martes, 9 de octubre de 2007

La Sabiduría del Yayo y Arasanz el Licenciado


La Sabiduría del Yayo y Arasanz el Licenciado
Al abuelo Ramón le gustaban a rabiar las obras.
Bueno, es cierto que es costumbre de viejos eso de atosigar con miradas de reproche el ritmo, para ellos siempre vago de los obreros, pero con la vida que llevaba entre sus achacosos huesos, eso de ver hacer, crear, levantar, idear, brotar de la nada...era algo que le provocaba un placer extremo.
Eran en definitiva, una de esas pequeñas e inofensivas alegrías que tienen quienes que ya nada esperan.
Fiel al estoicismo de tantos años, en cuanto sentía al hijo desperazándose, el sacaba el pie fuera de la cama, se vestía aun solo, calaba boina sobre la calva, aferraba la trinca y bajaba a la cocina para prepararle el desayuno....unas sopas de cafe con leche, en tazón egregio relleno de migas.
- Padre usted ya no está para levantarse tan de amanecidas.
- Cuando me entierres podrás decírlo sin que te conteste. !Toda la vida he desayunado contigo y lo haré hasta que de mañanas no me encuentres!. Y ese día, ya sabrás a quien tienes que llamar sin necesidad de subir al cuarto para verme.
La miga poco alimenta pero se infla al contacto con la leche, duplicando el tamaño y acallando el buche hasta la hora de la almorzada.
Es truco de pobre.
Ahora no lo era pero no comprendía porque la mocedad, marchaba a la faena con una cafe corto o como mucho un zumo de naranja que no les engordara los huesos.
Luego, con paso medido, lento, sintiendo que lo que a los treinta le ocupaba cuatro pasos, ahora se le representaba en oficio serio, se iba acercando como el caracol pero sin babas, hasta donde hubiera un montón de grava, arena, un motor petardeando de hormigonera, o el olor del papel de plata desenvuelto, tentenpie de los destemplados obreros.
Antes de que el sol lo bañara, como si de tan pueril competición encontrara algún alivio para las humillaciones de ser tan octogenario, llegaba a la solana antes que los demás abuelos, esos que habían convertido la edad en excusa para sumarle minuteros al sueño y que luego lamentaban sobre su tardanza, ironizando sobre si Ramón pagaba más impuestos que ellos, por eso de ser el primero en aposentar la rabadilla sobre los públicos bancos.
El abuelo Ramón reía pero en el fondo, se mantenía tenso.
En dos meses llegaría a los noventa y no presumía de ello por desconocer como se coceaba en el pueblo....siempre por debajo y sin ofrecer la cara en el intento.
Para el, ver la piedra izada por las gruas al vuelo, elevándose a cada pasada más alto, moldeadas a capricho con ayuda del cemento, era algo que por parecerle, sobre todo le parecía eterno.
Era su infancia lo que más la ayudaba a encontrar placer viéndolo.
No le costaba demasiado cerrar los ojos y rebuscar entre las dos orejas, que si las rodillas le fallaban, la memoria siempre lo había mantenido fresco.
Era mucha crueldad la retenida...tanta....que los ojos del puro miedo, se le fueron acobardándo entre las cuencas hasta esconderse tras ellas, dejando un escaso punto negro a través del cual contemplaba.
Y era la atardecida del 2 de abril la que le sacudía...cuando en el treinta y ocho ardió el pueblo, de un costado al otro, aupado por las teas encendidas, por las chispas del odio puro de los padres de esos mismos que ahora le rebatían el asiento.
Todo por aprovecharse de dos bandera en esencia tan parecidas, que se usaron para lavar la honra, los odios y resquemores, las humillaciones almacenadas en la memoria propia, recibidas de las del padre, del mismo abuelo, de toda la rama de la genealogía...esa misma que o regalaba sangre....o daba de tetar la mala leche del rencor.
Apenas se salvaron dos o tres casos y un par de pardinas, esas que por alejadas, los más enrabietados se olvidaron de acosar, pues la derrota les llamaba a ellos y temían despertar para sentir el dolor punzante de lo que habían hecho.
Habían pasado tantos años como su vida daba, y a poco que el tiro de la hoguera le daba por cerrarse, envolviendo de humo la cocia, el olor le recordaba aquel terror, aquel mar negro, ruina de piedras amontonadas, calle obturadas, viviendas y bordas en esqueleto, el crucifijo de la escuela socarrado, los tejados caídos, los cuerpos socarrados de gallinas y gorrinos y la madre de Casa Sampietro, sorda e impedida, que nadie puedo avisar de que se le quemaban las carnes por debajo del vestido.
Cuando la movieron, los pocos hombres que tuvieron arrestos a verlo, el cuerpo de la infeliz crepitó como la panceta reseca en cuanto se le hecha un mueso.
!Que mal sabor le traía desde entonces la cecina!
