miércoles, 10 de octubre de 2007

Siempre de Frente


Siempre de Frente
Al cerrar la puerta, tuvo un pálpito extraño.
No atinaba a comprender.
Hasta esa precisa intuición, todo le había parecido tercamente monótono.
El mismo bloque, la misma cicatriz zorruna dibujada sobre el pómulo del portero, idéntico buzón con cuatro facturas y propaganda atiborrante de un restaurante asiático, el mismo ascensor estrecho, el mismo octavo...y entre el bajo y su destino....pues eso, el mismo tiempo.
Luego las llaves, sacándo la precisa a fuerza de simple tacto, introducirla en la cerradura, girar, sentir el click final y respirar hondo....dejar atras las presiones, las prisas, la mirada interesada de los compañeros, el nervio de un atasco.
Abrir, entrar y entonces si....algo....algo extraño.
Dejó a la corriente cerrando la puerta en solitario y avanzó hacia los adentros.
Lo hizo confiado en la oscuridad, con dos pasos y girando a la izquierda para dar al pasillo y siete más de frente para hacerlo al salón, dejando a la diestra la cocina con la corredera, por eso de los olores, permanentemente entornada.
Desde el salón, otros seis pasos hasta ganar la alcoba, frente a otra más pequeña, que por ausencia de hijos, lo mismo hacía de despacho que de despensa, del recurso al desahogo hasta cuarto de invitados a quienes obligaban a dormir entre los albaranes, las declaraciones de renta y los botes de garbanzos.
Volvió cansado a la salita.
Allí todo estaba como siempre....metódicamente ordenado.
Frente al televisor en pantalla plana, un sofá en azul lirio y entre ambos, la mesa expositor, con las fotos en esos viejos recuerdos, más en negro que blanco....negro pues eran los abuelos, esos padres, ese hermano imprudente, ese amigo desde la infancia enfermo....todos ellos estampa en maché de todo lo que le era ausente.
Atiborrando la estantería, la abundacia de libros, numerados del alto al chapado, del grueso al delgado, del más chillón al más claro, de esa Divina Comedia en edición lujosa hasta esa preciosidad barata que se agenciara entre las baratijas y las monedas falsas del Rastro.
"Nada" - pensó.
Puso música.
Beethoven y su alegreto de la séptima...esa pequeña maravilla, golosa delicia que como los buenos orgamos, poco a poco se va preparando, desgranándose anunciado el buen jugo, nota tras nota, sin elevar el tono demasiado, sin apresuramientos, sin exhibiciones de lo innecesario, inundando el comedor, acariciando esos falsos de Kandinsky, la mirada felica del Durero de treinta euros surgido de la tienda del Prado, introduciéndose entre los yogures desnatados, los manteles, la vitrocerámica y la crema de calabaza que le haría las veces de tardía cena.
Retornó al lecho sintiendo como se le obturaban las venas de los pies con los zapatos.
Estos de tacón grueso, estos que bruscamente juntos, parecían el marcial taconeo de una pelotón de agerridos infantes ante el sargento, estos mutantes que pasaban de la comodidad matinal a la tortura de las cuatro, obligándole a caminar en pequeños trechos, siempre con una asiento cercano, anhelando poder dejar la huella húmeda de los pies sobre la tarima de haya, dejando los dedos a la querencia del aire fresco.
Fue al sentarse sobre la colcha cuando los pelos de la espalda se le erizaron como dicen que le ocurre al rebeco cuando siente que el lobo y su muerte andan cerca y no sabe como descubrir su paradero.
Miró a la mesita y no estaba.
Encendió la luz, alzó las persianas, deslizó la cortina.
El reloj de noche, el despertador digital con la numeración en tonos claro para que no le incordiara las retinas a las tantas de la mañana.
"Se le habrá estropeado" - pensó.
Si, se le habrá estropeado pues el jamás había necesitado de ayuda mecánica para levantarse, fuera a la obligación que fuera.
Bastaba con imaginar el entrecejo del cliente, su nómina en manos del jefe o la hipoteca de cada veinticinco del mes corriente para que el sueño se tornara en fragil hijo, siempre atento a romperse ante cualquier empentón ligero.
Abrió el cajón como quien lo hace por simple aburrimiento.
"Tal vez lo halla dejado dentro".
No estaba.
En su lugar había un total vacío que lo dejó allí, con la mirada queda y el rostro al punto de perder lo sereno.
No estaba su novela de noche, ni la funda de las gafas, ni la cartera, el bonobús o las llaves, ni el cuaderno de notas, ni la agenda, ni los preservativos o las tijeras de uñas....solo un papel, el poema, el último que le había escrito y que, tan de costumbres como eran, solía guardar junto a la cabecera hasta que uno más nuevo, actualizado a los sentimientos, lo jubilara....
"He despertado de madrugada
extendiendo la mano hacia donde se que estabas
y aun a oscuras palpé tu brazo para encontrarme
