podía defenderse.
- Pensamos que tal vez escapó por aquí - explicaba - Como este camino lleva a Zaragoza....
- Pero en Zaragoza estan los vuestros - interrumpió David - y si van a matarlo lo mismo le da el Ebro que el Duero.
A poco que terminó la frase, el chico deseo jamás haberla pronunciado.
A la honra del falangista no pareció sentarle demasiado bien que un chiquillo de dieciseis años le ofreciera sin pedirlo lección de geografía y ética sobre la misma frase.
Pero la verdad es que pensar lo tenía bien pensado y si lo que el fugado deseaba era salvar el pellejo, lo mejor y más cercano era poner pies hacia el sur, hacia la Guadalajara roja, donde los frentes eran un coladero que se iba poco a poco amoldando, dejando escapar los unos y los otros hacia su lado y entre medio, hasta incluso podían presentar saludo o incluso desearse una cómica y poco sincera buena suerte.
- Ya veremos - concluyó.
No encontraron nada.
Tampoco podían.
El girasol era listo y todo lo ocultaba.
David descubrió la muchacho llorando la impotencia mientras caminaba campo a través y sin rumbo...imaginando su cercano destino entre los cañaverales.
Se apiadó y dado que nadie podía relacionarles con mayor "rojo" que la sangre, lo ocultó bajo la misma y callada discreción donde el escondía sus sueños literarios y el dolor que le corrompía el alma.
Y el girasol no volvió a fallarle.
- El girasol tiene palabra - le explicaba.
- Me llamó Andrés - el chico apenas le sacaba cinco, tal vez seis años a David - Sabes que si te descubren - añadió recogiendo el morral con comida y ropa que su salvador le había traído - te matan conmigo.
- ¿Que vas a hacer?.
- Andaré hasta el frente y pasaré de trinchera. Dicen que se está formando un gran ejército del pueblo. Me uniré a el para ajustarle las cuentas a todos estos fascistas hijos de puta.
- He visto a los fusilados del Duero - espetó con rostro dolorido.
- Yo no acabaré así sin llevarme unos cuantos por delante.
El Andrés no le comprendió. El Andrés no podía comprenderlo. Pero David si. Vio en sus ojos el mismo fanatismo que mataba entre los cañaverales, pero no de Soria y el Duero, sino del Manzanares madrileño, del Segre Leridano, del Turia valenciano...y llenaba de barbaridades las riberas de los pueblos, las riberas de la carretera sin darse cuenta que tras la sotana, abiertas las heridas, lo que manaba tenía el mismo color, la misma testura y templanza...dolía igual.
¿Por que no lo veían?.
Con el nuevo curso y ya bachiller, toda la novedad se perdía en el azul intenso del Caudillo, retrato en pintura, uno de miles, limpio, pulcro, barato, muy noño y nada logrado, sin panza y el gesto tan frío que era imposible que tuviera algo de humano.
Bajo el el escudo del yugo hilado en rojo resaltaba en el pecho del nuevo maestro, cuyo nombre todos olvidaron en cuanto lo mentó, acompañando el gesto con palabras grandilocuentes, insensibles y alejadas de la cálida chaqueta de pana y la corbata destemplada de su antecesor....Don Gregorio.
El misterio sobre su asencia terminó de revelarse apenas un día más tarde, entre las ruinas hace mucho caídas de un San Nicolás mayestático y aun eclectizante....allí, desdenciendo al puente de San Juan para cruzarlo y regresar bajo techo, escuchó el griterío y las risotadas, el valor de la multitud, valiente anónimo entre mujeres con la cabeza afeitada y el vestido nauseabundo, rodeados de esas heces que no se controlan porque el ricino no deja que el esfinter lo haga...el rostro humillado, la lágrima viva...
- !Puta roja!. !Matacuras!. !Anticristos!.
La mitad de ellos gritaban lo que se les indicaba y la otra mitad, aun convencidos, olvidaban.
A un lado del espectáculo, la protección del coronel le había librado del temido aceite que a el por viejo podría haberlo matado y lo protegía de las iras del mal populacho, acobardado cuando uno de ellos se atrevió a insultar la cara del anciano maestro para toparse con que al "Benemérito" se le escapaba un sopapo que le arrancó un diente y le amorató la cara.
Pero nadie pudo librarle del cartel que le colgaba..."POR MASÓN" y que parecía pesarle como si fuera el reo más peligroso de España, siendo que mal escrito, con letra desunida y mal nivelada, apenas era cartón y una cuerda de esas que los campesinos usan para apretar bien la paja.
- ¿Es verdad Don Gregorio? - preguntó David - ¿Es usted masón?.
- Será cierto hijo....si estos señores lo dicen.
