domingo, 30 de septiembre de 2007

El Avance


El Avance
Recio, pulcro y marcial, el batallón aguantaba masocamente firme ante la que le estaba cayendo.
Eran las doce en punto, sol cociendo sobre la calva, cuando la caballería volvió grupas con los espadones ensangrentados, las banderas trituradas y más de la mitad de sus monturas enloquecidas y en solitario.
El general ordenó que el décimo quinto desplegara banderas y avanzara.
- Sobre esa cima – señaló con prudente distancia, la que marcaba el tiro artillero, sobre un mapa, el mapa sobre una mesa y sobre ella todo el atrezzo de la batalla, del galón y guerra….listados de tropa, disposiciones de fuerzas, telescopios, cálculos de tiros, las órdenes de una corona ausente, los mensajes de los espías y las dos o tres medallas – A paso lento y pulcro…para impresionar a las del adversario.
Cuando el jinete con el correo entre la faja, llegó a la vera del capitán, haciéndole entrega de la nota, los hombres hicieron ofrenda de nervios, mirándose de soslayo entre ellos, sin perder la galantería ni la compostura…lo cual viene a ser lo mismo que cagándose de miedo pero sin mostrarlo, pues la infantería era ducha en morir con la sonrisa en los labios y los pantalones bien manchados.
El capitán, un oficial que llevaba a cuenta de cicatrices, desde la ceja hasta la entrepierna, todas las batallas en las que había tenido que relacionar la carne con la bala, miró a la tropa con cara compungida, esa que suelen poner quienes se disgustan por tener que acatar lo que la experiencia le dice que es una solemne locura, una gigantesca payasada.
- Esto nos saldrá caro – susurró sin que ni siquiera el tambor lo escuchara.
El tambor, un recental era, por costumbres de la Armada, un hijo de sargento, muerto un año atrás, al que por ser huérfano por todos los lados, se lo trajeron del pueblo para ver si tocando el cuero podía ganarse el pan antes de que lo mataran.
En las guerras no queda alma ni resuello y los tiradores, ajenos y propios, bien sabían que abatiendo al tambor, por chaval que este fuera, las órdenes se entorpecían y si se hacía lo propio con el capitán…pues ya nadie mandaba.
- ¡Venga! – ordenó – ¡Banderas en alto, toque de avance en marcha, calad bayonetas, santiguaos y para adelante!…..que sea lo que Dios quiera – añadió, por lo bajo claro, pues los soldados son como el marinero, muy prevenidos ante la moral del oficial, muy duchos en interpretar cualquier presagio como funesto.
Y así marcharon, con el paso lento aunque tieso, atisbando a lo lejos, el parapeto donde los aceros enemigos se recargaban…..los artilleros sacando brillo al interior de las piezas, metiendo la carga de pólvora, luego la bala, enganchando la mecha por la retaguardia hasta que con dance rítmico y mortal, la batería entera, doce piezas en sonido de una sola, exhalaban el humo blanco y luego la bala, que de lenta se veía venir con tiempo de sobras para poder evitarla.
Pero los tiempos eran de honor ciego, de honor tan inútil como estúpido y no era bien visto por el general, el que los hombres se apartaran ante la bala del contrario y las banderas deshonraran, por algo tan nimio como es intentar salvar el pellejo.
Todo el peso de la rociada les cayó a los de la tercera.
El capitán tan solo giró la cabeza para ver si los vacíos que quedaban eran copados por una apática cuarta que por ser la menos novata, sabía bien que significaba dar ese paso de más hacia la avanzada.
Luego vino una segunda, tercera y la cuarta, dada cuando ya se intercalaba entre el batallón y los artilleros, varias compañías de infantes enemigos al tiempo que los cañones dejaban de acaparar balas para alimentarse con bolsas repletas de clavos, de esquirlas, de la metralla que disparada a menos de cincuenta metros actuaba como guadaña, segando a ciegas como si de junio y simple hierba se tratara.
- ¡Cerrad filas ostias!
A cada paso las figuras, en principio difuminadas, de la enemiga infantería se fueron tornando rostros, tan enrojecidos, negros y sudados como los suyos, tan acojonados, con tan pocas ganas como las de aquellos a los que apuntaban….primera fila rodilla en tierra, segunda abriendo espacios para que la tercera asomara por el hueco la boquilla negra de sus escopetones….y luego un oficial, tan capitán como el propio, que desenvaina la espada y ordena, en lengua extraña pero comprensible para los que matar es oficio conocido, que echen el arma a la cara……
