domingo, 16 de septiembre de 2007

"1978DRJ"


"1978DRJ"
La cosa fue tornando, claro a oscuro, a medida que pasó de puntual putada a parte del crispado ritual matutino.
Atizado el café, ojeras prietas, estómago vacío y el cuerpo enteramente agotado, hasta en sus últimas pestañas por el sueño sometido, bajaba a la cripta que algunos llaman aparcamiento y llegando a la vera del Citroen, metída la llave en su ranura, atisbaba a su vera, la matrícula..."1978DRJ" arrancada con mimo y abandonada con cierta delicadeza, apoyada junto a la rueda trasera izquierda.
Con la diligencia y el estoicismo al punto del desequilibrio, la recogía, previniéndose de multas y malos tientos al disponerla en el estante interior trasero para conducir los treinta minutos que le separaban del oficio sin que la Benemérita o la azulada lo pararan para comprobar que no se trataba de un caco haciendo horas extras.
A la primera pensó en los enganches, tan lánguidos y oxidados como los noventa caballos asmáticos del envejecido vehículo, habían por fin expirado y que algún alma de buenas miras, la habría recogido y dispuesto decorosamente junto a la rueda para que no se perdiera, para que se diera cuenta.
El incordio no supuso más que un cuarto de hora en un taller saturado de maquinaria griposa, un rato de menos para masticar y azucarar el café, ganando tiempo al gimnasio solazándose con un fugaz..."te quiero"....a la mujer que le entraba por la puerta con el uniforme sucio puesto, arrugado en un rostro cansino de quien sujeta en una manos los informes de la jornada y en la otra la compra de un Sabeco que pronto deberá convertir en cena.
Sin embargo, al transcurrir de tres madrugones, tan cansinos y agotadores como siempre eran, coronados por la cereza sobre la nata que suponía el inmisericorde calor de agosto, volvió a encontrársela tan arrancada, respetada y esmeradamente dispuesta a la vera de su rueda trasera.
"La habrá colocado mal" - pensaba, tratando como en el solía ser costumbre, de engañar las cuestas, aminorándolas aun sabiendo lo que el mismo viera...que Luisma era el mecanico, oronda barriga, buen amigo y que le había puesto remaches del ocho en lugar del cinco, asegurando, todos los del gremio suelen hacer iguales promesas, que ni con el peor bombardeo artillero, lograrían echarle abajo las tres letras, los cuatro número.
- No se te cantea ni en un desfile de tanques - alardeaba.
Pero con la tercera, misma madrugada, misma matrícula, mismas trazas sobre la misma rueda, con la paciencia agotada, respiración honda y los nervios que sin cafeina se despiertan, quinta visita al mecánico, décimo remache y acudir en busca de favor, ante los bigotes mal cuidados del portero.
Crespo era un hombre al que algunos evitaban por negro.
Negro era lo mismo que oculto....y oculto era ese mismo bigote que crecía espeso tratando de camuflar a la vista la cicatriz que le bajaba desde la base nasal hasta la boca...herida frecuentre entre aquellos que idean turbios negocios con aquello que no se debe y con quienes nunca dejan nada a deber.
Su Fiat, un coche rojo y siempre polvoriento, solía aparcar frente al suyo.
Aquello lo convertía en ideal, estratégico, bien dispuesto para sacarle el jugo a la grabadora digital, regalo de unos suegros que le festejaron así los cuarenta y tantos y que se quedó olvidada entre los libros huecos, no porque le disgustara, sino porque las instrucciones eran letra fina en hoja gruesa y uno nunca encontraba excusa, gana y tiempo para leerlo.
Así, batería recargada, medianoche, dejaron la trampa dispuesta justo tras la trasera de un dálmata en cartón piedra, una horterada de cuello temblón que Crespo compró en Benidorm para cuando marchó a unas vacaciones que no eran con una mujer que tampoco.
De mañanas, aun somnoliento, sonrió a eso de las seis y cuarto, con el tiempo preso en sus pies acelerados, viendo a su diestra la matrícula falsamente hurtada y la lucecita roja de la cámara, indicando que algo quedaba en su retina digital...grabado, listo y preso.
Retornado del trabajo, dejó la carpeta sobre la mesa y, librándose del opresivo americano de la corbata, se tumbó en toda su largura sobre una cama presta, donde la mujer le había regalado poema y promesa de regresar lo más pronto que pudiera de sus clases de guitarra para cenar oliéndose los ojos para vencer luego el cansancio, recordándose el uno al otro que aun con los años, siempre pueden encontrarse razones para no dejarse el deseo olvidado en el cajón cerrado del..."ya nos hemos visto".
Se acordó de la cámara....llamó a Crespo.
El portero no era persona a la que bien se quisiera pero ante los favores prestados, mejor era tenerlo con el mejor posible de los tratos....no fuera que ocurriera lo que ya había acontecido...que a uno se le fundan los plomos a las cinco de la mañana, que la calefacción se le estropee en plena invernada o que el agua caliente, casualidades putas de la vida, vaya a venirse abajo a poco de no responder al saludo del portero cuando entras sudado del gimnasio.
