sábado, 29 de septiembre de 2007

El dilema del Pene


El dilema del Pene
Aguijoneada por los tacones, vapuleada por el ceñido talle, agobiada por la espesura del maquillaje y la desagradable sensación de sentir como el sudor resbalaba de la primera vértebra hasta la curvatura del coxis, Elena dejó caer sonrisa y compostura en cuanto sintió cerrarse a sus espaldas, la puerta, numerada, 110, del Hotel donde se alojaba.
La habitación, una de tantas, demasiadas, a las que inevitablemente convertía en refugio, el suyo exclusivo, cada vez que se veía en el trauma de asistir a otro Congreso de Abogacía, estaba pulcramente desordenada, devotamente revuelta, impresa en esa manía que tienen aquellos que, como ella, piensan que entre cuatro paredes y sin cámaras, uno puede correr el rimel de la cara, rasgar las medias, tirar un zapato a diestra y otro a la zurda o sencillamente, ventosear la aerofagia sin hacer desmerecimiento a jefes y clientes.
“Mañana….·- pensaba frotándose los ojos, cansados de sostener la mirada, de aparentar seguridad y conocimiento ante los mamotretos en letra Biblia que la saturaban...reformas penales y decretos ley, acuerdos legales y moratorias, concordias, preceptos y prescripciones.
Mañana, el polífono Bisbal la arrancaría de la cama como anzuelo de sedal a trucha.
Sería pronto.
Antes de lo que le correspondía a sus compañeros de diploma, que no de género, por eso de que por obligación de desfilar más que andar, una debe aparentar en cada peldaño mucho más que quienes solo se bajan la bragueta ante la porcelana del retrete.
Ella….ellas, necesitaban de alargar hora y minutero al día, robarle tiempo a Cronos o al puto sueño si lo que querían eran ocultar unas ojeras que en los hombres eran símbolo de trabajo a deshora y en las mujeres de nocturna juerga....para ofrecer unos labios sugerentes y femeninos cuando a ellos se les permitía que a través de ellos, escapara el aliento efluvio de un Baco desaforado....para ocultar tras la seda, el hartazgo de unas piernas saturadas de agujetas y potenciales varices que a ellos les deben semejar siempre objeto lujurioso mientras las suyas se tapan bajo la tela de un Armani capaz de ahogar carteras, evitando dar luz a la flacidez de los muslos.
Elena se sentía en el dilema de teclear el número, el que la conectaba con su hijo y el marido que hacía de la paciencia bandera de combate, o asumir que los expedientes se le acumulaban sobre el escritorio en nogal pulido….expedientes que mañana entre café y croissant a la carrera, tendría que entregar al jefe y su jefe al jefe de este hasta alcanzar un primer grado donde todo eran penes y ella, soterrada bajo el anónimo de los nombres, convenientemente ocultados, ausente de los agradecimientos, olvidada bajo el peso de las horas en deshora que no repercuten ni en salario ni en la autoestima.
“Mañana….”.
Le habían dicho de cenar en empresa, lo cual no viene a ser otra cosa que una reunión de amigos, donde los primeros cogñacs, regados en el abrevadero de la copa ancha y el hígado voraz, hunden la temática laboral bajo el peso de la dialéctica futbolera a la que ella, por caer en divina gracia, a terminado por sacar tajada, memorizando fichajes, remates, resultados y ascensos al mismo ritmo con que lucha por hacer comprender a sus clientes, encorbatados, estirados, de mirada firme y VISA dispuesta, que tiene las convicciones tan firmes como la tersura de sus pechos….si, esos mismos pechos donde dirigen iris y erecciones, pacientemente soportadas.
Por suerte hubo una llamada, una ausencia, una cita cuando no se debía, una de tantas, en las que el jefe buscaba amparo con el que escaparse, una vez más, a los brazos de las putas lujosas que la tarjeta de empresa pagaba, racaneando con las auditorías frente a los gastos inesperados, con la subida salarial o los costes extras.
Ahora el hombre, ajado, canoso, con el cuerpo astillado, enjuto, deprimido, trataría de intentar encontrar el último legajo de una masculinidad desde la Transición marchita, entre las piernas abiertas y el gemido forzado de alguna rumana que con los ojos cerrados, intentaría recordar las bocas que su pasión teatrera alimentaba.
Y ella se asqueaba, dolida en su rostro por la sonrisa forzada, en su cabeza por la mente agobiada, en el alma por el hijo que la veía con los ojos medio dormidos, tratando de no incordiarle el sueño mientras una vez más, tocaba discutir por los horarios incomprendidos, por las sospechas de infidelidades o la ausencia de un matrimonio más muerto que dormido.
“Es el precio” – continuaba mientras sentía como su cuerpo se fundía con el colchón – “Caro….muy caro”.
De haber nacido “Eleno”, sus prolongados papeleos se tornarían en tasca y tapeo, sin justificaciones ni mayores….de haber nacido “Eleno”, su repertorio de maleta en inagotable viaje, carecería del atrezzo para aderezo, del festival de potingue facial vario a la que una se obliga porque le obligan….de haber nacido “Eleno” sus bravuconadas serían reídas, no tenídas por mal gusto, sus presunción como capacidad para la decisión y no como invitación para la cohabitación y su sueldo….nunca discutible bajo la negra cadena de la edad fértil….que jamás le aupará la nómina cuando la naturaleza le reclame sitio al tampón pues para entonces, las habrá más jóvenes, mas inglesas, lozanas y dispuestas……siempre dispuestas
Y a Elena todo se le hacía un enigma.
El enigma del cigoto que la eligió “ella” en lugar de “el, el enigma del andrógino mundo que la rodeaba, que la obligaba, irónicamente jodido, a ser cada día más femenina si lo que quería, y ostias si lo quería, salir triunfante por la pasarela en un sistema diseñado a obra y medida del pene.
“Si…un pene” – pensó para ella mientras cubría las retinas resecas con sus párpados de pega.
“Lo único que necesito es un puñetero y duro pene”.
Tras lo cual sencillamente, se durmió sin atender negocio ni familia.

Bucardo


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