con que eras tu y no yo quien nos velaba".
El papel, que ya temblaba, se desprendió de la mano y cayó flotando al suelo.
Giró el rostro ya enrojecido y contempló el armario que abrió con un gesto firme, nada contenido, chirriando las bisabras de un mueblo ya algo envejecido.
Ni sus camisas negras, ni las estampadas, ni esa que le marcaba el pectoral provocando que se perdieran las composturas a medida que ganaba sitio el tamaño de la entrepierna, ni uno solo de sus buenos vaqueros, ni las corbatas del Sabeco, ni los calcetines de oficina, ni los gruesos de invierno, ni los calzoncillos, ni los chaquetos, ni las deportivas, las bufandas o esos guantes de cuero....cuando le gustaban....trescientos florines en aquel puesto de la Plaza de San Paul de Praga.
Sacó el móvil sin atinar a cogerlo, recogiéndolo del suelo, encendiéndolo....las teclas que se hacía una, marcando un dos donde debería haber puesto un ocho, y el ocho por la almohadilla y luego la llamaba, tornándose de desesperada....a perdida.
Perdida.
Sonó una, dos, veinte veces en diez, quince, cincuenta llamadas.
Todas con un buzón, un mensaje en voz automática, incapaz de comprenderle la prisa, de encontrar un hueco en el recado, por hacer mil preguntas, por ansiar, rogar que solo fuera una pesadilla, una urgencia que luego el le explicaría, para retornar luego al lecho y leerse todos los poemes que en su ausencia, le escribiría.
"El número marcado está apagado o fuera de cobertura....por favor, dejé su mensaje o marque después de unos minutos....si lo desea puede apuntarse a nuestra promoci...."
Corrió a la cocina....no estaba su taza, esa escocesa con la bandera azul oscura y esa cruz de San Andrés tachándola de lado a lado.
Fue al baño y no encontró su champú de melocotón, sus pinzas para las cejas, las cremas para la tersura de su epidermis, los pontigues, su cepillo.....su cepillo.
Y allí cayó al suelo como lo hace un trapo....una mano sosteniendo la cara, otra, extendida con el brazo sobre la taza, negando tercamente con la cabeza.
Se le vino aquel día, seis meses pasado, en que las dos manos se fundieron, apretando entre medio un cepillo complice de lo mucho que lo habían deseado.
Lo depositaron en el tarro con dos agujeros y todo terminó en más que abrazos....matrimonio formal, ausentes quienes se lo hubieran negado, con las toallas por testigos y el bidé breando por agenciarse el ramo.
No quería, !no!...no quería llorar pero terminó claudicando..
No quería gritar pero tampoco pudo evitarlo.
Se alzó en un salto, rabioso y desbocado, avanzando en dos pasos lo que al entrar siete fueron, acercándose a la ventana del salón, asomando la testa hacia la calle, urbana y siempre iluminada, gritando, gritando, gritando como si pretendiera deshacer las cuerdas vocales, como si un amargo gusano lo estuviera por dentro devorando.
- !Calla loco! - fue el único consuelo que recibió, del único vecino que a esas horas no dormía.
Entró nuevamente al hogar pero esta vez lo hizo con las mangas arrugadas, los botones desabrochados, el pantalón sucio, los calcetines pegados con sudor al pie, el pelo desgreñado, la mirada aterrada y el gesto...el gesto de esos que ofrecen los desmoronados, los que no encuentran quien pueda darles una sola respuesta....por mucho que tengas a miles incertidumbres.
Cayó sobre la tarima, una mano y sus dedos extendida, la otra en puño, golpeando.
- Traidor...-susurró-....traidor- en tono más alto-....traidor, traidor, traidor....!!!!!traidor, traidor, traidor, traidor, traidor!!!!!!!!!
Quedó así, agotado, en postura fetal, con la primera ansia, la peor, ya exprimida.
Aun muy espaciados, dejaba escapar, entre la baba y las lágrimas otro traidor ligero, ya calmado.
Cerró los ojos.
Y entonces aconteció.
Primero fue una tímida palmada.
Luego le sobrevino otra mucho más seria, acompañada por dos o tres más junto al sonido de alguien que se levanta.
Envalentonadas, sonaron por decenas y luego incluso uno o dos cientos hasta hacer que retornara la luz a sus ojos y contemplara la sala.
Toda en pie, toda enardecida, toda entregada.
Incluso, no quiso reconocerlo, creyó escuchar un !bravo! pero no de esos ligeros...un !BRAVO! con todas y cada una de sus letras.
Se alzó con ansia contenida y así, aun sintiéndose despedazado, con la camisa de puro diseño hecha jirones y la cara dolorida, vió aquel maravilloso teatro, teatro de pura vida, en pie, limpiándole todos sus daños con el nectar más apreciado por aquellos que como el, llevan por honra eso de tener venas para los escenarios....el aplauso.
A Freddy....para lo bueno o lo malo....siempre nos quedará nuestro teatro.


Bucardo


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