sábado, 18 de abril de 2009

El Hoyo del Olvido


El hoyo del olvido
Ramón el de Casa Oto, se quedó mirando el paisaje de su infancia, ahora transformado en una capa de gris cemento, urbanizaciones de quince días y parkings atiborrados.
Forzó la ceja para intentar recordar de quienes eran los campos que hace demasiado, viera sembrar, segar y trillar en los interminables ciclos de quienes vivían de la labranza.
Uno a uno fue sacando sus nombres….Alberto el Cojo, Lucas el de Casa Lazurda, el abuelo Vicente que le tenía miedo a las mulas, Gregorio que vino de Cuba con acento raro, Leonardo que emigró y nunca más dio señal de vida, la viuda Teresa que le quitó la virginidad en un arrebato placentero y extraño, el de Don Manuel el cacique que tenía tanto de bueno como de malo, Pepa la sonrisas que hasta en la caja tenía los labios torcidos para arriba y la cara de haberse marchado a gusto, Juané de Casa Hierro su quinto que ya no podía escaparse de la cama, Domingo de Casa Una, su suegro que durante meses no andaba demasiado de acuerdo en que la hija se le casara con un bolsillo tan apurado…..
De diario le apaciguaba practicar aquel ejercicio de memoria.
Sin agua en el cielo y con el sol tocando tierra, agarraba la tranca y “china-chana”, tardaba veinte minutos en llegar.
Veinte minutos que se le hacía largos cuando se acordaba que de mozo, inspiraba y antes de soltar el aire ya había llegado.
Aquel recuerdo le mantenía las ideas ordenadas y el cerebro fresco.
Por eso le asustaba no conseguir recuperar el nombre de quien era amo del campo más cercano a la acequia de San Blás.
Podía rememorar el día de verano que se lo encontró medio llorando porque los rojos le habían requisado una burra canela fortachona y noblota a la que los obuses destriparon en el frente de guerra.
También era capaz de distinguirle el pelo negro como el tizón y la nariz enorme y afilada sobre la que gastaban broma cada vez que sacaba un sucio pañuelo para limpiarse los mocos.
Pero el nombre y su casa ya no regresaban desde el pasado.
Y cuando se dio por vencido, dio media vuelta y regreso al hogar sintiéndose aun más viejo.
Ni hijos ni nietos paraban a escucharlo.
Y ahora que su cuerpo se le moría, comenzaba la desmemoria que lo mandaría directo al hoyo del olvido.

Bucardo

jueves, 16 de abril de 2009

La Ronda de los Sordos


La Ronda de los Sordos
Nadie era capaz de explicar porque la ronda se empeñaba en continuar desgastando cuerda frente a la casa.
Hacía ya cuatro o cinco años que sus dueños hicieron el petate y con dos mulas “chicotonas” y pardas, marcharon al llano en busca de tierras menos agrias y soles más templados.
Era el sino del monte y su pueblo al que se les negaba lo que fueron, lo que eran o lo que pudieron haber sido.
Y sin embargo a los mozos de la ronda se les hacía cuesta arriba aceptar que ya casi no les quedaban aldabas a las que llamar y que una a una, se les iban acabando las excusas para hacer resonar sus jotas por los soportales.
A los viejos la cosa se les hacía algo extraña.
Pero aunque en público no lo reconocieran, lo cierto es que se les sosegaba el alma cuando sentados en la solana, escuchaban la energía emanada de las notas y sus pícaros versos.
Alguna pincelada de color debía de haber entre el creciente negro que los sitiaba.
Mucho más prácticas, las viejas se quejaban por el malgasto y animaban a los mozos para que arrinconaran las dulzainas, marcharan al valle y convencieran a alguna zagala para que les calentara la cama y repoblara sus casas.
A los niños ya nadie les preguntaba, sencillamente porque no quedaban.
Y la ronda, que no entendía de migraciones, de economía y políticas de agrupamiento demográfico, se les hacía un imposible consumar el destierro y negarse el derecho a la resistencia que les daba su chanza.
La ronda tocaba aun sin la esperanza de que el portón se abriera para agradecerles el gesto con rosquillas y porrón de vino rancio.
La ronda se silenciaría de pie.
Aunque nadie los escuchara.
No fuera que por callarse, ya no se preguntaran abajo si quedaba alguien vivo arriba.