La descarga se vomitó perfectamente sincronizada y el silbar de las balas los rodeó, salpicado su zumbido por el impacto seco sobre los cuerpos, ensangrentado los vistosos uniformes, resquebrajando vidas, astillando huesos, abatiendo a los hombres, quienes caían por la pura inercia de quien sabe toda la mierda que le espera.
Gritos para los más aterrorizados, un pulcro gemido, el exhalar asfixiado de quien tiene el pulmón atravesado, el caer plomizo, seco de ese que no se entera pues tiene la cabeza atravesada y las filas de atrás que se ven apaleadas por el palo del sargento, exhortando al patriotismo de la zurra cuando el amor a la bandera agoniza tanto como lo hacen los cuerpos.
- ¡Gran maniobra mi general!.
- Ahora solo falta asegurar el avance con una estratagema en cinta de la infantería ligera………- y a medida que el discurso se derramaba, iban surgiendo de la batalla, a media falda, los primeros camilleros, exhaustos por el trote bajo el fuego, desesperados mientras veían al herido desangrado, al que luego tienen que abandonar, ya muerto, a los mismos pies del general, sacrificio ante el ídolo de quien para escribir su nombre en los libros de historia, ordena al desconocido que por el muera.
Y mientras el avance continuaba, los tiros pierden uniformidad, se espacian y las bayonetas beben sangre contraria……hombres que esputan, vomitan, mueren y maldicen, se sujetan las entrañas y se mean cuando sienten que la muerte se les clava…..hombres que se matan, hombres que se aferran a la cabeza suplicando porque se acabe, hombres que se hacen los muertos para seguir vivos, hombres que sujetan la bandera que su portador dejó al caer con la espalda atravesada por la pica del sargento y el sargento hizo lo propio cuando se le metió por el ojo la bala de un granadero y el granadero por la rociada a bocajarro de un cabo y el cabo sintió la punzada del acero en el estómago proporcionada por un púber soldado de esos que aun creen en la utilidad de las guerras.
- ¡Adelante! ¡Adelante compañeros! – se desgatiña hasta caer descabezado por el golpe de metralla que les lanzan los artilleros.
Al principio, el coronel al mando de la batería se ha quedado mudo, mirando al enlace con cara entre irascible y extrañado.
Luego ha comprendido que el pobre no tenía culpa de tener que traer semejantes nuevas ante la primera línea….exhortaciones a la estupidez de unos mandos tan altos como alejados.
Cuando las primeras balas del enemigo le pasaron rozando y alguna tumbó a los mozos que sirven sus piezas e incluso a un caballo que cayó a plomo sobre la hierba y ha estado chillando dolorido, coceando hasta que un piadoso le ha soltado un tiro sobre la testa, comprendió que la posición estaba perdida y que perdida esta, tocaba retirada y la retirada suponía deshonra del general que ordena y manda…
- Este hijo de la gran puta – susurraba - ¡Cargad metralla y soltadla!.
- Mi coronel – objeta un teniente de obuses – Están cuerpo a cuerpo….la rociada no distinguirá rojos de azules.
- Son ordenes – responde tragando bilis, polvora y rabia.
Allá sobre la colina, ambos generales se deleitan contemplando.
El de azul atisba como su décimo quinto anda al tiento de conseguir plantar las banderas sobre la cima y abrir con ellos los caminos al corazón del enemigo….el de rojo se desespera viendo como el suelo se le llena de los suyos y con ellos pierde otro galón sobre la casaca.
Ordena a la desesperada.
La descarga suena seca y cuando el humo se difumina, el coronel, sable en mano, ya no manda darle más de comer a las bocas…..no queda cosa sobre la que soltarla.
Sobre el campo quedan los movimientos tétricos del herido, de los cientos de heridos, los lamentos, los miembros arrancados de cuajo, la sangre, algún soldado sentado consolando al compañero muerto o prometiendo imposibles a los que están por hacerlo….supervivientes que ya no ven al enemigo sino que deambulan, unos entre otros, mezclados, como fantasmas en pena tratando de recuperar el cuerpo…..no queda nada del batallón, ni de las compañías de infantes, ni del capitán o el tambor….tan solo doce fríos cañones, apuntando a lo que se les venía encima, disipado y frío como la escarcha.
- ¡Magnífico! – exhala el general - ¡Ha sido un gran ataque!...¿no creen?.
- ¡Magnífico! – exhala el otro - ¡Ha sido una gran defensa!....¿no creen?.
Y ordenan ambos, colina enfrente de otra, que se descorche vino del año para celebrar su gran victoria.


Bucardo


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