viernes, 1 de febrero de 2008

La Cama


La Cama

Aquella mañana no hice la cama.
Durante casi todo el día, estuve intentando forzarme para volcar los riñones sobre ella, estirar las sábanas, dar forma a los pliegues y colocar los peluches sobre la colcha.
Pero llevado por la desgana, tantas veces como lo recordaba, inventaba una excusa que me alejara de hacerlo.
Que si la televisión por una vez andaba interesante, que debo preparar el sofrito, que si el gimnasio, la compra, escribir una carta, llamar a un amigo, acudir a una cita…..
Al final, cuando cerca de la medianoche me pudo el sueño, recordé el olvido.
Ella, por supuesto, no estaba.
La profesión y sus viajes hacían que solo se arrugara un lado de nuestra cama.
A la mañana siguiente, desayunando, trataba de convencerme para hacerlo antes de marchar al trabajo.
Como si ella estuviera, dejando el cuarto limpio, el aspirador por debajo del somier y todo pulcramente ordenado.
Aquel día no había tele, no había sofrito, no tenía ganas de gimnasio, la nevera estaba repleta, la carta sellada, no quedaba saldo en el móvil y carecía de citas.
Pero mientras apuraba el café, pensé, sencillamente, que no me pasaba por las narices hacerlo.
Estaba cansado de no dejarla nunca al gusto y no veía mayor mal en ello, que el antiestético revoltijo de manta, colcha, almohada y sábana que solo yo conocía pues solo yo veía.
Fue así como recuperé la vena rebelde si bien, tan pronto como me sentí el James Dean del cubrecamas, entró por mi conciencia el ridículo de lo malamente que había envejecido.
Cuando aun era del todo moreno, sin canas ni zonas claudicadas a la deforestación del pelo, pensaba en cambiar lo que veía malo e injusto, que a fin de cuentas, era lo mismo sumar todo.
Imaginaba un gran líder, por supuesto con mi cara, hablando desde un púlpito en todo lo alto, convenciendo, recibiendo aplausos y ovaciones, acertando en todas y cada una de sus decisiones, trayendo la felicidad al mundo, acabando con la desigualdad, extinguiendo la pobreza, salvando todas las bestias y sus selvas, cambiando fusiles por rosas, haciendo innecesarios los ejércitos, abaratando viviendas, repoblando de pinos el monte, llenando las cárceles de traficantes, violadores y políticos corruptos, regenerando el espíritu, la energía de un pueblo aborregado, asaltando bandera en alto las fortalezas de la ignorancia, defendiendo las barricadas de la libertad, haciendo entre los humildes, buena colecta de esperanzas satisfechas.
Si, rebelde que a fuerza de nóminas, sonreía, patético, comprobando como ahora, su mayor anarquía interna, consistía en negarse a hacer la cama…hasta que regresara su parienta.
Bucardo


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