martes, 26 de febrero de 2008

El Silencio


El Silencio
Fueron unos segundos en silencio.
Ningún ruido distraía la mente y por primera vez, sentí que algo olvidado y sin embargo reconocido, latía entre sien y sien, de oreja derecha a izquierda, tratando de hacerse entender, de resucitar desde un largo letargo.
Sentí la regeneración de mis venas, la presión de la sangre que escalaba desde el corazón para alimentar al sediento cerebro y que este rindiera con todo su potencial, reverdeciera, dejara de estar acogotado por el somnífero del ruido embotellado.
Ambos giramos las cabezas y, casi como por sorpresa, nos reconocimos.
La marca de nuestros traseros, perfectamente definida sobre el mullido del sofá, probaba los años, y sin embargo, mirarnos resultaba ser todo un redescubrimiento.
Te ví algo más ajada pero, aun con esas, sobradamente bella.
Tus ojos, siempre claros, seguían conservando unas migas de chista, revitalizada, tal vez por el silencio y por la traza que mostrabas, se ve que los míos también sufrían su algo de viejos, pero continuaban empecinados, para eso sirven, en seguir mirando.
Mi mano se movió y la tuya hizo igual, la una hacia la otra, lentamente, como si aun fuéramos dos novios enamorados, tontos o atontados.
Pero como dije, fueron tan solo unos segundos.
Lo que duró el corte de luz, lo que tardó en imponerse el volumen del televisor.
Bucardo


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