sábado, 20 de octubre de 2007

La Luz Verde


La Luz Verde
Las armadas fueron, poco a poco, concentrándose a uno y otro lado del futuro campo de batalla.
Entre medio, aquel ruido estridente, chirriante, mecánico, contaminante que se elevaba sobre la agresividad facial de los contendientes.
Fieros y preparados, experimentados, como el cuero viejo, bien breados en el combate, la tropa fue encrespando a la contraria, mostrando sus mejores alardes a fin de afeminarla, antes del encontronazo.
Sonó un prolongado claxon.
A la zurda, una señora de carnes ajadas, cincuentona y mala madura, observaba con rostro serio y ojos a punto de dislocarse a otra muy semejante, de temple y postura dura que la observaba con aire engreido a diez pasos que era lo que las separaba.
Un chaval, más chavalín que otra cosa, con la cartera a la espalda y un chandal sudado de los Marianistas puesto, frotaba nerviosamente sus manos sin retirarle la vista, de cobardes hubiera sido, a otro algo mayor, algo más estirado, que sin embargo lo contemplada a la diestra con menos compostura, con la falta de confianza que dibujan en los ojos esos que se sienten más acobardados.
A dos cabezas de la cincuentona, un hombre de piel Armani y aroma a Hubo Boss, tras la protección de su armadura en corbata de doscientos euros, armado con maletón de piel de cordero que apretaba con la mano tensa, elegía desde la otra orilla quien estaba en condiciones de plantarle cara.
Tal vez fuera aquel juvenal, veintipocos, que con la carpeta plagada de ídolos y el brazo que la sujetaba tatuado con símbolos desconocidos, rascaba las suelas de sus Adidas contra la acera, a modo de Miura cabreado, dispuesto a presentarle las respetos a un torero novato....novato y acojonado.
Y ese puñetero y encrespante ruido, que nadie hacía por detener, acompasado por el paso fugaz de colores difuminados, un rojo que apenas se intuye, un apagado grisáceo, un verde difuminado, un petardeo....
Un anciano de espalda jorobada y bastón medio quebrado, aguzaba la vista para atinar a otra tan octogenaria como el lo era, pero que aunque fémina y de pelo tipo estropajo metálico,parecía tener suficientes arrestos tras su fragilidad, como para tenerla como rival a temer.
A su vera, la lozanía de un mozo parecía darle bríos. Semejante a un tiarrón "cuasibilbaino", que aun sin chapela ni pacharán en mano, el grosor de sus biceps, los apretado de sus cejas y lo duro de su semblante, parecían ser ariete con el que destrozar sin esfuerzo las defensas enemigas.
Una madre con su hija, una congoleña de pelo rasposo y rizado, una criatura apenas babeante, un grupito de amigas quinceañeras histéricas y chillona, un basurero en cambio de turno, una aguerrida abogada con teñido a trescientos euros y costosos zapatos de tacón alto, un inmigrante marroquí que todavía no dominaba demasiado el escenario, un sorprendido turista, una parejita entrelazada, una discreta casada camino de los brazos de su amante, un sacerdote de paisano, dos jovenzuelos haciendo picadas, un carterista buscando objetivo.......todos mirando a todos, de frente, buscando flaquezas entre las murallas del contrario, apretando dientes, sintiendo el sudor corroyendo la aridez de su espalda...y mientras el ruido menguaba.
Lentamente, los colores fueron deteniéndose y a medida que lo hacían, los músculos se recarbaban de testosterona, los nervios sacaban filo a punta de navaja.....
Finalmente....el ruido cesó.
Y las miradas siniestras se tornaron en movimiento puro, apresurado, firme, recto, calculadamente efectivo, todos en un empentón hacia delante, de izquierda a derecha y derecha a izquierda, hasta que se mezclaron, tratando a empujones de entrelazar cincuenta, donde no podían hacerlo más que veintitantos.
La cincuentona empujó al juvenal, el juvenal se hizo a un lado para ganarle sitio a la madre, la madre uso a su hija para ganar hueco por entre los brazos del bilbaino, el bilbaino atisbaba su prepotencia desde lo alto, la casada intentaba no perder el peinado, la abogada usaba el estilete de sus tacones contra los del Marianista, el Marianista chillaba en alto acordándose de la madre de quien le hiciera un nuevo agujero en los zapatos, el sacerdote usaba despiadadamente sus hombros contra los parroquianos, la parejita olvidaba el enamoramiento para mostrarse agresivos contra quienes querían pasarles por enmedio separándolos y el "yuppie" de piel artificialmente bronceada y aroma en Hugo Boss, sonríe al superar la barrera de rositas y sin un solo rasguño.....pero con la Visa Oro ausente, en manos del carterista.
Cuando el ruido retornó, los contendientes, ya andaban bien alejados.
Pero daba igual.
A ambos lados, con el ruido de fondo "in crescendo", ya se estaban desplegando bandera, nuevos ejércitos.

Bucardo


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