Bucardo

sábado, 11 de abril de 2009

Casi


Casi…..
La niña sueña, la niña crea, la niña se deja mecer por la mente y dibuja una idea sobre ella.
Sopla el viento pero su pelo no se mece.
Sopla el viento pero ella, su frío no siente.
Y mirando a la inmensa montaña, la niña no es ni tan indefensa ni tan pequeña.
La niña pisa la nieve descalza y afronta los inmensos desiertos de hielo hasta que es ella la que se traga el hielo…no viceversa.
La niña domina la cima más allá de donde quedan las gentes del valle y los contempla liliputienses, con sus reyertas, con sus agrias maneras, disputándose cada palmo, cada gramo o cada gota de agua.
La niña mira el cielo cara a cara mientras sus pies, alzados, se distancian poco a poco de la tierra, aproximándola al infinito azul que no comprende pero desesperantemente desea.
Extiende su brazo para acariciar la nube.
Extiende su brazo para sentir la lluvia que se represa.
Extiende su brazo para tocarle.
- ¡Niña otra vez te quedaste con los ojos en blanco!.
La niña no sueña, la niña no crea, la niña ya no se deba mecer por la mente ni dibuja ideas sobre ella.
La niña, despierta, se obliga a aceptar las reprimendas de sus tías, las risas de sus hermanos y la cara seria de su enlutada madre.
- Esta niña….!Dios te va a castigar por andar siempre tan embobada!.
La niña suspira.
¡Que sabrán ellos de Dios y su castigo!.

Bucardo

viernes, 10 de abril de 2009

Medio Masticado


Medio Masticado
Antuan masticaba algo queso sentado en la terraza del mesón.
Lo acababa de sacar a la luz desde la bodega donde la abuela lo dejó semanas atrás para que criara hongo y fermentara.
Era un queso sin etiqueta, consistente y agradablemente ácido, al que se debía masticar hasta doblegarlo y que tragando, dejaba tras de si un sabor persistente y embaucador.
Un queso para estómagos soberanos, divinos casi si se ayuntaba bien con algo de miel casera.
A punto pensaba en ir a buscarla, cuando el autocar puso intermitente y tras soltar un bufido, abrió compuertas.
Carga de domingueros, el nuevo ganado sin pezuña ni mugido que alimentaba las carteras.
Las primeras, tocando a la carga eran las meonas, acelerando en cuanto se percataban que el local no era supermercado y que a lo peor, había tan solo una taza para tanta vejiga dilatada.
Tras ellas, los cafeteros.
Adictos al Juan Valdés que llevaban contando curvas desde la última vez en que el guía les aseguró que en cinco minutos pararan.
Alguno andaría tan impaciente que en lugar de pedirlo en boca y de cafetera, preferiría un inyectable directo en vena.
Más selectos y apaciguados eran los “souvenir”.
Media vida acumulando tesoros varios; cangrejos fosilizados, tétricos estampados, figuritas de toreros o sevillanas, horrorosas figuritas de porcelana, cucharillas, dedales, estampas y sobreros cordobeses, desde una jarra de “pills” germana hasta una manopla del Micky americano.
Lo que sea, como sea, pero que sea tradicional y de pura cepa.
- ¿La mermelada de tomate se hace aquí?.
- Si señora, desde la Reconquista.
Y la señora ni se plantea quienes fueron Colón, la patata o la tortilla de boniatos.
Los últimos son ralea de los enteradillos, los que se apartan del rebaño perjurando que no son de tal estirpe y que cayeron en aquel Inserso organizado por pura casualidad, por acompañar a un familiar, porque no tenían otra que hacer o andaban despistados.
Fugados hacia el eclecticismo, pasmados de mirada fugitiva e intelectual, huidos del cemento en busca de la rural fragancia.
Ellos no ven….contemplan….no huelen….sienten……no preguntan….investigan y no cagan…..abonan.
- Por la forma del campanario deduzco cierta influencia tardorománica…..por el color del hayedo no tardará en aproximarse el otoño….ese silbido es de pájaro y lo que resulta azul encima de nuestras cabezas….se llama cielo.
Ellos saben más que nadie y menos que nada.
Antuan suspira.
El no será hombre de letras pero sabe que la iglesia se reconstruyó tras un incendio que el otoño se predice bien a 3 d octubre que todo lo que silba y tiene pico es pájaro y que el cielo, esta hoy nublado.
- Perdone señor – uno de estos se aproxima y el quesero se disgusta con la boca medio vacía por el mal bocado - ¿Qué eso que toma es queso?.
“Ya tuvo que venir a joderlo.
- Si señor…..lo hacemos con leche de perra.
“Toma sapiencia”.