Después de pasar los setenta, a punto de morirse Franco, cuando el bastón le ayudaba con la espalda y el desánimo de enterrar primero a Antonia, para ella paz y gloria, empezó a sentirse vivo en su decrepitud, contemplando como con esfuerzo, lo que el una mañana de abril viera negro, ahora le iba ganando sitio a sus malos recuerdos.
- Ese muro anda en mal sitio hecho.
Al Arquitecto, acostumbrado a que allí donde el señalara se la admirara primero la belleza de su dedo, no le pareció digno de atención el comentario.
Metido entre línea y trazo, rodeado de cálculo y matemánica, de proyecto y maquinaria, todo lo el tocara, le parecía, como mínimo, superando lo perfecto.
Pero al abuelo Ramón había visto sin Rayban de trescientos euros, que algo no funcionaba en la tapia que se levantaba.
Llevaba contando casi dos semanas desde que las excavadoras horadaran para izar un espeso muro de pedrusco enorme, grueso y basto, que ayudaría a nivelar los campos en descenso de Saturnino y convertirlo en parking.....en refugio para la vorágine metálica y multicolor que afeaba el monte, les llenaba el pueblo de humo, traía prosperidad y renta y les pagaba los todoterrenos a alguno.
- Mire que este no es buena época para hacerlo.
Don Javier Arasanz Ascaso había ingresado entre el prestigo de su universidad de pago previa visita de la chequera paterna, abiendo que de sus ceros a la derecha, dependería la continuiddad de la noble tradición familiar. Los Arasanz llevaban desde que enviudara Alfonso XII haciendo de arquitectos para la pública, promotores inmobiliarios, apegados a todos los buenos nombres, cercanos a los que con una firma, hacían de lo conveniente objetivo prioritario.
Para el, poner un toque próspero donde antaños solo las vacas regalaban sus boñigas, era alto tan secundario que apenas le prestaba atención en el estudio.
Lo importante fue lograrlo, mover los hilos, pelotear a los políticos, recordarles quien en campaña, les pagaba cenas y discursos, les hacía sentirse importantes.
Solía llegar a la faena a eso de las diez bien pasadas, para firmar el trabajo de sus asalariados sin mirarlos, ni al trabajo ni a los asalariados....luego se tomaba cortado con el asesor urbanístico de turno, ese que se encarga de recomendar como público, el interés privado...comía con sus abogados, echaba copa y puro, buscaba el casino, solazaba la bragueta con la querida, retornaba al negocio de la firma y tornaba tarde a la cama, para no tener que escuchar las quejas de su señora por eso de tenerla abandonada y a su prole tan mal atendida.
Pero al abuelo Ramón, si bien la vista ya no le hacía demasiado caso, le parecía que tenía razón en el intento....para algo llevaba plantado ante idéntico paisaje, conociendo sus achaques y favores, sufriendo ese puñetero lado ingrato, sabiendo que barranquera era fría, que árboles morirían por la procesionaria, que días de agosto había que tenerle más respeto a la chispa o si la invernada iba o no a ser de las de ajustarse el sayo.
Y conocía como nadie el campo de Saturnino.
A fin de cuentas Saturnino, al que llamaban el "Tonto" pero que se lo hacía para que nadie le hiciera la vida imposible en el valle, le había enseñado a capzar topillo para cuando la plaga, allí en el cuarenta y uno....primero tapándoles todas las salidas de la madriguera con redes o sacos, luego echándoles agua con alguna manguera para obligarlos a salir....y luego claro está, rompiéndoles el cuello con un sencillo y decidido tirón.
Ay Saturnino, que bien podían tenerlo por poco espabilado, pero que no pasó hambres para cuando se acabó la guerra, por eso de saber cazar de topillo el justo, dejar que tuviera crianza y asegurarse el plato.
Lo demás, tan listos, los cazaron hasta que ya no les quedaban y al año, vuelta a rascarse la tripa cuando esta les daba calambres.
Ahora se reía Ramón pensando que los topillos del pueblo, eran en su mayoría, nietos de los que Saturnino respetara para cuando la pasa.
Cuando en abril comenzaron las obras, arrancaron primero las moras, luego los nogales más prestos, que convirtieron el leña y sin decirlo llevaron a vender a los mercados de Huesca.
Al abuelo le dio pena.
Aquella nueces no eran las más sabrosas pero si las que crecían cerca del pueblo....lo suficientemente cerca como para que aun tuviera fuerzas para ir a recogerlas.
Si lo intentaba en otro lado, el tiempo se le echaba encima y tendría que escuchar los gritos del nieto llamándolo.
Al nieto, un tiarrón que aun con dieciocho parecía ya criado, en cuanto terminaba la tarea con la vaca, lo buscaba con hambre por acompañarlo.