Juntos se sirvieron la cerveza, juntos tardaron lo suyo en averiguar la combinación de cables que relacionaran ordenador con cámara y juntos descubrieron como el Erminio, el vecino del cuarto derecha, de dos golpes bruscos y secos, arrancaba sin brusquedades la matrícula del Citroen para enderezarla luego con sumo cuidado y colocarla decorosamente, procurando por no dañarla, pegada a la rueda trasera.
- !Sera hijo de puta el viejo este! - gritó.
- Tranquilo hombre - calmo Crespo - Cálmate y bajamos a hablar con el.
- !Pero si apenas lo he saludado dos veces en el ascensor!. !Pero si da asco con esa cara de ramplón y siempre oliendo a pis!.
Los pasos del abuelo Erminio, resonaron arrastrándose sobre el suelo, al otro lado de la puerta.
Le llevó su rato sacarle todos los cerrojos, abrir las cadenas, cada una de las seguridades que separan los miedos....del pequeño mundo aterrado de los octogenarios.
- ¿Quien es? - de lejos se escuchaba una voz quebrada, temblorosa y atemorizada de una mujer.
- Son unos señores del bloque - aclaró girando la cabeza, mostrando el pellejo flácido de su cuello - Perdónenla....pero desde que enloqueció y con nuestra edad...no suelen visitarnos más que muy de vez en cuando.
Con la amabilidad sincera, los invitó a pasar al salón.
Declinaron la cerveza.
No hacía falta en el intelecto premura para intuir en aquellos noventa metros cuadrados el bunker de los dos ancianos, su reducto, su museo....viviendo con lo justo, sabedores que ya no les quedaba otra aventura que llegar a fin de mes sin tener que pagar el costo de mas por una receta o en insufrible gasto de un vestido que sustituyera al que ya no le cupiera mayor remiendo.
La vieja, aferrada más que sentada a una mecedora que ya no mecía, de maderas curvadas y respaldo en cáñamo trenzado, contemplaba sin mirarlo, lo que acontecía tras una ventana de pestillos cerrados, con la persiana corrida hacia abajo, imposible visión del otro lado.
Al percibirse de su llegada, desgreñada, con el rostro agotado, largos surcos de lágrimas malgastadas, agotada, embutida en aquella bata deshilachada y descolorida, dolorida hasta las últimas células de sus últimas entrañas, susurraba para si mismo con una de sus manos señalado al dueño............."1978DRJ......1978DRJ.....1978DRJ..."
Y el dueño con Crespo al lado, se quedaron atenazados, callados, mustios...aterrorizados...la visión enloquecida de aquella vieja poseída, ama de una fuerza brutal, mucho más brutal de la que ellos, con gimnasio o cicatriz de por medio, eran capaces de oponer.
- !Calla mujer! - gritó Erminio - !Calla!.....por mucho que grites - cambió grito por gemido -...nada podremos hacer ya para olvidarnos.
Al anciano, el peso de su rostro hundido, de sus ojos ausentes, de quien siente algo más que el alma...embutida entre los hombros, las cejas gruesas, las arrugas dueñas, torció la mirada con sumo esfuerzo, de esos que tan solo intuirlos matan, hacia una foto en blanco y negro, coronando una Grundig vieja de esas enmarcadas en madera, sin mando...y esa mirada, invadiendo el recuerdo de todos y cada uno de los rincones de la casa.
Era un joven de falso semblante serio, ojos esperanzadores, cuerpo uniformado, expresión de esas que solo tienen cuando a esas edades a uno le sacan fotos....con todos los pasos por delante.
- Nuestro David...David...David Rodriguez Jimenez...nuestro hijo único....nos lo mató la ETA ¿sabe?....fue un mal año ese del setenta y ocho.
Crespo y el dueño se los quedaron mirando a ambos.
¿Cuantas veces en treinta años se repitieron para ellos solo lo mismo que ahora les estaban contando?.
Ninguno de los dos decía nada, ninguno de los dos se quejaba....ninguno de los dos pensaba ya en la matrícula.
- Los dos perdimos el gusto a salir de día.....a.....a poco que tocamos la acera se nos echan todos encima....los recuerdos....¿sabe?.....toda una vida...el jardín donde jugaba, el bar donde le pagaron el primer sueldo, Clara la del número treinta, esa primera novia....primera y única porque nos lo mataron a los tres......nosotros.....nosotros no somos malos.....ni malos, ni ladrones.
- Lo sabemos - respondió Crespo.
Y lo supieron.
Sin decir nada, allí los dejaron, hundidos bajo el peso de lo que otros les hicieron, les hicieron sin merecerlo.
Apenas sintieron la puerta a sus espaldas, el portero marchó con sus cicatrices, con sus faenas y el dueño, el dueño subió las escaleras con el rostro en mal sueño y el móvil pegado a la oreja.
Y una semana más tarde, cuando aparcó el Citroen, este seguía siendo igual de viejo aun cuando su matrícula, relucía tiesa, firme y bien nueva.




Bucardo



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