Bucardo

miércoles, 8 de abril de 2009

El Sueño del Niño


El Sueño del Niño
La noche resultó noctámbula.
No siempre el cansancio significa sueño, ni la cama descanso.
Una noche larga y en cafeína, convierte el techo en paisaje y la almohada en tortura.
Trabajó duro y cenó ligero.
Cumplió con entes y personas, con amigos del alma e insoportables compromisos, con una madre posesiva y un jefe que ya no escucha.
Habló con su señora, le hizo el amor, susurró un te quiero se apagaron la luz pensando en el reposo.
Pero a las tres en punto de la madrugada, en aquella casa, dormían niños, mujer y perro….todos menos su dueño.
Huyó de la sábana y marchó al salón dispuesto a averiguar si los basureros serían como siempre puntuales cuando llegaran las cuatro.
Y lo fueron.
Pero apenas en cinco segundos, la tonta novedad le devolvió a la realidad de que a aquellas horas, eran más los que no miraban el cielo negro.
Caminó sin arrastrar los patucos hasta asomar un ojo por la rendija medio abierta del dormitorio de sus hijos.
Parapetado en el umbral, los atisbó con recato, temeroso de importunarles y luego tener que dar explicaciones a quien se los había parido.
Pero a los niños la respiración les delataba; a estos dos los despertaban ni a toque de corneta
Aun sabiendo que no sería contagioso, se entretuvo un rato largo, envidioso por todo lo que se renuncia al dar ese paso largo de la niñez a lo adulto.
Se renuncia a la ilusión, se renuncia a las utopías y los nuevos mundos, se renuncia al sexo abundante y variado, se renuncia a caminar sobre el entarimado con tacones o descalzo, se renuncia a la sal en las tortillas y el azúcar en el cortado, a las sesiones de cine semanal, a no aceptar nunca el abuso de una hipoteca, a ver menos pantalla y leer más letra, a no dejar jamás de amar a una sola, a domar un perro y plantar un árbol, a procurar por quien no tiene y no olvidar nunca a los que se fueron.
Se renuncia incluso al sueño.
El que no le viene.
El que se escapó en cuanto asomó la barba por debajo del pellejo.
- Voy a despertar a los críos.
Y la mujer deja a medias la tostada, apurada porque con el autobús se les hiciera tarde.
- Déjalos cariño….a fin de cuentas….ya se nos hará adultos.

Bucardo

martes, 7 de abril de 2009

Ese Segundo


Ese Segundo
No hubo nada peor ni mejor que nuestro fracasado matrimonio.
Nada más bello ni más podrido, nada más hermoso ni más lamentable.
Nada en suma, que hayamos vivido más intensamente.
Por eso ahora, te odio mientras te añoro, te detesto mientras te amo y te deseo más que nunca, mientras es a otro cuerpo al que profano.
Y mientras esta duerme sin llegar a comprenderlo, apenas hago otra que mirar la luz de una farola oxidada, colándose por la ventana.
En la habitación contigua se oyen ronquidos y me jode sobremanera reconocerlo.
Entre nuestros gritos y orgasmos, entre los trapos rotos y las sábanas rasgadas, en ese segundo que nos fugábamos del amor al odio, nunca volveré a sentirme más vivo, que cuando peleábamos.

