jueves, 10 de enero de 2008

La Mala Estrella



La Mala Estrella

A Lucas le dolía el pecho.
Jamás había padecido a causa de su salud pero tras casi dos mil días bajo el cielo, apechugando cayera lo que cayera, comenzaba a sentir que cinco años son demasiado tiempo sobre todo, cuando se había envejecido en ellos mucho más que los cuarenta y siete que los precedieran.
Llevaba tanto insertado a la fuerza dentro de aquella jungla que su aspecto, su comportamiento y sobre todo su pestilente olor, lo delataban como una de sus criaturas, tan diurno, tan nocturno, como el ciclo de la ciudad y los ciudadanos que bajo ella gozaban del privilegio de tener un techo.
Pues Lucas no había sido así siempre y hubo un momento durante su existencia en el que incluso….llego a tener vida.
- Puta suerte – se quejaba delante de la “guardiesa”
La “guardiesa” una municipal adscrita a la nocturna por las calles que conducían al jardín donde Lucas tenía banco y pertenencias, se llamaba Rosa.
Era una fémina cuestionable, marimacho de espaldas hercúleas y ojos hundidos en la calavera, frontón vascuence y manos de labriego castellano.
Aun a pesar de lo físico, tan desagraciado, a la pobreza del barrio le caía bien por su costumbre de olvidarse las lentillas cuando los veía dormitando por algún rincón y su empecinamiento en mantener a las pandillas de juvenales, alejadas del parque.
- Deberías buscar a tu familia Lucas – decía dejando escapar por las comisuras del uniforme invernal el vaho de su consejo - Este lugar cada vez está peor y tu no podrás afrontarlo. ¿Te queda algo?.
Y ante la pregunta, Lucas se miraba las manos y en ellas, ese pulgar ancho de uña amoratada, recortada como las mismas manos, el mismo pulgar y la misma uña que le asiera a padre durante su infancia.
- Tan solo me dejaron las manos – bromeaba.
Durante un patrullaje compartido, Rosa anduvo generosa y le dio algo de café, pese a que estaba de ron achispado y no le hacía gracia acercarle una cerilla al combustible.
A cambio, Lucas le dejó algo entreabierto el rincón del recuerdo, lo justo para dejarse atisbar sin que se le viera del todo.
La desconfianza como la suciedad, es algo muy propio de los hijos de la calle.
- ¿Y como terminaste aquí teniendo todo lo que tenías?.
- La mala sombra, la mala suerte y sobre todo las malas migas.
- Comprendo.
- Cuando la cuenta bancaria revienta, reviven primos hasta salidos del cementerio….eso si, cuando empecé a ser yo quien necesitó una ayuda……
Se quedó con la soledad y el sabor agrio.
No hacía falta finiquitar la frase.
Ahora Lucas disfruta callejeando, de mañanas, mientras Rosa seguramente ronca a mandíbula desencajada, el cansancio de la nocturna.
A punto de acabar maitines, gusta de visitar a los churreros que hay tras la iglesia de San Ginés.
Allí, si no venden, antes de mal meterlos, se los regalan con algo de chocolate caliente que suele compartir con el dueño, un hombre tan correoso y resbaladizo como el aceite que lo perfuma.
- Te tengo más confianza que a la parienta Lucas.
- No será para tanto.
- ¡Bufffff!....se nota que no te has casado.
Al churrero no le tiene confianza.
Es un ser verdulero, aficionado a salpicar la docena con azúcar y demasiadas confidencias.
Es verdad.
Nunca estuvo casado.
Al menos con anillo de por medio.
Cuando ella supo lo de su ruina, al regresar del despacho, se encontró la parte de su armario vacía…sin ninguna nota de despedida.
- Es que no eres suficiente hombre para ella.
Eso lo dijo un su suegro, si, ese suegro que seis meses antes, de Navidades, presumía con brindis alto, de tener el mejor yerno o su mejor banco como compañero de su hija.
Su hija que medía amor, gusto y orgasmos según la generosidad que los fueran premiando.
Desde San Ginés descendía hasta el río.
El río siempre emponzoñado, con la mierda supurando plásticos por los costados.
Pero agua al fin y al cabo.
Cuando llegaron las sequías, los ediles cortaron el grifo a las fuentes y se olvidaron de los que dependían de ellas para refrescar el gaznate o sacarle la mugre a las apuradas manos.
No lo hicieron con el césped, claro.
Ese si está verde, tiene a la masa contenta y con ello a sus votos.
Ahora gracias al señor alcalde, los pobres, por eso de ser cuatro, se despiojan los unos a los otros y se habían olvidado de cómo es el verdadero color de la carne bajo el harapo.
Tras acicalarse, gusta de sentarse en la ribera…esperando.
A veces se lleva uno sorpresas, como el día en que, entre los cañaverales, le salió el cadáver de un hombre.
- ¡Ayuda! – gritó - ¡Ayuda por favor!.
Cuando lo sacaron, resulto ser un “bussinesman” apurado, que esa misma mañana se descubrió arruinado y buscó como solución, el tirarse al río con la corbata puesta y los gemelos de oro en sus correspondientes ojales.
Era un muerto impecable, elegante que aun vistiendo tres mil euros de mortaja, no pudo evitar el que la cara se le quedara mustia, como arrepentida en el ahogo por que la mataran antes de hora.
- Debí hacer lo mismo – le contaba al “Mahoma”- En su momento.
El “Mahoma” llevaba poco en España.
Puede que en su tierra fuera pobre pero seguro que con el parentesco al lado, nunca le hubiera faltado casa donde hospedarse.