Era un buen mozo, sin maldad en su enorme cuerpo, si bien algo cortito con las mozas....sin embargo, sacando cuentas....¿quien alguna vez no lo ha sido?.....¿quien no se arrepiente de no haberse metido entre las piernas de una zagala por eso de ser pecado el solazarse sin antes verla casada?.
- Allí la piedra no le aguanta.
Don Javier Arasan Ascaso, sintio los dedos encrepándose y la cabeza rumiando, deseosas ambas de acabar con el trámite y alejarse de aquel olor a hierba para sentirse en su único hábitat reconocible, ese que convierte el nogal en despacho y la mora en perfume.
- Ande abuelo, vayase a molestar a otro lado.
Al humilde peon que le tenía los planos, se le seco la sangre de las venas.
Portugués como era, llegado de una Coimbra con un solo suelo y tres hijas, llevaba seis meses conviviendo entre la cerrazón de aquellas gentes frías, pero justas en el trato.
Y en ese tiempo tan justo, aprendió que para a bien tenerlas, jamás se les debía faltar en tres grandes verdades.....que no se le afearan sus montes, que no se les tratara de cambiar en algo y que por mucho que tiente, ni se te pase de la cabeza el faltarle al respeto a uno solo de sus yayos.
Para los montañeses, lo que se les hacía en el llano a los más canos, era peor que meterse en un convento de novicias y levantarlas a todas el refajo.
En la CASA en mayúsculas que para esas gentes lo era todo y por ese todo hasta se moría, el abuelo era patriarca desde que lo fuera hasta que lo sacaran tieso, entre cuatro maderos y bajo tapa.
Faltarles al respeto equivalía a hacerlo con la abuela, con la madre, el padre, los tíos y las hermanas....con los perros, las vacas, las losas del suelo, el escudo del portón y los muertos del cementerio...algo que de hacerlo, se debía estar muy seguro de estar con las espaldas bien cubierto.
- Mire señor Arquitecto - trató el portugués de evitar males mayores sobre todo viendo que al nieto, le comenzaban a alflorar los puños y juntar el entrecejo, señal de que lo de arriba estaba dejando de perder respeto y lo de abajo a ganar arrestos - que el buen hombre solo desea ayudar.
- Que no moleste ya es bastante.
El abuelo Ramón cogió al nieto, haciendo como que necesitaba apoyo, en realidad sabiendo que de no hacerlo, pronto iría a reconocer de cerca la mandíbula del titulado.
Pero antes de girarse, de retornar al calor del hogar, miró firme a los acomodados ojos del Arasanz....
- "Lluvia de siembra, si no hay buena mata, remueve la tierra"....-así se lo enseñó su abuelo, ese que en las Guerras Carlistas se dejara un brazo y muchos malos recuerdos.
A los tres días, cuando la nube atravesó con rapidez la muga, enseguida se vió que no era una de esas flacas y escuálidas que mandan del Somontano, que se disipan acobardadas en cuanto ven las primeras peñas del Mondarruego.
A los tres días, esa boria estaba tan gorda y repleta como solo saben mandarlas los gabachos que parece que lo hacen con mala saña.
Era una de estas puñeteras que descargaba con la mira puesta, a mala idea, a la diana bien atinada, cayendo sobre el pueblo hasta recordarles a algunos las goteras y sacarles los colores al Ayuntamiento, por todos esos parches en el pavimento que tan solo se arreblan cada cuatro años.
La lluvia penetró en cada segmento como si de una esponja se tratara, saturando todos los huescos dejados por la piedra hasta que esta cedió y a eso de las cuatro de la madrugada, sin que el abuelo Ramón se despertara....¿para que si ya sabía lo que era aquello?.....el muro se vino abajo y al parking le salió un boquete bien feo en plena cara.
Por primera vez temprano, estaba el arquitecto, gritando a todos los peones, a todos los ayundates que trajo consigo, maldiciendo a los que no sabían nada pero debían soportarlo...ese es el derecho de quien paga catorce malos sueldos.
Luego que hubo "arreglado" el mal trago, tuvo que volverse a la capital, donde a las cuatro tenía que arreglar lo mismo, solo que en algún despacho.
Debería pagar los gastos cobrando de más a lo público para que no le saliera peor el desaguisado. Pero eso le daba menos miedo....que para algo su primo era consejero.
Pero al llegar al coche, abriéndolo con el mando de lejos, para que todos supieran que era un Mercedes 4, se lo encontró cosido a rayas, cien en cien direcciones diferentes, con la carrocería en cara chapa echa un cisco y los parabrisas arrancados de cuajo....
- Nieto eso es demasiado - le dijo mirándo desde la solana como maldecía el licenciado.
- Lo siento yayo....no pude evitarlo.

Bucardo


Registro Propiedad Intelectu@l

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