Bucardo

lunes, 6 de abril de 2009

Regreso a San Celedonio


Regreso a San Celedonio
Bajo la raída boina roja, Tomás Sengarra, no llegaba a ver el momento en que la bruma se disiparía como la pólvora de un disparo y entre el robledal de Caparroso, conseguiría ver la masía.
En la masía de San Celedonio se habían criado Sengarras desde los tiempos de repobladores francos, cuando el reino era condado y el rifle….espada.
Allí nació su abuelo Tomás el difunto, famoso por salir de Gerona cuando nadie entraba y su padre, Tomás el Viejo, al que todos daban por muerto cuando regresó, dos años después del abrazo en Vergara.
También lo hizo su hermano Jaime demasiado tonto para coger hábitos o armas y sus dos hermanas, la Rosaura y la María Isabel, ambas monjas y beatas en el cercano convento de las Madres Clarisas.
Allí, cumpliendo, también nació el, menor entre todos ellos, que nunca en su niñez, cejó en empecinarse por echar el ojo más allá de la ribera del Argell o por encima de los montes bajos de los Cigarranes.
Tuvieron, aun siendo demasiado crío, que atarlo corto y vigilarlo largo, empujándolo por la vereda del arado o del rebaño, siempre escaso y menguante, acosado más por el fisco que por el lobo.
No supo de letras, no supo de cuentas, pero si de cómo hacer de cuatro dos y de una media….la que se ofrece al rey y la que uno se guarda para que no mengue la hacienda.
- A esos, hijo….-y el Viejo señalaba sin dedo a los enviados del gobernador-….a esos, solo tus reales y tu sangre les interesa.
Tomás Sengarra tuvo que forzarse para contener las lágrimas.
De lejos, se escuchaba el ladrido del “Diones”, aquel puñetero mastín que con más de diecisiete años, se empeñaba en no dejarse morir antes de lamer la mano que siendo cachorro, lo alimentara.
Aun repelado por la sarna, el olfato no le fallaba y era capaz de intuir de lejos, aquel ser nada extraño que se le aproximaba.
Uno y otro no se veían, uno y otro tan solo podían sentirse, atravesando la niebla y la menguante distancia.
Con el corazón suplicado, trató de no encogerse recordando el día en que llegó la partida.
Cuarenta y dos carlistones y un capitán que apenas alcanzaba el talle de su sable o la holgura de su casaca.
Tirando tras ellos, cuatro desgraciados de su misma añada, cuatro hijos de la masía de Camprodones, todos aterrorizados, contenidos, atentos, rezando por un despistes de aquellos teatreros que les permitiera dejar de ser “voluntarios”.
- El rey Don Carlos necesita de sus hijos para defender sus derechos al trono.
No hubo más.
Tomás el Viejo agachó el pescuezo, arrebató la azada de las manos de su hijo menor y, dejando escapar una caricia jamás realizada, dejó que se lo llevaran con aquel grupo de atemorizados quintos.
A pesar de que la distancia no era mucha, costaba recordarlo.
Era un recuerdo ahogado ante la vista de la Fuente Blanca, de donde se apaciguaban las bocas y campos de San Celedonio.
Era un recuerdo ya muerto cuando se le echaban encima las imágenes del combate, la asfixia de las contramarchas, el martilleo del hambre, el sudor, el dolor ingrato de cada músculo, de cada hueso, la primera bala que atraviesa la carne, el primer rostro al que todo se lo arrebatas….esa mirada suplicante….ese frío….y esas pesadillas implacables…..preguntas y ruegos que ningún soberano con todos sus derechos puede ser capaz de contestarte.
A la siniestra de la Blanca queda un robledal con el Duro como el más centenario.
Había sido durante tantos siglos respetado por hunos y hachas que bajo su copa, las creencias creían estar en santuario y los deseos bajo buena y discreta protección.
Fue allí donde un verano de los de asar sardinas al aire, donde Tomás Sengarra se dejó quitar la virginidad por la mujer de Francisco Harinas.
Se la quitó porque así resulta cuando quien lo recibe, consiente y cuando quien lo hace, tiene a gala la mucha y variada experiencia y el derecho a decidir con quien, como y cuando.
Ahora ella reposa, muerta por el Francisco que ya no soportaba más cornamenta.
Fue antes de la guerra cuando le clavó una horca entre las tripas y luego fue a ahorcarse al puente de la Santa mientras su mujer agonizaba hasta expirar….desangrándose.
Era una mala historia.
Pero para el Sengarra, la sonrisa era inevitable, incluso bajo la mugre que soportaba, a poco que fuera capaz de recordar el rostro pícaro de aquella hembra.
Luego conocería otras, aunque salvo las putas que reciben por no quejarse, las otras tres o cuatro eran forzadas en la desgracia al ser acusadas de llevarse con el enemigo a buenas.
Su castigo era un pelotón de bizarros soldados de Don Carlos, con los pantalones bajados y una mujer incapaz de explicarle a su hijo quien entre aquellos lo engendró como padre.
La cuesta arriba moría y ahora apenas eran cien los pasos que le quedaban hasta los corrales.
Por la fecha que tocaba, las hembras recién paridas estarían separadas del cabrón, siempre dispuesto a cornear su descendencia con tal de que se le volviera a encelar la oveja.
Balidos desesperados de hombre u oveja….los unos labriegos de terruño seco, pastores de rebaño yermo que ven como por bandera ajena el invierno toca hambre para que su trabajo se haga mierda en el estómago de los soldados.
Seguramente antes de que volvieran los partos, más de uno enterraría a los hijos más débiles, vencidos por el cansancio mucho antes de que les dejaran acaparar fuerzas.
Pero Tomás aprendió a dejar que se le unieran las dos cejas y a mirar a otro lado mientras aprovechaba para llenar la tripa, incapaz de saber cuando vendría la próxima o si esta sería la última.
Padre afilaba un cuchillo sentado en la banqueta que siempre ponía para controlar quien iba o venía de la masía.
El hombre, al punto de ser anciano, ni tan siquiera se molestó en levantar la cabeza aun escuchando los pasos de largo.
- Padre….padre regresé vivo.
- Bueno es…- respondió sin dejar que la voz o el pulso le temblaran.
Tomás descubrió miles de surcos nuevos sobre su cara….probatorios de lo mucho sufrido y las noches maldiciendo u orando, aliándose con Dios o diablo con tal de que se lo devolvieran.
- Deja el fusil y coge esto.
Con el mentón mal afeitado señaló la azada.
Tomás Sengarra dejó el petate y obedeció, comprendiendo como en su día hicieron padre y abuelo, que de los hombres de aquella España, tan solo se esperaba que de la azada al rifle y de la batalla….al huerto.