Pero en esta ciudad, su única sangre era la que conservaba en las venas y su único techo…el aire. El “Mahoma” no comprendía gota de español.
Por eso no le desanimaba.
Cuando Lucas le hablaba, el asentía como un idiota, pero un idiota que sonriente….las únicas sonrisas que se le iban desgranando a lo largo del día.
- Estoy cansado.
Cuando llegaba la tarde y con ella el concierto de su estómago, se encaminaba hacia la “Atlética”, donde se adormecía sobre el césped que cumplía como graderío mientras escuchaba a los entrenadores echando gritos a sus pupilos por eso de que no les cumplían.
Allí los incordios eran pocos y si se topaba con cualquier problema…sobraba los ojos.
Nadie defendía a un desarrapado pero si alguien quisiera clavarle la navaja, no es lo mismo estar solo que tener unos cuantos testigos para el juicio.
- Tengo una aquí – le señalaba a la “Ávara” debajo del glúteo – recuerdo de un cabeza rapada.
- A mi me rompieron dos muelas y la ceja – presumía.
La “Ávara” no podía serlo.
No, porque su única pertenencia era la nada.
Aunque a nadie había dicho su nombre, un día Lucas escuchó que la trataban como María y que al oírlo, esta se volvió al hombre que así la llamaba para amenazarle.
- Vuelvo al barrio y te rebano – susurraba como un capo napolitano– Mira que en la calle se aprenden muchas cosas raras.
Por curiosidad, un día de casuales que volvieron a cruzarse, Lucas le preguntó al amenazado porque la “Ávara” se había puesto de semejantes maneras.
- María era novia mía…aunque solo para lo que usted ya sabe. Era ejecutiva con mucho sueldo y mucho nervio. Pero en un mal día ese mismo nervio le falló y acabó despedida y deprimida. Era una pena mirarla mientras caminaba del brazo de su madre que la cuidaba como si fuera una niña chica. Luego la madre murió y ya se sabe como es la vida…
Puta, muy puta si, aunque bastante menos que aquellas que se vendían en la plaza de Las Bernardas.
Enfrente, a las cinco y media puntuales, las monjas hacían la divina serenata al tiempo que sus antagónicas, afilaban la garra, apuraban hacia arriba la pechera y se abrían de piernas ante la lujuria de su católica clientela.
- Hasta los he visto que se metían a misa después de hacerles la mamada – contaba alguna.
En la plazoleta era posible encontrar a Pedro, quien en realidad se hacía llamar Lucrecia.
Era ella una puta con pene, con culo firme de macho y lengua femeninamente viperina.
- Te aseguro que cuando los tíos andan de celo, lo mismo les da culo que nabo.
- A veces creo que me exageras Lucrecia.
- Te lo juro Lucas – aseguraba con alguno de sus amanerados gestos – Si hasta una vez uno que no se dio cuenta, en mitad de la faena vio que la tenía más grande que el y le dio igual…pidió que le siguiera.
Las Bernardas tenían fama entre el mundillo por la variedad de chicas o chicos que como Pedro, hacían allí el cortejo de la calle.
Todo frente al convento sonaba a puterío barato, chabacano y cruel, lo cual no alejaba alguno de esos Jaguares tintados que, como alcalde en elecciones visitando suburbios, abría lo justo la ventanilla trasera para elegir una, pagarle cien en lugar de cincuenta y llevársela al chalet para montarla a conveniencia.
Lucrecia era de las baratas la más de todas.
- Y aun con todo me saco en una noche más de lo que mi hermana en un mes reponiendo para el Carrefú.
No le faltaba razón, aunque olvidaba que esa hermana lo visitaba cada día para traerle algo de comida y se despedía con el lagrimón por cara, sabiendo que cada minuto era un descuento sin retorno y que la cara de Lucrecia ofrecía un nuevo lunar, su piel una nueva cicatriz y su cuerpo señales cada vez más evidentes del mal que la estaba matando.
- Tengo unos ahorrillos – confesaba – Poca cosa...cuatro o cinco mil euros. Se los guardo a ella. Cuando palme quiero que se vaya a ver París con ese tiarrón que tiene por novio y que se lleve una foto mía para que la ponga mirando a la "Ifel" esa. Así la veremos los tres juntos que era lo que ella más ilusión le hacía.
Lucas no sentía pena.
Pedro era una más de todas las que le sobraban a aquella ciudad de suelas desgastadas.
Hoy no le apetecía dormir en el jardín.
Rosa libraba y nadie podía garantizarle que la mala suerte no lo visitara en forma de criajos con ganas de hacerle pagar todas sus insatisfacciones.
En esas, siempre le quedaban las ruinas de San Lázaro.
Cuando quisieron hacerle un parking a la ribera a poco de excavar, les salió monasterio.
Aunque terminaron restaurándolas, ahora nadie las visita y Lucas presume de ser quien más puede contar sobre el monumento.
Son muchas horas vacías y demasiado tiempo para leer y releer los carteles que lo explican.
Su sitio favorito, junto al claustro, levanta dos metros de muro que lo cobijan del frío norteño, ese jodido viento que si te pilla mal orientado, termina por dejarte los huesos podridos.
Agazapándose, va contando las luces de la ciudad.
Cada minuto que pasa, le salen menos.
El sabe que por delante también va contado de menos los días que le quedan de calle y frío seco.
Cuando se olvida siente un pinchazo dolido en el pecho que se recuerda de nuevo.
- Queda poco – se anima.
Poco para liberarse.
Bucardo

Críticas, durezas y halagos....
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