
Cuando Ian atisbó la pieza, encaró sin nervio, puso el ojo sobre el visor y al sentirlo bien encuadrado, sonrió dichoso.
Su enorme pulgar acarició el pulsor, apretando levemente hasta que la presión surtió efecto y el ingenio cobró vida con un eléctrico disparo.
Orgulloso izó el cuello.
Una más.
Miró la luz que un segundo antes, le había parecido mucho más perfecta.
“!Quien me lo iba a decir! – pensó – Cazador de momentos”.
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