Bucardo

domingo, 5 de abril de 2009

La Carta del Hombre Loco


La carta del hombre loco
La carta del hombre loco tuvo un efecto perverso.
Y eso que antes de escribirla, era tenido por sano.
Pero desde entonces, le llegó la fama de raro y abandonado.
La carta del hombre loco lejos de comunicarle con alguien, terminó por dejarle solo.
La colgó del tablón, entre un alquiler barato y la oferta en lomo del supermercado.
Tal vez soñó con que alguien la leyera.
Pero lo cierto es que debieron hacerlo pocos.
Los justos para que lo pusieran de tontos….y el resto asintiera rumiando borreguilmente lo que les dijeron.
La voz corrió y uno de sus susurros, terminó llegando al oído propio.
- Mira que decir eso, mira que criticar eso, mira que querer cambiar eso, mira que no gustarle eso, mira que despreciar eso, mira que decir que podría ser mejor eso…..
Una mañana decidí acercarme hasta el cartel.
Ahorcada por una chincheta, la carta amarilleaba, abandonada de toda luz y lectura.
Prueba sin duda de que no era para tanto.
Prueba sin duda que tan solo uno se molestó en leerla y para los restos, era verdadero lo que le hubieran contado.
Me acerqué controlando a diestra y siniestra.
Y a cada segundo que deslizaba los ojos sobre la letra, los labios, lentamente, se iban poco a poco haciendo sonrisa hasta abrirse esa puerta que siempre cede frente a aquellos que creen haber encontrado algo.
Se me fue una risa.
Pero me controlé.
No fuera.

Bucardo

jueves, 2 de abril de 2009

20 céntimos


20 Céntimos
- ¡Es triste pedir pero más triste es robar!.
La muchacha, quinceañera de ojos claros y rostro agitanado, levanta la voz a pesar de que en aquel vagón atestado, el silencio matinal hace su imperio entre la marabunta.
Con increíble elasticidad, comienza a deslizarse de asiento en asiento, de agarradera en agarradera, sin rozar a nadie, orgullosa y ágil entre aquel tropezón de miradas hostiles y expresiones ausentes.
- Gracias señora, Dios se lo pague.
Dios ya se lo pagó con esa beatitud de falsa cristiana.
La muchacha o su chulo de miserias lo saben, y de eso exprimen los veinte céntimos, uno de tantos que acumulan a base de forzar el poema y la cara de pena.
Paso a paso se va acercando y yo, anodino, inocente y acobardado, intento concentrar la vista en la sección bursátil del periódico, esa que nunca comprendes pero todos hacen como si en ello fueran especialistas y por tanto respetables.
Cuando llega a la altura su olor me fuerza.
No es el olor de la desdicha ni de quien sabe mucho de chinches y poco de agua.
Es el olor a fresca sin necesidad de ducha ni colonia.
La miro justo cuando esconde la mano y sonríe con esas encías blancas, contraste ante su tez andaluza.
Se acerca al oído sin que yo atisbe, reaccione o comprenda.
- La limosna te la daría yo a ti guapetón.
Y se reagrupa con su destino no sin antes alicatarme con un guiño.
Allí me quedo yo, en mitad de un vagón repleto donde no se puede estar más solo y con toda una noche de cama fría imaginando, lo rica que se puede ser…..con veinte céntimos por salario.