- Venga mocoso ya puedes ir tirando - le dijo el coronel, incómodo porque la obligación del servicio le tuviera que hacer pasar por semejante mala hora.
Padre y madre no se extrañaron de que aquella noche su hijo no apareciera para la cena, ni para dormir ni para ayudar en las tareas de casa.
La mala nueva llegó antes que David y ambos sabían de sobra donde estaba.
- Déjalo - pidió madre cuando padre ya se preocupaba y parecía querer salir en su busca - Ellos saben como consolarlo.
Ellos lo veían llorar, ellos que padecían la reseca Castilla conocían mejor que nadie cuan dificil es comprender a sus gentes y cuan imposible es verle derramar una lágrima que en público los hiciera pasar por flojos.
No se supo nada más de Don Gregorio.
Aun salvando la vida, gracias a los débitos de sus enemigos, David sabía que esta no le iba a durar demasiado y que tal vez en el fondo, el viejo hubiera preferido que lo desahucieran los primeros días, las primeras balas.
Por mucho que la carne siguiera viva, sin que nadie hablara, todos sabían......que sin pizarra ni tiza, sin alumnos, recreos, libros, lecciones o paseos entre la tumba de Leonor y la Alameda, el alma de Gregorio, del maestro Don Gregorio, ya estaba muerta por mucho que sus pulmones respiraran y su salud aparentara un buen ritmo cardiaco.
La Guerra concluyó con el tiempo justo para que los girasoles lo destetaran, dejando que marchara a cumplir con el rito castrense viendo por primera vez en su vida, como resultaba un atardecer alejado del Duero.
Podía sentirse dolido, profundamente herido por las cicatrices viejas que supuraba esta España mil veces desventrada, pero mientras sus iguales luchaban por el funcionariado, por lo castrense o lo político, por un sueldo fijo y el aburrimiento de una vida sin creación y prevista, a David no le dio la gana y se puso a estudiar ingeniería.
Pasó sus primeros años ganando nombre en el oficio, restañando los puentes, las carreteras y los túneles que las bombas resquebrajaran para luego izar el pabellón del monumento, de la iglesia incendiada, de los pueblos de repoblación o los estadios de fútbol, de las calles con nombre de héroe o las avenidas grandilocuentes con las que se pretende demostrar aquello que en nada se posee.
En los sesenta ideó hoteles, campings, urbanizaciones miméticas y costeras y ya cuando atisbaba el inicio de la Democracia le llamaron para que regresara a Soria pues a sus padres les había dado por morirse discretos y solos.....como si todavía estuvieran en vida.
- Estoy cansado - se dijo.
Y aun dolido, lo necesitaba.
Nada más llegar, ascendió a la ermita y se quedó quieto, como si pudiera escuchar el verso acuoso del Duero.
Soria no cambiaba y ante su mirada, lo mismo podía ver los cañaverales, algo crecidos que el puente de hiero oxidado pero todavía ofreciendo servicio.
Al fondo San Juan y ya atisbando, la punta de la concatedral le pedía que la visitara.
Atardecía y la niebla, agazapada en la humedad de la estepa, comenzaba a brotar como fantasmas surgidos de su propia nada para envolver Soria y borrarla de toda mirada...pero seguía allí en su mente...en su mapa.
- Estoy cansado - repitió sin que la pareja de domingueros madrileños comprendiera si aquel viejo se quejaba por cascarrabias o les pedía una limosna.
Visitó su criadero, la casa de sus padres, malamente conservada, el colchón chirriante de su habitación, el almacen de herramientas, la barrera del huerto, la senda que llevaba al pastizal....como si nada les hubiera cambiado ni a el ni a sus recuerdos.
Se alegró de que padre no hubiera dejado que el girasol pereciera.
El girasol da pero exige y no le sienta bien las inclemencias castellanas. Cultivarlo ya no daba pero aun con todo su progenitor, el héroe de África había continuado trabajando el campo como si al hacerlo, el ároma que desprendía cuando abría la flor flotara hasta donde se encontrara su hijo y pudiera protegerlo como el hubiera deseado hacerlo desde su infancia....solo que no podía...bastante padecía protegiéndolo de si mismo.
Con el caminar desgastado, hastiado, roto por la soledad y los malos cálculos, David superó los mareos de su cadera y se sentó nuevamente bajo los tallos.
De frente, dos urracas lo contemplaban con picos extasiados, curiosas, relamidas.....extrañadas por la presencia del extraño.
Cerró los ojos y el viento, que ya levantaba la neblina, meció los tallos.
Y estos le acariciaron.
- Si - volvió a hablar solo - Estoy muy cansado.


Bucardo


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