domingo, 27 de julio de 2008

El Amanecer del Último Día


El amanecer del último día
Al amanecer de su último día, Don Tomás se levantó del lecho y, después de desayunarse un tazón de leche ahogado en pan duro, marchó a disfrutar de un paseo digestivo.
Al amanecer de su último día, Don Tomás cerró la puerta de su casa, una de esas con doble hoja y llave de hierro colado, con la aldaba en forma de inmenso manubrio negro que agradaba tanto al dueño como escandalizaba a la beatitud del pueblo.
Al amanecer de su último día, Don Tomás se encaminó calle abajo, opuesta a la que marchaba hacia arriba y que eran únicas en un pueblo de únicos, dejándose llevar por la vencida que iba a morir frente a la casa de Doña Irene.
Allí llamó al timbre y esperó.
- Enseguida voy – escuchó decir al otro lado.
- Deprisa amor – respondió – No olvides que hoy es nuestro último día.
Salió enlutada y ojerosa, pero fresca, agradeciendo la ayuda que el caballeroso Don Tomás le prestaba a la hora de cerrar un portón que dos de cada tres veces se desencajaba.
Al amanecer de su último día, Don Tomás y Doña Irene, caminaron, juntos y aun temerosos de rozarse las manos, los pies en alpargata, y la dirección puesta allí donde se alzaba la iglesia.
En la iglesia no había aldaba ni timbre y su puerta, siempre abierta, daba a una sola nave que daba la alarma con el eco de los pasos que pisaban su tarima.
Antes de llegar a la sacristía, por decoro, Don Tomás carraspeó para no pillar al mosen en cualquier impostura y al poco lo vieron aparecer, con la chaqueta raída y los pantalones de pana, el nuevo uniforme desde que le quitaron la obligación de calzar levita y sotana.
Y así, al amanecer de su último día, Don Tomás casó con Doña Irene, ya encanecidos y achacosos, rico uno, pobre ella, cumpliendo a deshora el deseo que de mozos, otros, les habían negado.
- Vamos a la cama – le dijo el apenas los bendijeron.
- Pero….¿a nuestra edad? – desconfió ella.
- ¡Claro mujer!....hoy es el anochecer de nuestro primer día.
Bucardo

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