Bucardo

Fóllame


Fóllame
Huyó de la llovizna aunque esta siempre la venciera.
Bajo el puente, con la ropa menos calada del alma, esperó en vano mientras la amargura, calaba más allá de la piel, más allá de su propia ansia.
Se sentía muerta…aunque respirara.
Era mujer aunque más niña, pisando un barro pastoso que impedía cualquier fuga de su pasado.
Pasado oscuro pero no por ello olvidado pegado a un futuro sembrando en balde.
Humillada por el hartazgo, fue poco a poco acuclillándose hasta hacerse todavía más una, allí, abajo y sola, bajo las piedras negras del viejo puente.
Invisible frente a un mundo que continuaba circulando.
Así fue como la encontré, de amanecidas, cuando el cielo había ya escampado.
A pesar del fresco no temblaba.
A pesar del dolor no gemía ni se lamentaba.
Sencillamente, nada esperaba.
Y sin embargo, cuando hice el gesto de arroparla, gritó como una fiera acosada, enfurecida y agresiva, dispuesta a todo por no ser más pisoteada.
Tuve miedo.
Y nunca más supe de ella.
Apenas un segundo y para lo eterno, tendría clavada su mirada aterrorizada.
- Fóllame – dijo la protagonista, antes de romper sus medias y vengarse de mi con un disparo en toda la cara.
Y luego la llovizna.
La llovizna y yo, retrasando el momento de regresar bajo el puente, donde, cuando por fin volví, ella ya no estaba.
- Fóllame – repitió.
Y yo lo hice.
A pesar de la muerte que se estampaba en su mirada.
Bucardo

miércoles, 1 de abril de 2009

Traspasado


Traspasado
Y entonces, súbitamente, algo que se hizo extraño, fue poco a poco acercándose hasta cegarme, traspasándome las carnes de lado a lado.
Luego se alejó.
Y tan extrañamente como se acercó, olvidé aquello y continué caminando.
Pero algo había cambiado.
Fiel al hábito, al café con churros y el ponche con hielo cuando llega el verano, no hice mucho caso de la lombriz que me roía las entrañas, alertándome que algo no funcionaba bien halla donde la conciencia reposara.
Al principio lo deseché.
Pero no tardé en perder el apetito, luego el sueño y finalmente los nervios.
Abrí la agenda de mi seguro médico…elitista y caro, para marcar uno tras otro los números de especialistas de bata blanca, ceja poblada y aire superior en la mirada.
Me enfadé con el dentista, no llegué a nada claro con el psiquiatra, me arrodillé ante el urólogo y el ginecólogo confirmó que mi pene revelaba en efecto, mi condición de hombre por lo que nada podía hacer por aclarar mis dudas.
Finalmente, regresé al trabajo.
Sentado en el escaño tocaba turno en el debate y pretendiendo aparentar seguridad, mire fijamente al contrario y solté el discurso.
Mentira…está claro.
Cuando acabé, el ronroneo era dolor y tuve que vomitar agarrado a la taza del baño.
A mi lado, la mujer fregona esperaba estoicamente a que terminara de vaciar el estómago.
- Usted que mira – agredí sin malgastar la mirada.
- Nada – respondió – Solo que anda usted enfermo…..por la verdad traspasado.
Cuando recuperé la compostura ya no estaba.
Ella y su mocho, con el carrito de aluminio y el uniforme desgarbado habían salido de allí sin dar un paso.
Al salir topé con un rival del partido contrario.
- ¿Viste salir a la de la limpieza?.
- ¡Pero hombre!….¿tantos años aquí y no sabes que friegan de madrugada?

Bucardo